CARTA ESCRITA A MANO o con el puño y letra de la historia
El histórico Zócalo de la Ciudad de México, nos tendió su ancestral y anfitriona mano, incluso como telón de fondo, para un insospechado y hermoso ensayo de reencuentros con el amigo, quién por muchos años, demasiados años más bien, ha conocido tan solo la cortina escenográfica de los pendientes, los bloqueos, demasiados empujones, portazos, apretones de dedos y, por cierto, de los comes y te vas. También por que a veces, producto de la traba en la intensa actividad que lleva a cuestas y que enfrenta en su tranco por la vida, lo ausentan.
Más si estas son la defensa de ideas que a partir de aquella tremenda hazaña política revolucionaria que convulsionó el siglo pasado, para suerte del siglo que corre, lo puso marcial a la ofensiva limpiando a punta de puñetazos y harta bala la constante bahía de cochinos y sus intentos por desestabilizar la intra historia barbuda, trenzada desde aquel granma embarque, en las aguas atlánticas de Tuxpan, allá por Veracruz.
Este mano a mano fue la oportunidad única de asediarlo y chocar su manirrota, por generosa, en fraterno saludo. Fue estar a una cuarta de lo que cuenta la historia en sus libros respecto a los seres humanos intrépidos, aquellos implacables incluso en la victoria. Una sorpresa, la mía, con demasiado gusto a gesta fortuita y azarosa valentía en tender la mano, descalza de guantes y grandilocuencia, a la espera de la reciprocidad perfecta.
Una especie de crepúsculo entre dos diría el poeta; y cómo no iba a ser de ese modo, nuestra eterna amistad lo ameritaba y nuestras manos, que es lo único que tenemos, diría otro, corroboró este desearle parabienes ante la maldita y constante agresión de los títeres villanos del mundo unidos en el arañazo, el rasguño y el pellizco hacia su revolución. Para él corrían los días de periodos especiales, aquella regla de vivir con lo justo, soportando con el casco de la economía de guerra y con el culo a dos manos, la carencia y los bloqueos por parte de los manitos de hacha del serrucho imperialista, cuestión que al final de cuentas, a punta de hoz y martillazos, como aquel zapatero que clava y clava sin parar, iba resolviendo. Son su huella dactilar crónica, su pisada.
Para nosotros, en cambio, de trote ideológico acalambrado y en cierto modo escaso, la caída de murallones berlineses significó entender, a punta de ladrillazos en pleno precoz y atolondrado rostro, lo importante que era defender su performance ante la arremetida y maniobras en su contra, gracias entre otras cosas, al estancamiento burocrático de la esfera socialista real, que dicho sea de paso, eran nuestro índice a seguir.
Y es que la cobardía jerárquica de cuanto frentón y meñique estepario ruso, ruborizados por el cortaúñas de la perestroika y también por su vergonzosa práctica de ratones de escritorio hundieron definitivamente a la supuesta madre patria, cuna de hombres nuevos disfrazados de acorazados e hijos putativos del gran tobarich Lenin.
Después de tantos años de mito visual por conocerle, el destino, así le dicen, nos brindó la oportunidad única de saludarlo, alegrarse de aún verlo de pie, pese al traspié y las patadas disimuladas de odio jarocho para quienes se plantean, a punta de poner el dedo en la llaga, su propio camino, su idea de mundo.
En construir ideales pese, también, a los discursos de rara renovación en algunos indecentes revolucionarios que apostaron, con la manito de puerco de la traición, ¡Maricones! por un mundo lleno de negocios en desmedro del individuo, y aliarse al final de la historia, con el imperio colectivo de la riqueza y las desigualdades amontonadas al centro de la injusticia y en algún fondo monetario experto en el manejo del consumo humano.
Su saludo fue con un sentido de humildad demasiado extra protocolar, que hizo saltar la valla de seguridad a cuanto gorila estado mayor presidencial, ofrecido por el estado mexicano, mano de monja legionaria, encargado de velar por la seguridad de la ilustre visita. Pese al gallito y el atropellado manotazo de la extasiada tropa guardiana, nuestras manos transparentes, fraternas, limpias, hicieron el jirón necesario para acercarse y traspasarse los bichos del cariño y la verdad.
Aquella mano llena de saludos de contemporaneidad, aquella que se estrechó hermosa a las del Che, Camilo, en cuanto otro la quisiera, en las de Bembela, Lumumba, Machel, las del tío Ho, en aquel racimo negro de Mandela, en saludo militar con Chávez o en las duras y agrietadas de Evo Morales, también para la ocasión nos pertenecían, eran nuestras. Se ofrecían generosas al cerrado tropel de jóvenes ahí reunidos en abierta y cariñosa señal de camaradería. Es la misma que suele acusar a los cobardes, e implacable, se niega a cuanto manco poncio pilatos del embuste y de gobernantes rastreros, parásitos del capitalismo.
Fue la oportunidad de contarle cómo marchaban los asuntos en la patria pedófila, embustera y fascista que me vió nacer con las manos arrugadas y coloraditas. Fue contarle sobre el pacto cobarde que se nos venía encima y de la necesidad de tenderle la mano a quienes luchaban por un mundo menos manoseado por la caricatura neoliberal.
Contarle además de las negociaciones entre el tirano manilargo y los lameculósculos de la transición política -una mano lava la otra, decía yo, las dos lavan a los caraduras, propuso serio-. Continué indicándole que sellar y pactar en esas condiciones era dejar con la mano estirada al país chileno y pegarle una bofetada de desprecio a miles de luchadores asesinados en el cobarde gatillo de los rufianes. Es veldad, concluyó.
Reímos a carcajadas, ah que no, de las vueltas en el aire de aquella paisanada pseudo revolucionaria que en algún momento arengó, acicalándose de lo lindo la posera barba que los disfrazaba, por un nuevo Vietnam chileno y otros para el resto del continente. Al final de cuentas él como yo sabíamos que serían los más presurosos en sentarse en la mesa de los acuerdos y de la pellejería que bota el sistema fabricado en estos estados sumidos.
Al paso de los años, los recordamos escondiendo el muñón hediondo a fulminante que por arte de magia lacaya los hizo aparecer como ricos empresarios y honorables pro hombres a costillas del viejo truco capitalista, del muñequeo político, de la delación en la medida de lo posible, arrimando al parrillazo de la represión, con el gastado lema de más vale pájaro en mano que cientos volando, a muchos hermanos que terminaron sus días con las palmas y alas cortadas por tanta muerte.
Aquel encuentro dio lugar a un intercambio lleno de camaradería, que menos para este tipo de encuentros fortuitos entre pares, siempre dispuestos a continuar la senda de la maravillosa utopía verde oliva. Habló un rato de los planes emergentes y de cómo su pueblo resistiría, a puñetazo limpio incluso, la embestida y el zarpazo del imperio, quién tiene como único objetivo romperle las falanges de la dignidad a cualquier autodeterminado y soberano.
También tuvo tiempo de reflexionar sobre su propio futuro y por sobre todo explicarnos que, si algún día ya no estuviera con nosotros, otros continuarán en la defensa, a punta de ideas y de cañonazos, de cada uno de los logros y proyectos de su heroica patria.
Y es que, de qué manera nos habla un personaje con tanto pasado, presente y futuro. De qué modo esta especie de Capablanca, estratega en adelantar la jugada táctica para ofrecer el jaque y a veces el mate a sus peones rivales, escudados en la torre de la monserga hecha con la mano esclava, nos aconseja, en el tablero de la experiencia, a estar atentos a esos caballos con patas de palo astilladas por la montura del populismo.
A ordenar la ofensiva en contra de las damas y reyes del sistema de dominio que nunca, además, tendrán dedos para el piano y mucho menos uñas para tocar la guitarra que anuncie y traiga un cantar de buenas nuevas para el mundo. Estudien muchachos fue su arenga. Quizás sus palabras tenían un dejo de amargura, una cita perfecta de Guayasamín y sus manos yuxtapuestas al rostro ocultando así, el rictus doloroso de las miserias humanas. Los sucesos de Chernóbil y aquellos niños sobrevivientes se transformarían, cada día, en espejo de una lección demasiada dolorosa en la historia mutilada y amputada de la humanidad que él sentía como propia.
Un reflejo natural por su preocupación constante hacia las nuevas generaciones de jóvenes latinoamericanos y del mundo, actores pasivos en cada uno de sus países debido a tanta intoxicación capitalista y al abandono como ideario de sometimiento. Seremos como el Che fue nuestra modesta y casi ridícula respuesta. Y es que uno crece con la necesidad de tener parentela como esta y compartir una idea casi exacta de mirar el mundo pese a lo maltrecho, ovalado y ahuevado que lo han de ver.
Su mano derecha, esa que junto a sus hermanos de lucha analiza y traza justa el destino de la cuba socialista, isla de la fantasía hecha realidad, fue fraterna para aquella ocasión. Es la misma con la que no pudo evitar aquella caída que fracturó su hombro, dando su brazo a torcer a un poco de su integridad y dando el manoseado y mórbido festín a los canallas que desean su mutilación.
Era la misma extremidad que se desprende tajante para defender sus proyectos y que hoy estricta también, con puño y letra consecuente, nos viene a contar de sus debilidades y achaques y que de seguro lo harán surgir gigante para seguir palmoteando el hombro de muchos otros jóvenes, como nosotros esa vez, en gesto bondadoso y en llamado enérgico a seguir defendiendo a fondo, poniendo nuestras manos al fuego incluso, por el socialismo, su teoría y su practica.
Eso alcanzamos a conversar en aquella oportunidad en que el chasquido de tiempo, un mínimo, alcanzó a gatillar otro tiempo de presente y continua lucha que se pactó en el juramento que se permite al estrechar dos manos y decirse todo de una buena vez. Esa fue nuestra promesa y cómplice despedida de mano empuñada en alto y que vio alejarse, de verde consecuente cada día más verde y lleno de convicciones, al comandante revolucionario. Hombre grande que pese a todo lo que se pueda decir, no habrá forma de contradecir sus logros y menos empequeñecer sus acciones.
Duro con ellos, logré articular como último intercambio de ideas, según yo. Hagan lo que tienen que hacer, fueron las palabras arrancadas de su libreto revolucionario al extender su mano al generoso cielo que nos reunía. Copia exacta de aquellas que Durero obsequió a la historia describiendo en su incansable trazo anatómico, toda la contextura y texturas de la línea de la mano fuerte, de la elongación justa del hueso duro, la falange suave y transparente. De los fraternos escorzos del extremo superior extendido en reposo y estructurados en fieles gesticulaciones para toda piel bien pegada al cuerpo óseo.
Te escribo entonces este montón de párrafos con el puño y letra que dan los años, después de tanto años, con la única finalidad de volver a estrechar, a la distancia, al igual que en esos días de los años ´80 tu mano fuerte en un apretón histórico de puras buenas vibras y sellar así nuestro compromiso de por vida. De contarte que seguimos en la misma senda, aquella que en pocos segundos en esa oportunidad, logré transmitirte.
También para decirte que ni la proclama anticubana, con tanto lenguaje sordomudo y demasiado ciego, con el perdón de los ciegos y sordomudos, podrán mínimamente opacar tu historia, menos la de tu pueblo cubano y de todo lo ganado que ya no se pierde. Ya sabemos como viene la mano, mano de tahúres, mano que aprieta, mano negra enguantada que incluso ya se prepara para después de todas tus muertes. Te escribo desde estas tierras de la eterna desigualdad tan solo por que estás cada día más vivo Fidel. En otras palabras, a un hermano siempre se le entrega la mano. ¿Voy bien, hermano? Salud pues comandante.
El histórico Zócalo de la Ciudad de México, nos tendió su ancestral y anfitriona mano, incluso como telón de fondo, para un insospechado y hermoso ensayo de reencuentros con el amigo, quién por muchos años, demasiados años más bien, ha conocido tan solo la cortina escenográfica de los pendientes, los bloqueos, demasiados empujones, portazos, apretones de dedos y, por cierto, de los comes y te vas. También por que a veces, producto de la traba en la intensa actividad que lleva a cuestas y que enfrenta en su tranco por la vida, lo ausentan.
Más si estas son la defensa de ideas que a partir de aquella tremenda hazaña política revolucionaria que convulsionó el siglo pasado, para suerte del siglo que corre, lo puso marcial a la ofensiva limpiando a punta de puñetazos y harta bala la constante bahía de cochinos y sus intentos por desestabilizar la intra historia barbuda, trenzada desde aquel granma embarque, en las aguas atlánticas de Tuxpan, allá por Veracruz.
Este mano a mano fue la oportunidad única de asediarlo y chocar su manirrota, por generosa, en fraterno saludo. Fue estar a una cuarta de lo que cuenta la historia en sus libros respecto a los seres humanos intrépidos, aquellos implacables incluso en la victoria. Una sorpresa, la mía, con demasiado gusto a gesta fortuita y azarosa valentía en tender la mano, descalza de guantes y grandilocuencia, a la espera de la reciprocidad perfecta.
Una especie de crepúsculo entre dos diría el poeta; y cómo no iba a ser de ese modo, nuestra eterna amistad lo ameritaba y nuestras manos, que es lo único que tenemos, diría otro, corroboró este desearle parabienes ante la maldita y constante agresión de los títeres villanos del mundo unidos en el arañazo, el rasguño y el pellizco hacia su revolución. Para él corrían los días de periodos especiales, aquella regla de vivir con lo justo, soportando con el casco de la economía de guerra y con el culo a dos manos, la carencia y los bloqueos por parte de los manitos de hacha del serrucho imperialista, cuestión que al final de cuentas, a punta de hoz y martillazos, como aquel zapatero que clava y clava sin parar, iba resolviendo. Son su huella dactilar crónica, su pisada.
Para nosotros, en cambio, de trote ideológico acalambrado y en cierto modo escaso, la caída de murallones berlineses significó entender, a punta de ladrillazos en pleno precoz y atolondrado rostro, lo importante que era defender su performance ante la arremetida y maniobras en su contra, gracias entre otras cosas, al estancamiento burocrático de la esfera socialista real, que dicho sea de paso, eran nuestro índice a seguir.
Y es que la cobardía jerárquica de cuanto frentón y meñique estepario ruso, ruborizados por el cortaúñas de la perestroika y también por su vergonzosa práctica de ratones de escritorio hundieron definitivamente a la supuesta madre patria, cuna de hombres nuevos disfrazados de acorazados e hijos putativos del gran tobarich Lenin.
Después de tantos años de mito visual por conocerle, el destino, así le dicen, nos brindó la oportunidad única de saludarlo, alegrarse de aún verlo de pie, pese al traspié y las patadas disimuladas de odio jarocho para quienes se plantean, a punta de poner el dedo en la llaga, su propio camino, su idea de mundo.
En construir ideales pese, también, a los discursos de rara renovación en algunos indecentes revolucionarios que apostaron, con la manito de puerco de la traición, ¡Maricones! por un mundo lleno de negocios en desmedro del individuo, y aliarse al final de la historia, con el imperio colectivo de la riqueza y las desigualdades amontonadas al centro de la injusticia y en algún fondo monetario experto en el manejo del consumo humano.
Su saludo fue con un sentido de humildad demasiado extra protocolar, que hizo saltar la valla de seguridad a cuanto gorila estado mayor presidencial, ofrecido por el estado mexicano, mano de monja legionaria, encargado de velar por la seguridad de la ilustre visita. Pese al gallito y el atropellado manotazo de la extasiada tropa guardiana, nuestras manos transparentes, fraternas, limpias, hicieron el jirón necesario para acercarse y traspasarse los bichos del cariño y la verdad.
Aquella mano llena de saludos de contemporaneidad, aquella que se estrechó hermosa a las del Che, Camilo, en cuanto otro la quisiera, en las de Bembela, Lumumba, Machel, las del tío Ho, en aquel racimo negro de Mandela, en saludo militar con Chávez o en las duras y agrietadas de Evo Morales, también para la ocasión nos pertenecían, eran nuestras. Se ofrecían generosas al cerrado tropel de jóvenes ahí reunidos en abierta y cariñosa señal de camaradería. Es la misma que suele acusar a los cobardes, e implacable, se niega a cuanto manco poncio pilatos del embuste y de gobernantes rastreros, parásitos del capitalismo.
Fue la oportunidad de contarle cómo marchaban los asuntos en la patria pedófila, embustera y fascista que me vió nacer con las manos arrugadas y coloraditas. Fue contarle sobre el pacto cobarde que se nos venía encima y de la necesidad de tenderle la mano a quienes luchaban por un mundo menos manoseado por la caricatura neoliberal.
Contarle además de las negociaciones entre el tirano manilargo y los lameculósculos de la transición política -una mano lava la otra, decía yo, las dos lavan a los caraduras, propuso serio-. Continué indicándole que sellar y pactar en esas condiciones era dejar con la mano estirada al país chileno y pegarle una bofetada de desprecio a miles de luchadores asesinados en el cobarde gatillo de los rufianes. Es veldad, concluyó.
Reímos a carcajadas, ah que no, de las vueltas en el aire de aquella paisanada pseudo revolucionaria que en algún momento arengó, acicalándose de lo lindo la posera barba que los disfrazaba, por un nuevo Vietnam chileno y otros para el resto del continente. Al final de cuentas él como yo sabíamos que serían los más presurosos en sentarse en la mesa de los acuerdos y de la pellejería que bota el sistema fabricado en estos estados sumidos.
Al paso de los años, los recordamos escondiendo el muñón hediondo a fulminante que por arte de magia lacaya los hizo aparecer como ricos empresarios y honorables pro hombres a costillas del viejo truco capitalista, del muñequeo político, de la delación en la medida de lo posible, arrimando al parrillazo de la represión, con el gastado lema de más vale pájaro en mano que cientos volando, a muchos hermanos que terminaron sus días con las palmas y alas cortadas por tanta muerte.
Aquel encuentro dio lugar a un intercambio lleno de camaradería, que menos para este tipo de encuentros fortuitos entre pares, siempre dispuestos a continuar la senda de la maravillosa utopía verde oliva. Habló un rato de los planes emergentes y de cómo su pueblo resistiría, a puñetazo limpio incluso, la embestida y el zarpazo del imperio, quién tiene como único objetivo romperle las falanges de la dignidad a cualquier autodeterminado y soberano.
También tuvo tiempo de reflexionar sobre su propio futuro y por sobre todo explicarnos que, si algún día ya no estuviera con nosotros, otros continuarán en la defensa, a punta de ideas y de cañonazos, de cada uno de los logros y proyectos de su heroica patria.
Y es que, de qué manera nos habla un personaje con tanto pasado, presente y futuro. De qué modo esta especie de Capablanca, estratega en adelantar la jugada táctica para ofrecer el jaque y a veces el mate a sus peones rivales, escudados en la torre de la monserga hecha con la mano esclava, nos aconseja, en el tablero de la experiencia, a estar atentos a esos caballos con patas de palo astilladas por la montura del populismo.
A ordenar la ofensiva en contra de las damas y reyes del sistema de dominio que nunca, además, tendrán dedos para el piano y mucho menos uñas para tocar la guitarra que anuncie y traiga un cantar de buenas nuevas para el mundo. Estudien muchachos fue su arenga. Quizás sus palabras tenían un dejo de amargura, una cita perfecta de Guayasamín y sus manos yuxtapuestas al rostro ocultando así, el rictus doloroso de las miserias humanas. Los sucesos de Chernóbil y aquellos niños sobrevivientes se transformarían, cada día, en espejo de una lección demasiada dolorosa en la historia mutilada y amputada de la humanidad que él sentía como propia.
Un reflejo natural por su preocupación constante hacia las nuevas generaciones de jóvenes latinoamericanos y del mundo, actores pasivos en cada uno de sus países debido a tanta intoxicación capitalista y al abandono como ideario de sometimiento. Seremos como el Che fue nuestra modesta y casi ridícula respuesta. Y es que uno crece con la necesidad de tener parentela como esta y compartir una idea casi exacta de mirar el mundo pese a lo maltrecho, ovalado y ahuevado que lo han de ver.
Su mano derecha, esa que junto a sus hermanos de lucha analiza y traza justa el destino de la cuba socialista, isla de la fantasía hecha realidad, fue fraterna para aquella ocasión. Es la misma con la que no pudo evitar aquella caída que fracturó su hombro, dando su brazo a torcer a un poco de su integridad y dando el manoseado y mórbido festín a los canallas que desean su mutilación.
Era la misma extremidad que se desprende tajante para defender sus proyectos y que hoy estricta también, con puño y letra consecuente, nos viene a contar de sus debilidades y achaques y que de seguro lo harán surgir gigante para seguir palmoteando el hombro de muchos otros jóvenes, como nosotros esa vez, en gesto bondadoso y en llamado enérgico a seguir defendiendo a fondo, poniendo nuestras manos al fuego incluso, por el socialismo, su teoría y su practica.
Eso alcanzamos a conversar en aquella oportunidad en que el chasquido de tiempo, un mínimo, alcanzó a gatillar otro tiempo de presente y continua lucha que se pactó en el juramento que se permite al estrechar dos manos y decirse todo de una buena vez. Esa fue nuestra promesa y cómplice despedida de mano empuñada en alto y que vio alejarse, de verde consecuente cada día más verde y lleno de convicciones, al comandante revolucionario. Hombre grande que pese a todo lo que se pueda decir, no habrá forma de contradecir sus logros y menos empequeñecer sus acciones.
Duro con ellos, logré articular como último intercambio de ideas, según yo. Hagan lo que tienen que hacer, fueron las palabras arrancadas de su libreto revolucionario al extender su mano al generoso cielo que nos reunía. Copia exacta de aquellas que Durero obsequió a la historia describiendo en su incansable trazo anatómico, toda la contextura y texturas de la línea de la mano fuerte, de la elongación justa del hueso duro, la falange suave y transparente. De los fraternos escorzos del extremo superior extendido en reposo y estructurados en fieles gesticulaciones para toda piel bien pegada al cuerpo óseo.
Te escribo entonces este montón de párrafos con el puño y letra que dan los años, después de tanto años, con la única finalidad de volver a estrechar, a la distancia, al igual que en esos días de los años ´80 tu mano fuerte en un apretón histórico de puras buenas vibras y sellar así nuestro compromiso de por vida. De contarte que seguimos en la misma senda, aquella que en pocos segundos en esa oportunidad, logré transmitirte.
También para decirte que ni la proclama anticubana, con tanto lenguaje sordomudo y demasiado ciego, con el perdón de los ciegos y sordomudos, podrán mínimamente opacar tu historia, menos la de tu pueblo cubano y de todo lo ganado que ya no se pierde. Ya sabemos como viene la mano, mano de tahúres, mano que aprieta, mano negra enguantada que incluso ya se prepara para después de todas tus muertes. Te escribo desde estas tierras de la eterna desigualdad tan solo por que estás cada día más vivo Fidel. En otras palabras, a un hermano siempre se le entrega la mano. ¿Voy bien, hermano? Salud pues comandante.
CARTA ESCRITA A PIE PELADO o cómo homenajear la corta edad
En busca de tu exacto tranco andas niñita mía. Buscando y sintiendo tu cuerpo enterito, sus bondades al extenderlo simétrico y equilibrado para pisar terrena. En encontrar aquel despliegue corporal que no se mide ni en tallas ni en peso o el tamaño de la cabeza, ni en la nacionalidad que portes, menos por el caudal de billetes que se tenga o no se tenga. Lo tuyo tan solo se gesta en la suma necesaria de impulsos para ponerte de pié, sostenerte al piso y caminar pese a pelar tus rodillas y unas cuantas calvas canas me obsequiaste en la angustia de tu chiquito y precario nacimiento.
Qué decir de las dificultades a las que estuviste expuesta por tanta travesura prenatal. Tus juegos en la bolsa materna que en esa ocasión especuló demasiado me imagino, con tus entretenidas volteretas, ocasionando por un instante el nudo ciego que apretó tu pequeña y umbilical existencia, dando paso al nudo en nuestras atoradas gargantas por las malas noticias que se venían encima. Claro, alejaban toda posibilidad de un parto cualquiera, simple, de esos sencillos que normalmente se acostumbran.
Pero ya sé, estoy avisado, serás especial y tu buena salud lo reitera. Y por eso te disfruto y me alegra que cada día que pasa, normalizas tu estadía, y hoy lo demuestras en todos tus pasitos cortos y temerosos que intentas y que seguiremos estimulando hasta que el lumbago nuestro de cada día lo permita.
Para suerte nuestra y tuya, en un instante preciso, aquel de respirar fuerte y jalar el halo de oxigeno, que aferra a los grandes, curtiéndoles la piel de fortalezas y de necesaria energía en el despliegue que les toca, te hicieron grande y así evitaste el choque o las patadas que otorga el mundo que hoy se rinde a tus pies estilo empanaditas. Con la sombra de un mundo pequeño si se quiere, miserable a veces y que se nos presenta lleno de barricadas, que no hacen más que reafirmar nuestro tranco malabarista por la vida, ese de caminar en la cuerda floja e incluso con los pies descalzos y sobre harto fuego y a veces hasta sobre el frío vidrio molido. Pero no te preocupes, crecerás bajo el amparo y responsabilidad de tus padres, y en ese trance, chiquita, siempre estaremos dispuestos.
Contarte que te apuraste un poquito, hija. Querías llegar ansiosa al mundo. Mucho esfuerzo hiciste por presentarte hermosa, alegre, y de repente, te pegaste un salto al vacío, una enrollada que de seguro no tenías contemplada. Y me pregunto, a quién se le ocurre semejante necesidad de poblar tan rápido este vacío generacional, este vaciado y a la vez chistoso mundo que nos toca vivir y que nos tocará compartir contigo.
Explicártelo y por qué no, para eso son los sueños, reflexionarlo será mi misión y a ver si en una de esas, es posible darle el vuelco necesario para que puedas disfrutarlo plena junto a los que te rodeen. A esas generaciones nuevas que lograrás ver nacer y también podrás educar acaso ya no estemos junto a ti, cuando estiremos la pata.
¡Vamos piojito! te insistía esos eternos y desagradables primeros días, aquellos que llenos de maquinaria clínica, protegían tus debilidades y angustiaban las mías. ¡Vamos charanguito!, ¡Tú puedes! te invitaba desafinado e impotente ante tu sueño cansado y que inteligente administrabas en cada partícula oxigenada que tu cerebro recibía generoso y que buscaban preocupadas tu respiración suave, exigiéndote al máximo que minimizaras la taquicardia, esa que cobarde quería hacerte pisar el palito de reventar tu pequeño y valiente corazón. Que manejaras el pulso inestable, flácido y que tan solo el tiempo y las palpitaciones del reloj hospitalario acorazarían en pro de tu aliento necesario para seguir vivita y coleando.
¡Ya pues chiquita! gritaba silencioso en esas eternas trasnochadas neonatales, donde los dos nos estrechábamos fuerte, yo más fuerte que tu, prometiéndote al oído, obligándote a que entendieras contar conmigo y juntos estar por siempre. Promesa que no necesitó ni de tu sangre nueva, aquella que regaba honesta tus debilidades y menos de un notario cómplice como los que se acostumbran en esta tierra de las patadas bajo la mesa y que sirven para jurar en vano y contarse mentiras respecto a las relaciones humanas. Del abandono de los suyos a veces, de la crueldad y explotación, y cuántas otras prácticas que fomentan la discriminación racial, religiosa o de cualquier otra índole, incluso.
Los secretos que nos reveló la montaña dormida - ¿te acuerdas? - aquella mujercita del mito azteca, que solidaria prometió no levantarse jamás tan solo para verte crecer y que en estas horas de seguro alegra su rostro al sentir tu despertar y tus pasitos que corren, que saltarán, sin más ayuda que tu propia ayuda, los cerros que te acercarán armónica a la estrella que orienta el tranco del dominio y el equilibro perfecto en nuestra pasantía por el mundo.
Hoy te felicito por tus esfuerzos. Por el deber de driblar, justo con un año y medio, tu ansiado y demasiado urgente nacimiento. Más adelante comprenderás, te explicaré los detalles, de cuáles eran, y son, mis inquietudes al respecto y que en algún instante llenaron de caras largas, llantos, quebrantos, tristezas y preocupaciones a nuestro entorno, que vaciaba todas sus buenas vibras junto a nuestras esperanzas y temores por verte saludable. Por la fuerza además que contagias a quienes te comparten.
Deja contarte que yo también respiro contigo. Siempre intento contagiarte mi aire, el bueno, el tabaquero crónico espero que poco y nada. Siempre también trataré de traspasarte mi estado de ánimo, ese que se aferra en los deseos, en la alegría, en la bronca, en las responsabilidades, incluso en las más irresponsables. En todas aquellas cosas que, dicen, se transmiten por obra y gracia del sentido común, heredado en largas jornadas de antepasados.
Te regalo entonces toda y cada una de mis pertenencias identitarias, incluso la guitarra, a modo de ayudar en algo tu inocente carga de ausencias y que de seguro, consciente, irás encontrando en el camino que aferra la existencia de nuestras pequeñas y frágiles vidas.
Y es que nadie nace parado Emilia, escucha también Elisa, guitarrita. Si bien el descalce de tu tropiezo al nacer ya tan solo son huellas, como aquellas en el agua, que se borran en un instante, como esas que nuestros ojos llorones y moquientos te obsequiaron por la ternura en tu rostro agitado, delicado, como los volantines, decirte que nuestra memoria, esta que cada día se enfrenta al parado en una hilacha olvido, siempre recordará tus manitos moradas, que enmudecían tu nacimiento. Siempre sabrá de la deuda impotente de no saber qué más hacer en aquel nacimiento de mierda que casi te cuesta la vida.
Decirte a propósito que tu caminar estará expuesto a pisar el excremento que nuestras sociedades botan en forma reiterada, y deja decirte además que pisar mierda no trae buena suerte, para suerte nuestra, pero será una constante en tu vida, me consta. Espero consideres contar conmigo, una especie de confort si tu quieres, para cuando sea necesario.
Como te decía, eso ya es historia piojo mío, charanguito afinado, ahora tu estarás a cargo de esta armónica etapa en la cual tu disonante viejo te acompañará sin más explicaciones y por que sé que ahora con el mundo a tus pies y que terrenal te miras plena, requiere de más cuidados mi niñita.
Y es que verte gatear tu corta edad a punta de dificultades, alargando ansiosa las desconcentradas extremidades, en la maniobra exigente y el ejercicio terapeuta eterno, pero sin duda, generoso, dieron pié a tu nueva postura, erguida, vertical, la definitiva, que te entusiasman. Aquella que te provoca entre emoción de sonrisa ancha y delgada ansiedad por la vida y que se pule en los trancos torpes y a veces amontonados en tu nueva ruta, especie de ruta maya mapuche, diría yo, llena de baches y caminos cortados y que al final del día, deberás sortear con el elástico dialéctico y por las mañanas, levantarte con el pié izquierdo para la andanza de la enseñanza y así galopar en este camino estrecho, porfiado a veces, y abrir la senda que iremos trazando para seguir caminando y seguir llegando, quedarse y no volver a recordar, ese triste pasado.
Hermosa ahora te cuelgas de la tierra, de esta tierra chiquita y compleja, que no te vio nacer y que para suerte patiperra te verá crecer más allá de su estrecha mirada, de su miope y poco extensa sabiduría y que de seguro se trastabillará oportunista y patera, como siempre lo hace, para ofrecerte su lánguido caminar ortopédico de país como el culo por su displacia política, social, económica y cultural que atesora al igual que los piratas con pata de palo.
Y es que hermosa y plena equilibras tu andar primario, aún temeroso, pero valiente de pisar talante todo lo que venga en dirección contraria a tu modesta estatura, tanto por tus piecesitos frágiles, que cada día te enaltecen, como también, porque sabrás inteligente sortear cada uno de los codazos, rodillazos, canillazos, puntapiés y otras maromas que gentilmente te obsequiará el soterrado y maricón sistema de vida que hoy nos pisa.
Haz de saber que cuando voy al trabajo, pese a que siempre escasea, pienso en ti. Por las calles del barrio, este que ya ni siquiera luce bello por tanta inmundicia arquitectónica, pienso en ti. Caminando en la tierra del zapateo calloso y el juanetero pie de cueca que a lo lejos se escucha, te oigo y pienso en ti. Al imaginar que estás tan lejos del guarache y el jarabe tapatío, que te descalzan al pertenecer a dos partes al mismo tiempo, también pienso en ti. Patitas para qué las quiero, cuando la protesta, pienso en ti.
Y si de recordar se trata, lo mismo me pasa con tu hermana grandota y cariñosa. Esa que crece dulce y generosa, a veces quisquillosa. Deja escribirte, a propósito, que pienso en ella también, y que la quiero tanto como a ti... más que a ti incluso, no en vano es la mayor y más tiempo la he tenido conmigo. Indicarte que ustedes son mi talón de Aquiles.
Decirte además, que ella, ha sido fundamental en el apoyo a tu desarrollo físico, a tu necesidad de crecer contagiada por el virus de la hermandad, la del cariño, por la de la entrega sin pedir nada a cambio. Ella, que no da pie a torcer por tanto cariño pródigo para quienes la rodean y especialmente para ti, pese a su celo profesional y la pataleta de algún instante de ya no ser el único huésped de mi corazón cuarentón.
Deja relatarte que ya salta en cuatro ruedas, gozando su pié de atleta en busca de su perfecta performance arriba de los patines. Concentrada a más en todas las actividades que realiza. Acreedora al igual, de un medallero modesto pero significativo que la engrandecen por su responsable actitud de ir forjando la vida, pese a sus porfías y rabietas, de tener bien firmes los pies en la tierra sin necesidad de ninguna orden cuartelera, del firmes ya, del trote recluta que promueve un país demasiado acalambrado, uniforme y soso y que añora dejar a sus hijos atados de pies, manos y cabeza en pos del orden de esta pateada patria espuria tan poco sabia al estímulo físico e intelectual de sus nuevas generaciones.
Termino emilita entonces, termino elisita entonces, bellas palomas caminantes, tan solo para decirles, más bien quiero contarles, que hoy solo las quiero así, caminando. Para mañana las querré por siempre. Recordé a Víctor Jara justo ahora, justo ahora en tus pasos charango, en tu caminando, caminando, pensando en ti. Pensando también en mi padre aquel que sosegó sus pasos un día como estos. A cuantos otros que ya no caminan nuestro tranco.
Gusto me daría que el abuelo te viera, las viera en sus andanzas. Que viera sus pomposos y traviesos andares, que disfrutara la conversación primaria y las más afinadas que ustedes practican en su cotidianeidad. Que lo llamaran y se aprehendieran de sus pies cansados y así llevar simbólicamente a cuestas a su hijo, a este hijo que lo extraña demasiado pero que hoy, al realizar este ejercicio de piso, sin aparato alguno, se vitaliza al homenajearlas, a ustedes, a ellos y también a miles de hermanos nuestros que ya no caminarán junto a nosotros, pero que con su tranco en la memoria, nos corrigen el andar y nos enseñan la postura correcta que debemos llevar por siempre pese a lo encorvado que me han de ver en mi acalambrada caminata.
En busca de tu exacto tranco andas niñita mía. Buscando y sintiendo tu cuerpo enterito, sus bondades al extenderlo simétrico y equilibrado para pisar terrena. En encontrar aquel despliegue corporal que no se mide ni en tallas ni en peso o el tamaño de la cabeza, ni en la nacionalidad que portes, menos por el caudal de billetes que se tenga o no se tenga. Lo tuyo tan solo se gesta en la suma necesaria de impulsos para ponerte de pié, sostenerte al piso y caminar pese a pelar tus rodillas y unas cuantas calvas canas me obsequiaste en la angustia de tu chiquito y precario nacimiento.
Qué decir de las dificultades a las que estuviste expuesta por tanta travesura prenatal. Tus juegos en la bolsa materna que en esa ocasión especuló demasiado me imagino, con tus entretenidas volteretas, ocasionando por un instante el nudo ciego que apretó tu pequeña y umbilical existencia, dando paso al nudo en nuestras atoradas gargantas por las malas noticias que se venían encima. Claro, alejaban toda posibilidad de un parto cualquiera, simple, de esos sencillos que normalmente se acostumbran.
Pero ya sé, estoy avisado, serás especial y tu buena salud lo reitera. Y por eso te disfruto y me alegra que cada día que pasa, normalizas tu estadía, y hoy lo demuestras en todos tus pasitos cortos y temerosos que intentas y que seguiremos estimulando hasta que el lumbago nuestro de cada día lo permita.
Para suerte nuestra y tuya, en un instante preciso, aquel de respirar fuerte y jalar el halo de oxigeno, que aferra a los grandes, curtiéndoles la piel de fortalezas y de necesaria energía en el despliegue que les toca, te hicieron grande y así evitaste el choque o las patadas que otorga el mundo que hoy se rinde a tus pies estilo empanaditas. Con la sombra de un mundo pequeño si se quiere, miserable a veces y que se nos presenta lleno de barricadas, que no hacen más que reafirmar nuestro tranco malabarista por la vida, ese de caminar en la cuerda floja e incluso con los pies descalzos y sobre harto fuego y a veces hasta sobre el frío vidrio molido. Pero no te preocupes, crecerás bajo el amparo y responsabilidad de tus padres, y en ese trance, chiquita, siempre estaremos dispuestos.
Contarte que te apuraste un poquito, hija. Querías llegar ansiosa al mundo. Mucho esfuerzo hiciste por presentarte hermosa, alegre, y de repente, te pegaste un salto al vacío, una enrollada que de seguro no tenías contemplada. Y me pregunto, a quién se le ocurre semejante necesidad de poblar tan rápido este vacío generacional, este vaciado y a la vez chistoso mundo que nos toca vivir y que nos tocará compartir contigo.
Explicártelo y por qué no, para eso son los sueños, reflexionarlo será mi misión y a ver si en una de esas, es posible darle el vuelco necesario para que puedas disfrutarlo plena junto a los que te rodeen. A esas generaciones nuevas que lograrás ver nacer y también podrás educar acaso ya no estemos junto a ti, cuando estiremos la pata.
¡Vamos piojito! te insistía esos eternos y desagradables primeros días, aquellos que llenos de maquinaria clínica, protegían tus debilidades y angustiaban las mías. ¡Vamos charanguito!, ¡Tú puedes! te invitaba desafinado e impotente ante tu sueño cansado y que inteligente administrabas en cada partícula oxigenada que tu cerebro recibía generoso y que buscaban preocupadas tu respiración suave, exigiéndote al máximo que minimizaras la taquicardia, esa que cobarde quería hacerte pisar el palito de reventar tu pequeño y valiente corazón. Que manejaras el pulso inestable, flácido y que tan solo el tiempo y las palpitaciones del reloj hospitalario acorazarían en pro de tu aliento necesario para seguir vivita y coleando.
¡Ya pues chiquita! gritaba silencioso en esas eternas trasnochadas neonatales, donde los dos nos estrechábamos fuerte, yo más fuerte que tu, prometiéndote al oído, obligándote a que entendieras contar conmigo y juntos estar por siempre. Promesa que no necesitó ni de tu sangre nueva, aquella que regaba honesta tus debilidades y menos de un notario cómplice como los que se acostumbran en esta tierra de las patadas bajo la mesa y que sirven para jurar en vano y contarse mentiras respecto a las relaciones humanas. Del abandono de los suyos a veces, de la crueldad y explotación, y cuántas otras prácticas que fomentan la discriminación racial, religiosa o de cualquier otra índole, incluso.
Los secretos que nos reveló la montaña dormida - ¿te acuerdas? - aquella mujercita del mito azteca, que solidaria prometió no levantarse jamás tan solo para verte crecer y que en estas horas de seguro alegra su rostro al sentir tu despertar y tus pasitos que corren, que saltarán, sin más ayuda que tu propia ayuda, los cerros que te acercarán armónica a la estrella que orienta el tranco del dominio y el equilibro perfecto en nuestra pasantía por el mundo.
Hoy te felicito por tus esfuerzos. Por el deber de driblar, justo con un año y medio, tu ansiado y demasiado urgente nacimiento. Más adelante comprenderás, te explicaré los detalles, de cuáles eran, y son, mis inquietudes al respecto y que en algún instante llenaron de caras largas, llantos, quebrantos, tristezas y preocupaciones a nuestro entorno, que vaciaba todas sus buenas vibras junto a nuestras esperanzas y temores por verte saludable. Por la fuerza además que contagias a quienes te comparten.
Deja contarte que yo también respiro contigo. Siempre intento contagiarte mi aire, el bueno, el tabaquero crónico espero que poco y nada. Siempre también trataré de traspasarte mi estado de ánimo, ese que se aferra en los deseos, en la alegría, en la bronca, en las responsabilidades, incluso en las más irresponsables. En todas aquellas cosas que, dicen, se transmiten por obra y gracia del sentido común, heredado en largas jornadas de antepasados.
Te regalo entonces toda y cada una de mis pertenencias identitarias, incluso la guitarra, a modo de ayudar en algo tu inocente carga de ausencias y que de seguro, consciente, irás encontrando en el camino que aferra la existencia de nuestras pequeñas y frágiles vidas.
Y es que nadie nace parado Emilia, escucha también Elisa, guitarrita. Si bien el descalce de tu tropiezo al nacer ya tan solo son huellas, como aquellas en el agua, que se borran en un instante, como esas que nuestros ojos llorones y moquientos te obsequiaron por la ternura en tu rostro agitado, delicado, como los volantines, decirte que nuestra memoria, esta que cada día se enfrenta al parado en una hilacha olvido, siempre recordará tus manitos moradas, que enmudecían tu nacimiento. Siempre sabrá de la deuda impotente de no saber qué más hacer en aquel nacimiento de mierda que casi te cuesta la vida.
Decirte a propósito que tu caminar estará expuesto a pisar el excremento que nuestras sociedades botan en forma reiterada, y deja decirte además que pisar mierda no trae buena suerte, para suerte nuestra, pero será una constante en tu vida, me consta. Espero consideres contar conmigo, una especie de confort si tu quieres, para cuando sea necesario.
Como te decía, eso ya es historia piojo mío, charanguito afinado, ahora tu estarás a cargo de esta armónica etapa en la cual tu disonante viejo te acompañará sin más explicaciones y por que sé que ahora con el mundo a tus pies y que terrenal te miras plena, requiere de más cuidados mi niñita.
Y es que verte gatear tu corta edad a punta de dificultades, alargando ansiosa las desconcentradas extremidades, en la maniobra exigente y el ejercicio terapeuta eterno, pero sin duda, generoso, dieron pié a tu nueva postura, erguida, vertical, la definitiva, que te entusiasman. Aquella que te provoca entre emoción de sonrisa ancha y delgada ansiedad por la vida y que se pule en los trancos torpes y a veces amontonados en tu nueva ruta, especie de ruta maya mapuche, diría yo, llena de baches y caminos cortados y que al final del día, deberás sortear con el elástico dialéctico y por las mañanas, levantarte con el pié izquierdo para la andanza de la enseñanza y así galopar en este camino estrecho, porfiado a veces, y abrir la senda que iremos trazando para seguir caminando y seguir llegando, quedarse y no volver a recordar, ese triste pasado.
Hermosa ahora te cuelgas de la tierra, de esta tierra chiquita y compleja, que no te vio nacer y que para suerte patiperra te verá crecer más allá de su estrecha mirada, de su miope y poco extensa sabiduría y que de seguro se trastabillará oportunista y patera, como siempre lo hace, para ofrecerte su lánguido caminar ortopédico de país como el culo por su displacia política, social, económica y cultural que atesora al igual que los piratas con pata de palo.
Y es que hermosa y plena equilibras tu andar primario, aún temeroso, pero valiente de pisar talante todo lo que venga en dirección contraria a tu modesta estatura, tanto por tus piecesitos frágiles, que cada día te enaltecen, como también, porque sabrás inteligente sortear cada uno de los codazos, rodillazos, canillazos, puntapiés y otras maromas que gentilmente te obsequiará el soterrado y maricón sistema de vida que hoy nos pisa.
Haz de saber que cuando voy al trabajo, pese a que siempre escasea, pienso en ti. Por las calles del barrio, este que ya ni siquiera luce bello por tanta inmundicia arquitectónica, pienso en ti. Caminando en la tierra del zapateo calloso y el juanetero pie de cueca que a lo lejos se escucha, te oigo y pienso en ti. Al imaginar que estás tan lejos del guarache y el jarabe tapatío, que te descalzan al pertenecer a dos partes al mismo tiempo, también pienso en ti. Patitas para qué las quiero, cuando la protesta, pienso en ti.
Y si de recordar se trata, lo mismo me pasa con tu hermana grandota y cariñosa. Esa que crece dulce y generosa, a veces quisquillosa. Deja escribirte, a propósito, que pienso en ella también, y que la quiero tanto como a ti... más que a ti incluso, no en vano es la mayor y más tiempo la he tenido conmigo. Indicarte que ustedes son mi talón de Aquiles.
Decirte además, que ella, ha sido fundamental en el apoyo a tu desarrollo físico, a tu necesidad de crecer contagiada por el virus de la hermandad, la del cariño, por la de la entrega sin pedir nada a cambio. Ella, que no da pie a torcer por tanto cariño pródigo para quienes la rodean y especialmente para ti, pese a su celo profesional y la pataleta de algún instante de ya no ser el único huésped de mi corazón cuarentón.
Deja relatarte que ya salta en cuatro ruedas, gozando su pié de atleta en busca de su perfecta performance arriba de los patines. Concentrada a más en todas las actividades que realiza. Acreedora al igual, de un medallero modesto pero significativo que la engrandecen por su responsable actitud de ir forjando la vida, pese a sus porfías y rabietas, de tener bien firmes los pies en la tierra sin necesidad de ninguna orden cuartelera, del firmes ya, del trote recluta que promueve un país demasiado acalambrado, uniforme y soso y que añora dejar a sus hijos atados de pies, manos y cabeza en pos del orden de esta pateada patria espuria tan poco sabia al estímulo físico e intelectual de sus nuevas generaciones.
Termino emilita entonces, termino elisita entonces, bellas palomas caminantes, tan solo para decirles, más bien quiero contarles, que hoy solo las quiero así, caminando. Para mañana las querré por siempre. Recordé a Víctor Jara justo ahora, justo ahora en tus pasos charango, en tu caminando, caminando, pensando en ti. Pensando también en mi padre aquel que sosegó sus pasos un día como estos. A cuantos otros que ya no caminan nuestro tranco.
Gusto me daría que el abuelo te viera, las viera en sus andanzas. Que viera sus pomposos y traviesos andares, que disfrutara la conversación primaria y las más afinadas que ustedes practican en su cotidianeidad. Que lo llamaran y se aprehendieran de sus pies cansados y así llevar simbólicamente a cuestas a su hijo, a este hijo que lo extraña demasiado pero que hoy, al realizar este ejercicio de piso, sin aparato alguno, se vitaliza al homenajearlas, a ustedes, a ellos y también a miles de hermanos nuestros que ya no caminarán junto a nosotros, pero que con su tranco en la memoria, nos corrigen el andar y nos enseñan la postura correcta que debemos llevar por siempre pese a lo encorvado que me han de ver en mi acalambrada caminata.
CARTA ESCRITA CON BISTURÍ o cómo contarse la carne a pedacitos
Güerita preciosa, amiga. Espero cuando recibas estas líneas, especie de puntos en la herida que provoca la distancia, toda actividad productiva, social, carnal y neonatal de tu pujante Bucaramanga, se haya congelado cual témpano y glaciar antártico en aras de una cálida bienvenida para ti.
Algún recibimiento apoteósico con matraca y acordeón cumbianchero bien mareado y meneadito, casi a la altura de los países en vías de algo o de cualquier cosa, como aquellos que bien retrata Emir Kosturika, se estará gestando en estas horas de algarabía casi popular, supongo, tanto por los que te aprecian y por algún otro ser de esas tierras, de esos que no se achicopalan y menos arrugan el cuerpo para celebrar y recibir a sus pro hombres y mujeres de la diáspora.
Por lo menos un poco de impacto mediático en la prensa escrita y uno que otro choque de vasos, bien llenos y eternos, merece recibir una de sus hijas prócer, que para fortuna de la humanidad, debido a sus dotes y esfuerzos de modelo ideal, mujer abnegada en los menesteres de la liposucción, abultarán la agenda histórica de la provincia aquella, rellenando aún más, el gordo álbum de los hijos ilustres que por allí nacieron alguna vez y que siempre, por diversos motivos, flaquean por su ausencia.
También para recordar que llegar a sentir, de nuevo, que todo pasado fue pasado por el velocímetro del tiempo y que las huellas de memoria, que algún día formaron tu neurona viajera, son el mejor aliado para que entiendas y te preguntes ¡qué mierda estoy haciendo acá!
Te solicito además que exijas las llaves del reino del respeto. También las de todas las clínicas cirujanas del barrio, más de alguna requerirá de tus servicios, y de paso, abras tu corazón a la tierra generosa y siempre añorada que en un aplauso cerrado te acoge. Yo mientras tanto hago lo mismo a pesar que tan solo, a estas alturas del año, Santiago destila únicamente barro y lodo producto de un invierno demasiado como siempre y donde los aplausos, que uno espera, no se escuchan por tanto guante calefactor que entibia el frío estilo de vida de este pueblo moribundo de alegrías y por que pareciera que las llaves hace rato se me perdieron.
Tal vez lo veo así por que además tengo la mala costumbre de llevar a cuestas una incontrolable necesidad de salir y entrar continuamente de la chilenidad, especie de limbo ausente y muchas veces desconocido. Y es que fácilmente me viene el ahogo güerita, ni siquiera mi protuberante nariz lo impide. Bochorno al encierro le llaman.
Y no pienses tampoco que paso encerrado en la maleta viajera, pero confieso que me cuestan un poco los paisanos. Se me van enredando en la práctica cotidiana y en la palabra agotada. Tal vez por eso necesito hablar para afuera, contigo, con aquel otro, el dentista del alma y arquitecto de su vida, tu esposo, con los amigos varios que para mala fortuna, siempre andan en la ruta de la vagancia universal.
A pesar de ello, resisto estoico, con la pose necesaria y el pellejo duro de roer, el paso modorro que incomoda el gesto, el acto, la vida y continúo en la senda de estar bien despierto, lleno de iniciativas que acorten, un poco, la brecha somnolienta que propone este contexto y entorno.
No me imagino mejor testimonio, en esta nueva odisea de volver a tu casa patria. Una especie de oda a tus meritos de loable personaje, sacado, tal vez, de los libros de aquel poeta colombiano Arciniegas, Germán, cuyo germen literario apenas comentados alguna vez, en aquel anonimato de las escaleras de Unicornio, nuestra calle migrante, bella metáfora del galope nuestro de cada día en aquella picuda vivienda de la Ciudad de México, lo transformaron en un injerto de añoranza y en una suerte de simple héroe desconocido, o sea, un héroe a seguir a pié juntillas.
Seguramente su residencia abstracta en ese macondo chilango, librero lleno de trompetas y cantos a la vida, vivirá para toda la vida y eternamente en cada uno de nosotros y no tan solo cien años como lo hubiera querido el realista mágico de apellido engarbado y que también fue parte de toda la comunidad que lleva a cuestas la famosa FM2, forma migratoria educada, que a la letra agradece la presencia extranjera, siempre y cuando sea hasta el vencimiento del plazo y ojalá nunca más se te ocurra volver, salvo que nacionalices tu identidad en la promesa de un futuro esplendor ofrecido en módicas cuotas de humillación por parte de los legionarios gobernantes de turno.
Hasta el mismísimo Botero ha de sentir la presión de andar pintando y esculpiendo gordas feas y no tener ojos para hacerte un guiñito cálido y refrescante a tu sonrisa y a las nuevas habilidades con cuchillo, adquiridas durante el tiempo del estudio cirujano, ese de ajustar las carnes flácidas y también reconstruir averías y heridas corporales de quien lo requiera.
En eso andas también, tratando de rearmar tu historia, injertando el parche de la memoria antes que la herida del olvido se abra definitiva por tanta carencia obligada, y que después de más de seis años sueñas cerrar, con hilo de la cercanía, ese que cicatriza las lejanas distancias, en compañía de tus seres queridos. Eso sí, siempre hazte acompañar de las esmeriladas convicciones y bisturiles deseos, reconocidos en el fino y noble oficio de meterse en cuanta orfandad escareada de belleza de las personas, y que de seguro encontraran cabida en el reino humano que pretendes reconquistar. Qué menos.
Ya vislumbro al campeón Montoya, ése de la fórmula uno, aquel que los levantaba muy de temprano y acostaba felices por el triunfo en las pistas, arrepintiéndose en estos precisos instantes de no tener la pócima correcta para ficharte en su escudería, en una de esas, tan solo para pedirte asesoría en el dibujo y el trazo cirujano respecto a cuál será la línea más corta que evite la recta, para llegar más temprano a la meta o tan solo para que le corrijas algún volumen de su, imagino, lastimado cuerpo carretero.
Capaz que al campeón se le ocurra preguntarle, al gurú mexicano-colombiano, ahora chino de tanto tai chi, arcángel y esposo tuyo, sobre algunos consejillos de meditación, aquella que tan bien aprendió gracias al control remoto en una mano y la parabólica en la otra o tal vez en esos desvaríos por calzada de Tlálpan, montado en la moto color mariquita que hasta el mismísimo bruno, el perrito guardián de nuestras exiliadas vidas, pretendió, alguna vez, comerse enterita a falta de filetes y huesitos de verdad por la demasiada comida empaquetada que debía aperrar y también soportar.
A propósito, aproveche usted, para el día de la recepción, que la paseen sobre el capó del auto más chulo del condado, espero engalanado con globitos y condones de muchos colores, con la música de la chaquira –mijita tonta pero rica- a todo volumen y así puedas echar tu pelo chasquilludo al viento, junto con el delantal carnicero flameando como bandera en pose de realismo socialista, regando con pétalos de cempasúchitl el empedrado de piedras que la urbe bucaramense te ofrece en estas horas de dicha, contracción, felicidad y claro está, armonía de la buena.
Qué dirá la rica y perfumada Laurita Restrepo –todos por allá al parecer se apellidan Restrepo-, quizás en su delirio, no le guste el asunto de que la apoquen y opaquen aquellos que se entregan en cuerpo y alma a sus designios y en este caso al retorno. Dicen que existe el alma y que ésta –si es que existe- se encarga de armar los deseos terrenales contra viento, marea y aguaceros, incluso los de seis de la tarde en la urbe azteca. Ese es tu caso güera. La escritora no lo sabe y eso la ha de tener enferma de coraje. Además que siempre le anda buscando los males al mundo, bien por ella. Y es que junto con no saber de tu bien aclanada y bella vida, la muy condenada podría remediar semejante falta, por último, publicando en alguna columna de opinión o en una gaceta local, una oda para ustedes los Rey Meléndez y sienta en carne propia, no injertada, vuestro paso por el mundo, siempre tan lleno, tan digno y diplomado de la fraterna alegría. Bien bueno sería.
Ya me imagino el fiestón de recepción. La veo, a usted, incólume y sin arrugar el seño y menos sus cosenos ante tanta jodedera y timbao tangencialmente ensordecedores. Envuelta y suelta de cuerpo, enseñando la danza, mezcla de jarabe tapatío, banda norteña, cumbia y alguna influencia de mis precarios ritmos andinos, a tu paisanada ágil en esos menesteres. Por algo dice la historia, que las colombias, tierra de rumba caliente, son el ideal para la sobrevivencia de la especie humana.
El tintico caliente, sus harepas, con muda - aunque se enoje el arcángel- y su ruido de fritanga chorreando a nuestro segundo piso, llenas de papa y queso amistoso gracias a la enjundia casera que da la armónica convivencia y bebencia, son testimonio de la riqueza de ustedes y de la angustia de mi tripa por volverlas a probar. Por lo menos eso me queda en limpio después de bailar tres años - toda una vida – sus orígenes, identidad y las más reflexivas charlas que haya tenido últimamente.
Un ballenato en tu honor me estoy bailando, con be larga de la buena para que dure más y sea fandango, y monumental como las ballenas del Atlántico, si es que existen o las hay, para transformarlo en mambo, por ese tiempo de residencia en la tierra de los chiles, frijoles y tortillas entrecruzadas por la esperanza y olores de nuestras tierras de origen.
Ya veo al carnicero del barrio, cortando algún filetito, de esos que tanto gustaba la niña antes de salir de Colombia, en agradecimiento a tu retorno de marchantita novel y ahora clienta experta. A este don Filemón, diestro del cuchillo, el burlete y la cierra huesera, para los caldos de bucará, solicitándote alguna clasecita y así llevar a cabo su ansiado proyecto de tener una carnicería que incluya el famoso corte estilo cirujano. Lo imagino descuartizando vacunos y cantando el matarí lerí lerón y a ti, corrigiéndole el pulso en clases magistrales hechas en poguerpoint, confeccionadas y diseñadas por tu maridito, aquel hombre que siempre mira hacia el sur por tanto norte que le ha tocado.
Al reaccionario cura del pueblo, de seguro otro Restrepo y lo menos parecido al gran Camilo Torres, con su cara colorada y pasado a vino, atragantado por tanto placer mundano que le ofrecen generoso(a)s algunos ciervos de dios y habitúes de la misa, acogerte en su regazo parroquial, supongo con buenas intenciones y pedir por tu felicidad en esta nueva etapa.
Hasta misa me imagino habrá en tu honor y de paso un cajón de vinito oriundo de estas tierras australes. Trata en todo caso, de sacarle las espinas a la ostia, comentan aquellos que la consumen, causa infertilidad y decadencia, de la buena, a la hora de picar la flor del amor, por que al parecer lo transforma en pecado.
Presuroso don Marcial -¿Restrepo?- el alcalde, prepara la fiesta en el pueblo. Y cómo no, sugerir en su discurso de bienvenida, cargado de algunos pasajes de índole política, la fina intención de que te enroles y pases a formar parte del partido gobernante, y así ofrecer tus mágicos conocimientos en pos de la patria, de aquel pueblo que se imagina el tal Uribe, el fino mozo educado con el delantal de los carniceros, a quién los transplantes de seso que otorga su patrón del norte lo han americanizado tanto, que goza machacando las costillas de toda tu paisanada con la ametralladora ideológica del neoliberalismo y su plan Colombia, todo en pos de la paz y de los leales valores de la patria... bla , bla, bla.Por ahí veo también a las envidiosas del pueblo, viejas verdes e histéricas, inflamarse cual viles zopilotes ante tu colibrí presencia, e impresionarse, rojas de envidia, por que una de las suyas, aquella flaquita ojerosa y sin dientes, supongo, aquella que se casó con el mejor partido del pueblo, con ese tal hombre con apellido monárquico, venga a enrostrarles a ellas, pulcras y verdaderas princesillas de casa, sus dotes quirúrgicos y cualidades físicas, producto de tanto vivir afuera y de tanto cortar carne para dentro. Ya me las imagino, pinches viejas envidiosas.
En fin, güerever preciosa, así somos y aquí estamos. Me hacia falta esta carta. Es un modesto homenaje para la ausencia de ustedes. Ya sabes que ésta, la ausencia, a veces llena todo con su presencia. Tan solo espero que vuestro retorno sea el mejor y que pronto, al igual que nosotros, se puedan consolidar y de paso fecundar todo lo soñado durante vuestro periplo mexicano-colombiano. Son mis mejores deseos –gran valor esta palabra- y los mejores deseos de quienes los llevan siempre en la mochila que contiene los tesoros más preciados y recuerdos más sentidos.
Vaya para ti entonces, con un dejo lagrimoso, por tanta bomba lacrimógena que regala la irritante represión en Chile, un apretado abrazo con su respectivo beso. Ya sabrás que Septiembre, en este país, suele cerrar las puertas con el candado de la hipocresía y el olvido. Además que todos los años se llena de portazos, que aprietan los dedos de la decencia y la memoria de este pueblo demasiado amnésico.
Ayer se quemaba un ventanal de La Moneda. Tal vez ardía en señal de lo atarantado, cobarde y burlesco de esta transición. Seguramente mañana, palacio necesite urgente tus servicios de cirugía mayor a modo de arreglarle, de una vez por todas, la careta y fachada farsante a esto que llaman democracia, libertaria pero protegida, democrática pero binominal, participativa pero excluyente.
Y a propósito y antes que se me olvide, particípale un gran abrazo y saludos al marica antisocial, arcángel esposo tuyo y por supuesto, todo nuestro cariño ausente para la gran Daniela, tu bella y gran hija. También, por qué no, transmite mis saludos para el cagón y meón perrito Bruno Rey, de seguro ya transplantado en el patio trasero de tu natal Bucaramanga-ra-ti-te-re fue.
Güerita preciosa, amiga. Espero cuando recibas estas líneas, especie de puntos en la herida que provoca la distancia, toda actividad productiva, social, carnal y neonatal de tu pujante Bucaramanga, se haya congelado cual témpano y glaciar antártico en aras de una cálida bienvenida para ti.
Algún recibimiento apoteósico con matraca y acordeón cumbianchero bien mareado y meneadito, casi a la altura de los países en vías de algo o de cualquier cosa, como aquellos que bien retrata Emir Kosturika, se estará gestando en estas horas de algarabía casi popular, supongo, tanto por los que te aprecian y por algún otro ser de esas tierras, de esos que no se achicopalan y menos arrugan el cuerpo para celebrar y recibir a sus pro hombres y mujeres de la diáspora.
Por lo menos un poco de impacto mediático en la prensa escrita y uno que otro choque de vasos, bien llenos y eternos, merece recibir una de sus hijas prócer, que para fortuna de la humanidad, debido a sus dotes y esfuerzos de modelo ideal, mujer abnegada en los menesteres de la liposucción, abultarán la agenda histórica de la provincia aquella, rellenando aún más, el gordo álbum de los hijos ilustres que por allí nacieron alguna vez y que siempre, por diversos motivos, flaquean por su ausencia.
También para recordar que llegar a sentir, de nuevo, que todo pasado fue pasado por el velocímetro del tiempo y que las huellas de memoria, que algún día formaron tu neurona viajera, son el mejor aliado para que entiendas y te preguntes ¡qué mierda estoy haciendo acá!
Te solicito además que exijas las llaves del reino del respeto. También las de todas las clínicas cirujanas del barrio, más de alguna requerirá de tus servicios, y de paso, abras tu corazón a la tierra generosa y siempre añorada que en un aplauso cerrado te acoge. Yo mientras tanto hago lo mismo a pesar que tan solo, a estas alturas del año, Santiago destila únicamente barro y lodo producto de un invierno demasiado como siempre y donde los aplausos, que uno espera, no se escuchan por tanto guante calefactor que entibia el frío estilo de vida de este pueblo moribundo de alegrías y por que pareciera que las llaves hace rato se me perdieron.
Tal vez lo veo así por que además tengo la mala costumbre de llevar a cuestas una incontrolable necesidad de salir y entrar continuamente de la chilenidad, especie de limbo ausente y muchas veces desconocido. Y es que fácilmente me viene el ahogo güerita, ni siquiera mi protuberante nariz lo impide. Bochorno al encierro le llaman.
Y no pienses tampoco que paso encerrado en la maleta viajera, pero confieso que me cuestan un poco los paisanos. Se me van enredando en la práctica cotidiana y en la palabra agotada. Tal vez por eso necesito hablar para afuera, contigo, con aquel otro, el dentista del alma y arquitecto de su vida, tu esposo, con los amigos varios que para mala fortuna, siempre andan en la ruta de la vagancia universal.
A pesar de ello, resisto estoico, con la pose necesaria y el pellejo duro de roer, el paso modorro que incomoda el gesto, el acto, la vida y continúo en la senda de estar bien despierto, lleno de iniciativas que acorten, un poco, la brecha somnolienta que propone este contexto y entorno.
No me imagino mejor testimonio, en esta nueva odisea de volver a tu casa patria. Una especie de oda a tus meritos de loable personaje, sacado, tal vez, de los libros de aquel poeta colombiano Arciniegas, Germán, cuyo germen literario apenas comentados alguna vez, en aquel anonimato de las escaleras de Unicornio, nuestra calle migrante, bella metáfora del galope nuestro de cada día en aquella picuda vivienda de la Ciudad de México, lo transformaron en un injerto de añoranza y en una suerte de simple héroe desconocido, o sea, un héroe a seguir a pié juntillas.
Seguramente su residencia abstracta en ese macondo chilango, librero lleno de trompetas y cantos a la vida, vivirá para toda la vida y eternamente en cada uno de nosotros y no tan solo cien años como lo hubiera querido el realista mágico de apellido engarbado y que también fue parte de toda la comunidad que lleva a cuestas la famosa FM2, forma migratoria educada, que a la letra agradece la presencia extranjera, siempre y cuando sea hasta el vencimiento del plazo y ojalá nunca más se te ocurra volver, salvo que nacionalices tu identidad en la promesa de un futuro esplendor ofrecido en módicas cuotas de humillación por parte de los legionarios gobernantes de turno.
Hasta el mismísimo Botero ha de sentir la presión de andar pintando y esculpiendo gordas feas y no tener ojos para hacerte un guiñito cálido y refrescante a tu sonrisa y a las nuevas habilidades con cuchillo, adquiridas durante el tiempo del estudio cirujano, ese de ajustar las carnes flácidas y también reconstruir averías y heridas corporales de quien lo requiera.
En eso andas también, tratando de rearmar tu historia, injertando el parche de la memoria antes que la herida del olvido se abra definitiva por tanta carencia obligada, y que después de más de seis años sueñas cerrar, con hilo de la cercanía, ese que cicatriza las lejanas distancias, en compañía de tus seres queridos. Eso sí, siempre hazte acompañar de las esmeriladas convicciones y bisturiles deseos, reconocidos en el fino y noble oficio de meterse en cuanta orfandad escareada de belleza de las personas, y que de seguro encontraran cabida en el reino humano que pretendes reconquistar. Qué menos.
Ya vislumbro al campeón Montoya, ése de la fórmula uno, aquel que los levantaba muy de temprano y acostaba felices por el triunfo en las pistas, arrepintiéndose en estos precisos instantes de no tener la pócima correcta para ficharte en su escudería, en una de esas, tan solo para pedirte asesoría en el dibujo y el trazo cirujano respecto a cuál será la línea más corta que evite la recta, para llegar más temprano a la meta o tan solo para que le corrijas algún volumen de su, imagino, lastimado cuerpo carretero.
Capaz que al campeón se le ocurra preguntarle, al gurú mexicano-colombiano, ahora chino de tanto tai chi, arcángel y esposo tuyo, sobre algunos consejillos de meditación, aquella que tan bien aprendió gracias al control remoto en una mano y la parabólica en la otra o tal vez en esos desvaríos por calzada de Tlálpan, montado en la moto color mariquita que hasta el mismísimo bruno, el perrito guardián de nuestras exiliadas vidas, pretendió, alguna vez, comerse enterita a falta de filetes y huesitos de verdad por la demasiada comida empaquetada que debía aperrar y también soportar.
A propósito, aproveche usted, para el día de la recepción, que la paseen sobre el capó del auto más chulo del condado, espero engalanado con globitos y condones de muchos colores, con la música de la chaquira –mijita tonta pero rica- a todo volumen y así puedas echar tu pelo chasquilludo al viento, junto con el delantal carnicero flameando como bandera en pose de realismo socialista, regando con pétalos de cempasúchitl el empedrado de piedras que la urbe bucaramense te ofrece en estas horas de dicha, contracción, felicidad y claro está, armonía de la buena.
Qué dirá la rica y perfumada Laurita Restrepo –todos por allá al parecer se apellidan Restrepo-, quizás en su delirio, no le guste el asunto de que la apoquen y opaquen aquellos que se entregan en cuerpo y alma a sus designios y en este caso al retorno. Dicen que existe el alma y que ésta –si es que existe- se encarga de armar los deseos terrenales contra viento, marea y aguaceros, incluso los de seis de la tarde en la urbe azteca. Ese es tu caso güera. La escritora no lo sabe y eso la ha de tener enferma de coraje. Además que siempre le anda buscando los males al mundo, bien por ella. Y es que junto con no saber de tu bien aclanada y bella vida, la muy condenada podría remediar semejante falta, por último, publicando en alguna columna de opinión o en una gaceta local, una oda para ustedes los Rey Meléndez y sienta en carne propia, no injertada, vuestro paso por el mundo, siempre tan lleno, tan digno y diplomado de la fraterna alegría. Bien bueno sería.
Ya me imagino el fiestón de recepción. La veo, a usted, incólume y sin arrugar el seño y menos sus cosenos ante tanta jodedera y timbao tangencialmente ensordecedores. Envuelta y suelta de cuerpo, enseñando la danza, mezcla de jarabe tapatío, banda norteña, cumbia y alguna influencia de mis precarios ritmos andinos, a tu paisanada ágil en esos menesteres. Por algo dice la historia, que las colombias, tierra de rumba caliente, son el ideal para la sobrevivencia de la especie humana.
El tintico caliente, sus harepas, con muda - aunque se enoje el arcángel- y su ruido de fritanga chorreando a nuestro segundo piso, llenas de papa y queso amistoso gracias a la enjundia casera que da la armónica convivencia y bebencia, son testimonio de la riqueza de ustedes y de la angustia de mi tripa por volverlas a probar. Por lo menos eso me queda en limpio después de bailar tres años - toda una vida – sus orígenes, identidad y las más reflexivas charlas que haya tenido últimamente.
Un ballenato en tu honor me estoy bailando, con be larga de la buena para que dure más y sea fandango, y monumental como las ballenas del Atlántico, si es que existen o las hay, para transformarlo en mambo, por ese tiempo de residencia en la tierra de los chiles, frijoles y tortillas entrecruzadas por la esperanza y olores de nuestras tierras de origen.
Ya veo al carnicero del barrio, cortando algún filetito, de esos que tanto gustaba la niña antes de salir de Colombia, en agradecimiento a tu retorno de marchantita novel y ahora clienta experta. A este don Filemón, diestro del cuchillo, el burlete y la cierra huesera, para los caldos de bucará, solicitándote alguna clasecita y así llevar a cabo su ansiado proyecto de tener una carnicería que incluya el famoso corte estilo cirujano. Lo imagino descuartizando vacunos y cantando el matarí lerí lerón y a ti, corrigiéndole el pulso en clases magistrales hechas en poguerpoint, confeccionadas y diseñadas por tu maridito, aquel hombre que siempre mira hacia el sur por tanto norte que le ha tocado.
Al reaccionario cura del pueblo, de seguro otro Restrepo y lo menos parecido al gran Camilo Torres, con su cara colorada y pasado a vino, atragantado por tanto placer mundano que le ofrecen generoso(a)s algunos ciervos de dios y habitúes de la misa, acogerte en su regazo parroquial, supongo con buenas intenciones y pedir por tu felicidad en esta nueva etapa.
Hasta misa me imagino habrá en tu honor y de paso un cajón de vinito oriundo de estas tierras australes. Trata en todo caso, de sacarle las espinas a la ostia, comentan aquellos que la consumen, causa infertilidad y decadencia, de la buena, a la hora de picar la flor del amor, por que al parecer lo transforma en pecado.
Presuroso don Marcial -¿Restrepo?- el alcalde, prepara la fiesta en el pueblo. Y cómo no, sugerir en su discurso de bienvenida, cargado de algunos pasajes de índole política, la fina intención de que te enroles y pases a formar parte del partido gobernante, y así ofrecer tus mágicos conocimientos en pos de la patria, de aquel pueblo que se imagina el tal Uribe, el fino mozo educado con el delantal de los carniceros, a quién los transplantes de seso que otorga su patrón del norte lo han americanizado tanto, que goza machacando las costillas de toda tu paisanada con la ametralladora ideológica del neoliberalismo y su plan Colombia, todo en pos de la paz y de los leales valores de la patria... bla , bla, bla.Por ahí veo también a las envidiosas del pueblo, viejas verdes e histéricas, inflamarse cual viles zopilotes ante tu colibrí presencia, e impresionarse, rojas de envidia, por que una de las suyas, aquella flaquita ojerosa y sin dientes, supongo, aquella que se casó con el mejor partido del pueblo, con ese tal hombre con apellido monárquico, venga a enrostrarles a ellas, pulcras y verdaderas princesillas de casa, sus dotes quirúrgicos y cualidades físicas, producto de tanto vivir afuera y de tanto cortar carne para dentro. Ya me las imagino, pinches viejas envidiosas.
En fin, güerever preciosa, así somos y aquí estamos. Me hacia falta esta carta. Es un modesto homenaje para la ausencia de ustedes. Ya sabes que ésta, la ausencia, a veces llena todo con su presencia. Tan solo espero que vuestro retorno sea el mejor y que pronto, al igual que nosotros, se puedan consolidar y de paso fecundar todo lo soñado durante vuestro periplo mexicano-colombiano. Son mis mejores deseos –gran valor esta palabra- y los mejores deseos de quienes los llevan siempre en la mochila que contiene los tesoros más preciados y recuerdos más sentidos.
Vaya para ti entonces, con un dejo lagrimoso, por tanta bomba lacrimógena que regala la irritante represión en Chile, un apretado abrazo con su respectivo beso. Ya sabrás que Septiembre, en este país, suele cerrar las puertas con el candado de la hipocresía y el olvido. Además que todos los años se llena de portazos, que aprietan los dedos de la decencia y la memoria de este pueblo demasiado amnésico.
Ayer se quemaba un ventanal de La Moneda. Tal vez ardía en señal de lo atarantado, cobarde y burlesco de esta transición. Seguramente mañana, palacio necesite urgente tus servicios de cirugía mayor a modo de arreglarle, de una vez por todas, la careta y fachada farsante a esto que llaman democracia, libertaria pero protegida, democrática pero binominal, participativa pero excluyente.
Y a propósito y antes que se me olvide, particípale un gran abrazo y saludos al marica antisocial, arcángel esposo tuyo y por supuesto, todo nuestro cariño ausente para la gran Daniela, tu bella y gran hija. También, por qué no, transmite mis saludos para el cagón y meón perrito Bruno Rey, de seguro ya transplantado en el patio trasero de tu natal Bucaramanga-ra-ti-te-re fue.
CARTA ESCRITA CON MEDIA CAÑA o como menear la libido de la sed
Nunca nada será como antes comentaba el viejo ahogado en hipo a su compadre de andanzas, y que a esas alturas, gracias al cortejo de chicha generoso de fiestas patrias, ofrecía su cuerpo guasqueado al sol, sin gloria alguna, y donaba al respetable allí presente, los vómitos de la libertad y una que otra prenda de vestir meada y cagada en la incontinencia del esfínter independentista. Humor y alegría, tan solo, evacuadas en el arrojo Baco de la añoranza por tiempos mejores, según ellos.
Así la gesta de los padres de nuestra embriagada patria –salud-, que hoy como cada septiembre, multiplica la ingesta etílica a granel brindando la posibilidad de gritar, con el colgajo de tufo nauseabundo y una que otra aceituna rellena de corchos pegada al paladar, un ¡Viva Chile!. Pero rapidito, y así acabar de una vez por todas, de modo promiscuo si se quiere, con la insoportable lucha libertaria que la semana de la chilenidad descorcha para sus desenfrenados hijos quienes, raudos y sin alcoholemia de por medio, bigotean el aguardiente de la reconciliación, que incluye para la transición del esófago, los gusanos de la amnesia y otras tantas larvas de la impunidad.
Especialmente en aquellas ramadas instaladas en el mismísimo Estadio Nacional, cuna de perdedores futbolísticos y tantas veces jaula y jauja del asesinato político, en donde se puede apreciar el panorama del comercio fritanguero, dizque tradicional, y de una gama de engendros de circo pobre que, sin pena y mucho olor a carne asada, invoca a los arrojados, taciturnos y encañados paseantes, la oferta del comistrajo, del souvenirs hecho en cobre y lapislázuli, como tradicionales y exprés fetiches posmodernista, capaces de provocar la hinchazón del orgulloso pecho lampiño de chilenidad, después de jornadas bien borrachas y llenas de flameado nacionalismo, que ni siquiera dejan un peso en los bolsillos proletas, y menos una petaquita de conciencia por lo allí acontecido alguna borracha vez.De eso daba cuenta mientras paseaba mi cuerpo, aquel con escasa identidad criolla y paupérrima cultura cívica militar, husmeando las famosas ramadas que, año con año celebran la fiesta nacional chilena. Especie de mediaguas con la finalidad de cobijar el frío embriagado del reposado cuerpo en delirium tremens patrio, y de parecerse, cierto dejo que tienen, a un restaurante cualquiera, repleto de los escasos chilenísimos platillos servidos para la fecha, siempre acompañados por la nada afamada y desabrida Cueca.
Baile castizo imperdible que repica en la paila indiferente de nuestra oreja apátrida y que a su vez entierra con el tenedor de la insatisfacción, las expectativas cachondas, por los escasos movimientos que sugiere, al tener como única finalidad rogar a la contra parte femenina, alguna que otra posibilidad de cucharear las presas huasas, papas y pechugas campiranas incluidas, hasta la última patita si se puede. Algo que sea, diría el huaso típico y terminar de una vez por todas, el lindo sueño calentón de lavarnos las cuecas, sus gotas de sudor y otras humedades excretadas, con el pañuelo que adorna el dancing dieciochero.
Es lo menos que porfiado cada Septiembre regala a este orfanato de alegrías, casi siempre demasiado triste y embustero, al recordar tanta fecha amarga que se junta, y que pese al arreglo guirnáldico, que por separado cada sitio público procura, para conmemorar la anhelada independencia y de paso a los próceres patrios, hechos de verdad a imagen y semejanza de la sagrada mentira, no cumple con el objetivo de arrebatarle demasiadas ganas a este pueblo unido de egoísmos, y menos hacerlo bailar algún pié forzado de cueca, pese al estimulo con olor a tradición y perfume de campo onda pico-hueco, copi-hue, chori-gue ¡vaya uno a saber! que lo haga zangolotear la mentada cueca asexuada.
Y es que además la historia oficial, que por eso es oficial, simula demasiado el asunto éste de la libertad y de la autodeterminación de un pueblo que cabildea pletórico la supuesta independencia y que no tiene claro que el asunto se trata, tan solo, de la instalación de la primera junta de gobierno, así le llaman. Algo así como la primera dictadura política y social, encargada de ablandar cualquier síntoma de rebeldía patriótica de esa época.
Habría que leer algunas cartas del finado y siempre perseguido Manuel Rodríguez, astuto y mordaz guerrillero anticolonialista, y dar cuenta si lo que digo es puritita invención y que no todo gobierno, bajo el alero de la republica, tiene las pajas limpias y menos el ánimo de bailar a otro compás que no sea el mismo de siempre.
La cara tosca y desenfadada del jaguar latinoamericano de todos modos se teatraliza y se pone abundante de contenta, por la celebración y ambiente fiestero que la ocasión impone. La máscara en algunos, tan obvia, especie de careta que mira aún añoroza el cielo en busca de los famosos hawker hunter, aquellos que llenaron de metralla Santiago, haciendo esquirlas el mismísimo palacio de gobierno y pedacitos, envuelto en la manta huasa, al presidente muerto en su interior hace más de tres décadas, hoy como siempre, también están de fiesta.
Siniestros matones que hicieron zumbar la democracia y que hoy torturan las pistas y tinglados de baile a ritmo de zamacueca con zapateo milico incluido. Son las buenas costumbres que regala la transición a los intocables y soberbios huasos cobardes, especie ya de prohombres hijos de aquel tirano, que aprovechan el feriado amnésico de la garrafa para legitimar su paso de opresores a baluartes y defensores de la democracia.
Las fiestas patrias chilenas, además, diría el gran poeta Tanolemes, proponen el viejo truco de la manipulación, aquel que consiste en mantener a una sociedad demasiado enferma de arrogancia, gracias a la píldora dorada de nacionalismo pasado a chicha que se consume vía oral o inyectado con el catéter del chovinismo, directo a la vena ulcerosa de la amnesia y claro, provoca que la neurona se siga arrugando y, de paso, apendejando a los bailarines.
Con la cánula atorada al seso, desde la primera autoridad del corral, especie de comadre lola, que vende la chicha y el país, desde arriba de los Andes, en guatones bonos a futuro y puñeteros pagarés de inversión, se manda su pié de cueca que le da agallas para someternos al discurso, casi arenga, de ser los jamás vencidos, los más valerosos, un soberano país, laboratorio del neoliberalismo, jamás sometido a ninguna potencia extranjera, salvo a las de siempre y más encima reconciliado.
Todo este cuadro sucede hasta que la ebriedad ideológica lo permite o hasta que el discurso democrático, especie de mareado descalce de la lengua encargada de pujar la identidad criolla, provoca hablar doble y nublado por tanto efecto de rodeo chichero y guano político.
Así entonces se inaugura oficialmente la borracha celebración en esta estrecha patria rodeada de cordillera y agua y que hoy volvemos a mirar como de reojo, con recelo, también con algo de cristalino desprecio y claro, no vaya a ser que si la miramos mucho de frente, nos ojee con su zapateo arrogante y que la espuela del arribismo se nos incruste en el seso, o se nos atore la empanada y el pedazo de carne llenito del pebre, como aroma de país orgulloso, al ver y legitimar sus escasas pero finas tradiciones, como aquellas del trompo laboral, la payaya judicial, el saco y la argolla policiaca, y cuanto invento un tanto lúdicos se le ocurra.
Ya ni siquiera el volantín se encumbra pletórico en el, digamos, cielo azulado de la ciudad y menos por allá en el campo de flores bordados. Puras brisas lo están cruzando nomás pues. Ahora es el turno de la velocidad de la luz. El cuello con piñen y sudor tercer mundista se muestra guerrero al horizonte en señal de nuevos tiempos, y es que los poderosos cazas F-16 aterrizaron en la fonda oficial de la moderna patria, llenando el paisaje de ruido y soberbia castiza que aprovecha para saludarnos, con el sombrero huaso confeccionado de pura paja, aquella con la que nos masturba día tras día el sistemita éste, y que se limpia, frotándolo pareciera, con el pañuelo de seda con adornos en hilo curado que Septiembre nos regala. Nota: Carta escrita con letra temblorosa y nauseabunda por tanto vértigo de fiesta patria y cazas F16 en el cielo.
CARTA ESCRITA ANTES QUE SE ME OLVIDE o cómo combatir el no me acuerdo
A continuación envío a quien corresponda, carta testimonio y mayores antecedentes de la detención, tortura y vejámenes a las que fue sometido mi padre en su calidad de ex autoridad, ex alcalde, ex socialista, ex cétera.
Ex preso político de conciencia habría que agregar, según lo estableció la terrorista ley cumpliendo con la estrategia diseñada en la eterna transición de no ofender y faltar el respeto al tirano. Y también como valiente alarde, para eso no les tembló la mano, por mantener el chueco y tullido estado de derecho hasta que el cuerpo de las víctimas y sus familiares se doble y se acueste eterno en aras de mantener la tranquilidad en este paraíso de la impunidad. ¡Pinches cobardes!
También ofrezco mayores pormenores que permitan tener cierta claridad, ante la oscura y parapléjica ceguera de ustedes, funcionarios del ministerio de la amnesia y la magnesia, respecto a lo que fue su vida y a la nuestra, directos afectados por los atropellos y violaciones a los derechos humanos acontecidos en Chile durante el periodo de la dictadura militar y en el otro que se inauguró ¡ah que no! a partir del año 1989.
Luis Hernán Osorio Cornejo, se llamaba el hombre. Difunto con cédula nacional de identidad 4.315.567-9. Preso Político entonces, según consta en la creadas, siempre en lo oscurito de palacio, comisión nacional de verdad y reconciliación, más conocida como informe Reting del año 1990, que sirvió tan solo para ver llorar al cocodrilo presidente de la época, furioso aficionado golpista de la fracturada década de los setenta y cagarse impunes de la risa a cuanto discapacitado mental victimario de la asonada milica allí se nombrara, y también en la comisión nacional sobre prisión política y tortura, informe Valech del año 2004, con el número 17674 de la nómina de personas reconocidas como víctimas.
Ahí le regalaron, me acuerdo, un mamotreto empastado y autografiado por la mano del borrón y cuenta nueva y que sirvió, otra vez el cuentito, para ocultar, con la ley de la cooperación compensada, a cuanto torturador e hijo de puta lo requiriera. Ley de amnistía, así se llama, no se me olvida.
Elegido democráticamente en elección nacional de regidores del año 1970 como alcalde de su localidad; una alta votación obtuvo en forma directa, nada de binominalismos y pactos mediocres. A su vez, nominado como presidente del Partido Socialista de la comuna de Puente Alto de la ciudad de Santiago, en elecciones efectuadas por las bases de su instancia política, con cierta decencia para esa época y hoy columna vertebral del oportunismo, por decir lo menos.
Detenido el día 13 de Septiembre del año 1973, en su calidad de primera autoridad comunal, por los auto designados e impuestos gobernantes de facto, alzados previamente el 11 del mismo mes y año, con el resultado ya por todos conocido, término de la tradición democrática de esta republicana nación con un cruento golpe de estado, que costo la vida al presidente constitucional de la nación y también, prisión, tortura, muerte y exilio para miles de compatriotas.
Encadenado, es trasladado en calidad de preso terrorista al ex regimiento ferrocarrileros, hasta hace poco regimiento de ingenieros de montaña n°2 de Puente Alto, hoy bajo tierra y santiguado por los vergonzosos y modernos shoping del olvido, no sin antes allanar su hogar e intimidar a su esposa e hijos, me incluyo, por parte de patrullas militares adictas al régimen ilegal de fascistas que se instaura.
El ajusticiado generalillo Carol Urzúa se llevó los pormenores de su detención y supo bien de las amenazas y encarcelamiento de sus familiares directos, con los consiguientes apremios físicos, como medida de fuerza y coerción por su captura. ¡Que manera de tener parentela aguantando la parrilla!Posteriormente es sometido, otra vez, a simulacros de fusilamiento, tortura y vejaciones en el también auto denominado campamento de prisioneros Estadio Nacional, sitio que se caracterizó como campo de exterminio, y que de vez en cuando también maltrata y aniquila las pelotas por las malas elongaciones futbolísticas que ofrece la pésima y tortuosa liga nacional. Allí la incomunicación se extendió hasta Noviembre de 1973, cuando se permite (la generosidad cuartelera no tiene límites) la visita de sus familiares, quienes además, prestan alguna ayuda de carácter alimenticio, primeros auxilios, y otras básicas de atención. Luego, es trasladado al norte del país, específicamente a la ex salitrera de Chacabuco región de Antofagasta (no específicamente en busca de fortuna) también auto designada campo de prisioneros, allí fue posible constatar nuevamente, la tortura física, anímica y psicológica a la que fue sometido en largas jornadas de apremio y simulacros de fusilamiento por parte de quienes hasta el día de hoy, pese a los esfuerzos personales, no vaya a ser que al estado le interese enjuiciar y reconstruir la impunidad por él mismo aceptada, no ha sido posible identificar en este salar de la mentira. Tan solo me acuerdo haber escuchado el nombre de un tal capitán Minoletti.
Agredido, humillado y con un futuro incierto, es trasladado, transitoriamente, al campo de prisioneros denominado Ritoque (lugar de veraneo para echar el cuerpo al sol, sin bloqueador factor sesenta, nos decía), parcela de agrado para largas jornadas de maltrato, según relataba, ubicado en la región de Valparaíso. Luego es conducido al campo de detención de Tres Álamos, en la región Metropolitana, antesala de liberaciones y living amoblado para la paliza final a cargo de los troncos de la maldita ex Dina, luego llamada Cni y hoy flamante agencia nacional de inteligencia, Ani, propiedad de los animosos invertebrados delatores de la transición.
Es liberado y expulsado del país el día 21 de Marzo de 1975, después de casi dos años de detención ilegal, gracias a la gestión y presión internacional de gobiernos del mundo en contra del régimen dictatorial, que oprimía sin contrapeso a los ciudadanos que pensaban distinto.
México fue el destino obligado para su familia. Nuevo hogar por más de quince años. De allí, tal vez, la necesidad de andar con la maleta al hombro repleta del eterno subsidio que otorga la vagancia. Ciudad de México específicamente, en donde vivimos con la fractura que provoca el destierro y al mismo tiempo la fortuna de un cálido exilio, de las tortillas generosas llenas de apoyo, de ver crecer a la familia.
Fraternidad y amistad, por parte de quienes nos acogían en su reboso solidario y que pese al tiempo transcurrido será imposible olvidar, al transformarse en una segunda patria física hasta la primera mitad del año de 1988, época donde se institucionalizan las elecciones fraudulentas (antes eran a dedo) gracias a la gentil mano negra del eterno y contradicto partido revolucionario institucional y del socio aprendiz partido de acción nacional, quién hoy se aferra con uñas y garras al poder heredado.
Poco tiempo después de nuestro retorno a Chile, específicamente en el año de 1993, se manifestó la enfermedad que costó su vida. ¿Quién acaso no se enferma de vivir acá? Resabio ésta, del apremio ilegitimo y degradación física a la que fue sometido durante el tiempo de reclusión forzado y a la serie de secuelas psicológicas y físicas que su cuerpo no pudo soportar.
Escribo lo anterior, en calidad de hijo y amigo de un tipo que nos enseñó la ruta de la honestidad, de la dignidad e integridad pese al corolario al que estuvo expuesto. Escribo este testimonio a nombre de mis hermanos y especialmente en nombre de nuestra madre, al sufrir también ella del apremio durante el tiempo de detención de su compañero.
De la amarga experiencia por saber o tener noticias de su integridad física. De la fragilidad de ver desmoronarse sueños y alegrías. Por la fuerza en duplicar estrategias de crianza y enseñanza para sus hijos, hoy dizque bien educaditos los vagos, y también a las carencias de todo tipo que durante mucho tiempo la acosaron.
De la humillación, desprecio y acoso de un sistema que no ha sido capaz de reparar dignamente a un porcentaje importante de la población que sufrió los embates del dolor. Que no ha comprendido cabalmente la necesidad de reinsertar a las victimas aún vivas (será acaso que muertos, la reparación es automática), quienes han arrastrado por más de tres décadas, la desesperanza, angustias, el miedo, la urgencia, los apremios.
Escribo, igualmente, para dar testimonio y fe de la importancia en no olvidar y reparar lo sucedido pese a la amnesia de mierda que existe. Escribo, por último, a pesar de la pesada lápida de mármol, con epígrafe incluido, que deben soportar los caídos y quienes seguimos guardando a buen resguardo su memoria. Antes que se nos olvide.
CARTA ESCRITA EN UN SEMAFORO EN ROJO o cómo cruzar la barranca del muerto
Despojada del obrero delantal a cuadrillé usado para vestir tu esclava labor de criada, nana, sirvienta, hacías el acostumbrado paseo dominical en la urbe azteca, ruta que, según tu, alivianaría la fatiga y modorra por tanta semana corrida de trotes laborales que da la chamba apatronada, mecánica de pega, con paso marcial de aseo y ornato, en aquel hogar ganso y ajeno al cual servías, ése que presta la pieza de servicio con tele sin cable, plancha a vapor, buena para secar la humedad de clase, el infaltable costurero zurcidor del calcetín juanetero, de las camisas italianas con papas fritas de adorno o los churrientos calzones zungeros que a veces muestran la hilacha rancia de quién los luce y que ni siquiera el fregadero, menos la lavadora, logran aplacar la nausea del perfume chulo, de fina extracción, que las prendas concentran generosas.
El peine de carey, con espejo al muro, reflejarían y modestamente permitirían hermosear tu cansancio obrero de lavar las pailas y fregar los guáteres estíticos de quienes recompensan con la dádiva del chorreo, retebién presupuestada en la economía del rebalse, la exuberante diarrea del cariño de clase que acostumbran aquellos hogares de la hemorroide igualitaria dizque cercana al progresismo light.
Especie de aleccionador y reconfortante instructivo de la conciencia, que sirve además para agotar y degollar la neurona obrera, estacionar y acomodar, en el estante de los desechos, la mal criada realidad de los adoloridos músculos del trabajo ajeno en cuanta mucama del camarote se permite el estrato alto, para ordenar, de ese modo, las pesadillas en quienes añoraron algún día ser y hoy tan solo logran reconciliar vergonzosos, en la suave almohada decorada de hoz, martillos y estrellitas, bordadas en fino hilo dorado, el sueño oportunista de cómo tratar a los mortales trabajadores del hacer y a quienes normalmente se les diluye su ser.
Saliste de tu natal sur chileno, en busca de la obligada oportunidad inmigrante, no hacerlo significaba no tener nada, ¿tendrás algo acaso después de todo?. Seguramente sin ésta, serías parte de la estadística cesante en aquella patria negrera, y del codazo especialmente egoísta de los blancos amos que la habitan.
Tampoco tu relación laboral podría ser distinta y es que da lo mismo Mongolia o la flemática Inglaterra, la criada es la criada y vale lo mismo que un malcriado eructo o perro muerto en cualquier carretera del mundo. Al final, contar con estas crías, es parte de las políticas de control de las mismas, y tenerlas bien contadas, permite pintarles la raya de la baja extracción y alejarlas de las decisiones importantes que cualquier elite bien criada evita comentar a la hora del aperitivo.
A medio día, no vaya a ser que te donaran todo el domingo, gustosa y entusiasta de toda careta impuesta de ropas y venias patronales, esas tan a la usanza medieval de señores feudales, hediondos a mal gusto estético arribista-absurdo en vestir a la servidumbre con el conjunto de encajes del aseo pulcro, trajecitos azul cielo con vuelitos marineros de catálogo, encaminaste rauda por las calles del barrio de oropeles, no fuera a ser que una contra orden del amo de turno y sus chiquillos taimados demandara otra vez tus, a esas alturas, excedidos servicios.
Llevarías a cabo tu dudoso descanso casi obligado gracias ¡Cuánta generosidad! a una ley o contrato extremadamente chupasangre, pero como sucede siempre, cuando no se tiene nada, la diálisis de la resignación se transforma en un mal menor que va maximizando la bronca en aquel cateter de los derechos laborales que algún día inyectaremos en aquellos facinerosos esclavistas.
Y es que el rito de tener una puertas adentro con vista a la cocina y de postal el fregadero, esclava por todas partes, bien humillada por otras, da los créditos necesarios para quienes la legislación es tan solo un portón de imponentes herrajes para salvaguardar los intereses del más poderoso, acostumbrado a pasar la rueda del desprecio por sobre quién se ponga en su camino. No así el indefenso, que siempre funciona por necesidad más que por gusto laboral, sobre todo cuando el eterno dolor de huesos, el lumbago del aseo sin descanso, se transforman en símbolos de lucha contra la opulencia oportunista del estrato acomodado, quién goza, eterno, del bienestar necesario a costa del bolsillo humillado, el pulmón lleno de chauchas y el riñón modesto del prójimo.
Pese al cansancio del ajetreo semanal, para ese domingo la rutina presentaba el panorama de las convicciones y mucha fe. Pasear y echarse un rezo en la Basílica de Guadalupe, casa propia de los legionarios del opus y bastión de las huérfanas del hogar, y hogar dulce hogar para ti y tus amigas de igual condición laboral, de seguro te permitirían el respiro necesario y el obvio mínimo descanso físico-mental para sobreponerte, un poco acaso, de la familia impuesta y de un barrio despersonalizado por tanta millonada que se cuida y que soberbio luce en castigar con la altanera mala paga el mórbido horario de servicios que dios impuso y quiere para la eterna felicidad de sus hijos pudientes.
Fue ese instante de seguro, y debido a tanta meditación y reflexión de tu pequeño mundo, quién provocó el fatal accidente que dejó regada tu existencia en aquella calle lluviosa y húmeda. Por supuesto fue responsable la vil locomoción colectiva, engendro todopoderoso del volanteo egoísta, que sin control y velocímetro alguno, aplastó tu ser y aniquiló todo cuanto estuvo a su paso.
Son culpables, que duda cabe, la impunidad y privilegios regalados absurdamente en una sociedad que circula en sentido contrario, a ritmo de carburador destartalado, demasiado zangolotero y despótico, pésimamente calibrado en dirigir el buen funcionamiento del tráfico y la congestionada educación cívica de respeto a la vida del otro.
También ayudó el desgaste natural de tus oxidadas piezas anatómicas, producto de los menesteres del aseo y limpia que de por vida practicaste con certeza y honradez. Seguramente ese maltrato físico por siempre practicado cegó tu grata mirada y nubló tu tránsito aquella tarde de paseos en el elegante barrio de Polanco, prototipo despótico de la Ciudad de México, repleto de ben-gurianas sinagogas y mucho money sionista, no permitiéndote reacción alguna para distinguir al cafre asesino que embistió cobarde tu fragilidad y que sin miramiento alguno y sin decir agua va, perforó tu transparente espacio de dignidad, tu vida.
Así, un par de horas más de agónica existencia, nos trasladaron a lo dramático y cruel de la vida cuando no se tiene ninguna capacidad de respetar al otro, al indefenso, que cual escoria pública, se ve obligado mil veces a implementar cuestiones básicas para contrarrestar su mísero papel salvapellejo en las calles, y que día a día, en un afán de sobrevivencia, debe aplicar, casi como reflejo condicionado, el balanceo del tímpano al impune bocinazo, el ajuste de la palanca de velocidades en pos de cruzar a salvo la magnánima calle para salvarse de terminar arrollado sin miramientos y arrepentimientos y vilmente asesinado.
Y es que son varias las estrategias utilizadas para tratar de preservar la vida en esta ciudad copada de autos y autómatas al mando. Las más avezadas, una buena puteada y si es que lo amerita llenar a patadas la carrocería encerada del bólido agresor. El escupitajo limpia vidrios estampándose más de las veces tan solo al aire, también se acostumbra.
Que decir del piedrazo abollador al vehículo-guerrero o en el peor de los casos la buena mentada de madres al impune conductor, huacho ciudadano del cártel de cafres y señor hijo de puta de la calle, quien seguirá presumiendo sin freno alguno su desgastada civilidad en esta ciudad inmunda y catastrófica para el ciudadano a pié.
¡Abrevie, abrevie! Es el grito utilizado por la policía transa del tránsito chilango que de seguro, aquél día, cerró sus ojos cobardes ante tu atropello. Con ese absurdo llamado indica a los cafres corredores apurar su marcha triunfal por los asfaltos de la ciudad. Es decir, los conmina al tranco atropellador en contra de lo que se pare enfrente, verdaderos estorbos para quienes en su rol de dueños de la arteria y del corazón de los demás, carretean su formula-one de vil egoísmo, con la sangre, lágrimas, huesos y quebrantos del más débil.
Muchas veces se dice que matar al atropellado es más barato. Repasarlo sería la palabra exacta a dejarlo muerto. Sencillamente los gastos y asuntos legales que surgen del accidente, son demasiado engorrosos y corruptos. En resumen, la misión es volarle hasta las plumas a quién se incruste en el chasis y no dejar nada palpitando por debajo del ofendido todo terreno.
Es el egoísmo que se transplanta, gracias a la intelectual torpeza de quienes incluso construyen la ciudad de un modo limitado y ojalá con los muros del desprecio ante el más desvalido. Y así también es el barrio de Santa Fe, rincón edificado en la riqueza extrema, cimentado muchas veces en el pulso de la columna corrupta de la honestidad o más fácil, estructurado a la vista de lo políticamente correcto, aquel que avanza sin contrapeso, y para ello cincuenta o más millones de pobres son su andamio y tinglado para la infamia.
Buena entre lo soberbio, jovial hasta el tuétano, alegre a pesar del esclavizado absurdo, de sonrisa aguantadora ante toda mueca laboral obligada, nos mereces toda admiración. Perteneces ya a ese universo de ejemplo anónimo que sin aspavientos, mínimos gestos, pese a la poca paga humana, nos deslumbraste por tu capacidad de vivir honestamente y sin duda alguna, proyectarlo, reitero, en el atropellado espacio y tiempo que te tocó vivir. Descansa tranquila señora amiga, si de algo vale, bien merecido lo tienes. En silencio y por siempre, con mucho respeto, te recordaré vital, integra y alegre.
Nunca nada será como antes comentaba el viejo ahogado en hipo a su compadre de andanzas, y que a esas alturas, gracias al cortejo de chicha generoso de fiestas patrias, ofrecía su cuerpo guasqueado al sol, sin gloria alguna, y donaba al respetable allí presente, los vómitos de la libertad y una que otra prenda de vestir meada y cagada en la incontinencia del esfínter independentista. Humor y alegría, tan solo, evacuadas en el arrojo Baco de la añoranza por tiempos mejores, según ellos.
Así la gesta de los padres de nuestra embriagada patria –salud-, que hoy como cada septiembre, multiplica la ingesta etílica a granel brindando la posibilidad de gritar, con el colgajo de tufo nauseabundo y una que otra aceituna rellena de corchos pegada al paladar, un ¡Viva Chile!. Pero rapidito, y así acabar de una vez por todas, de modo promiscuo si se quiere, con la insoportable lucha libertaria que la semana de la chilenidad descorcha para sus desenfrenados hijos quienes, raudos y sin alcoholemia de por medio, bigotean el aguardiente de la reconciliación, que incluye para la transición del esófago, los gusanos de la amnesia y otras tantas larvas de la impunidad.
Especialmente en aquellas ramadas instaladas en el mismísimo Estadio Nacional, cuna de perdedores futbolísticos y tantas veces jaula y jauja del asesinato político, en donde se puede apreciar el panorama del comercio fritanguero, dizque tradicional, y de una gama de engendros de circo pobre que, sin pena y mucho olor a carne asada, invoca a los arrojados, taciturnos y encañados paseantes, la oferta del comistrajo, del souvenirs hecho en cobre y lapislázuli, como tradicionales y exprés fetiches posmodernista, capaces de provocar la hinchazón del orgulloso pecho lampiño de chilenidad, después de jornadas bien borrachas y llenas de flameado nacionalismo, que ni siquiera dejan un peso en los bolsillos proletas, y menos una petaquita de conciencia por lo allí acontecido alguna borracha vez.De eso daba cuenta mientras paseaba mi cuerpo, aquel con escasa identidad criolla y paupérrima cultura cívica militar, husmeando las famosas ramadas que, año con año celebran la fiesta nacional chilena. Especie de mediaguas con la finalidad de cobijar el frío embriagado del reposado cuerpo en delirium tremens patrio, y de parecerse, cierto dejo que tienen, a un restaurante cualquiera, repleto de los escasos chilenísimos platillos servidos para la fecha, siempre acompañados por la nada afamada y desabrida Cueca.
Baile castizo imperdible que repica en la paila indiferente de nuestra oreja apátrida y que a su vez entierra con el tenedor de la insatisfacción, las expectativas cachondas, por los escasos movimientos que sugiere, al tener como única finalidad rogar a la contra parte femenina, alguna que otra posibilidad de cucharear las presas huasas, papas y pechugas campiranas incluidas, hasta la última patita si se puede. Algo que sea, diría el huaso típico y terminar de una vez por todas, el lindo sueño calentón de lavarnos las cuecas, sus gotas de sudor y otras humedades excretadas, con el pañuelo que adorna el dancing dieciochero.
Es lo menos que porfiado cada Septiembre regala a este orfanato de alegrías, casi siempre demasiado triste y embustero, al recordar tanta fecha amarga que se junta, y que pese al arreglo guirnáldico, que por separado cada sitio público procura, para conmemorar la anhelada independencia y de paso a los próceres patrios, hechos de verdad a imagen y semejanza de la sagrada mentira, no cumple con el objetivo de arrebatarle demasiadas ganas a este pueblo unido de egoísmos, y menos hacerlo bailar algún pié forzado de cueca, pese al estimulo con olor a tradición y perfume de campo onda pico-hueco, copi-hue, chori-gue ¡vaya uno a saber! que lo haga zangolotear la mentada cueca asexuada.
Y es que además la historia oficial, que por eso es oficial, simula demasiado el asunto éste de la libertad y de la autodeterminación de un pueblo que cabildea pletórico la supuesta independencia y que no tiene claro que el asunto se trata, tan solo, de la instalación de la primera junta de gobierno, así le llaman. Algo así como la primera dictadura política y social, encargada de ablandar cualquier síntoma de rebeldía patriótica de esa época.
Habría que leer algunas cartas del finado y siempre perseguido Manuel Rodríguez, astuto y mordaz guerrillero anticolonialista, y dar cuenta si lo que digo es puritita invención y que no todo gobierno, bajo el alero de la republica, tiene las pajas limpias y menos el ánimo de bailar a otro compás que no sea el mismo de siempre.
La cara tosca y desenfadada del jaguar latinoamericano de todos modos se teatraliza y se pone abundante de contenta, por la celebración y ambiente fiestero que la ocasión impone. La máscara en algunos, tan obvia, especie de careta que mira aún añoroza el cielo en busca de los famosos hawker hunter, aquellos que llenaron de metralla Santiago, haciendo esquirlas el mismísimo palacio de gobierno y pedacitos, envuelto en la manta huasa, al presidente muerto en su interior hace más de tres décadas, hoy como siempre, también están de fiesta.
Siniestros matones que hicieron zumbar la democracia y que hoy torturan las pistas y tinglados de baile a ritmo de zamacueca con zapateo milico incluido. Son las buenas costumbres que regala la transición a los intocables y soberbios huasos cobardes, especie ya de prohombres hijos de aquel tirano, que aprovechan el feriado amnésico de la garrafa para legitimar su paso de opresores a baluartes y defensores de la democracia.
Las fiestas patrias chilenas, además, diría el gran poeta Tanolemes, proponen el viejo truco de la manipulación, aquel que consiste en mantener a una sociedad demasiado enferma de arrogancia, gracias a la píldora dorada de nacionalismo pasado a chicha que se consume vía oral o inyectado con el catéter del chovinismo, directo a la vena ulcerosa de la amnesia y claro, provoca que la neurona se siga arrugando y, de paso, apendejando a los bailarines.
Con la cánula atorada al seso, desde la primera autoridad del corral, especie de comadre lola, que vende la chicha y el país, desde arriba de los Andes, en guatones bonos a futuro y puñeteros pagarés de inversión, se manda su pié de cueca que le da agallas para someternos al discurso, casi arenga, de ser los jamás vencidos, los más valerosos, un soberano país, laboratorio del neoliberalismo, jamás sometido a ninguna potencia extranjera, salvo a las de siempre y más encima reconciliado.
Todo este cuadro sucede hasta que la ebriedad ideológica lo permite o hasta que el discurso democrático, especie de mareado descalce de la lengua encargada de pujar la identidad criolla, provoca hablar doble y nublado por tanto efecto de rodeo chichero y guano político.
Así entonces se inaugura oficialmente la borracha celebración en esta estrecha patria rodeada de cordillera y agua y que hoy volvemos a mirar como de reojo, con recelo, también con algo de cristalino desprecio y claro, no vaya a ser que si la miramos mucho de frente, nos ojee con su zapateo arrogante y que la espuela del arribismo se nos incruste en el seso, o se nos atore la empanada y el pedazo de carne llenito del pebre, como aroma de país orgulloso, al ver y legitimar sus escasas pero finas tradiciones, como aquellas del trompo laboral, la payaya judicial, el saco y la argolla policiaca, y cuanto invento un tanto lúdicos se le ocurra.
Ya ni siquiera el volantín se encumbra pletórico en el, digamos, cielo azulado de la ciudad y menos por allá en el campo de flores bordados. Puras brisas lo están cruzando nomás pues. Ahora es el turno de la velocidad de la luz. El cuello con piñen y sudor tercer mundista se muestra guerrero al horizonte en señal de nuevos tiempos, y es que los poderosos cazas F-16 aterrizaron en la fonda oficial de la moderna patria, llenando el paisaje de ruido y soberbia castiza que aprovecha para saludarnos, con el sombrero huaso confeccionado de pura paja, aquella con la que nos masturba día tras día el sistemita éste, y que se limpia, frotándolo pareciera, con el pañuelo de seda con adornos en hilo curado que Septiembre nos regala. Nota: Carta escrita con letra temblorosa y nauseabunda por tanto vértigo de fiesta patria y cazas F16 en el cielo.
CARTA ESCRITA ANTES QUE SE ME OLVIDE o cómo combatir el no me acuerdo
A continuación envío a quien corresponda, carta testimonio y mayores antecedentes de la detención, tortura y vejámenes a las que fue sometido mi padre en su calidad de ex autoridad, ex alcalde, ex socialista, ex cétera.
Ex preso político de conciencia habría que agregar, según lo estableció la terrorista ley cumpliendo con la estrategia diseñada en la eterna transición de no ofender y faltar el respeto al tirano. Y también como valiente alarde, para eso no les tembló la mano, por mantener el chueco y tullido estado de derecho hasta que el cuerpo de las víctimas y sus familiares se doble y se acueste eterno en aras de mantener la tranquilidad en este paraíso de la impunidad. ¡Pinches cobardes!
También ofrezco mayores pormenores que permitan tener cierta claridad, ante la oscura y parapléjica ceguera de ustedes, funcionarios del ministerio de la amnesia y la magnesia, respecto a lo que fue su vida y a la nuestra, directos afectados por los atropellos y violaciones a los derechos humanos acontecidos en Chile durante el periodo de la dictadura militar y en el otro que se inauguró ¡ah que no! a partir del año 1989.
Luis Hernán Osorio Cornejo, se llamaba el hombre. Difunto con cédula nacional de identidad 4.315.567-9. Preso Político entonces, según consta en la creadas, siempre en lo oscurito de palacio, comisión nacional de verdad y reconciliación, más conocida como informe Reting del año 1990, que sirvió tan solo para ver llorar al cocodrilo presidente de la época, furioso aficionado golpista de la fracturada década de los setenta y cagarse impunes de la risa a cuanto discapacitado mental victimario de la asonada milica allí se nombrara, y también en la comisión nacional sobre prisión política y tortura, informe Valech del año 2004, con el número 17674 de la nómina de personas reconocidas como víctimas.
Ahí le regalaron, me acuerdo, un mamotreto empastado y autografiado por la mano del borrón y cuenta nueva y que sirvió, otra vez el cuentito, para ocultar, con la ley de la cooperación compensada, a cuanto torturador e hijo de puta lo requiriera. Ley de amnistía, así se llama, no se me olvida.
Elegido democráticamente en elección nacional de regidores del año 1970 como alcalde de su localidad; una alta votación obtuvo en forma directa, nada de binominalismos y pactos mediocres. A su vez, nominado como presidente del Partido Socialista de la comuna de Puente Alto de la ciudad de Santiago, en elecciones efectuadas por las bases de su instancia política, con cierta decencia para esa época y hoy columna vertebral del oportunismo, por decir lo menos.
Detenido el día 13 de Septiembre del año 1973, en su calidad de primera autoridad comunal, por los auto designados e impuestos gobernantes de facto, alzados previamente el 11 del mismo mes y año, con el resultado ya por todos conocido, término de la tradición democrática de esta republicana nación con un cruento golpe de estado, que costo la vida al presidente constitucional de la nación y también, prisión, tortura, muerte y exilio para miles de compatriotas.
Encadenado, es trasladado en calidad de preso terrorista al ex regimiento ferrocarrileros, hasta hace poco regimiento de ingenieros de montaña n°2 de Puente Alto, hoy bajo tierra y santiguado por los vergonzosos y modernos shoping del olvido, no sin antes allanar su hogar e intimidar a su esposa e hijos, me incluyo, por parte de patrullas militares adictas al régimen ilegal de fascistas que se instaura.
El ajusticiado generalillo Carol Urzúa se llevó los pormenores de su detención y supo bien de las amenazas y encarcelamiento de sus familiares directos, con los consiguientes apremios físicos, como medida de fuerza y coerción por su captura. ¡Que manera de tener parentela aguantando la parrilla!Posteriormente es sometido, otra vez, a simulacros de fusilamiento, tortura y vejaciones en el también auto denominado campamento de prisioneros Estadio Nacional, sitio que se caracterizó como campo de exterminio, y que de vez en cuando también maltrata y aniquila las pelotas por las malas elongaciones futbolísticas que ofrece la pésima y tortuosa liga nacional. Allí la incomunicación se extendió hasta Noviembre de 1973, cuando se permite (la generosidad cuartelera no tiene límites) la visita de sus familiares, quienes además, prestan alguna ayuda de carácter alimenticio, primeros auxilios, y otras básicas de atención. Luego, es trasladado al norte del país, específicamente a la ex salitrera de Chacabuco región de Antofagasta (no específicamente en busca de fortuna) también auto designada campo de prisioneros, allí fue posible constatar nuevamente, la tortura física, anímica y psicológica a la que fue sometido en largas jornadas de apremio y simulacros de fusilamiento por parte de quienes hasta el día de hoy, pese a los esfuerzos personales, no vaya a ser que al estado le interese enjuiciar y reconstruir la impunidad por él mismo aceptada, no ha sido posible identificar en este salar de la mentira. Tan solo me acuerdo haber escuchado el nombre de un tal capitán Minoletti.
Agredido, humillado y con un futuro incierto, es trasladado, transitoriamente, al campo de prisioneros denominado Ritoque (lugar de veraneo para echar el cuerpo al sol, sin bloqueador factor sesenta, nos decía), parcela de agrado para largas jornadas de maltrato, según relataba, ubicado en la región de Valparaíso. Luego es conducido al campo de detención de Tres Álamos, en la región Metropolitana, antesala de liberaciones y living amoblado para la paliza final a cargo de los troncos de la maldita ex Dina, luego llamada Cni y hoy flamante agencia nacional de inteligencia, Ani, propiedad de los animosos invertebrados delatores de la transición.
Es liberado y expulsado del país el día 21 de Marzo de 1975, después de casi dos años de detención ilegal, gracias a la gestión y presión internacional de gobiernos del mundo en contra del régimen dictatorial, que oprimía sin contrapeso a los ciudadanos que pensaban distinto.
México fue el destino obligado para su familia. Nuevo hogar por más de quince años. De allí, tal vez, la necesidad de andar con la maleta al hombro repleta del eterno subsidio que otorga la vagancia. Ciudad de México específicamente, en donde vivimos con la fractura que provoca el destierro y al mismo tiempo la fortuna de un cálido exilio, de las tortillas generosas llenas de apoyo, de ver crecer a la familia.
Fraternidad y amistad, por parte de quienes nos acogían en su reboso solidario y que pese al tiempo transcurrido será imposible olvidar, al transformarse en una segunda patria física hasta la primera mitad del año de 1988, época donde se institucionalizan las elecciones fraudulentas (antes eran a dedo) gracias a la gentil mano negra del eterno y contradicto partido revolucionario institucional y del socio aprendiz partido de acción nacional, quién hoy se aferra con uñas y garras al poder heredado.
Poco tiempo después de nuestro retorno a Chile, específicamente en el año de 1993, se manifestó la enfermedad que costó su vida. ¿Quién acaso no se enferma de vivir acá? Resabio ésta, del apremio ilegitimo y degradación física a la que fue sometido durante el tiempo de reclusión forzado y a la serie de secuelas psicológicas y físicas que su cuerpo no pudo soportar.
Escribo lo anterior, en calidad de hijo y amigo de un tipo que nos enseñó la ruta de la honestidad, de la dignidad e integridad pese al corolario al que estuvo expuesto. Escribo este testimonio a nombre de mis hermanos y especialmente en nombre de nuestra madre, al sufrir también ella del apremio durante el tiempo de detención de su compañero.
De la amarga experiencia por saber o tener noticias de su integridad física. De la fragilidad de ver desmoronarse sueños y alegrías. Por la fuerza en duplicar estrategias de crianza y enseñanza para sus hijos, hoy dizque bien educaditos los vagos, y también a las carencias de todo tipo que durante mucho tiempo la acosaron.
De la humillación, desprecio y acoso de un sistema que no ha sido capaz de reparar dignamente a un porcentaje importante de la población que sufrió los embates del dolor. Que no ha comprendido cabalmente la necesidad de reinsertar a las victimas aún vivas (será acaso que muertos, la reparación es automática), quienes han arrastrado por más de tres décadas, la desesperanza, angustias, el miedo, la urgencia, los apremios.
Escribo, igualmente, para dar testimonio y fe de la importancia en no olvidar y reparar lo sucedido pese a la amnesia de mierda que existe. Escribo, por último, a pesar de la pesada lápida de mármol, con epígrafe incluido, que deben soportar los caídos y quienes seguimos guardando a buen resguardo su memoria. Antes que se nos olvide.
CARTA ESCRITA EN UN SEMAFORO EN ROJO o cómo cruzar la barranca del muerto
Despojada del obrero delantal a cuadrillé usado para vestir tu esclava labor de criada, nana, sirvienta, hacías el acostumbrado paseo dominical en la urbe azteca, ruta que, según tu, alivianaría la fatiga y modorra por tanta semana corrida de trotes laborales que da la chamba apatronada, mecánica de pega, con paso marcial de aseo y ornato, en aquel hogar ganso y ajeno al cual servías, ése que presta la pieza de servicio con tele sin cable, plancha a vapor, buena para secar la humedad de clase, el infaltable costurero zurcidor del calcetín juanetero, de las camisas italianas con papas fritas de adorno o los churrientos calzones zungeros que a veces muestran la hilacha rancia de quién los luce y que ni siquiera el fregadero, menos la lavadora, logran aplacar la nausea del perfume chulo, de fina extracción, que las prendas concentran generosas.
El peine de carey, con espejo al muro, reflejarían y modestamente permitirían hermosear tu cansancio obrero de lavar las pailas y fregar los guáteres estíticos de quienes recompensan con la dádiva del chorreo, retebién presupuestada en la economía del rebalse, la exuberante diarrea del cariño de clase que acostumbran aquellos hogares de la hemorroide igualitaria dizque cercana al progresismo light.
Especie de aleccionador y reconfortante instructivo de la conciencia, que sirve además para agotar y degollar la neurona obrera, estacionar y acomodar, en el estante de los desechos, la mal criada realidad de los adoloridos músculos del trabajo ajeno en cuanta mucama del camarote se permite el estrato alto, para ordenar, de ese modo, las pesadillas en quienes añoraron algún día ser y hoy tan solo logran reconciliar vergonzosos, en la suave almohada decorada de hoz, martillos y estrellitas, bordadas en fino hilo dorado, el sueño oportunista de cómo tratar a los mortales trabajadores del hacer y a quienes normalmente se les diluye su ser.
Saliste de tu natal sur chileno, en busca de la obligada oportunidad inmigrante, no hacerlo significaba no tener nada, ¿tendrás algo acaso después de todo?. Seguramente sin ésta, serías parte de la estadística cesante en aquella patria negrera, y del codazo especialmente egoísta de los blancos amos que la habitan.
Tampoco tu relación laboral podría ser distinta y es que da lo mismo Mongolia o la flemática Inglaterra, la criada es la criada y vale lo mismo que un malcriado eructo o perro muerto en cualquier carretera del mundo. Al final, contar con estas crías, es parte de las políticas de control de las mismas, y tenerlas bien contadas, permite pintarles la raya de la baja extracción y alejarlas de las decisiones importantes que cualquier elite bien criada evita comentar a la hora del aperitivo.
A medio día, no vaya a ser que te donaran todo el domingo, gustosa y entusiasta de toda careta impuesta de ropas y venias patronales, esas tan a la usanza medieval de señores feudales, hediondos a mal gusto estético arribista-absurdo en vestir a la servidumbre con el conjunto de encajes del aseo pulcro, trajecitos azul cielo con vuelitos marineros de catálogo, encaminaste rauda por las calles del barrio de oropeles, no fuera a ser que una contra orden del amo de turno y sus chiquillos taimados demandara otra vez tus, a esas alturas, excedidos servicios.
Llevarías a cabo tu dudoso descanso casi obligado gracias ¡Cuánta generosidad! a una ley o contrato extremadamente chupasangre, pero como sucede siempre, cuando no se tiene nada, la diálisis de la resignación se transforma en un mal menor que va maximizando la bronca en aquel cateter de los derechos laborales que algún día inyectaremos en aquellos facinerosos esclavistas.
Y es que el rito de tener una puertas adentro con vista a la cocina y de postal el fregadero, esclava por todas partes, bien humillada por otras, da los créditos necesarios para quienes la legislación es tan solo un portón de imponentes herrajes para salvaguardar los intereses del más poderoso, acostumbrado a pasar la rueda del desprecio por sobre quién se ponga en su camino. No así el indefenso, que siempre funciona por necesidad más que por gusto laboral, sobre todo cuando el eterno dolor de huesos, el lumbago del aseo sin descanso, se transforman en símbolos de lucha contra la opulencia oportunista del estrato acomodado, quién goza, eterno, del bienestar necesario a costa del bolsillo humillado, el pulmón lleno de chauchas y el riñón modesto del prójimo.
Pese al cansancio del ajetreo semanal, para ese domingo la rutina presentaba el panorama de las convicciones y mucha fe. Pasear y echarse un rezo en la Basílica de Guadalupe, casa propia de los legionarios del opus y bastión de las huérfanas del hogar, y hogar dulce hogar para ti y tus amigas de igual condición laboral, de seguro te permitirían el respiro necesario y el obvio mínimo descanso físico-mental para sobreponerte, un poco acaso, de la familia impuesta y de un barrio despersonalizado por tanta millonada que se cuida y que soberbio luce en castigar con la altanera mala paga el mórbido horario de servicios que dios impuso y quiere para la eterna felicidad de sus hijos pudientes.
Fue ese instante de seguro, y debido a tanta meditación y reflexión de tu pequeño mundo, quién provocó el fatal accidente que dejó regada tu existencia en aquella calle lluviosa y húmeda. Por supuesto fue responsable la vil locomoción colectiva, engendro todopoderoso del volanteo egoísta, que sin control y velocímetro alguno, aplastó tu ser y aniquiló todo cuanto estuvo a su paso.
Son culpables, que duda cabe, la impunidad y privilegios regalados absurdamente en una sociedad que circula en sentido contrario, a ritmo de carburador destartalado, demasiado zangolotero y despótico, pésimamente calibrado en dirigir el buen funcionamiento del tráfico y la congestionada educación cívica de respeto a la vida del otro.
También ayudó el desgaste natural de tus oxidadas piezas anatómicas, producto de los menesteres del aseo y limpia que de por vida practicaste con certeza y honradez. Seguramente ese maltrato físico por siempre practicado cegó tu grata mirada y nubló tu tránsito aquella tarde de paseos en el elegante barrio de Polanco, prototipo despótico de la Ciudad de México, repleto de ben-gurianas sinagogas y mucho money sionista, no permitiéndote reacción alguna para distinguir al cafre asesino que embistió cobarde tu fragilidad y que sin miramiento alguno y sin decir agua va, perforó tu transparente espacio de dignidad, tu vida.
Así, un par de horas más de agónica existencia, nos trasladaron a lo dramático y cruel de la vida cuando no se tiene ninguna capacidad de respetar al otro, al indefenso, que cual escoria pública, se ve obligado mil veces a implementar cuestiones básicas para contrarrestar su mísero papel salvapellejo en las calles, y que día a día, en un afán de sobrevivencia, debe aplicar, casi como reflejo condicionado, el balanceo del tímpano al impune bocinazo, el ajuste de la palanca de velocidades en pos de cruzar a salvo la magnánima calle para salvarse de terminar arrollado sin miramientos y arrepentimientos y vilmente asesinado.
Y es que son varias las estrategias utilizadas para tratar de preservar la vida en esta ciudad copada de autos y autómatas al mando. Las más avezadas, una buena puteada y si es que lo amerita llenar a patadas la carrocería encerada del bólido agresor. El escupitajo limpia vidrios estampándose más de las veces tan solo al aire, también se acostumbra.
Que decir del piedrazo abollador al vehículo-guerrero o en el peor de los casos la buena mentada de madres al impune conductor, huacho ciudadano del cártel de cafres y señor hijo de puta de la calle, quien seguirá presumiendo sin freno alguno su desgastada civilidad en esta ciudad inmunda y catastrófica para el ciudadano a pié.
¡Abrevie, abrevie! Es el grito utilizado por la policía transa del tránsito chilango que de seguro, aquél día, cerró sus ojos cobardes ante tu atropello. Con ese absurdo llamado indica a los cafres corredores apurar su marcha triunfal por los asfaltos de la ciudad. Es decir, los conmina al tranco atropellador en contra de lo que se pare enfrente, verdaderos estorbos para quienes en su rol de dueños de la arteria y del corazón de los demás, carretean su formula-one de vil egoísmo, con la sangre, lágrimas, huesos y quebrantos del más débil.
Muchas veces se dice que matar al atropellado es más barato. Repasarlo sería la palabra exacta a dejarlo muerto. Sencillamente los gastos y asuntos legales que surgen del accidente, son demasiado engorrosos y corruptos. En resumen, la misión es volarle hasta las plumas a quién se incruste en el chasis y no dejar nada palpitando por debajo del ofendido todo terreno.
Es el egoísmo que se transplanta, gracias a la intelectual torpeza de quienes incluso construyen la ciudad de un modo limitado y ojalá con los muros del desprecio ante el más desvalido. Y así también es el barrio de Santa Fe, rincón edificado en la riqueza extrema, cimentado muchas veces en el pulso de la columna corrupta de la honestidad o más fácil, estructurado a la vista de lo políticamente correcto, aquel que avanza sin contrapeso, y para ello cincuenta o más millones de pobres son su andamio y tinglado para la infamia.
Buena entre lo soberbio, jovial hasta el tuétano, alegre a pesar del esclavizado absurdo, de sonrisa aguantadora ante toda mueca laboral obligada, nos mereces toda admiración. Perteneces ya a ese universo de ejemplo anónimo que sin aspavientos, mínimos gestos, pese a la poca paga humana, nos deslumbraste por tu capacidad de vivir honestamente y sin duda alguna, proyectarlo, reitero, en el atropellado espacio y tiempo que te tocó vivir. Descansa tranquila señora amiga, si de algo vale, bien merecido lo tienes. En silencio y por siempre, con mucho respeto, te recordaré vital, integra y alegre.
CARTA ESCRITA CON UNA MUECA o cómo cagarse de la risa del olor ajeno
El viaje en avión serviría para el reencuentro con aquella ruta demarcada en la risa infantil y por el trazo alegre de la adolescencia hace ya muchos años atrás. Un abrazo a la intra historia que nos tocó pelar, diría yo, con aquel diente careado del exilio y algo de juicio que dan los apretones y masticaditas de pertenencia a la tierra ausente por más de una década.
Fue volver al sitio mismo que construyó lo que somos, a principios de un endeble y frágil nuevo siglo. Acontecimiento expectante para la vieja neurona desarraigada que me han de ver, y disfrutarlo, que no faltara ningún detalle, que las platas turísticas fluyeran contentas, sin dar paso a la caries de la carencia, serían el objetivo.
El lan-cero nacional, único en su clase, sería el responsable de nuestro vuelo. Así nos adoctrina y bajonea la propaganda del aturdido mercado globalizado, que se infla de beneficios y nos mete el libido dedo en la llaga consumista, y nos coge con aquello de volar a la altura de los que si pueden hacerlo e ir, de a poquito, cuesta abajo en la rodada por tanta deuda que se acumula a riesgo de quedar sepultado, boca arriba, en ellas.
Línea aérea además propiedad del empresario criollo de la risa perfecta, hipócrita hiena con colmillos de oro en potencia, que sí se la pudo gracias a sus dotes de triturador mástil carroñero y su doctrina de vender barato el tarjetazo de crédito, visa maestra para saborear cucharadas de generosa utilidad, y de vomitar, al respetable, los beneficios de la identidad de jaguar latinoamericano en pleno y regurgitante desarrollo.
Hijo además, a propósito de guácalas, de algún republicano pro hombre con aires democráticos, esos abundan, cercano, de lejos se les nota, al ideal de cortar los dedos incluso en pos de cagar al prójimo sin ruborizarse siquiera. Militante de algún partido despótico, sobras políticas que suelen ser gobierno, con la venia de dios y de la torpe poblada de nuestra América, acostumbrada a comprar pasajes de ida al populismo barato, y ser picaneados, a la vuelta, en el caro diuti-free del desprecio.
Aquel que funciona como alcancía para unos pocos vaciando de humanidad y esperanzas a cuanto iluso se cruce en su camino neoliberal. Del mismo tropel ¡ah que no! cabe destacarlo, que reía carismático ante la carnicería en décadas pasadas, y que acomodaron oportunos las circunstancias del lucro sin ascos pese al luto que impusieron para este finado país. ¡En fin!
Santiago - Ciudad de México y anexos turísticos, serían el itinerario para la ocasión. Los nuevos ricos y pujantes viajeros nacionales, felinos locales de la garra grande y afilados trepa(na)dores soterrados, saldrían joviales a conquistar y a lavar sus presas de orgullo depresivo por allá cerca de las limpias playas alegres del caribe mexicano y también ¡por qué no! aprovechar el vuelo para tatuarse, en sus cuerpos fláccidamente siliconados y llenos de guatones asteroides musculares, los recuerdos de la trencita rafta y el bronceado hasta del zapallo que le han de ver y que Zapallar les niega.
Con la sonrisa anclada por tanta estrechez cívica, aquella reacia incluso para el saludo ordinario, acomodaban raudos su triste y mal educada humanidad en los respectivos lugares asignados por sobrecargos y capitanes, generalmente, oriundos de la misma especie y que ofrecían de pie, a la defensiva, con cierto temor y llenos de nerviosos rictus faciales (algo de similitud se percibe a las taras y muletillas del mayor acaudalado y patrón que les toca soportar) cuanta amabilidad obligada para las ocurrencias de sus clientes habituales, grandes acumuladores de las millas de pelotuda soberbia y unos cuantos kilómetros de egoísmo que regala la identidad criolla.La idea consistía en presionar las lumbagas nalgas desarrolladas en el ejercicio prisionero del estresado cansancio y de la realidad chilensis. Culos de gatos pujantes para el económico espacio compactado, especie de cariño de clase turística, donado por la empresa privada que, sutilmente además, solicita guardar bien los paquetes y no abultar aún más los reclamos que el viaje provoca.
Uno nunca sabe que sucede allá arriba cuando la bragueta cultural y autóctona se abre hocicona y menos cuando se trata de la incómoda y ridícula paisanada que tan solo pretende tocar el cielo con las manos demasiado paranoicas y cochambrosas de esta tierra que los parió y exige para ello, hasta las escaleras de lo imposible o acaso un zeppelín inflado con el pulmón del otro y así llevar a cabo sus humos de grandeza.
Nuestros temores se hicieron realidad rápidamente. Muchos pasajeros no tan solo exigían que las sobrepesadas y falsas maletas de mano, verdaderos monumentos al cachureo piojento, ingresaran sin contratiempos, si no que también los reclamos al personal a bordo se transformaron en pesadilla lunática o especie de incómoda pulga en el culo. Y es que cuando el chileno viaja, es posible que hasta el viejo loro y la arrugada suegra, aquella vieja empingorotada que se roba todo, hasta las sobras con la excusa del souvenir para los nietos, sean parte del equipaje del neceser. Queda de manifiesto así, el síndrome de la petaca, rara tontera esa de empujar las maletas y los bolsos incluso hasta con las garrapatas.
Entonces sucedió la escena absurda. Ya en tierra derecha hacia la derechista aztecalandia, actual cuna de neo emperadores fascistas o sea legionarios de Cristo, al pan pan y a Dios que les vaya bien, y luego de varias turbulencias brindadas por los briosos nuevos vientos ecuatoriales, alguien, vaya uno a saber, no reparó en el cierre hermético del maletero aéreo, aquel que se sella a punta de cabezazos si es posible, y que a veces nos depara la sorpresa menos esperada.
El remezón de la nave abrió de azote la compuerta, para dejar en evidencia que varios envases se nos venían encima de sopetón. Uno de los frasquitos, con etiqueta pirata y remedo de sellado artesanal, con scocht o diurex, de aquel que aprieta el extraño tráfico clandestino, de cuajo se abrió justo sobre la cabeza melenuda de un letargoso turista de aspecto guizquero y anglosajón.
En su interior las raras latas de conserva contenían mariscos varios, que, de seguro, cumplirían con deleitar, con la fama que gozan los productos del mar chileno, a cuanto mexicano loco, con ganas de intoxicar la solitaria lo solicitara, y es que tan solo acostumbran, desde hace rato ya, degustar tiburones a madrazo limpio, alguno que otro pejelagarto salteado en camarones o el típico y populista cebiche con ketchup y mostaza que se ofrece con pan quemado, en el tostado y a veces chamuscado país del comal político.
El susto del republicano-democrático gringo, quién vio toda su antiterrorista humanidad, acaso la tiene, bañada en líquidos y moluscos afrodisiacos del litoral central y que para el instante colgaban generosos en aquel rostro pro abusado de la vil ofensa, fue tan comparable al miedo que provoca comer hamburguesas en la cadena de comida chatarra del viejo granjero terrorista de la diabetes con apellido macdonald.
Mención aparte, sugerir el uso en exceso, de las asexuadas machas, ideales para la lengua musculosa que funciona como es-taca clitoguerrera, el rico y sabroso chorito al velador, una que otra concha de Santiago de flácido y frío ostión crudo, coquille saint-jacques para los conocedores, sin olvidar el eréctil, calentón y pícaro picoroco, que se incrusta como roca en el paladar y que fue para la ocasión, uno entre tantos para darle sazón y altura al pequeño viaje.
Y es que mofarse del afectado y ya alterado gabacho conmovió hasta el rostro menos siútico de la fauna allí convocada, y más de alguna alteración gástrico sexual provocó en el resto de presurizados y siempre reprimidos paseantes del apuro. Me excluyo.
El humor varió después de un par de horas y es que el penetrante olor a yodo piure-ano se impregnó eterno hasta en la mismísima cavidad de pilotos y azafatas, provocando el desconcierto y muchas sospechas respecto a los varios humores allí acumulados y ni siquiera el piloto automático pudo salvar su mecánico paso por la vida de la intriga del olor ajeno, que a esas alturas moría putrefacto en el cuerpo del forastero yanqui go home, que en su acento espaninglish, vociferaba todos los epítetos permitidos por cochayuyos y lapas grácilmente posados en su infeliz mueca encabronada.
CARTA ESCRITA EN EL GUATER o cómo evacuar y limpiarse bien la patria
No contesté antes tu carta, debido a varios asuntos que nos depara el mes de Septiembre. Contradicto como siempre por tanto embauque ideológico-político, cívico-militar, festejos, ceremonias, llantos y alegrías que ofrece. Entre ellos la celebración de la independencia mexicana y todo lo que rodea tan magno evento. Ya sabrás de las sorpresas que nos concede la patria de Juárez y sus Niños Héroes.
De su marcado chovinismo y estridente nacionalismo que incluye los clásicos desfiles de tropas, armamentos, enseñas, cánticos, veneraciones. Todo para quienes consiguieron, a balazo limpio, este pedazo de territorio soberano a pesar de la usurpación de medio país, a punta de sucias intrigas, por parte de los estadosunidos.
Tampoco estuvimos exentos del Grito de Dolores. Aquel que pujaban llenos de aullidos año tras año los churreteros presidentes del sufragio efectivo desde los balcones del merito palacio nacional del Zócalo capitalino, convertido hoy, tan solo, en residencia permanente de la reelecta protesta popular y también recámara para el discurso desacorde de una poblada demasiado cagada por la cesante explotación y activa marginación.
Todo por gentileza de aquellos que ocupan la letrina oportunista del chorreo político electoral, y que obliga a los nuevos mandatarios, en un adolorido e irritado gesto patriótico pareciera, trasladar la puesta en escena de los discursos y redobles de campanas, por allá cerca de la silenciosa nada misma, lejos del griterío antisistémico, que no cesa en su afán de tirarles, de una vez por todas, la cadena del excusado por tanta mierda que ofrecen jornada tras jornada.
Así evitan, quiero suponer, que la pifia inconforme traspase el rito solemne acordado en el oscuro respeto al derecho ajeno entre los poderosos, perpetuado por los gobernantes de la burda paz respecto al ideal de país que más les acomoda. Y es que nunca se sabe qué depara el pedorro sonoro rugir político en este guerrero mierdal social que habitamos y que a veces suele hacer retemblar los cimientos construidos sobre la mismísima laguna de Texcoco, estriñendo a los antepasados aztecas, quienes miran cagados de espanto, con retortijones y con el papel higiénico presto, la farra y diarrea histórica a cargo de sus pares contemporáneos.
Y a propósito de iguales, de siameses enchufados por el mismo cordón intestinal del capital, te habrás enterado que hasta de dos presidentes se jactan en la actualidad. Fraude de por medio. Uno malo, como el pan duro, que amasa y aplasta con la experiencia de cowboy que dan los años a pura cacha, de pistola, las rebeldes e inconformes tierras del pacifico.
Llano en llamas auspiciado por sicarios y vicarios paramilitares, organismos de inteligencia, heces otroras y hoy soterradas fuerzas políticas, destacamentos de elite antiterroristas y grupos económicos de poder. No en vano el malandrín de turno se congratula rastrero con el feo mojón norteño, pese a las murallas de desprecio que éste impone para él y para los miles de damnificados económicos que el baño químico del desprecio social otorga.
El otro, el bueno, soberbio y mesiánico tonto útil del neoliberalismo, bosta desechada por el sistema del partido único, quién perdió pan y pedazo debido a la promesa de mantener todo igual, administrar el sistema pues (la capitalista fase anal del desarrollo) con la ayuda de los esbirros caciques locales y regionales, quienes hacen suya la lucha de arrasar con la raza (razzias para la limpieza étnica le llaman) contra indígenas del sureste mexicano, si es que a estos se les ocurre cagarlos con alguna que otra tonadita con ritmo más progresistas o menos aguado.
Y a propósito de diarreas tomé harto tequila en casa de un cuate. Te habré contado que poco o nada de aquel néctar acostumbro. La panza es un mal anfitrión de la penca de maguey, más cuando las intoxicaciones ulcerosas descomponen el hígado, y de paso te hacen hablar puras güevadas debido a la lengua traposa que se inflama en el ejercicio alcohólico precolombino.
Pareciera que entre más le pongas al mentado manjar azteca, los dioses de este pretérito brebaje se encargan de marearte el norte y el sur incluso. Eso sí, comí Chilpachole del bueno, de ese que pica hasta cuando sale, con jaibas, harto camarón, masitas de maíz, papa, chile, limón. Confieso que terminé inflamado con tanta fiesta patria mexicana y con portentosos gorgoreos debido al comistrajo.
No sucedió así con la fiesta chilensis, paralela por cierto a la mexicana. Sin comentarios debido a la poca capacidad económica y lo costoso de las propuestas ofertadas para la ocasión. Previo a la gesta, ocurren varios acontecimientos, entre ellos, tres o más celebraciones patrias de diversas características que no hacen más que adentrar a la paisanada errante en una suerte de baño a vapor nacionalista, con los consabidos cantos a la cordillera y a ese mar que tranquilo los baña. Empanadas y tintos de la tierra que nos vio nacer y que hoy cierra los cachetones ojos, apretando bien la hemorroide, haciéndose la güeona en pos de preservar los equilibrios de la inmunda impunidad y excreta amnesia.
Por un lado la fiesta organizada por la asociación chilena de residentes, raro engendro de unión y fraternidad entre la volátil paisanada que pisa esta tierra de turismo con aquella otra que llora por la terracería chilena y se alegra de no estar en ella. Y que tiene como costumbre deleitar a los presentes con el disco de la cueca facha, de marcado cuño quinchero, aquel grupo de cobardes patéticos, representantes de la música criolla al igual que los decadentes e incontinentes Hermanos Silva. Te acordarás de estos huasos en extinción, especie de patitos chiquitos, encargados de piarle loas al hoy tirano con pañales, en cada copla que ofrecían a la gallá residente en esta patria mexicana.
Por otro lado la kermesse de carácter más exiliada, aquella a la que la bota milica ofreció una patada en la raja y debió marchar obligada y con marca L en su pasaporte hacia el norte del continente. Aquí existe la posibilidad de reencontrarse con los zapateos del destierro y los honestos acordes ausentes de la Violeta y Víctor Jara.
Afiches, chapitas y gorritos de la resistencia y también de un cuanto trapicado del neo folclore nacional, remontando el momento, al periodo de la histórica upe, y donde el momiaje curiosamente sigue teniendo cabida gracias al nuevo disfraz que otorga el socialismo renovado, la concertación, los payasos bufones y lambiscones del poder bacheletista y que a estas alturas, gracias a las torpezas de la eterna transición, contraen esfínter y el cuerpo en pos del deporte nacional de robarse todo y también de velar por la vida o muerte del tirano decrépito que aún les dicta la pauta que deben seguir.
Y a propósito de reaccionarios, en otro bando, la latera, soterrada y conspiradora jarana organizada por la embajada chilena. No en vano se ha convertido en especie de cuartel general para la boñiga de bueyes continentales de la odca, adefesio churriento que reúne a los demócratas golpistas de los partidos cristianos del continente, encargados de tirar mierda con ventilador cuando las cosas no les son favorables en países tales como Bolivia, Venezuela, Cuba, Nicaragua y últimamente Ecuador.
Así entonces, el embajador de turno se encarga de anfitrionar personalmente, junto a los prohombres y súbitos representante del gobierno chileno - lacayos especuladores del negocio bilateral y de la cultura entretenida - a la horda de fieles y de moscas que ventean los patios residenciales, con césped de guano, de la cloaca oficial.
Allí las empanaditas de pino, queso y camarones, junto al pencazo de vino son los conductos regulares para el corcho que taponea su cólico desestabilizador y estar a la altura de las oportunistas circunstancias. Y claro, son también vestimenta de lujo para sentir que la patria lejana se acerca generosa, por un espacio de dos horas, gracias a los gestos dieciochescos otorgados desde el trono inmundo de la cancillería.
Por último, aquella que organizan el afable grupo de lumpen y marginales militantes de la vida y de la solidaridad. Subversivos y terroristas para el sistema, amigos entrañables para quienes no opinamos lo mismo, y que nunca tendrán su cueca sola a pesar del rechazo y estigma por parte de los representantes de la penosa y hedionda, a caca, alegría que nunca llegó, ofrecida en el triste y viejo gingle de la transición política chilena y que tiene como sana costumbre, lavarse el intestino de la añoranza y mirar a Chile desde una óptica más lucida, con el estómago mental menos contingente de teletones, colocolos y culonas vedetes, procurando no marearse demasiado con el vino añejo de los mediocres y las empanadas llenas de cebolla y hueveo que la invitación a recordar el zurullo y bollo patrio que nos toca vivir, depara.
CARTA ESCRITA A UN CADAVER o escápenlo para que no se agarre
Ahí te vimos alguna vez (te recuerdo que eres parte del fichero de los dictadores) portando las charreteras doradas y uniformes aterciopelados, que servían como escudo para cubrir tu meñique estatura, y que te fueron otorgados en el mentiroso honor y falsa dignidad de soldado golpista.
Estaban las apariciones públicas, donde no ocultabas la miserable enseñanza del westpoint, haciendo evidente tú sigiloso y soterrado tranco solapado de nunca mirar de frente a quienes se transformaron en el enemigo interno y objetivos de guerra en las inmorales e inhumanas batallas de baja intensidad que practicabas.
Eran tus primeros pasos para escalar el podium de los cobardes, aquellos que, entre otras cosas, se cubren la espalda, miran de reojo y, por sobre todo, articulan la mentira y el engaño, acomodando el cuerpo y así traicionar los códigos de la decencia en pos de la ambiciosa gesta que se trazan. Era tu caso y el de otros. Allí una vez más te volvimos a ver, blindado por la tropa de rufianes de tu misma calaña, mostrando por primera vez las oscuras gafas que no solamente te protegían de la tragedia que sin ascos inaugurabas, sino que, además, te eran necesarios para solapar tus intenciones e intimidar los deseos de quienes te salían al paso.
Fueron el velo que ocultaron los más oscuros propósitos y novelas de terror en la larga campaña dictatorial, que impusiste y mantuviste durante las mórbidas décadas en esta patria apabullada. Así quedaste marcado en la historia de la humanidad, como el icono de los sanguinarios, su falso Mesías. Rastrero personaje y sanguijuela del horror.
Seguramente también aquellos que antes te acompañaron en la carnicería y que desfilan hoy con el delantal ensangrentado, a rostro encubierto, en el siniestro y apoteósico funeral que te obsequian, sienten en sus huesos y mentes carroñeras la misma soberbia necesidad de ocultar su vergonzosa tara de mentiras y patrañas que de ti heredaron.
Ni siquiera con ellos te libraste, luego del balazo y lluvia de róquet que apostó encabronado por el tiranicidio. Allí los anteojos no bastaron para cubrirte de la justicia popular. Contabas para la ocasión con el blindaje automotor y el regazo de tu virgen protectora, supongo, salvando el podrido pellejo que cubre tu sangre inmunda y que apenas se escareó de esquirlas al ocultarte y cerrar tus ojos cobardes tras el vidrio acorazado y el manto de la suerte.
Luego vino el desquite y volviste a lucir los lentes y el antifaz de la infamia y de la supuesta valentía. Mandando, una vez más, a matar chilenos con la venia y la vena del cólera repleta de leva que solo los asesinos rabiosos portan, incluso, en su miserable muerte.
Ya sometido al escrutinio del rechazo, en la etapa que recubrías tu mediocre y malgastada morfología gorila, con el disfraz de ropa civil y perlas, apareciendo como el abuelo bonachón, otra vez volviste a ocultar tu paso alevoso; ahora lo hiciste con el chaleco antibalas otorgado por la constitución espuria que arañaste con puño y corvo, otorgándote el cargo de senador vitalicio y regalándote, además, cuanta impunidad necesitaras.
Allí sentiste que el mundo se rendía a tus pies y pensaste que transformándote, de repente, en un estadista de pacotilla, en una especie de remedo, que ni siquiera las novelas dantescas habían escarbado, podrías librarte de las cortes.
Cual sería la sorpresa al enterarte que la justicia acorralaba tus manías de magnánimo por primera vez, sitiando tu burbuja de impunidad y camuflaje de cobarde soldado, que oreabas al viento europeo. El mundo te enrostraba directo, que contaras tus asesinatos y, además, te invitaba a que lo hicieras en un tribunal con más verdad que los tuyos.
Una vez más libraste la condena gracias a la protección y mentira de los alegres y oportunistas gobernantes de la transición, quienes se transformaron en guardias pretorianos resguardando tu integridad de tirano maldito, al prestarte entre otras cosas, el maquillaje del olvido y un cuánto de accesorios y recursos de amparo para defender todas tus fechorías y alharacas de ex torturador en jefe.
En fin ¡Cuánta inmundicia! Hoy te mueres canalla y vuelves a salirte con la tuya. Hoy no solo te blinda el cura obispo con su sotana y sacramentos -manchados de simpatía a tu legado de crímenes- hechos a la medida de sus hijos que caen en desgracia. Hoy la comunión te libra de los pecados según relata la prédica reaccionaria. Pero, para que te enteres, no te libraras nunca de la memoria y el juicio de quienes este día vemos, en tu escape astuto, la necesidad de seguir bregando por tu castigo.
Y lo sabrán nuestros hijos también (que no quepan dudas). Por que el ataúd de fina madera que contiene tus fascistas restos y que te deja ver, pese al empañado momificado que portas, los mismos anteojos de la traición y las mismas medallas de honor cobarde (de arrancarte sin poder nosotros agarrarte), son el mejor retrato de asesino que regalaremos a ellos para que bien se enteren y te persigan.
Hoy la capilla estará ardiente, ya lo creo. Y es que te vuelves a blindar obsequiándote el fuego que te hará hervir eterno en la hoguera de los despreciables. Bien dicen que, tu muerte inmunda, le ganó lejos a la justicia. Tu cadáver no encontró mejor estrategia que irse volando, a baja altura, sobre seguro en el mismo helicóptero puma de tan negro historial para esta patria lastimada. Supones hacer en este instante, tu último bellaco recorrido, tu propia caravana de la muerte hacia la cremación que también supones definitiva.
Contarte que no será así. Por que pese a tu apocalíptica y rauda huida, ni los gusanos que te esperan con la nausea expectante, estarán dispuestos a tragarse el cuentito. Deja decirte, que tampoco creo posible que nos engañes. No habrá para ti, traza, escondite o refugio que valga. Tu embauque de escape furtivo, una vez más, no nos detendrá para seguir luchando y felicitarnos de que, en ningún rincón del mundo civilizado, ni siquiera alguna calle o un miserable callejón sin salida, lleven tu nombre.
CARTA ESCRITA CON UN VERSO TRISTE o cómo liberar tu tango de penas
Este texto es para cantarte, es para entregarte siquiera, una modesta armónica letra, precaria si se quiere, simbólica si se deja. Una propia, una nuestra, para los tuyos. Siempre serán parte, eso quiero, de aquel vacío espacio en tu hoy demasiada ausencia.
Sea estos versos disonantes, armónicos besos, eso quiero. Respetuosos gestos sino pretextos de nuestro afecto. Siéntelos eternos. Escúchalos. Que susurren generosos. Trata que no olviden nunca su letra memoriosa, letra presente, letra de recuerdo.
Deja liberar este acento, presentártelo casi fraterno. Que a punto seguido se disponga atento, deja cometerlo. Que ni siquiera la muerte quiera, esa que presente nos impone, puntos finales, menos epílogos, menos epígrafes.
Demasiado nos dejas malena. Tu esfuerzo notaba tu esfuerzo, y un dolor ninguno repose sereno tu semblante suave, puro, profundo. Deslumbra y duele fuerte, nos duele contigo, nos duele de curar con la impotencia, nos gana de aliviar heridas.
Cómo cobijar tus males, male. Abrazarlos que también son nuestros. Cómo ocultar y olvidar breves aspavientos, desearte un aliento. Y es que también aprendemos, honestidad obliga, lo tuyo es alegre, un gran aroma por aferrarse toda la vida. ¡Cómo cuesta la vida malena!
Egoísta, complejo a veces, este paso por la vida. Con la pena que nos dejas, nos dejas entrever más triste que la sombra. Son penas de bandoneón, son penas diría el tango, eso sentimos hoy, eso gritamos y lo musitaremos por siempre.
Hoy nos miras y aprendemos, esa mínima pausa, de esa otra que vemos. De la frágil nada, de la misma nada. Y es que todo en nosotros hoy se presenta contradicto, nos descubre dificultades y porfiado nos cubre demasiado, delatando rigideces.
Penas confiadas a la percusión, eso propone el recuerdo. Un latido rítmico de latidos, pequeñitos, suaves, un grandioso corazón sin torcer. Ni siquiera dejará de pulsar hoy, tu percusión nos acompaña, tu ritmo es y será nuestro, él nuestro, él tuyo. Lo sentiremos siempre malena.
Y tu justa melódica nota, nos toca. Hace zangolotear bonito la vitalidad nuestra. Crea ritmos en nuestros sentidos, nos creas los sonidos. Siempre serás esperanzas, eso nos alcanza. Siempre calmas, con tu calma buena, ahuyentas tristezas, las malas. Eres estela de entusiasmos, velo armónico, mirada entusiasta.
Un halo de porfía hoy tenemos, porfía en verte de pie, por seguir viéndote generosa. Qué importa, linda te ves, siempre estarás hermosa. Y sabes que no solo el dolor del otro roza nuestra existencia, arrasa el ánimo, contrae el cuerpo. Halo del otro, de pedirte estar con nosotros.
Hoy pones triste la anatomía, dejas penurias, gastas las emociones. Pero por siempre estas con nosotros. Hoy dejas la existencia, ni una sola glándula te lastima, nódulo ínfimo de existencia. Pero cada día, lo sabemos, nacerás más con todo tu rostro.
Te ganan las ganas de las ganas. Reconfortar la vida, de no dejarte estar. Siempre serás generosa. Pierdes un poco de ti, compartes el resto. Es tu eterno e interminable paso tierno. Y no son restos los ofrecidos, lo sabes, por que siempre serás generosa.
Eres gesto integral malena. Vital estructura, superficie humana, tierra firme, océano monumental. Fortaleces tu existencia, nos haces ver cruciales. Superfluos de nuestro geográfico achaque y sobrantes de ínfimos males.
Y nos pones en nuestros justos lugares. Nos avisas a continuación ni siquiera bajonear la guardia. Animas hasta la retaguardia. Botaremos en el bolsillo de los recuerdos lo débil que puede ser este espacio. Guardaremos en la gran bolsa memoriosa, la robusta, tu vital y sentido recuerdo.
Por que este rumor de muerte, te hace sentir más buena. Más buena que yo y que todos. Alegre, jovial, dulce y bella. Tal como te dejas ver ahora, en este frío y anestesiado encuentro sin dolencias, alegre, jovial, dulce. Más buena.
Y es tu voz de pena alegre un balde de agua amargo, sal que mal hidrata el recuerdo, tonelada de peso que cae sobre nuestro cuerpo. Malena canta un tango dice el tango. Hoy tenemos pena de bandoneón. Eso si malena, hoy tus ojos no son oscuros como el olvido, son la luz que nos acompaña.
Son más. Te hacen lucir más bella. Son generosidad perpetua. No los borrará ni la reseca historia que nos toca y ésta que hoy nos toca. Deja decirte, deja, tus labios son humedad, alegre expresión contenida. Agua que bien inunda, lágrimas que se liberan.
Expresarte que tus manos no sentirán frío alguno. Deja prometerlo. Serán siempre cobijadas al calor que te guardamos. Y acaso las palomas se nos cruzan, entibiarán con paz nuestras ausencias. Y es cierto, tu sangre es la criatura perpetua pese al barro y los fantasmas de esta triste esencia.
Decirte, me permito. La ruta maya también es tuya, te la entrego. Ella enseña, da la vida. Hoy te multiplica, nos multiplica. Hoy te cantamos con la voz quebrada, con la voz de flor de pena, dice el tango. Con una pena en el corazón, e importa, intenta decirnos algo, alegrarnos las penas del bandoneón.
Y deja escribir por último. Así somos malena. Te llevas algo nuestro, tú nos dejas todo. Te queremos aunque hoy la tristeza nuestra no sea aún o acaso nunca, alegre. Deja que este verso sea libre, que nos una sin demora. Deja que nos ate tu recuerdo, que este verso evoque y no se borre, deja así acentuar tu memoria.
CARTA ESCRITA A FIN DE AÑO o cómo agradecer la sobrada paciencia
Agradecer a ustedes que semana tras semana, se atreven y abren el correo para leer mis envíos. Gracias por la valentía y esfuerzo.
A quienes comparten sus historias transformándolas en alegres comentarios y que con el permiso necesario, de la decencia que dan los años, logro citar.
A esos que en cada oportunidad demuestran su sorpresa ante lo escrito y llenan de estimulo mi, por fortuna, escuálido ego.
A los que juran, de guata al sol, haber leído en alguna ocasión los mamotretos y sin embargo, los sigo queriendo, con la guata al sol.
A los que por esta vía conocí y ya son parte de este curioso transitar de letras.
A quienes se aventuran y me publican. Pocos que se han transformado en mucho.
Para aquellos generosos despistados que no entienden el léxico. Prometo universalizar un poco más mi localista y pobre glosario.
A quienes ilustrarán mis crónicas mexicanas y que durante el próximo año harán realidad un modesto libraco de bolsillo proletario.
A quienes me miran de reojo y no abren los textos por ser estos una reverenda paja, en el ojo ajeno. Claro.
Mención aparte por esos que sienten nausea y bronca al sentirse aludidos. Los compadezco y a veces entiendo.A esos rastreros sistémicos que suelen pasarse de listos y andan en busca de aliados que escriban bonito. No cuenten conmigo, harto feo que lo hago.
Para aquellos que sin asco, han copiado algunos textos y títulos y ni siquiera una vomitada cita me han propinado.
A los poderosos y lameculósculos, quienes se han transformado en material único y excelso. Tan pendejos que los ha de ver el mundo.
A quienes nunca más se contactaron, tal vez por algún comentario mal o bien intencionado de mi parte.
Para los que apuestan a que ya no escriba nada por tan reiterativo que me han de ver, ver, ver.
A quienes nunca responden, pero que leen con rigor y terquedad el recargado y barroco texto de turno.
A los que me quieren, yo supongo, y son incapaces de leerme.
A esos otros, que no me quieren y me leen rapidito.
Al montón de textos que siguen a la espera de editarse y que por respeto al derecho ajeno no han sido publicados.
A la posibilidad de leer mis garabatos en cuanta grosera tribuna lo insinúe.
Gracias al tiempo que me propongo para escribir. Ya ni rezo.
Y también al tiempo y al teclado que soportan tanto absurdo.Rogar para que me sigan leyendo los fans -me han dicho que existe uno - y que las musas sigan siendo un soplo cálido en mi feliz y destartalada armonía.
A México y los cuates, por su buena acogida.
A Chile y los amigos, por su recogida.
Mención a los honestos tiranos correctores de mi dizque estilo literario. Hartos cariños por su enseñanza desinteresada y particulares críticas.
A la internet por su modalidad automática sin censuras. Eso creo. Un abrazo fuerte para todos y deseos de un feliz año 2007
CARTA ESCRITA CON EL POLO AL SUR o cómo vivir en armonía o morir con honor
Restaurada, moderna, arribista, empresarial, así luce la urbe capital chilena desde hace un tiempo a la fecha. En cierto modo recoge el alma y arruga el ojo espectador por su fina siutiquería, su alajamiento estructural a ritmo de mezclas de última generación y allanamiento de interiores, con el sello propio de las revistas o periódicos domingueros expertos de la vivienda y decoración. Todo, según la oferta, al mejor estilo del siempre novedoso, cursi y gastado manual del adornillo arribista.
Estilos variopintos con el sello indiscutible del arraigado mal gusto estético, ¡vaya uno a saber a qué corresponde! Que predomina en cuanta muralla y puerta disponga esta tierra que nos moldeó, a contrapelo de los impulsos de nuevas formas de construir y que apenas asoman asustadizas, frente a las ansias ampulosas de arribar bravucones y seguir ocupando el sitial de hijos hechos a imagen y semejanza de la reina madre ¡God save the queen! o acaso lúmpenes ingleses del tercer mundo con características de pequeño burgués. ¡Por supuesto que off course!
Eso es la provincia señalada, eso es Santiago ¡Claro que pos que yes!. Una tacita de té dulcemente desabrido y dispuesto barrio latinoamericano presto para continuar arruinando a cucharadas de cemento si se puede, en rasas porciones de edificaciones si se dejan, la agónica calidad de vida de sus habitantes, que dicho sea de paso, no esconden su perfil flemático, rasurado en el concreto de la mediocridad, el estuco de la frivolidad y el enjuague de la maquinaria pesada del egoísmo, ideal para moldear a una especie de ciudadano exprés y ágil charlatán de una forma de vida, según nos dicen, exclusivo.
Acostumbrada al desaire y abandono se encontraba. Arrastraba desde hace un rato el pijama raído de maltratado olvido pese a la suma de proyectos, bajo el alero auspicioso de constructores heredados de la pantufla del bototo milico y de este otro cuasi cursi que luce el negligé democrático, eternamente prontos a concluir. Una oportunista facilidad carroñera en edificar tramas y trampas urbanas antes que la tierra plusválica se acabe y ofrecer al mejor postor, el inicio del sueño por aparecer modernos, fríos, serios. ¡Cómo corresponde pues!
Un adefesio humano urbanístico con sabor a ghetto de ricos, de aquellos que miran la cordillera sin saber nada de ella y otean el mar desde la alcoba corrupta y a veces asesina, recargada de copias del edén heredadas en sus largas jornadas de lameculósculos de los regímenes que administran el poder neoliberal, en contraste con la mala fotocopia de pobres que tan solo hacen suyo el espacio pestilente del zanjón de la aguada, con carretera exprés incluida, óptimo para la diarrea de casas de un metro cuadrado, si es que alcanza y el chorreo lo permite.
Y es que el sentido de collage urbano, del pegoteo edificante, se parapetó para quedarse en largas jornadas de ausente interés. Hoy radiante desgasta la vista con suerte tuerta, para entrever la verdadera inmundicia de ciudad que nos toca por obra de quienes unilateralmente construyen sobre el andamio y pirámide del poder omnímodo, incluso, que detentan y equilibran sin contrapeso alguno.
Obra y gracia del fetiche simbólico de la renovación bicentenaria por una parte, y de la estampa al lujo chabacano pudiente por otra, encargados de manipular el inconsciente colectivo publico con aquello de vivir mejor a costillas de hacer mierda cuanto espacio urbano lo permita. Y todo, en desmedro de lo sencillo quizás. Ni siquiera el brochazo de yeso, que todo lo suple, deja en claro el tipo de mamarracho urbano que nuestros hijos a futuro tendrán que soportar por obra y gracia de los suplicios urbanísticos actuales.
Es también la modorra y flojera eterna de ver construir a puro bostezo y desidia, sin pestañear ni abrir la boca siquiera, una ciudad dormitorio al sur del mundo. La marginalidad exagerada de bastos sectores ronca sin contrapeso en el camarote de la precariedad de los ricos empresarios en obras públicas que, día a día, imponen la tónica de sus mezquinos intereses con el tónico del sueño eterno para los acunados ciudadanos del futuro esplendor en esta patria acorralada de catres urbanísticos y ausente del cobijo social necesario.
Tanto servicio inconcluso extraviado en la almohada tecnócrata de los poderosos. Tanta sábana sin lavar y camas a medio hacer sepultaron definitivamente todo interés por las personas. Los mediocres planes ilustrados con la mano de la masturbada exclusión y el lápiz de hierro forjado, soldado en la riqueza de la propiedad privada, se transformaron solo en un consolador público que se mueve al ritmo de los que van sobrando y quedando a la deriva en este seco y norteado estero del húmedo Chile.
Entrar a picar fue el lema de los arquitectos somnolientos de su propio y egoísta destino en estos años de tránsito y crecimiento desmedido. Sacarle las piedras a esta ciudad ruinosa, del sin sentido, acuartelada, herencia de la mano con picota milica fueron urgentes promesas que hoy, eternas, descansan en el demagogo baúl de los pendientes populistas.
Sin embargo y en el impulso de la alegría democrática de construir el futuro, no contaron con que dicho esplendor se transformaría en un corta fuegos que serviría para separar, más todavía, aguas entre el chorreo de los acaudalados y apenas el meado vinagre de lo precario. Al final, se pasaron de largo con tanto sueño inacabado y también se les hizo tarde con tanta grandilocuencia y pretensiosa puesta en escena del enjambre urbanístico que construyen.
Y el desmedro se nota, el sinónimo antónimo se nota justamente por la avalancha de diseño fastuoso en un sector de ciudad y el deshecho urbano básico para la otra mitad. Un parche en la herida fresca que ni con cemento sana. Es el concreto eterno para las aspiraciones de Chile pos dictadura y se nota.
Hediondez y porquería de edificios nuevos van vistiendo a esta ciudad desnuda de organización. Puentes, vías, calles y anexos que se fabrican en la jauría de carpinteros designados (en el concurso de antemano adjudicado) y que transpiran, mastican y digieren las nuevas proyecciones, hechas con tinta de estuco autoritariamente yesero, para ordenar el plano que regula el crecimiento urbano de una ciudad que cuelga chueca y recargada hacia la extremadura del derroche inútil, según consta, en la vitrina de la cotidianeidad que nos toca asistir.
La mole de edificios tipo mediterráneo con vista al frío pacífico enturbia el paisaje. La piscina múltiple con demasiado cloro se luce y hace lucir a una poblada ávida de vestir el slip aguado y convertirlo en zunga del desarrollo social y sinónimo perfecto en este paraíso de la arquitectura oportunista, de la estética que se traza en la inmobiliaria del elástico desprecio y en la soberbia activación económica. Idilio además que hace rugir de inversión a cuanto chileno envalentonado e iluminado por las bondades que oferta la estabilidad tan solo para luego verlos llorar por tanta renta morosa y pagarés vencidos en la estafa de las leyes del mercado.
Es el truco de la calidad de vida promocionada en largas jornadas de populismo enclavado en la acalambrada entrepierna cordillerana a orillas del pestilente río bravo Mapocho. Tan lejos de la decencia él y que funciona además como muralla prefabricada de odioso apartheid en estos caminos borrascosos, intentando a toda costa, con los costos que ello tendrá, transformar a los huérfanos de la casa habitación en verdaderos proyectistas de la marginación y apurados egoístas por ocupar las vías rápidas y expeditas para alcanzar la fiesta patria del bicentenario. Así es este sistema local de vida, procura irradiar modernidad en todos sus agrietados poros en desmedro de cierta armonía visual y también social si se quiere. Aquí la ciudad muestra su pronunciado lunar negruzco, demasiado rancio de subdesarrollo, salpicando de su brutal espinilla de vanguardia el acumulado de pus oportunista, para poner en claro que bastante nos falta para dejar de parecernos a nosotros mismos.
Es en definitiva una pertenencia e identidad demasiado aisladas en la helada y acalorada axila territorial llena de pelos de orfandad urbana. Y es que la vida en estas letargosas y trenzadas tierras sureñas no son más que un guiño bastardo a la geografía que nos vio nacer tan vellos pubis, sentados en la púdica bacinica acuosa del deshecho y también por la imposición desmedida de modelos económicos egoístas que han ido infectando, poco a poco, toda higiene urbana posible.
Este aislamiento transforma todo en una suerte de retiro espiritual permanente. Es estar eternamente encajonados entre la árida y tan llena de casas cordillera y el mar pacifico que cual estero intranquilo nos baña. Es mirar también a sus marginales geográficos y granados ciudadanos luciendo abundante cochayuyo y huiros que sirven para adornar cual parra seca sus limitadas vidas. Es de lejos ver árboles con demasiadas raíces de ulte y raras algas locales, llorando y llorando su solitaria y aislada procedencia.
Es también darse cuenta que Chile ya no limita ni al sur ni al norte con nada que no sea el individualismo. Menos al centro, que se llena de codazos egoístas al prójimo y a los próximos que se atrevan a pisarlo. Es darse cuenta en definitiva que hoy tan solo se vuelve a borrar, con la goma de la línea divisoria del desprecio y limitada estrechez de quienes gobiernan, toda decencia, toda tolerancia, incluso aquella de construir un espacio de vida, por último, de mínima armonía en este pedazo de tierra - demasiado mezclada ya de hormigón, grava, algo de mármol con epígrafes, obituarios, cornisas, cuardasillas, nichos, columnas, capiteles, listelos, zoclos, cúpulas, ceniceros, sepulturas, fachadas de granito fino y cubiertas de uralita y teja - siempre a medio morir saltando.
CARTA ESCRITA A LA DISTANCIA o cómo escribirle a los años
Cuarenta y dos años bastaron para dar cuenta, que pese a todo, la memoria no destiñe. Que ni siquiera el cloro de la amnesia que arrojan los años es capaz de enjuagar y maltratar algunos momentos importantes estacionados en aquel lavadero incrustado en la azotea llamada cerebro, hoy por hoy centrifugado, gratis más encima, en esta tintorería del olvido.
Y es que la infancia pendejil, aquella del barro generoso y las camisetas trapeando el juego y el cotorreo sudoroso, enloda para rejuvenecer hoy la piel cuarentona, tan pulcra ella a veces del desodorante y del enjuague de las presas sin demora, y tan deseosa, también, de incrustarse con sus poros abiertos al ambiente del limpio recuerdo, que ni siquiera el jabón con aroma a quillay, aya ya ya yai, logra lijarla quisquillosa de sus aposentos y deseos.
Eran tiempos, además, de la batahola en la vecindad latinoamericasi, que corría demasiado desnuda con la represión y se vestía de apuro por salvar el pellejo del burro de planchar gorila proclamado por el norte, capaces de calentar la humanidad con la parrilla ardiente, y a veces tostar el cuerpo en los tendederos dispuestos como jaulas de exterminio, con la finalidad de agraviar la integridad física, la existencia, de quienes osaron pensar distinto a la centrífuga del neoliberalismo y su arrugada concepción de mundo.
Fueron días y sin temor a equivocarme, de crecimiento obligado, de ir jugando a ser grandes. Fueron tiempos también de guardar en el closet, aquel que almacena la ropa por edades, la inocencia por la inserción necesaria, la tranquilidad vaga de los primeros años por colegios urgentes que subvencionaran la carencia. De cambiar la vieja artesa, usual piscina de chicos y rutina de la joven madre, por aquella tina de grandes, acondicionada para lavar todo el ropaje del destierro, diría el poeta, que se acumulaba cual oda a las tristezas.
Allí se fogueaba esta nueva generación de viejos amigos. Individuos que paseaban su paisana existencia a ritmo de cuecas charras. Pinches güeones que aprendían de la dualidad y del resignificado de las palabras que los léxicos propios exigían. Suerte de carnales lanzados como carnaza en esta ruta maya, en busca de orientar una especie de identidad dúplex en sus bocotas llenas de charrasqueados chilenismos chilangos y que sirvió, en cierto modo, para contener la añoranza de algún barrio guardado definitivamente en el estante del origen. De lo que fuimos, estuvimos, antes y somos, estamos, ahora.
Se iniciaba así aquel tramo de existencia que permitió la amistad a punta de golpeados madrazos. De pelear la bronca en cuanta calle lo exigiera pese al peso pluma que débiles portábamos y que hoy, fortalecido, nos sigue acompañando. Corajudos enojos y amistosa cuatería tras los pelotazos, que en cierto modo, sirvieron para inflar cada día nuestra existencia y así poder driblar, cancheros, cuanto revés se nos presentara.
Tal vez hoy, la distancia de haber sido y lo cercano de ya no ser, refleja sencilla y cariñosamente nuestro armónico intento de pasar por la vida como corresponde. De que esta no pase de lado y se haga la desentendida con todos quienes, de algún modo, fuimos y somos capaces de siquiera cuestionarla un poco.
Justo se trató de décadas intensas, de remojar, si se quiere, cuanto trapo sucio lo requiriera en pos de echar el cuerpo enjuagado a la llovizna en busca de la pubertad plena, aquella que liberaliza y todo lo goza. La distancia que dan los años y las bellas barbas canas que generosas proclaman otra edad, son el mejor testigo al respecto, y logran aclarar, para definitivamente hoy proclamar, al seco espacio y a la cuna que nos vio nacer, que ningún atisbo de arrepentimiento provoca haberlas vivido.
Sencillamente se trató de los momentos más idóneos para el ser y sentirse ser, y ni siquiera el sereno recuerdo de las noches oscuras de esta patria vieja, aquella que nuevamente borra toda húmeda huella del recuerdo, permite quejas y menos acallar los deseos y el menor arrepentimiento de haberla habitado.
Retrotraerse a esos espacios algún día habitados de la ciudad de México, lindos y sencillos, vitalizan lo que somos. Son quizás, los recovecos que debieran estar por siempre prestos en nuestra retina mental, y han de venir por nosotros, de tal modo de preservarlos, quizás como el imaginario perfecto de aquel marginal cajón de lo atesorado, en contrapunto al desperdigue que provoca vivir estos días. Es ir a los sitios ideales en donde vivir.
Es concretamente descubrir que en ellos, se materializaron aspectos tales como la honestidad, la sinceridad, el creer en el otro, en dar la vida si fuera necesario por los ideales de un mundo mejor, incluso. Es lisa y llanamente ser lo que queremos ser a pesar de las deficiencias, carencias y cuanta ocurrencia hayamos construido.
Y que será de los amigos, esa era la pregunta primaria. Cuál será acaso su existir. De qué forma están moldeados. Qué aires respiran y qué circunstancias les deparó la vida. Cuántos quedan de todos los que sobraban. Pensar en ellos después de los encuentros, pensar bonito cuando la alegría está presente, cuando se trata de sacar en limpio la existencia y meter en la basura sus inconsistencias es sencillamente acortar las distancias y a veces aserruchar el olvido.
Es el métale y póngale al presente, al futuro, que para nada es volver a lo que ya no se es, a empezar de nuevo, sino sencillamente es sacarlos al pizarrón medio borrado de la historia con el fin de inscribirlos plenos, de hacerlos grandes gracias a esa enseñanza cotidiana, de estar agradecidos de la vida y de esa vida particularmente.
Qué será de todos aquellos que accidentadamente y a tropezones, chocaron nuestra mano por allá en aquel camino de la infancia. Todos esos que compartieron el metro cuadrado de cancha futbolera y también los kilómetros de pelotudeces en aras de ¡vaya uno a saber!.
Dónde estarán ahora los que ocuparon el mesón colegial y ruborizados otras veces, desbancaron nuestro amor para la grácil profesora de turno, encargada de manipular y manosear nuestra eréctil enseñanza en esas cosillas relacionadas con el pajarillo, las semillas y cigüeñas.
Hacía dónde habrá volado entonces el zopilote destino en cada uno de ellos. Cuántos seguirán tiñendo alegres las dificultades y al igual que los guajolotes, cacarear fuerte sus bondades, de seguro, reinventando sueños con la energía de reintentar el mundo.
Cuantos de ellos habrán fondeado la inocencia, en alguna insípida maleta oportunista junto a esos que a medio morir saltando traicionaron no solo las canicas infantes a cambio de algunas cuentas de vidrio, olvidando el origen de su existencia, desparramando en los hoyos de la historia todo lo que valoraban, lo que dictaban y sugerían convencidos, al iluminárseles su cara y también sus ojitos de gato subdesarrollado en aras de la polca del acomodo y el vale madres.
Por último siempre están aquellos que ya no están, cabe homenajear a cada uno de nuestros muertos siempre presentes, muertos que se restaron al dream team de la amistad sumándose definitivamente en nuestro multiplicado e igualitario cariño hacia su universal y eterna presencia, a nuestro corazón hoy vital y sin prisas. En nuestra accidentada identidad que también ayudaron a descubrir y también a formar sin más pretensión que esa y a pesar del profundo amargo vacío por su ingrata ausencia, sabremos por siempre atesorar en el bolsillo, que aperra en contra del olvido, su memoria.
Nunca habrá despedida para ninguno, siempre serán bienvenidos al memorioso recuerdo que generoso guardamos por siempre hacia ellos. Porque a través de las cosas simples que nos unieron, esas de asencillar la vida siquiera, no alcanzó para gastar los muchos recuerdos sentidos que esta carta insinúa. Fueron al final de cuentas, grandes y particulares momentos que no necesariamente hoy se borrarán de nuestra cara. Juntos construimos ese hermoso instante.
Cada uno sabrá qué tan importante fue. Por lo menos, son el mejor ejemplo y pretexto para reflexionar a la distancia, nuestras pelusas vidas en aquellos primeros tiempos de andanzas vagas al norte del continente. Ojalá, como dice el gran José Alfredo, Jiménez, deseo desde estos caminos del sur, que a todos les vaya bonito y ojalá, también, que nunca se les acabe la alegría.
CARTA ESCRITA EN UNA PELOTA o cómo autografiar la guata
Queda estrictamente prohibido pararla de pecho, hacer maromas, piques desproporcionados, ni siquiera la ocurrencia de solicitar respiración artificial, menos pensar en ambulancias, equipos de emergencia u otros ejercicios de reanimación específicos. Pareciera, que a este tipo de luchas globales, del volumen físico errante, digamos, no se le obsequian primeros auxilios cuando la precariedad del spá solitario y del gimnasio autista aúllan en desmedro del juego en equipo.
Estas fueron algunas exigencias básicas de la azarosa convocatoria futbolística amistosa. Descabellada pero quizás sana ocurrencia, de pensar en el enjambre, se me ocurre, de juntar calvos sedentarios, ágiles famélicos y sobrados guatones, quienes guatean de aficionada emoción ante el auto-proclamado juego del hombre, en aras de combatir la modorra vacacional de quienes no acceden a las friolentas playas del pacífico (atestadas, suponemos ya, de resfriados físico culturistas y esbeltas doncellas con el mondongo al sol, pese al pareo de frazadas que las cobijan) y para fortalecer, si es que se puede, las flácidas carnes que visten nuestro esmirriado y sobre dotado, en años, cuerpo.
Los paros cardiacos y algunas mortales dolencias, de ahora en adelante son rivales de cuidado y por ningún motivo, dejarlos que nos sorprendan mal parados, de permitirles que fastidien nuestro acalambrado pie de apoyo y goce de ver salir encamilladas, con las patas por delante, a estas verdaderas máquinas de guerra, facturadas en este tranquilo pedazo de aldea pacífico a principios de un nuevo siglo.
Táctica y estrategia para la sobrevivencia, así le llaman los expertos. Inteligencia colectiva lo denominan ciertos teóricos, multitud en pos de un bien superior para la política según Toni Negri y Paolo Virno. Especie de auspiciosas consignas que a partir del pitazo inicial patentarán la garra y enjundia de quiénes intentarán patear la perra pelota de forma decorosa, siempre y cuando esta, astuta y mañosa a veces, lo permita.
¡Y sí! inteligencia y bastante esfuerzo físico ha significado reunir a estos suplentes eternos del ejercicio, sedentarios por lo demás ahora titulares indiscutibles de la alfombra sintética apta para lucir curcunchas y gastadas zapatillas. Como si se tratara de la galería perfecta para nuestros corazones, dizque, artísticos y que bombean deseosos por sitios más parecidos a nosotros mismos.
Para darnos cuenta, también, que los años no pasan en vano. Que los antiguos potreros que hedían de barro seco junto a los pastizales llenos de bosta, si bien son cosa del pasado, de un solo pelotazo se vinieron encima de estas nuevas vacas sagradas, clase de ídolos obesos nacidos de la modernidad tardía, nómades globalizados, de los partidos diferidos, de los penales en cámara lenta, del zaping magistral de taquito y empeine vía banda ancha.
Desear tan solo que tanta tecnología en el ambiente los haga sentir menos pelotudos y más grandes que la mismísima manteca acumulada en el costillar. Y que pese a la calvicie de algunos, el olvido no logre despeinar su lúcida memoria deportiva, su necedad y necesidad colectiva, de sentirse como miembros de un tumulto caótico si se quiere, pero que se organiza en la simpleza de los acontecimientos.
Esas fueron las advertencias y bienvenidas para la decena de individuos convocados, quienes con la cara llena de cañas y resacas, dudas, algunas frías y fatigadas contracciones intelectuales, agitaban el cuerpo sedentario luciendo orgullosos, cuál menos, desahuciados uniformes rescatados de la maleta anatómica arrumbada en el closet de los pocos éxitos deportivos conseguidos, en la caja abierta de la memoria, recordando su paso sin pena ni gloria en alguna liga de barrio y los sueños truncos de conquistar la copa mundial aunque fuere.Medidas cautelares que en definitiva pretenden dejar en claro que en estos asuntos de ir tras la pelota, nada debe quedar al azar. Tanto gesto deambulante de cuerpos añejos, poco entusiastas y tan fuera de forma, transforman todo en un riesgo altísimo. Y no es tarea sencilla prohibir por ejemplo el uso desmedido del hachazo mal intencionado o la utilización de un vocabulario soez contra los chuchetas de su madre que hoy, saltan a la cancha.
Es que tan solo se trata de compartir la experiencia de mover el cuerpo y mantener a buen resguardo, como un ejercicio de ayuda personal, las canillas, juanetes y callosidades que en conjunto se ponen al servicio de un bien superior. ¡Chútate esa!. Y sobrada experiencia se nota, los años concentrados en aquel pequeño epicentro de las artes hoy se muestran generosos y permiten, como siempre, darle sentido y coherencia a nuestro driblar canchero.
Todos captaron el sentido, menos aquel barrigón que enceguecido, así lo tiene el mercado y el egoísmo que azota día a día, quién ya proyectaba la cantidad de goles que su equipo elegido anotaría. El resto, sin dudar siquiera, comprometió todos sus adelgazados esfuerzos en aras de la fraternidad y de respetar al contrario para esta ocasión del dolor de piernas.
Porque, también, estuvieron dispuestos a gastar un poco de su acumulado individualismo en aras de la amistad hacia el convocante, que al final de cuentas tan solo fue un gestor deportivo, médico asistente, un curador de las necesidades sociales, dealer director técnico sin fines de lucro, además de exitoso gurú en eso de asesorarlos económicamente; siempre es más barato botar la neura y la bilis, por tanto proyecto artístico inacabado, desfinanciado y poco mediático, en esta acolchada cancha, que hacerlo en el diván del loquero o con la camisa de fuerza que el estado psiquiátrico financia, gracias a los fondos concursables.
El asunto es que esta nueva modalidad de juntarse a pelotear, ha sido una experiencia con excelentes resultados. La locura cotidiana, aquella que se jacta de ser titular en nuestra sociedad y que dribla sin contrapeso alguno en nuestras cabezas, pierde su razón de existir por un lapso de una hora de juego en donde la moral se contagia de gritadas y puteadas alegrías, tropezones de fraternidad, sin faul al cuerpo, respetando el derecho ajeno que siempre es la paz en esta cancha llena de humanidad y tan llana a la alegría.
Ya rítmicos entonces de precalentar la charcha figura, de ajustar el flácido motor de arranque y de chacharear relajadamente los pormenores del reglamento, se dio inicio al cotejo inaugural en la modalidad de cascarear la pichanga. Espectáculo irrisorio dantesco al quedar en evidencia los excesos de rayuelas cortas, largas jornadas pre cirróticas de botellas vacías acumuladas en el cuerpo, demasiadas cajetillas inhaladas, los ene proyectos que agotan el seso, que sin duda dejan en claro que los años que pasan son un balde de colillas y corchos en este inmundo equipo de restos del mundo.
Sin porras o barras bravas que estimularan este pillarse, atajarse y sobre todo ayudarse del porrazo generoso que nos detiene justo entre el suelo y los sueños enterrados de futbolistas en decadencia, comienza la contienda. Justa que ni siquiera parece necesaria reglamentar demasiado; el fair play que dan los veteranos años privilegia el asunto, sobreentendiendo que entre menos juego sucio mayores serán los beneficios del plantel convocado, y es que más vale futbolista limpio, pese a la hediondez de patas, que doce de ellos hinchando las pelotas en la urgencia médica.
Allí andamos flacos defensas, voluminosos y calvos medio campistas, despistados centro delanteros, despeinando el sedentarismo incrustado a concho en tanta piel laboral y soltando las oxidadas articulaciones en pos de la pelota. Campeonando de lo lindo las canas que nos hacen, sin más, decanos de esta universal hazaña. De sentir lo maravilloso de conversar nuestro adulto cansancio vestido de agotado crack sin destino, sin que nadie nos de pelota.
De procurarnos el delirante oxígeno como el mejor incentivo que provoca esta junta de vagos auspiciosos. De entretiempos con puchos generosos y cervezas que van apagando las ansias, transformándolas en escudo de cristal necesario para ir coronando victorias en nuestra negra y bien modelada caja identitaria con estirpe india y de anexos. Tal vez necesidad superior de mirarse en el otro, con la convicción que pese a todo, seguimos en la senda de inscribirnos en la historia como tipos armónicos y que gracias a este sudado ejercicio, encontramos el pretexto necesario, la posibilidad genuina de vernos queridos y rodeados por quienes, a su vez, buscan lo mismo.
Verdaderos viejos craks, decíamos, que recuerdan tan solo el gesto intelectual de pararse, si es que se puede, y de ver botar la pelota una y diez veces antes que algún voluntario se atreva a realizar el esfuerzo necesario, a esas alturas sobre humano, de afirmarse y luego atraparla. Antiguos maradonas que penetran por la banda, leoneles y leonidas aleonados en este coliseo artificial de la chilenita precaria, exhibiendo voluminosas dotes gástricas, paseando sin vergüenzas el calambre físico que despacito va anestesiando la pasión y estirando el musculoso pie de atleta ya en ocaso.
Porque mientras el chute defectuoso hace maravillas, el accidentado encuentro también nos permite ir chanfleando ideas, darle sentido a nuestros proyectos de vida. Estrategias que alinean nuestras modestas necesidades y dejan en el banco de los castigos la soberbia, los egoísmos, las autorías uninominales. Túneles generosos que la ocasión obsequia para hablar y darle pases a la vida sin más pretensiones que golear los problemas como también las dificultades.
Derrotarlos gracias a una escuadra titular que entrega todo en la cancha, que ni siquiera pretende jugar itinerantes revanchas y menos encabronar la existencia. Que tan solo está dispuesta a disfrutar los resultados, pierda o gane, y sellar con un gran abrazo, saludos cariñosos, palmaditas de generosidad, palabritas de ánimo y la promesa superior de no faltar, por ningún motivo, al próximo estelar pretexto para el reencuentro, por supuesto, con nosotros mismos. Porque si de colectivos se trata, en este, estamos los que somos y somos los que estamos.
Tres chistes de la identidad colectiva, de la vida comunitaria según Carlos Monsiváis, de ritos del caos.
- En mi casa somos de familia acomodada (nos acomodaron a diez en un cuarto de dos por dos.)- Yo no trabajo por necesidad ya que en la casa comemos a la carta. ( El que saque la carta mayor, come; los demás se aguantan el hambre.)- En casa comemos con cuchillo y tenedor. ( El tenedor para sostener el pan y el cuchillo para defenderse.)
CARTA ESCRITA EN UN FORMULARIO o cómo postular y no morir en el intento
Ahí estamos una vez más, justo al margen y a la deriva del circuito de los connotados del arte, de aquellos que día a día convocan la complacencia y oficializan su quéhacer. De aquellos que año tras año se forman en el beneficio por la hilera de fondos concursables hechos a imagen y semejanza de quién los propone y alinea el pensamiento artístico.
Justo en la frágil espera del beneficio de esta especie autoritaria de lotería nacional de favores, que reparte premios al por menor y en mayor escala, consuela tan solo con la decepción a cuanto méndigo iluso anhele la oportunidad de ver concluido, de una vez por todas, algún proyecto personal y anexarlo por último, al inicio del extenso curriculum que a punta de auto gestión intenta apuntalarse.
Una vez más entonces, como gallina clueca pronta al sacrificio, haciendo de la encabronada mueca tan solo un rictus onda San Sebastián, caras largas al mejor estilo Modigliani o de ansiedad según Munch, ante tanta suma de rechazos, censuras e incomprensibles justificaciones de índole burocrática, por parte de quienes administran y tienen a buen resguardo los más altos valores del quehacer del arte y por supuesto del montón de plata que al paso de los años se acumula en la alcancía de la mediocridad cultural chilena, como también, en los bolsillos tramposamente bien habilitados de una infinidad de artistas militantes, casi religiosos, del dealer institucional.
Quedar colgados de las pocas y gastadas brochas junto a los escuálidos tarros de pintura que van quedando, ya son parte de la grácil mecánica cotidiana y de una novedosa tradición a la que se ven expuestos los que apuestan a los deseos de andar titulando formularios, con el mejor de los títulos, garabateando y borroneando objetivos, usando el hervido seso en fundamentos y especulando las consabidas poco originales descripciones, con la finalidad de agradar a los analíticos evaluadores, especie ésta, de eximios tasadores del concienzudo inconsciente, y de paso, para no dejarse coartar por el adoctrinado y a veces rastrero círculo del poder cultural, trazado por siempre con la tiza del oportunismo y el carbón de lambisconear recursos.
Jurados y consagrados artistas hasta la coronilla favorecidos, eternos portadores del aura divina que otorga el virreinato neoliberal, regalada en su condescendencia con la oficialidad del arte nacional, serán los beneficiarios directos de la torta servida a destajo en estos días.
Negociantes duchos y diestros que muestran la hilacha de algodón y lino cada vez que las pinceladas de corrupción y favoritismo acechan sus pequeñas y soberbias figuras de barro, moldeadas con migas de aprovechamiento y aserrín de intereses planificados en la mediocre intelectualidad de las salas de clases, galerías, magíster, pasantías, premios nacionales y rincones oscuros de este palacio de las artes.
Esa es la tónica anual. Regalo anticipado para los siempre afortunados, auto gestión precaria para el desafortunado resto. Misma modalidad acostumbrada para los concursos y representaciones internacionales, bienales y cuanta exposición se lleve a cabo, por que habrá que comprender, eso quisieran y ruegan, que en los lineamientos artístico culturales, su palabra es ley cantada, recitada, pintada y no hay caso de acallarla, menos pensar en opacarla.
Concursos nunca abiertos a extraños, santiguados con el bruñidor iluminado de la contemporaneidad y con la llave pequeña de la marginación, gracias al colador de la amistad por el que velan prestigiosos y sesudos curadores, críticos de las artes, estafetas independientes diseñados en la pureza del discurso fácil y profundamente difícil, necesario para filtrar y cortar por lo sano con todo lo que no se acomode a su bosta intelectual y menos a que alguna manifestación contraria a sus intereses, ocupe el miserable territorio de la verdad esteta conquistado con el sudor y fluidos de machucada verborrea teórica lisonjera. Eso pareciera lo justo, dicen.
Ser parte de los hijos únicos del paternalismo cultural, que apuesta más a huérfanear el arte cuando éste no es entretenido y ni siquiera impacta con el flachazo sensacionalista, como lo sugieren, no hace más que validar el poco interés existente y si los demasiados negocios egocéntrico y políticos que están en juego.
Es por eso que dedicarse a las malas artes de vivir de las artes, nunca ha sido el mejor ardid para el estado negociante, financiar en cambio apuestas de carácter mediático, son su mejor estrategia para ir captando adeptos en pos de la consciente pauta y estrategia capitalista que bien manejan y creemos disfrutan. También, por qué no, para obsequiar el metro cuadrado de soberbio poder a los llamados colegas, quienes, por supuesto, más lo gozan.
Para otra ocasión un poco más transparente, más seria, comentaban a vox populi algunos hijos desafortunados y detractores de la fortuna pública, generalmente condicionados a rogar y hacerle mandas a esta sor teresita de las artes, madona cultural ella, por los morlacos necesarios y así pintar el futuro esplendor gracias a los colores del subsidio.
Rogativa que muchas veces cojea y tan solo sirve para darse cuenta de la oscura posibilidad que permita desarrollar y desenrollar una serie de proyectos creativos, que se van sumando incansables en la repisa, con aspecto de gruta ya, de los auspiciosos fracasos.
Allí van quedando entonces legajos de borradores, interminables fotocopias, presupuestos a destajo. Miles de pocos pesos propios ocupados en aras de la maqueta, el dossier anillado, transformando todo, al final, en un inútil balance del despilfarro.
Y es que estos desequilibrados concursos junto con dejar una estela de decepciones, cierto aire de resignación a veces, arrastra a una serie de heridos por el paisaje, y de paso arroja al precipitado tacho de basura, las urgentes y volcadas ilusiones concursantes.
Es por eso entonces que echar mano, ah que no, de la estoica economía de guerra hogareña, aquella que se estira elástica y generosa cada vez que se requiere en pos de revertir el magro resultado del concurso en cuestión, es la única posibilidad que va quedando siempre. Tanto así que varios se atreven a jurar que nunca, por ningún motivo, han dejado sin comida a la prole y menos dejar de pagar la cuenta ociosa que cada fin de mes asalta sus hogares.
Seguir apostando al fondo de las artes sería el lema eterno, comentaba un resignado y varias veces decepcionado participante y que ni siquiera a espatulazo limpio, ni de craneados fundamentos que describan el meollo de sus interesante absurdos, logra traspasar la barrera de caballetes instituidos como trampas en este mercadeo de las artes.
Por cierto, cansado y todo, ya prepara su próxima batería de proyectos en aras de impactar a los convocantes, si es que se dejan, y de paso agradar al supuesto anónimo jurado, quién calificará, como siempre suele hacerlo, con la nota del acomodo para sus huestes más cercanas o en su defecto, defenderá con la indecencia de los mediocres, algún imaginario ideal para seguir marginando y censurando a quienes no se acomoden a sus lineamientos artísticos.
Al final de cuentas comentábamos, una buena parte de perjudicados con tanta maroma y teatro de los fondos, que la auto gestión, capacidad y determinación individual, son las mejores herramientas para revertir la calamidad estatal, sus cánticos embusteros de participación y las cinéfilas reclutaciones que por siempre pretende.
De buscar en definitiva, platas en otros horizontes y hasta por debajo de los traperos sucios si se puede. De barrer de una vez por todas, el mohín de la dependencia que se acumula indecente debajo y por arriba de la honestidad y las necesidades.
Y pareciera ser que éstas serían las únicas posibilidades para finiquitar eternos proyectos de creación que duermen a la espera, y son la única forma también, de imponer un modo de hacer sin ser antes coartados por un sistema cultural que tan solo pretende y se luce creando artistas exprés, de sobrado impacto mediático, necesarios para justificar aquel eslogan de la cultura entretenida y conscientemente para legitimar el porrón de concursos nacionales que otorga la democracia protegida, demasiado, a estas alturas, viciada por tanta corrupta parentela y tanto hijo rastrero condescendiente.
El merecido cultural pues, para una praxis de las artes, que no pretende más que tapar con harto óleo y yeso a granel, la conocidísima justificación histórica de la pequeñez y estrecha visión de mundo del grandilocuente circuito nacional y para dejar en claro, hoy más que nunca sin duda, que a pesar de todo, nadie es profeta en su tierra y menos cuando ésta, se llena de mixturas de lodo y bosta para urdir el collage definitivo, a punta de yunta de bueyes y malas artes incluso, de la tradición del arte chileno y de sus embarrados depositarios.
Al final de cuentas, aquí estamos una vez más, parados estoicamente en la ya media docena de postulaciones. Agotados de tanto rito en la entrega y espera. Meditando como siempre la porfiada realidad que pareciera no tener vueltas. Estirando el músculo mental, campeón del elástico ejercicio de la paciencia con las consabidas reflexiones y especulaciones al concurso de marras. Revisando y memorizando cada uno de los recursos y montos solicitados y si estos fueron exactamente ubicados en los nichos correspondientes como lo plantea la exagerada letra chica que nos guía con agigantados tropezones.
Romperá acaso la ocasión con esta matriz zurcida de oportunismo, remachada con fierro del desprecio, y con ello terminar la buena racha de ganar para algunos. Vibrará la opción perdedora por lo menos esta única vez. Será necesario, como siempre resulta, echar mano al plan contingente, aquel de poner los codos para el topetazo de hocico, levantarse nuevamente y hacer cuenta que nunca se postula en serio.
¡Ánimo postulantes! Ya se viene el próximo fondo de las artes, Fondart para los amigos, desde ya promete, como siempre, un formulario menos parecido a las alcachofas. Más optimizado, dicen, gracias a las políticas aquellas de ir improvisando en la medida de lo posible y de acalambrar la ya burocratizada neurona concursante.
Y es que dentro de las nuevas modalidades, crecerá también la tropa de guardias pretorianos, gurcas veladores de las condescendientes artes aplicadas y tontons macoutes de la cultura. Mañana los beneficios serán por doquier y para todos, pero claro, como siempre, hartos palos de millones para unos, lumas y garrotes, si es que el pencazo lo permite, para el resto.
Desde ya entonces, cordialmente invitados a la revisión de nombres y apellidos, más de una sorpresa nos depara el listado, entre ellas, ver nuevamente los nombres y apellidos de los que tienen nombre y apellido en las artes, es decir, nombres y apellidos que se vuelven a nombrar como siempre, gracias al apodo y título entregado en la noble tradición nacional para los mediocres embusteros del nepotismo y otras hierbas mal habidas.
Por que sí bien estos fondos concursables debieran ser un beneficio para toda la comunidad del arte (a caballo regalado no se le ven los dientes), éste tan solo se ha transformado en un favor que beneficia siempre a unos pocos, según el fétido favor del viento o dependiendo hacia dónde cabalgue su hedionda montura, claro.
CARTA ESCRITA CON EL CUERPO o cómo despellejar la memoria
Hablemos del cuerpo entonces. Concretamente la carne de perro que portamos lo amerita. Ni buscarle pulgas directrices, garrapatas con esguinces anatómicos y menos dar ocasión para cortarle la cola a la memoria. Es intentar acaso, descifrar acciones concretas del mismo.
De un cuerpo que se transforma en gestor y orientador para un trabajo específico, cercano al húmedo oficio de grabador, capaz de estrujar toda su contextura en pos de una imagen. Y que también se ejercita y ladra para entrever un vago y callejero corpus al proponer interesantes gestos y fricciones hacia y desde los lenguajes del arte contemporáneo.
Pongamos el cuerpo entonces, porque sencillamente la acción corporal y corporativa que va desde levantarse hasta acostarse, son solo extensiones naturales bien parapetadas, que nos auxilian en esta ocasión, para preguntarnos, adentrarnos e interrogarnos sobre qué somos capaces de soportar y de qué forma necesariamente con ello, hablar de mutilaciones al mismo tiempo.
Es desdoblarse sobre sus delitos y por qué no, fracturarse con sus deleites. Quizás es el monitoreo anatómico que nos permite ver los descalces y cuerpos extraños que conforman y deforman nuestro propio cuerpo, aventurándonos con ello, es probable, a re-conceptualizar toda la feroz rotura individual y colectiva del pensamiento, necesaria para establecer un discurso o diálogo.
A este cuerpo se trata de memorizarlo de memoria talvez, de memoria histórica y de contextos intrahistóricos – el cuerpo como fragmento-. De descifrarlo y re-escribirlo constantemente, a modo de hurgarlo como lo haría un paramédico o de darle hasta que duela como suele hacerlo el torturador con leva y calentura por la parrilla. Nadie es perfecto aullaban los viejos, entre ellos mi padre, a quienes la perra corriente les concentró la piel e hizo mella la carne.
También es descubrirlo para mostrar sus acontecimientos, es hablar del dolor y transformarlo en ironía indolora e inodoro olor a quemado – el cuerpo y sus secreciones -. Es y por qué no, transporte definitivo como soporte de obra a modo de discurrir trazos básicos que describan los acontecimientos necesarios de una vida, así como también, un mordisco y ladrido feroz que soportan nuestras superficies carnosas.
Aquí estamos hablando dualmente, friccionando aquellas ausencias y sobrantes, así funciona este cuerpo, accidentando las taras corporales y con ellas construyendo un discurso que se acerca tanto al ejercicio anatómico como al psíquico. Un tour al rincón húmedo y resquebrajado para entrar de lleno a temas que torturan, y torturar la piel como la urbanidad de un espacio físico determinado, orgánico y arquitectónico, es humedecer y arrebatarle todo el pellejo mórbido de la agresión social, política, económica, moral y ética a la que nos tienen acostumbrados los perros grandes de este quiltro país, para presentarse a la vez como propuesta estética del desgaje, del tironeo, del pedazo y luego de la costra – el cuerpo y sus desplazamientos -.
Curiosamente esta visita guiada, contiene y limita un determinado estado, dirigido, como un avisar sin pedir permiso y sencillamente más agresor aún, es cotidiano. Así, la transformación del cuerpo al pelechar, con sus elementos y formato de kardex, hechos del olvido y encuadernados con la neurona de la memoria, se muda para convertirse en materia agresora, quebradora e hiriente.
Dislocando el sentido al unirse, vía corchete del mismo pensamiento, transpirando en su unión y cobertura, en su pliegue y remate de elementos de cotidianeidad en su uso, también en desuso, y que muchas veces de ser imprácticos en su reciclaje sociopolítico, reinventan sus propias formas como estructuras partidas y parchadas, con huellas de haber sido violentadas para así llegar a una especie de asistencia pública de agregamientos y soluciones estéticas que seguramente debemos escarbar, con la huella dactilar, para no enterrar, luego, los huesos en el patio del olvido junto al seco árbol de la impunidad, que ni siquiera se riega con la orina que marca los territorios.
Es además, hablar de las distancias y reencuentros con algo histórico sin extremidades. Algo así como la unilateralidad memórica frente al distemper del olvido. Sencillamente es una historia personalizada. Es ese cuerpo que funciona cual juguete en el baúl de los recuerdos rotos, en donde restaurarlo, sería el lema – el cuerpo como objeto -.
Por que también, siendo capaces de agredir nuestro propio cuerpo lo somos en cuanto a la memoria que guardamos. Quizás su almacenamiento debiera ser definitivo y que se desvaneciera, pero al parecer en este caso corpóreo y en todos los casos, funciona permanentemente como un acto de única importancia, que aparece y deja constancia de determinadas historias e inquietudes que sin duda determinan un territorio o dan continuidad a la existencia.
Así, nos cuenta su historia, transformándonos en voceros automáticos de sus inquietudes y nos reafirma que sin memoria seríamos incapaces de construir memoria. El pasado es siempre una morada decían por ahí, seguramente lo aventuraba un cuerpo con historia, y es que no podemos evitar ni hacer perro muerto con una parte de nosotros que queda allí, que llama cada tanto, que nos hace señales y nos pega un ladrido. Afortunadamente, es un cuerpo que nunca nos mira de reojo. Es entonces rascarse con pasión las pulgas de la memoria y evitar a toda costa el lindano del olvido.
También es la cercanía del halo de la proyección del otro, contrariamente, hablar del cuerpo de obra de quienes aperran con el tema, nos acerca a nuestro propio cuerpo de carencias. Funcionando como referente o autorretrato – el cuerpo como dispositivo -.
Esta proyección en si, se suspende e incorpora con luz propia y sin duda es producto de todos los avatares que cargamos día a día en esta suerte de sahumerio al que intentan, por todos los medios, lavar con jabón amnésico y a veces llenarnos de aquella loción globalizante con marca olvidadiza.
Con ese ánimo, sin desear más, esta reflexión cabe también en la práctica de prolongar la idea y pelechar su desarrollo. Es dar pié y por qué no, brazo sin torcer a involucrar a partir de una obra personalizada, que no termina aún, por suerte, en definirse, un entorno de cuerpos como contextos. Son los cuerpos del delito, son los cuerpos y sus llagas, son también los corpus cristi, los cuerpos arrojados al vacío, los torturados, los desaparecidos y los aprisionados.
Aquellos cuerpos en reposo, los tirados al sol, aquel bonito del ballet, incluso el de bomberos. Tal vez con estas corpulentas y anatómicas directrices, este trabajo engendrará crías con buena memoria y roerá hasta pulverizar el hueso del ya no me acuerdo, al igual que el cuerpo que promulga un sentido y recorrido visual sin ataduras ni prejuicios de ningún tipo.
Así, esta bodega visual de implementos para el implante del recuerdo, así muchas veces es el cuerpo, nos insiste en el desgarro y nos propone que, esa insistencia, es materia para seguir extendiéndose a modo de transformarse en una curiosa especialidad de hablar con el cuerpo, con todo el cuerpo y lograr con ello, sin ser gran estratega, no se necesita serlo, un sentido de pertenencia y una arriesgada puesta en escena de una jauría de conceptos que, con el tiempo, debieran madurar de tal forma que cumplirían al pié de la letra aquello de elongarse sin desgarrarse antes que nos lleve la perrera del olvido.
CARTA ESCRITA CON EL CUERPO I o cómo elongarse sin desgarrarse
Este proyecto escritural toma forma a partir de una serie de más de cuarenta y cinco crónicas escritas en la Ciudad de México, tituladas “Chiles Mexicanos, crónicas picantes”, publicadas en distintos medios, tales como diarios electrónicos e impresos, páginas virtuales, revistas culturales, catálogos, presentaciones artísticas, oratorias públicas y privadas.
Reminiscencias que han permitido entrever las diferencias culturales entre dos sitios y a su vez unirlas en un todo. Así los textos que hoy escribo, son el medio adecuado para proponer vivencias anteriores, entremezcladas ahora en un contexto de tiempo y espacio distinto. A su vez oportunidad única para apropiarse de nuevos códigos de relaciones humanas, sobre temas valóricos, de política contingente, de analizar y poner en la balanza justa, aspecto tales como la memoria y su constante enfrentamiento con el olvido, entre otros.
Oportunidad de escribir reiterando conceptos, de agotar analogías, de extender la letra sin temor a la falta escrita, a la geometría formal. De accidentar si se quiere y agotar a partir de reiterados y recargados conceptos. De aventurar probablemente la idea de escribir textos analógicos a partir de la simpleza de cada uno de los temas que se van proponiendo de un modo cotidiano y de darle cabida también al humor y a la ironía que cada palabra e idea, en su límite, permiten.
Es reflexionar nuestra propia y personal existencia. Repletar de recuerdos alegres, de otros tristes, de convicciones. De proponer reflexiones. De dar cuenta del crecimiento y que todas las acciones que éste propuso, son importantes por tratarse de territorios de un lenguaje anecdótico necesario por narrar. Que las vivencias en definitiva sean parte de este intento de contar historias personales y expandirlas generosamente a una suerte de territorio público.A partir de lo anterior, actualmente desarrollo un proyecto de libro con la intención de publicarlo. Se trata de una serie de cartas crónicas que aluden directamente a mi retorno a Chile y el tremendo abismo que significa estar en un lugar distinto y determinado por una serie de aspectos contradictorios ligados a las relaciones humanas, sus costumbres, actitudes y modo de mirar el mundo, distintas al país, en este caso México, que me permitió crecer. Sitio que por lo demás y en cierto modo se ha transformado en una especie de segunda patria por tanta ausencia obligada durante un periodo importante de años.
El proyecto se articula entonces como idea y concepto de cartas crónicas y que tiene como único remitente reflexionar y analizar con y desde un cuerpo histórico, con dolencias tal vez localizadas a partir de una anatómica mirada, desde una particular mirada. Pasajes y recorridos al tipo de sociedad que habitamos, de las contradicciones que propone, de las carencias y defectos que se descubren. De los alcances y penetraciones que asume por ejemplo el consumo, la moda, el individualismo y por ende el egoísmo y que también a partir de sus extremidades, verdaderas extensiones que requieren hablar, decir, opinar, dar cuenta de los hitos de la historia política chilena contemporánea, del modelo de modernidad que se plantea. De dar cuenta también, de la importancia que tiene la memoria individual y colectiva de un país, una sociedad, que por diversos motivos actúa, muchas veces, por interés o inconscientemente a la inversa.
Así entonces, el pretexto de escribirlas se inscribe en un intento de utilización del cuerpo como metáfora de evacuarlo, expresarlo. En extender en cada título de las cartas la utilización de alguna parte del mismo e involucrarlo por accidente. Carta escrita a mano, carta escrita a pie pelado, carta escrita con un bisturí, carta escrita en guater, carta escrita a un cadáver, son algunas ya escritas y en definitiva el inicio de una etapa que lejos de agotarse, comprueba la necesidad de seguir extendiendo tanto el cuerpo como su letra y dar forma al deseo de escribir por sobre la mecánica de no hacerlo.
El proyecto consiste en escribir aproximadamente veinticinco Cartas Crónicas. Un total de 180 páginas, tamaño carta que serán concluidas con la intensión de transformarlas en un libro que pretende ser un recorrido epistolar y en donde el cuerpo, sus extensiones, extremidades, interiores, fluidos, serán el ordenador temático para desplazar ideas que tienen que ver con la cotidianeidad de una sociedad, de quienes la habitan, de sus usos y costumbres. De las relaciones humanas, políticas, culturales y el devenir de contingencias sociales que la nutren. Aspectos estéticos de la misma. En definitiva un recorrido social colectivo y sus alcances con las vivencias personales de quién las narra.
Metáforas del cuerpo que se desglosarán en varias directrices capitulares tales como: El cuerpo como fragmento, a partir de las extremidades del mismo, sugerir del sujeto individual, sus historias personales, recuerdos, la memoria de un cuerpo pasado y presente, como sujeto histórico social en permanente ir y venir con la historia.
El Cuerpo como dispositivo, metáfora de lo inverosímil, de las contradicciones y descalces que propone. El cuerpo y sus desplazamientos, hacia territorios e ideas geográficas, de urbanidad y arquitectura. El Cuerpo y sus secreciones, tristeza, rabia, ira, ironía, llanto. Humor, alegría, entusiasmo. El Cuerpo como objeto, la huella de artefactos y utensilios de la cotidianeidad.
CARTA ESCRITA EN UN BOLETO DE MICROo cómo atropellar la arteria de la transmodernidad
Transantiago se denomina este asunto de modernizar el tan añejo y podrido sistema de transporte de la ciudad capital. Algo así como transvestir a la mona lisa de seda, sin empacho y vergüenza pareciera, y que ojalá ésta nunca se entere del feo retoque al que fue expuesta. De algo parecido daba cuenta Marcel Duchamps hace muchos atrás, en donde ni la locomoción, las congestiones y contaminaciones, eran asuntos demasiado pictórico pintorescos y menos para ironizar a destajo, pero bueno, así eran aquellos tiempos.
Y es que el ceda el paso para los caprichos de la autoridad, se va despintando en la medida de los cagazos y la mala planificación a las cuales últimamente invitan en forma gratuita, transformándonos en testigos presenciales desde el merito paso de cebras que intenta rayar el futuro esplendor capitalino a punta de metidas de pata e improvisaciones, y claro, entre resignados y trastocados de la risa, observamos los sucesos en la larga primera fila de usuarios que se amontona cada día, en busca de su destino y anhelado traslado.
Es así entonces que la capirucha ciudad de la provincia señalada se ha transformado en una verdadera urbe sin sentido de tránsito. Transitoriamente por siempre mal señalizada y con la capacidad intacta de enredar, aún más, nuestra congestionada neurona pasajera que se bate pajera en esta nueva modalidad de transporte público.
Claro, el esmirriado tictac del corazón chilensis se ve debilitado por los tiempos de espera. Se nota agitado por los improvisados recorridos y la arritmia en la continuidad del servicio. Hace latir fuerte la bronca en la arteria callejera ante la notable ausencia del torrente prometido de micros.
Patatús anunciado de un corazón a mal traer y por siempre irrigado en la fuerza de la costumbre, pareciera, y que también hace mella en las flácidas nalgas botadas en la esquina del desarrollo, a la espera que pare de una vez por todas la troncal designada, ojalá, antes que el paro cardiorespiratorio provocado en la caminata absurda y el patitas pa que te quiero de llegar temprano a la rutina, nos trastorne y mande junto al deshuesadero de las micros viejas, perdidas ya en la taquicardia neomodernista ofrecida.
Ese pareciera el pálpito del cada día, pese a los llamados a la calma desde el púlpito de los poderosos. Y allí están los pulpos empresarios y señorones transnacionales del poder político y económico, quienes insisten y machacan cada día con el beneficio colectivo otorgado, ofreciendo las penas del infierno, incluso las del invierno que ya se aproxima, a quienes se opongan a tales medidas.
“Bola de humanoides transhumanizados”, malagradecidos, que no alcanzan a comprender y visualizar la importancia del producto en cuestión, que a la letra chica nos invita a disfrutar las grandes maravillas del sobreruedas mercado licitado en el negocio oportunista de unos cuantos. Arreglin de intereses pues, de quienes se beneficiarán de la moneda pobre del apretujado transeúnte capitalino, en este terminal microbusero del tercer mundo.
No es raro, entonces, suponer que la deuda con la calidad de vida, en este caso con el traslado de una población poco demandante, siempre bien sentada y a veces exageradamente apuntalada, sin derecho a réplica, en la parada imposición de la picota libre demandante de los ruleteros, mad max de cada día, se seguirá acrecentando.
Gremio que por lo demás ya disfruta de dichos dividendos, acostado en el sillón-cama de primera clase otorgado por los vendedores ambulantes de la transición, a quienes no les importa siquiera, el estrepitoso choque frontal en contra del paradero del descriterio, atestado a estas horas, de modorros y agotados pasajeros.
Hoy el avezado y escaso esfuerzo de la autoridad, no se agoten demasiado, deja entrever, que una vez más se trata de la misma y abusiva formula mula y tránsfuga entre estado privatizador, buitres empresarios y cafres de la chofereada, versus el aperrado y siempre atropellado usuario.
El mismo cuentito de siempre que arrollará sin pena ni gloria y sin pudor alguno a una población resignada al bus del desprecio y demasiado creyente del buscón populismo. Dios, pareciera, es y será por los siglos de los siglos el copiloto automático de la creyente clientela y protector para quiénes duermen raja, a pata suelta, el largo recorrido sin paradas exclusivas del micro sistemita este.
Y es que salvo el blanqueo y camuflaje del chasis, de la carcaza con adornillos kitch, estilo trans art, que luce la mórbida identidad del parque automotriz, incluso de la nueva postura pública de los ya educados y compuestitos choferes del carreteo, suponemos que estos seguirán cortando el boleto a destajo y sin demoras.
Son las torpes gracias y miopes decisiones de la autoridad de turno, quién ofrece, sin demora, toda impunidad para pasarse por el aro de la indiferencia y por debajo de las ruedas, si es que se puede, a una población demasiado ciega y muda, que yace aplastada en el alquitrán, entorpeciendo el tránsito, ante el viejo truco de vislumbrar a duras penas el puro Chile es tu cielo azulado, sin darse cuenta que éste, tan solo, transpirará lagrimas, algún día, sobre la animita de su atropello cívico definitivo.
Varios años, eso dicen, permitieron darle algún sentido al proyecto de transmutar y cambiarle el machucado rostro a estas vías de acceso del jaguar latinoamericano y de paso a su pesada carga de locomoción terrestre. Eso señalan los iluminados responsables, para quienes, los temas de ciudad se resuelven unilateralmente y cuanto mejor, en algún oscuro y transplantado ministerio otorgado en la rutina del nepotismo político.
No exento de conflictos se ha visto en las primeras semanas de marcha blanca anunciadas con tramoya, bombos y bocinazos. En definitiva, la tara de ir improvisando en la medida de lo posible, se ha transformado en bandera de lucha y en meta anhelada, no es de extrañar, para este populista tránsito democrático lento, quién rápidamente cierra las puertas ante la protesta, y abre gentilmente el torniquete del pase gratuito a la demagogia.
Ni el mismísimo ex futbolista tricolor, imagen pública y locuaz bombín que infla por unos cuantos pesos las ruedas viejas de las empresas involucradas en el nuevo proceso micro callejereo, se convence de los beneficios que este tendrá. Menos se salva del repudio masivo y de las trastornadas puteadas que generoso su público le transmite.
Ahí se deja ver algunas veces, con el pelo al viento, algo despeinado, colgado, junto a tantos humillados, en la pisadera del desarrollo y a punto de volar por los aires recordándonos al pobre, veloz y frágil correcaminos arrancando del coyote matrero y de paso, escondiendo la cara por las vergüenzas que el real tercer mundo otorga sin deberla ni temerla.
Allí se muestran los merolicos personeros gubernamentales, uniformados con el atuendo de pilotos de la fórmula trans-am, ya cansados, flacos, ojerosos y tullidos, se les nota, solicitando un huequito arriba de la micro, pese al toqueteo que aprieta caliente la libido movilizada con olor a culo y smog. Maniobrando con esfuerzo las pesadas ruedas de carreta heredadas de la caballería milica que además se encargó de urdir, sin contrapeso alguno, toda posibilidad de transparentar la calidad de vida para este sosegado pueblo que rueda y rueda triste en cada una de sus facetas de usuario ante la regencia insoportable de empresarios inescrupulosos, hediondos a corrupta transa gracias al apestoso ejercicio de trastocar, repintar y maquillar las flotas, con todos los colores posibles que quepan al interior del náufrago cobrador automático, diseñado por el congestionado y pálido ya, de tanto aire acondicionado de última generación, arcoiris oficial.
Ya la gente no es la misma, habrá sido distinta en alguna ocasión. Ni gallarda, ni granada, apenas transmite su belicoso descontento. Acostumbrada ya a las extensas y encabronadas caminatas y de llevar a cuestas el lomo de toro que funciona como tope y barrera de contención de sus impulsos de protesta proleta arribista.
Somnolienta pasea su cuerpo temeroso por sobre las fogatas y barricadas, que a veces aparecen tímidas en las trasnochadas villas aledañas, en busca del anhelado convoy del recorrido impuesto en esta modernidad vial, ubicándolos a tantas amargas calles de distancia del dulce hogar, rogando, incluso, al cielo brumoso, por salvar el pellejo antes que el impune toque de queda, donado por la ausencia de cacharros con ruedas, los pille sin boleto y menos con algo de plata que pague el peaje delincuencial.
Se acabaron los nunca aprendidos números que distinguían el recorrido en cuestión, nadie les daba boleto. Los viejos códigos fueron cambiados definitivamente por otros que seguramente nunca serán habituados en nuestra amortiguada desmemoria que, a propósito, sigue rumbo al desfiladero y por ende, al cementerio en donde se deshuesan las conciencias.
Ahora sobran los paraderos con diseños de última generación aptos y cómodos, tan solo sirven para aventurarnos a rogar por alguna circunstancial virgen en tránsito, arcángel de la locomoción, o en su defecto ser utilizados transitoriamente para dormir el sueño de la espera eterna, por una verdadera, seria y responsable administración de los recursos y por sobre todo, de los servicios para una sociedad aclimatada al viejo derroche y a la moderna improvisación en cada una de las propuestas públicas, que se van apagando de a poquito, en este soterrado y silenciador estado neoliberal.
Y a propósito de tubos de escape. El ruido de formas que contiene el modelo del mentado paradero exclusivo -bip- seguramente diseñado en el gesto e impulso eléctrico de algún funcionario ministerial –bip- experto en transistores -bip- encargado de cobijar a esta especie de enfermos terminales –bip- simula y semeja un gran monitor cardíaco habilitado para una población ya pronta a colapsar -bip- que no deja de sonar por tantos gorgoreos fallidos de beneficios sociales –bip- y menos por los pedorros favores tan solo para unos cuantos –bip- que junto a la torpe inoperancia de los articuladores y gestores del plan –bip- vamos soportando.
Que además –bip- hoy se congratulan de la interminable fila de guanacos –bip- pacos y zorrillos –bip- llenos de aceite quemado, lacrimógenas y otros inventos represivos –bip- apostados en cada sitio habilitado como parada –bip- decirles que pareciera que una vez más huele a cercana protesta –bip- y que su acabado de líneas color verde –bip- diseccionadas transversalmente discontinuas –bip- son un probable aviso –bip- del patatús definitivo –bip- al mentado y nunca bien correspondido sistemita biiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiip.
CARTA ESCRITA EN UN LADRILLOo cómo sacar al pizarrón a los desmemoriados y olvidadizos
Separado tan solo por una muralla de edificios nuevos, de estética fea además, y desde el patio de la antigua casona patronal, construida hace un siglo a base de barro, paja y con la mano tiritona del clasicismo, sitio donde funciona también y se cobija el treintón taller de artes visuales caja negra, fue posible escuchar algunos temas de la vieja banda británica Pink Floyd, que hace unos días atrás visitó, para conquistar una vez más, este frío y flemático caserío del nuevo mundo, ubicado, como bien sabemos, y para ser un poco más específicos, al final del mundo.
Tomaron por asalto ¿habrá ingles que no se aprecie de hacerlo y chileno que no lo imite a veces? con toda la parafernalia antibélica que acostumbran, incluyendo aquel famoso chancho rosado, decorado para la ocasión con inscripciones poéticas poco sensibles en insinuar las desgracias y atropellos en este afrechadero de tierra.
Entre ellas y a propósito de espectáculos pirotécnicos, los cuántos helicópteros y fuerzas especiales encargadas en detener al dirigente de la coordinadora Arauco Malleco José Huenchunao, joven combatiente allá por el sur mapuche, quien se niega a la cerda idea impuesta por el estado chileno, de arrasar con la raza a cualquier precio, en pos de salvaguardar los cochinos intereses de forestales e hidroeléctricas que lo soliciten.
Y a propósito de mamarrachos y marranos flacos, a cargo de la parcela interna, en su rol de autoridades del régimen, fascistas en roles democráticos, decirles que no cantan tan mal las rancheras con la apoteósica campaña del miedo, que quiso, durante estos días, hacernos creer que de verdad estabamos a punto de un estadio pre revolucionario.
Incluso la amenaza terrorista se erguía sobre la sitiada ciudad por efectos del denominado Día del Joven Combatiente, que recuerda el asesinato de los hermanos Vergara Toledo, en supuestos enfrentamientos con la maldita cni y que de un día para otro, logró todos los titulares de la prensa criolla.
Los montajes policiales y políticos a estas horas parecieran ser estrofas de una canción desesperada del viejo gingle obsequiado por la gorilada matonezca y que a toda costa pretende bajarle el perfil a los cagazos que su apiedrado y tan pelotudo transantiago les va deparando. En fin.
Y como decíamos, tampoco fue problema para este tropel de ilusos cantantes del ladrillo en la pared utilizar el nunca bien ponderado, por su violentada arcilla y murallas de la muerte, estadio nacional de Chile, como perfecta escenografía antiimperial, y cantarle a la fiel chusma, habida de estos caballeros de la reina, el repertorio clásico que los llenó de fama y de harto glorificado euro pese a su filantrópica pose de ídolos comprometidos con quién sabe qué cosa.
Sin querer queriendo se transformaron en solapados cultores culeros del cántico nacional que a la letra proclama que a la tumba nos mandarán con parte de la historia reciente o en su defecto, ese mar que tranquilo nos baña, sumergirá, amarrada con rieles de tren, toda memoria por los sucesos allí acontecidos.
Más de alguna tomadura de pelo habrá sentido el dueño de la banda y del espectáculo mismo respecto al recinto designado, probablemente nunca fue informado sobre los sucesos ahí acontecidos, que por lo demás, es un deber recordar, lo transformaron en uno más de los campos de flores bordados para la detención masiva y el asesinato de chilenos, y de tortura obligada para escuchar la mala música interpretada por el orfeón milico.
Que a propósito también, por muchos años, juró que cantaba bonito, y que hoy día, más conciliado que nunca con los nuevos tiempos, y como regalo de la pésima partitura interpretada, invita al coro desafinado del transito democrático como elenco estable del trágico réquiem, encargado de pautar y cantar loas en beneficio del si me acuerdo ya me olvido.
Y si bien me recuerdo, de ahí en adelante este elefante blanco, que vuelve a recordarnos en cada una de estas presentaciones, la necesidad de mantener la memoria viva, se ha prestado como una locación especialista en acoger conciertos masivos, curiosidad altamente aceptada en la indiferencia y desgano cerebral del hemisferio memórico, por decir algo, de la masa asistente a los mismos.
Así entonces, andar pacheca, arriba de la pelota, sentarse volada en los prensados ladrillos de mota marihuana, dispuestos para cada festival musical, y de pitearse hasta la última mata de cogollos sobre el verde césped, son los ejercicios más recurrentes para una fanaticada que ni siquiera cree que el pasto crece tan rápido gracias al mar de sangre de los allí caídos pese a las semillas del si me olvido ya ni me acuerdo que siembra la autoridad en el surco profundo de la chepica impunidad.
Que además tararea ferozmente para tapar con maleza la visual y oído de un país que no hace mucho, tampoco nada, por arrancarle el paño del rostro a la lady justiciera, quien ya se acostumbró a posar con la vista bien vendada y a escuchar tan solo los mezquinos intereses de las razones de estado, insistiéndonos, como si se tratase de un disco rayado, con el pegajoso jingle y estribillo de la alegría hipócrita y soterrada.
Y que no hace más que anunciar las escasas probabilidades, sería un milagro, que esta doña abra sus ojitos brillosos, rojos y apuñalados de tanta amnesia que se procura, en desmedro de los muertos y todas las tragedias que se van aconteciendo y que a punta de guitarrazos para la ocasión, mal intencionada nos recuerda y puntea el olvido.
Por lo demás, se trata del mismo recinto de las tragedias deportivas a las que nos tienen acostumbrados las tragicómicas autoridades dirigentes, quienes ven en el deporte tan solo una buena estrategia para ganar el quién vive y la ideal contienda para llenarse los bolsillos con plata, y de paso, la mejor formula pareciera, para exterminar a generaciones completas de noveles interesados, a estas alturas castigados deportistas emergentes, que tan solo esperan su teletón en el patíbulo que se erige en este discapacitado chile deportes sin nada que ofrecer pero si mucho que lucrar, parafraseando a quienes lo construyeron.
Se trata también del mismo espacio, las mismas butacas, por donde alguna vez el laureado poeta paseó su humanidad y las regordetas letras escritas en aquel festejo por el Nobel conquistado y que hoy tan solo es malamente recordado para ensalzar los efectos e impactos de la pujanza económica de esta, para algunos, sobre pesada balanza de la injusta riqueza.
La misma arcilla que escarchó y detuvo la existencia de otros, un tiempo después, cuando en las calles de Santiago la hoguera fascista quemaba hasta la ultima hoja escrita por alguna mano movilizada en soñar y crear algún día más distinto y no tan igual al resto. Recuerdos sin añoranzas siquiera. Lagrimas que no cesan, por más que se quiera lo contrario, en recordar al osado preso que escribió su propia oda a la vida en medio de aquel olvidado cementerio del picaneo y el parrillazo.
Y así, no sin antes un leve tirón de la oreja sorda, que cada día procura tan solo escuchar lo convenientemente necesario, y a punta de imaginar los martillazos, serruchos y pizarrones sobre la pared, dimos paso a escuchar nítidamente los ladridos del ya decano Roger Waters, quién con sus clásicos wish you were here, ladrillazo musical que de a deveras cimbraba el frágil taller del artista, a esas alturas en rictus creativo junto a su paleta descolorida.
Quién ya especulaba, de antemano, la dedicatoria de aquel retumbador welcome to the machine, que parecía saludar al descerebrado seso de mucho santiaguino, apestado ya por el torpe asunto este del transantiago y sus azarosas medidas paliativas, entre ellas la nueva adquisición de una especie de gurú de quién para nada esperamos alguna solución, y menos nos haga rimar melodiosa la cotidianeidad.
Y a propósito de apestosos, seguramente atraídos por el brumoso viento pre otoñal y debido a los años de ausencia, estos teacher musicales disfrutaron de todas las excentricidades que chovinistas se ofrecen al viajero a su llegada, sacados de esa especie de kardex arribista más parecido a un almacén atiborrado de las carencias culturales e imitaciones externas.
Entre ellas, suponemos, las del té caliente a eso de las seis de la tarde y comistrajos que la localidad ofrece de la pescadería pacífica en pailas de mariscales hasta el tope, y que provocaron la cagadera incontinente del pálido roger quién olvidó hasta los títulos nobiliarios, donados por su majestad la reina, la suya, en busca del water más a la mano, ante el rebalse y reguero no acostumbrado que provoca el cebiche auspiciado por la corriente del mal educado Niño, quién ni siquiera segrega el culo afuerino y menos comprenderlo demasiado debido a su pobreza bilingüe.
Entonces, y para terminar, si de venir a cantar de memoria se trata, procurar a toda costa estar atento a las contingencias y también a las continencias que este país depara. Otra cosa es con guitarra diría el recordado poeta tanolemes que dicho sea de paso, tiene dedos para el piano y en el aire las compone y procura no descuidarse ni dejar nada al azar. Y es que fácilmente, es posible morder el polvo de la omisión y terminar enterrado bajo los escombros de amnesia y la magnesia gastrointestinal incluso, como también ser liquidado en algún muro y baleado con todos los medios que existan, en desmedro de los sueños y mejores días para el recinto ñuñoino y alrededores que deja ver.
Que a propósito ya intentan a toda costa demoler en aras de muchos edificios, confeccionados con ladrillo princesa o fiscales al por menor, terminados con harta cagadera de cemento y condecorados con algo de vista a la cordillera, incluso con exuberantes palmeras, y todo, gracias a la maquinaria pesada contratada al precio del libre mercado en este espontáneo, lleno de baches, improvisado, olvidadizo y desmemoriado terminal de microbuses sur.
CARTA ESCRITA EN UN ZARAPE o cómo no cejar de cobijarte nuestro amor
Siempre fue un privilegio, saber de ciertos hermosos aspectos de tu vida. De tu paso fuerte por ella y las debilidades que te propuso infinidad de veces. Cuántas acaso despertar y saber que no dormías en pos de soñarnos una vida por delante, dejando atrás tus necesidades, construyéndonos futuro a fin de cuentas. Quizás acaso principio fundamental de lo que fuimos, lo que hoy somos, al final, de lo que seremos. Déjame arrebatarle entonces tu pasado a ese olvido que intentará a toda costa colarse después de tu muerte. Deja procurarlo incluso ahora y que nos llene de memoria para siempre.
Permíteme contar aquí aquellos intrincados sucesos que esta vida te deparó. De comprender, además, cada uno de los tropiezos que a veces te obsequiaba. De las ásperas circunstancias que no hacían más que fortalecer y por entera mostrarte siempre mágica, bella. Obséquiame deslizar otros instantes, aquellos del sol luminoso, esos que congelaban tu eterna risa en señal que todo marchaba, pese a los dolores, tragedias, desánimos, que muchas veces el porvenir insistía en instalar sin pedir permiso. Verte digna sobreponerte con un levante otoñal, diría el poeta, para seguir de pie sin amarguras y menos lamentarlas.
De los deseos que te movilizaron, sin necesidad de echar mano a la mecánica de vida que, entre tanto, va moldeando las debilidades y taciturna se enfrasca en agitarnos la existencia. Sorprenderme aún más por cuanta generosidad regaste a quienes se plantaran frente a ti, conocieras o no acaso y que en silencio, seguramente, te rendirán eternamente agradecidos, convencidos de la importancia del otro, un sentido homenaje de admiración.
Al final, fuiste y serás depositaria de todas mis preguntas, y claro, te transformaste en urgente y necesaria cobija de todas aquellas respuestas, a partir de tu modo de ver el mundo que, ha propósito siempre quisiste que fuera más sencillo, más redondo, menos intrincado. A la altura de las circunstancias comentabas, y a las de tus necesidades reiterabas.
Cuántas veces intentabas, pese a las discusiones y discrepancias que nos planteaba, ponerlo a rodar sin miramientos, buscarle las verdades e imaginarlo de mentiras, menos complejo. Luego ¿te acuerdas?, detenerlo, recogerlo a pedazos si era posible y cada pedacito transformarlo en un recogedor abrazo, sino fraterno, por lo menos bien materno, y a partir de este sello afectivo, universalizar todas nuestras hegemónicas diferencias.
De tu inocencia con la política, esa que siempre cruzó nuestras vidas y que pareciera será nuestra herramienta social de por vida. Ese siempre fue un tema, ¿te acuerdas?, y para ello, siempre nos sobraba la tribuna y en estas nunca cupo la carencia para dejar en claro nuestras posturas. Cuántas veces o muchas veces debías reaccionar tardíamente ante tus adversarios, retractores o simples y curiosos opinólogos que solicitaban imponer criterios oportunistas y muchas veces desinformados respecto a temas de tu contingencia.
Adversarios sin peso ni conciencia decía mi padre, dicho sea de paso, viejo conocedor de esos intrincados temas, que nos permiten más fácilmente dejar en claro cuáles son las inquietudes y reflexiones de aquellos asuntos. Por lo menos nunca sentí que dejaras de pensar distinto, más sobre tu intolerancia ante las injusticias y otras malas hierbas, que fueron siempre una buena señal de cómo, los tuyos, al respecto, me incluyo, maduraron en su apreciación del mundo y sus contingencias, sin caer por nunca, al desfiladero de la mediocridad y del oportunismo.
Tal vez quisiera en esta ocasión, contar aspectos sencillos que irradias en tus gestos, hermosos, nobles. Así como también tus sueños que van despertando íntimos pasajes de tu alma. Modestamente hablar de tu hermosa vida, de las bondades e incluso sus soledades. Es sencillamente hablarte del amor que nos procuras y que por nunca se termina, menos hoy que me permito, si es que lo permites, disfrutarlos y acercarlos aún más, como si estos fueron un breve murmullo acurrucado en tu pecho, en tu sombra que la distancia transforma en regazo, en el paño justo que entibia tu recuerdo y tempera la memoria...
CARTA ESCRITA EN UN COSTALo cómo zurcir nuestro pasado
Puede que narrar tus flores, tus adornos o las simples cosas que bien recuerdo te enfade. Quizás te ruborice. Créeme por un instante, siempre lo haces, prefiero aguantarlo antes que dejar de admirarte, de decirte lo que quiero quererte. De contarle a los tuyos, a los míos, a los amigos, a los bellos nietos y nietas que también formaste, aquellos bichos chiquitos que siempre reclaman tu fuerza, tu risa exacta de cariño, tu gesto que aprueba o rechaza alguna travesura, lo importante que eres, lo grande de tu presencia y lo mucho que nos cuesta decir en pocas palabras que, nos haces falta todos los días de nuestra existencia.
Y es que estas letras que se juntan, cada línea escrita, son tan solo un párrafo para admirarte, un signo de reconocimiento a todo el cariño y afecto que te puedas imaginar. En donde ni siquiera los puntos finales apartarán tu memoria de las esdrújulas que nos acentúan la vida, necesarias por siempre, para reafirmar y destacar y por supuesto, honrar en vida, si se puede, a quienes nos importan.
Pretexto urgente, si me dejas, que pretende tan solo inmortalizar todo lo que representas ante la pequeñez que puede representar ser la ausencia. Es por eso te pido recibas esta flor, si quieres abstracta, que se dibuja en el día a día, desde la conciencia que trazaste, desde aquellos cortos años de existencia, que nos permite mirarnos para y desde dentro y así expulsar, decirte más bien, todo cuanto pétalo de amor nos requieres.
Quizás sean flores o palabras, ¡qué importa!, probable entreverán la emoción de quien te las deposita y que cada día te quiere más. Una especie de auto referencia, deja pensarlo. De un espejo que medita y explica nuestros propios surcos de vida, que sugiere mirarnos enteros, sin faltar a tu original imagen. De ver y sentir nuestros reflejos, tal rasgos heredados y copiados desde tu cálida sangre, que nos revitaliza hoy más que nunca de las probables ausencias, incluso de aquel maldito olvido, que pretenderá soslayar nuestra esencia, nuestra luz, nuestra presencia.
De lo importante de la vivencia, la querencia, de lo que somos en definitiva. Un reflejo de lo que nos dejas en enseñanzas con tanto empeño, que no cejaremos en todos los esfuerzos por transmitir, a quien te quiera, a los tuyos, y mantener vivo, eterno, lo que eres. Como si se tratase, en definitiva, de lo único capaz de ser reproducible en el tiempo.
Y es esto, vieja linda, lo primero que voy rescatando en la medida de estas letras. Porque siempre pensaré que la vida, en tu caso, no pasa de lado, como a veces acostumbra; nunca ella camina sola, porque ni siquiera es sombra que no esté a tu alcance. Siempre irá del brazo contigo, nunca evasiva, porque pese a lo tortuoso que depara su tranco, se da por completo, sin prisas ni demoras, sin reticencias y menos para seguir de largo siquiera. Y es que de seguro ve en ti a la compañera ideal, la siempre necesaria. Al final de cuentas, eres su vida y así debiera ser la vida con la vida.
Quizás este sería el primer tópico que se me viene, de golpe, para comenzar a decir lo que hoy me nace de tu vida, que me punza, también, reconozco, al saber que algún día tu ausencia se hará presente. De tener claro que tu esencia, la más importante, tu cálida esencia, ya quedó naturalmente perpetua en nuestras vidas. Calando hondo en cada gen que, generosa nos obsequiaste aquella vez de nacer. De todo lo tuyo que hoy portamos con dignidad, sin aspavientos incluso, y con la certera alegría sin motivo alguno de arrepentirnos de ello. Deja agradecerlo y contarlo hoy a quienes, también, ven en ti nacer la magia de expresar y transmitir la dicha de los sentimientos.
Y es que cada logro en tu vida, cada paso que diste, cada una de las dificultades que enfrentaste, fueron un caudal no exento de esfuerzos y cometidos, y te anclan, implacable, a la tierra. Hoy lo sabemos, nos marcan y se tatúan en cada uno de nuestros poros como surcos siempre abiertos a inundarse de ti. Son, sin más, los que recogen y hacen florecer la hermosa sabia vitalidad que sembraste y que surten, como alimento de la vida, como el cuerpo de la vida entonces, toda nuestra historia.
Esas, quizás, sin ir más lejos, son cuna de tu gran virtud y reposo de los trajines terrenales, mujer. Son las que nos transportan a tu lejana infancia, en donde empezó a mascullarse fuerte la bondad tuya y que, muy despacito, sin aspavientos, fue la génesis que aprendiste bien. Un sitio de tiempo identitario, para encarar resolutamente la vida...
CARTA ESCRITA EN UN PAÑALo cómo mecer la cuna y mudar la niñez
Y ahí te veo sentada entonces, en ese mimbre sillón ubicado en algún sector del patio de la casa con parrones, eso recuerdo, de viejo adobe, construida por tu parentela oriunda del sur, que ya emigraba, llena de sueños e ilusiones, hacia el agricola Puente Alto, cuna nuestra y actual dormitorio obrero; especie de patio trasero marginal para sus habitantes pobladores de este Santiago actual, moderno y repleto de ruinosa segregación social.
Es la hermosa foto que conservo del auto obsequio casero. Herencia que, muchas veces, concentra la mirada en señal de estrujar su contenido, con el temor que, en algún instante, toda esa magia revelada, toda esa sencillez expuesta, se diluya por el paso lógico del tiempo y claro, por el paso ilógico hacia la muerte instantánea, aquella que prosee, cuando conversa y negocia impune, nuestra existencia, con la vida que nos va quedando.
Es la porfía que me otorgo de imaginar y relatar aquel tiempo, ese contexto de la infancia tuya, que a veces se borra y en otras muere sin más aviso que un aspaviento réquiem para la historia familiar. Y quisiera memorizarlo, que no se me olvide, de inmortalizarlo con estas vivas letras, sencillas por lo demás, para que pueda redibujarse y vivir perpetuo. De acordarme que, hasta el olvido, es capaz de hacernos un guiño y engañarnos con su flash amnésico, disfrazado de borradura.
Y allí apareces, entonces, junto a tu progenitora madre, desde luego también nuestra, aquella hermosa brava y emblemática matriarca quién posa con impuesta seriedad, con cierta aprensión y atención en tu cuidado... ¡qué manera de heredarlo se me ocurre!. Y tú, con tus rasgos transparentes de inocencia, de suave y delicada figura otorgada por la buenaventura del existir maravilloso. De mirar el pajarito sin distraerse, de frente, de impulsarse hacia quién, afortunado, te capta pequeña. ¡Cuánto quisiéramos, a veces, que los retratos fueran móviles y poderles apreciar, que nos relataran, todos sus personales momentos!.
Y son todos esos mohines y muecas que conozco con el tiempo, los nuestros, de los que luego se vendrían y de los que aún nos faltan. Porque la herencia, pareciera, especula donando impulsos y demasiadas similitudes entre unos y otros; entre los antiguos y nuevos, entre los que ya no están y los que seguimos estando. Gratitud generacional le llamo, enseñanza de modos y costumbres heredados y que hoy agradezco, para enseñar y para que agradezcan los que a continuación nos siguen.
Allí tu madre, en señal de protección, cual tierna leona con su cría indefensa, presta a saltar por el mundo en defensa de tu tan pequeña, grácil y sonriente presencia. Apoyando sus brazos en tus hombros, fortaleciendo y corrigiendo la postura, esa que siempre te trae problemas. En descanso, también supongo, a tanta vida fuerte que los campos proveían. Son las mismas manos de abuela materna posadas alguna ocasión, infinidad de veces, sobre nuestra humanidad, en el cariño tierno, en la crianza que solo ella proveía gracias a su receta de cálida identidad.
Cariño de abuela que dejamos de degustar cuando nuestro exilio. Cariño que no ocultaron sus manos duras, empuñadas de bronca impotente para el día de nuestra partida y que, seguramente, se contraían de ganas por afianzar y sujetar, con todo tipo de regaloneos, nuestra nieta figura. De preservarte a ti, especialmente, con toda su existencia, con toda su presencia, contra toda futura carencia y ausencias, sobre todo, qué duda cabe, con la claridad y sabiduría de madre; ya sabía que nunca más podríamos verla con vida. Nuestro consuelo serían las innumerables fotografías que la inmortalizan para bien de nuestra memoria.
Sin ningún temor a crecer te vislumbras. Te ves tranquila, dominando la existencia. Con tus piecesitos al viento casi en señal de plenitud pese a la descalza edad y que, según el trovador, es el temprano sabor a mujer que te anuncia plena. El amanecer de vida que ni siquiera se amargaría, pese a tanta garuga y escarcha, más tarde, más adelante. Y te ves plena, sonriente, con risa elocuente, risa que se hereda. ¿a quién corresponderá la tuya?.
Con tu pelo de brilloso rizado, ese que la batea procuraba, generosa, junto al quillay del que tanto me hablabas. De rulos de pequeña inocencia, iluminando el entorno. Y aquietas ese pequeño instante, donde la felicidad niña se desborda y repleta mirarla, auscultarla. De absorber cada uno de los detalles que hasta con lupa alcanzan. Para darme cuenta que, de ti, podría escribir hasta que los dedos se dejen, hasta que el pellejo, por ti donado y que porto, lo permita.
Es la pose obligatoria de niña que apenas se sostiene, que precaria se equilibra en este mundo tan desestabilizante. Y tan pequeña eras y tan monumental te voy descubriendo en esa imagen en blanco y negro, que pese al desgaste de historia, por el paso sin contrapeso del tiempo, seguirá coloreando nuestra instantánea existencia.
Y recuerdo sobretodo, además siempre ha sido comentario mientras nuestra crianza adolescente, y sabrás que los recuerdos no se olvidan, que desde muy pequeña debiste jugar cuidar criando a los varios hermanos que luego te existieron, muchos de ellos que hoy ya no existen. Allí te veo, llena de esfuerzos, imaginándotelos como suaves y pequeñas muñequitas, que prontamente te desplazaron de la niñez e infancia hacia la responsabilidad adulta, aquella recargada de inexperiencias y obligatorias ordenes.
Quizás de allí tu tic inagotable y nunca egoísta responsabilidad con el resto. Y creo, sin lugar a errar que, al igual que a nosotros, ellos, tus hermanos, nuestros tíos, hermanos también, recibieron de ti los cuidados más hermosos. Y cada uno, junto con recordar esos momentos, por cierto, sentirá el mismo orgullo de tenerte, como el que hoy siento, e incluso para cuando este momento se convierta en precaria muerte.
Y sabremos, de eso me encargo, es mi compromiso, me lo permito, recordar y preservar ese instante oportuno que nos entregaste sin demora; como la lluvia cuando la tierra lo pide, como el fuego que cobija el frío, como el pañal que seca resabios o como la risa franca y dispuesta cuando la pena porfía y nos atraganta.
Y fuiste sin querer, el destino siempre te puso responsabilidades, la pequeña madre al cuidado de su carne, del hueso, de la sangre. Sin más razón que proteger en la carencia, en la ausencia, en el riesgo del audaz caramelo inoportuno que suele atorar el gaznate. Porque con tu gran cobija de humanidad, con el zarape que solo portan y sostienen los grandes, tu promesa tan solo consistió en vernos crecer y nunca vernos caer.
¡Que gran misión esa! la tuya, que heredamos, y que hoy también descubro en mis hijas. Deja proyectarlas en ti y proyectarme en ellas, porque esas dos pequeñitas, para esta ocasión, se aferran a mis palabras, a mi letra, a la placidez y fortuna de tenerte nuestra, vivita y coleando, para también recordar y agradecer aquella tu enseñanza generacional.
Porque sabrás, deja decirte, ellas también serán personas grandes y tendrán la capacidad de grabar tu ejemplo como semilla eterna, sin lutos y sermones cuando ya no estés, tan solo para disfrutar el fruto de la vida, pese a las dificultades, al igual que su amigo padre, al igual que su amiga abuela y madre.
Y ese será nuestro camino, también para los que te tocaron alguna vez. Porque esa mágica manta que nunca abandonaste, al paso de los años me consta que así ha sido, tal vez nos permita seguir cobijando esa maravillosa senda, aquella de los irregulares caminos que ofrece la vida -vida de mierda a veces- y de seguir tus pasos, tu enseñanza justa, sin malabares ni mala letra.
Y será sendero de sueños y utopías, de ritmo adecuado sin resumen, menos atajos, con rumbo cierto para asumir las responsabilidades y las riendas de nuestra propia vida, la que nos toca abonar, sembrar y cosechar fecundos, plenos, incluso cuando ya ni siquiera estemos...
CARTA ESCRITA EN UNA COLCHAo cómo botar los pañales de la infancia
¡Así, seguramente, fueron tus primeros pasos! Un ajuste demasiado violento para desplazarse desde la niñez hacia la adolescencia. Tiempo quizás del poco juego, de escasas amistades, de lo contradicto que se viene el mundo para algunos ante la necesaria urgencia de los recursos básicos y la subsistencia; ése era tu particular caso. Y me comentabas que desde muy pequeña hiciste tu labor, responsable de procurar los pesos o los que se podían, en aras de solventar las necesidades que tu núcleo demandaba. De esas historias me acuerdo también. Te transformaste, de un día para otro, en una especie de madura procuradora ante la carencia.
Creciste de sopetón y eso, quieras o no, te hace grande al regalarte la impronta que, hasta el día de hoy, no solo te pertenece; la heredaste casi como una vocación para las nuevas generaciones que ya te miran. De obsequiarla, me atrevo a insinuar, interesadamente a quienes te siguen. Entre ellos me incluyo, en cierto modo, me transformé en un seguidor de ese tranco de vida, de ese sencillo caminar bajo tu manta. ¡Eso me enseñaste!
Y nos enseñaste bien; así las camisas que se lavan, las que se planchan, las ricas comidas que se preparan o el mismo aseo que con disciplina y esmero polvorea las responsabilidades, son, para mi, motivo de enseñanza, parte de mi rutina diaria y nunca, por sobre todo, nunca considerarlo obligación de uno u otro sexo, menos patrimonio de géneros.
Gracias por aclarar siempre ese arrebato machista y gracias por ese cariño y dedicación que supiste entregarnos, hasta la madre de la porfía, del caos y la hecatombe, a quienes crecíamos poco hacendosos ante los requerimientos básicos de aseo y ornato. En definitiva, unos vale madres en esos menesteres.
Ya después vino la adolescencia. En esa época conociste al viejo, nuestro entrañable padre y amigo, el responsable, también, de nuestra presencia. ¿Vaya uno a saber bajo qué circunstancias se conocieron?. Saber acaso qué deparó ese primer encuentro y los que siguieron. ¡Prometo averiguarlo sin demoras!... es así que entre el trabajo que demandaba todo tu día joven, fuiste siendo conquistada por las inquietudes que la edad regala y junto a éstas, apareció el novel escurridizo enamorado, quién a la postre sería el causante de toda tu felicidad, también de tus tristezas, y procreador del cuarteto de ilustres hijos, entre ellos quién te escribe este puñado de lustradas letras, deseosas y ansiosas por embetunarte, por proclamarte.
Complicaciones y prohibiciones marcaron tu transparente piel en esos días y justamente de ellas no refieres mucho. Apenas a veces relatadas, dejas entrever todas las dificultades que acumulabas en tu joven humanidad chiquita. Tal pareciera fueron un nubarrón insistente que permanecía fiero a tu acecho, y quizás, en esas eternas tardes de llovizna, que es la identidad de estas tierras, acrecentaron tu lágrima inocente, humedeciendo el blanco y puro pañuelo de sencillo candor, tan marcado a esas alturas de obligaciones y responsabilidades.
Más de alguna tunda acompañó el preludio de tus sentimientos nuevos que la vida ofrecía; procurar los deseos del amor tuyo siempre fue contradicto, por un lado alegre, pleno y por otro, asustadizo, lleno de angustias. Porque dejas entrever en cada una de nuestras conversaciones, amargos e insoportables momentos por los que surcaste en ese entonces, y son cada una de esas tristes historias, que impotente reclamas, las que atragantan y encabronan, las que marchitan y arrugan el noble oficio humano.
Porque pareciera que amedrentar y ahuyentar los deseos y amores, fue para tu padre, mi abuelo ni siquiera conocido, un oficio impertinente y alevoso, un imperio de insultos, en aras de estropear tu paso terreno, de imposibilitar tu chiquilla existencia y que, en aquellos tiempos, ya te sugería el noble inicio de las relaciones de pareja. Y estoy convencido, dime si no, que esa violencia, casi santiguada y alterada bendición de los padres hacia sus hijas, se repite como una tara hoy en día y será una perpetua e ignorante afrenta por el resto de sus vidas. ¡Espero nunca practicar tamaña ofensa hacia mis hijas, lo prometo!
Y claro, fueron momentos del despertar en tu vida sexual, de tener pareja, de darle al asunto, incluso, sin demoras. Seguramente la dicha de tenerse juntos lo fue todo, no me cabe duda que, si lo imaginas, más de alguna emoción te evoca. Recuerdo el rubor que conversar estos temas te causaba, aún lo percibo. De la tristeza que siempre vuelve a ti y a nosotros, cuando se nos viene encima, alegre, contradicta, la imagen y el recuerdo entrañable del querido padre, vuestro compañero.
De la necesidad que forjaste de amarlo, sin requerir de un manual arcaico, en las buenas y en las malas, como dice el cura, eso haz deslizado, casi siguiendo al pie de la letra tus convicciones, tu religiosidad, porque allí, literalmente, te hiciste cargo de los dictados de la creencia, del dogma estipulado, que siempre nos significaron peleas y desencuentros, pero que al mismo tiempo eran nuestro mejor pretexto para conversar y aprender el uno del otro.
Y asumiste, convencida y enamorada, rapidito por lo demás, la responsabilidad joven y difícil de convertirte en madre de este tropel de hijos, que tanto encabronamiento, desvelos y urgencias te han obsequiado, y desde luego velar por su sano crecimiento. De allí que todos consideramos, nadie podría negarlo, fuiste y eres lo más importante en nuestras vidas, y si bien esa tarea de engendrar críos se multiplicó en tu caso, etapa que no estuvo exenta de dificultades, tengo el convencimiento más íntimo que, a pesar de todo, fuiste feliz y nada hará arrepentirte de tus embarazosos pasos de madre y menos de la prole que hoy te acompaña y busca afanosa.
Y no fue en vano tanto afecto y aprecio, madre, tu actuar siempre fue un reflejo hermoso de lo mejor que tus hijos podrían recibir en aquella larga etapa de crianza, en tu extenuante caminata protectora para estos cuatro bultos, que aún llevas a cuestas, donde la pura leche de amor y otras tantas dulzuras como los merecidos correctivos a nuestra traviesa inocencia, tan sólo se traducen en la vuelta de mano, en caramelos de aprecio, cariños y afectos para tu dulce cuidado infinito.
Hoy por hoy reflejamos toda esa gordura de afectos y ni siquiera las calamidades, que muchas veces se posan en nuestros ratos, tienen el valor suficiente, ni crean que les daremos tiempo a intentarlo, como para derrotarnos y mucho menos atemorizarnos, de eso no te quepa duda, porque son tus reflejos e impulsos, apoltronados en cada uno de los gestos maravillosos que portas, cada una de las honestas y buenas intensiones que, incluso, te hacen lucir más bella, las que, quieras o no, cargamos y codiciamos posar orgullosos, hasta, o mientras que la colcha de vida exista...
CARTA ESCRITA EN UN PAÑUELOo cómo ir secando nuestra mocosa existencia
Así crecimos, plenos, sin accidentes, entregados a los pocos deberes y escasas obligaciones. Como aquellas del juego sin distracciones, sin arrebatos siquiera de malos momentos. Sin tal vez notar las dificultades que toda esa armonía significa para aquellos que malcrían de cariños y afectos, y que tampoco estuvo exenta, del reto, el regaño, del merecido coscorrón que tan solo se encargaban de atraer la conciencia pendeja para mejorar cada día más.
Era, también, ir reconociendo los errores que a esas alturas acecharon el pellejo puber y dificultaban tus esfuerzos protectores de amigable sentido. ¡Que tiempos eran esos tiempos! los agradezco justo hoy en donde tu rol, se proyecta por cada instante en la crianza que a mí me toca. Y es la cadena que debemos procurar, por que ante todo nos permite solventar y resguardar lo valioso de la cuna cuando moldea al individuo, incluso en los períodos malos, en donde el chal de la buenaventura se fortalece, en donde cada hebra teje zurciendo la vitalidad.
Y a propósito de cronos, después se vino la etapa de mierda, esa que percudió muchas vidas ¿quiénes, acaso, no estuvieron expuesto a esa polilla que corroía la trenzada existencia?, que hicieron triplicar tu actuar y que gracias al cúmulo de experiencias que portabas y que hoy rescato en esta carta, escrita con todo mi cuerpo, más te fortalecían. Allí, por primera vez, saltamos asustadizos de aquel remanso que nos procuraron ustedes.
A pesar de estar expuestos, tú más que nosotros, vimos en ti lo necesario, el amparo oportuno materializado en tu frágil fortaleza, en tus grandes decisiones pese a la pequeñez de posibilidades. Pusiste quizás a prueba todas tus capacidades en pos de velar por los tuyos. Hoy destaco todas las maniobras que haría una madre herida, desconsolada, agraviada. Toda tu humanidad al servicio de lo más preciado, tus hijos, tu clan.
Y no hubo descanso al enfrentar los reveses. Implacable, con todas las fuerzas necesarias contra tus propias debilidades, flaquezas y fragilidades. Desde luego, siempre generosa, te imponías para dar vuelta el cargado tablero de agresiones, imposiciones y por sobre todo, las tantas humillaciones que intentaron martirizar tu existencia.
Y es que fue un tiempo para superar tus falencias y ni siquiera la vertiginosidad de los acontecimientos lograron mellar tu integral y alegre lozanía, menos aportillar tu bella capacidad de enfrentar los malditos desafíos de esta patria represiva y autoritaria al sur del mundo. Hoy a pesar de todo, eso percibo. Fueron años de ausencias, separaciones del chal que nos contenía, cárceles, del destierro ojete y postrer exilio; primero para tu compañero y ya luego, para todos nosotros y que no lograron detener tu gran capacidad de líder, tu impronta organizadora. De ser una madre amiga, proveedora de cuanta tranquilidad se requiriera y así lo hiciste, a la altura de las circunstancias. Lidiaste con la frente en alto y los puños bien apretados, todos y cada uno de los avatares que aquella marchita e intrincada década te puso por delante.
Época que además te alejó de los tuyos, cuestión que nadie quisiera. Cuántos quebrantos se suponen por tus seres queridos, tu madre, hermanos, los conocidos. De todos los que murieron y que ni siquiera alcanzaste a rezarlos y menos una flor depositarles por su recuerdo. Qué hubieras dado por la posibilidad de reencontrarlos muy cerca de tu regazo y seguir entregándote por entero a sus cuidados, los mimos o al menos un beso tierno en sus mejillas de colorada familiaridad.
De eso, siento, nunca te recuperaste y quizás hoy, en silencio, lloras la amargura ingrata que tropezó altanera en tus deseos y en el derecho legítimo, pisoteado por el desprecio de los malditos y viles salvadores de la patria, arrebatado, de cuajo, de los tuyos, con la ausencia y distancia obligada, nunca presupuestada, y que este miserable terreno abonó sin decir nada.
Eso sí, pobre aquella tierra que vio tus primeros pasos y cerró los ojos hostilmente ante la distancia lejana impuesta arbitrariamente, y que nos impuso también al resto, sin deberla ni temerla. Aquel impulso de tratar de olvidarla bien, para enseñarle lo mal e ingrata que quiso ser, con todas las vergüenzas que nos expuso, quizás es lo más aleccionador en este momento. Porque esa, madre, no es tierra generosa, por que no cuida, y no es tierra generosa, porque ni siquiera es chamanto que cobija.
Menos cálida y acogedora, menos materna y progenitora de las crías, por que ni siquiera se viste presurosa en pos de sus hijos abandonados, atropellados, violentados, y ni siquiera verla mal latir embarga, porque los descalces territoriales, sociales y el afecto que quita, no la hacen merecedora de ningún recuerdo positivo y menos que nuestro corazón desarraigado llore una lágrima por ella...
CARTA ESCRITA EN UN PONCHOo cómo arropar las ausencias
Te embarcaste, entonces, lejos de tu tierra, fuera de su alcance, una madrugada de esos años, aquellos a los que algún día bautizamos como eternamente oscuros, infinitamente siniestros. Tantos ya, que ni siquiera la lucha diaria, esa incesante guerra por la sobrevivencia, permiten que se olvide, mucho menos suponerles añoranzas. Están ahí como reflejo de lo que somos y, sobre todo, de lo que nos falta por ser.
Llevabas a cuestas no solamente tu noble oficio de madre, sino que, además, todas tus historias, tus emociones, los deseos. Y si bien ciertos temores absorbían ese instante, plácida cargabas, en aquel guacal sencillo y modesto que tu memoria y cuerpo contenían, todo lo significativo de tu existencia, todo lo que la vida te había compartido, incluso las crías.
Dejabas tan solo un llanto desprotegido, un gesto genuino de felicidad truncado por la amargura hacia los tuyos, aquellos que se alejaban sin ningún deseo por abandonarlos, ninguna intención de olvidarlos. Convirtiendo en distancia los cariños, insinuando una breve silueta, una mínima sombra, que se esfumaba, desconsolada, para enfrentar los muchos años nubosos que se venían.
Te llevabas acaso la posibilidad concreta de no volver nunca más y de no aparecerte aunque ésta tierra lo rogara. Portabas al igual que la Adelita, ¿te acuerdas?, por mar, por tierra, como fuese, todos tus quereres. Y deseabas a toda costa protegerlos, con la vida incluso, y así acurrucar, en puerto seguro, encallar certera, pese al cansado paso, tu identitario baúl, tu extenso kardex humano.
Con tu asustadiza prole infantil bien embalada en aquel seguro contenedor construido al paso de los años, protegiéndoles la vida, dándoles calorcito de madre, alimentando el instante, dirigiendo la muda geográfica, ansiando enrumbarlo hacia un norte satisfactorio, con aquella brújula que siempre orienta tu paso y que no se equivoca a la hora de ubicarnos en el terreno que siembras y abonas, que riegas y cosechas, con rumbo incierto, si se quiere, pero más seguro.
Confiabas, sin dejar espacio a las angustiosas dudas por lo que este desplazamiento de desarraigo y destierro te ofrecía, en tus cualidades de conductora. Dando la tranquilidad necesaria a la taquicárdica ansiedad nuestra. Y todo, que menos, en busca del compañero ausente, ése que esperaba muy a la distancia, golpeado y expulsado por el puño cobarde y artero. Ibas en busca de lo más hermoso para quién ama y porfía en hacerlo, que requiere y anhela, en definitiva, lo que nos hace más humanos, menos mecánicos.
Allí y después de tanto, nuevamente la cobertura de ustedes se unió en pos de la prole, el frío quedó atrás. El sureño calor de hogar, se trasladó al norte del continente, haciéndose grande, haciéndose nuestro; la gran cobija de la unión y el cariño (¿cuánto habría que remendar y remediarles?), se aprestaba para acoger a su sangre, a los suyos, uno por uno, y entibiar nuevamente la fría carencia, la entumida desprotección, la hipotérmica ausencia.
Fue recomponer aquel tren averiado y llevarlo a sus vías originales, al terminal de accidentados pasajeros, si se quiere, violentados en el recorrido. No importa. Eso bastaba, eran nuestras decisiones, eso se imponía; eran nuestras urgentes necesidades, sin más, porque esas eran las tuyas. Y confieso; quizás de allí en adelante, palpitas más grande, lates más aleccionadora, retumbas más contundente, menos frágil si no te importa.
Fue el momento para curar heridas, resanar tanto las físicas como aquellas psíquicas, por lo acontecido, por la debacle del alma supongo, por las fisuras corporales y cuanto deseo trunco. Por la distancia infinita que propone el destierro, por los límites que sugiere y por sobre todo acusar recibo de, este viaje de valles, este cruzar montes y laderas, países y fronteras, es el peor obsequio que una patria insensible otorga a su hijos, a los huérfanos de su territorio, que si bien nos vió parir, ya luego expulsó al tacho de los desechos.
Heridas corporales y territoriales, que ni hoy adquieren su condición de cicatrices, que ni siquiera con los puntos bien remendados otorgan cercanía, el halo del otro. Huellas que no se han borrado pese al paso, lejano ya, de aquellos años, que vuelven cada tanto, como un recordatorio, para exigirnos toda la fuerza, todas las energías en pos de superarlos. Ejercicio contradicto, porque ni zamarrearlos para olvidarlos, con todo el ímpetu, seríamos capaces. Sencilla y por suerte la memoria, que no es olvidadiza, los impone.
Sin duda la distancia hacia el territorio “malamadre” fue la yaga más abierta de todas. Éste les negaba por completo, debido a la injusta medida que por ley espuria se decretaba, toda posibilidad de acercamiento entre trozos y fragmentos de un cuerpo resentido, con los restos de humanidad extraviadas en aquel país de origen, en aquel paraje que se transformaría, con el tiempo, en una mala copia que negaríamos profusamente.
Territorio que no solo limitó, cobardemente, el acceso para muchos como ustedes, que por siempre no cejaron en buscarlo afanoso, porque también les negó su pertenencia. Su identidad inclusive, aquella que, por decreto y bando dictatorial, pensaron aniquilar bastardos e hijos de puta, identificados con el garrote omnímodo, apropiados de un país malherido, indefenso y triste.
Pese a todo, allí volvimos a resarcir la ausencia de nuestro padre, que un día de aquel aciago y oscuro septiembre, (en nada parecido a este instante de letras, donde se funde la calidez tuya junto a la mía, pese a todo), fue detenido, flagelado y también derrotado por la banda cuatrera que asolaba sin contrapeso en este nuevo cuartel del ocaso, en esta penitenciaría de ciudadanos rematados, portadores de esa especie de cadena perpetua que va engrillando la existencia.
Al paso lento de los años entendimos que no importa el lugar de partida, en este caso prohibido para ustedes y sus hijos, si aquel lugar que te acoge se permite brindar todo lo que esté a su alcance, más cuando intenta suplir, fielmente, todas las eternas carencias que se enfrentaron, todas las dificultades obsequiadas. Y es ése el más codiciado y recordado regalo de la expatriación para todo individuo.
Y es esa la fortaleza nuestra, nuestra alegría; un núcleo que aperraba parejo y sin desgano en aquel hacinado nido reconstruido a fuerza de deseos comunes y de mucho amor en cada uno de los pájaros errantes allí convocados, aquellos que transformaron la precaria subsistencia, las inmensas dificultades que a veces se imponían, en cuna cálida, en un abrazo de ganas, en energéticas y auspiciosas proyecciones y por sobre todo alegrías.
Allí y después de tanto, volaron libres y sin ataduras de ningún tipo, nuestro entusiasmo, cuanto deseo, en pos de alcanzar la cumbre de los sueños, el encanto de seguir viviendo, la dicha de estar juntos, sin temor alguno a las malditas aves de rapiña que cual pájaros de mal agüero, intentaron, por todos los medios, destripar a estas crías y a sus respectivos progenitores...
CARTA ESCRITA EN UN HUIPILo cómo reconocerse en el espejo roto
Ya luego de calmar aquel torrente de necesidades por el reencuentro paterno, vino aquel gran ejercicio de adentrarse, de lleno, al espacio nuevo. Ubicado en el ombligo del mundo fue viéndonos crecer con su sabiduría de pueblo antiguo (con un caudal infinito de acontecimientos, con historia de tierra monumental, de mucha y antigua memoria), y a ti, principalmente, te devolvió a la senda maravillosa de la integridad requerida por siempre, entre ellas, de inculcarnos las responsabilidades y desafíos que nuestra corta edad requerían.
Sigo pensando, además, que te diste por entero en la tarea de ser mujer integral, lejana al fetiche que culturalmente se nos impone respecto a ustedes, en cuanto a los sencillos roles que debieran tener y más cuando tus deseos, de desenvolverte íntegra e integradora en un medio de hostilidad hacia el género, se palpitan y sienten.
Allí te hice mi primer regalo que consistió, cómo olvidarlo, en un sartén y ollas a destajo, creyendo fehacientemente que este obsequio era lo máximo para celebrar a una madre. Rápidamente corregiste mi error y de allí mi cualidad y posterior transformación en el excelente cocinero, lavandero, zurcidor de ropas que soy, y de cuanta urgencia del aprendizaje por revertir aquella excelente reprimenda.
Hasta el día de hoy, por suerte (la memoria nunca quiso ser de teflón), no sólo disfruto de recibir nuevas recetas y trucos de las delicadezas del arte de comer si no que también, te confieso, hasta tiempo me dejo y apropio, en pos de ser más integral y autogestionable en toda mi cotidianeidad.
Supe de verte trabajar, sin demora, para conseguir lo básico cuando las vacas flacas mostraban el hueso duro de roer de la necesidad. Y allí junto a tu compañero de viaje, multiplicabas esfuerzos y sumabas la independencia económica que hasta el día de hoy son tu mejor herramienta para vivir en forma decorosa y digna. Independencia económica menguada por el préstamo, que de vez en vez, eternos más bien, amortizan los escuálidos bolsillos de la cesantía o de los malos negocios libremercadistas que acostumbramos tu descendencia, tan a la baja en ocasiones.
Sufrimos contigo y sentimos las fracturas de la vida, en la época aquella, cuando la espalda tuya, te canjeaba dolores y te cobraba la cuenta. Factura que nunca pagaste con algún descanso mínimo para tu cuerpo siquiera. Por primera vez sentí de cerca la fragilidad humana al ver tu estructura debilitada en ese ir y venir maltrecho al cual estuviste expuesta desde niña.
El desaliento cubrió todos los rostros allí presentes y el desgano paralizó nuestro tórrido tranco y estabilidad. Caías presa de la enferma postura de cargar el bulto de las responsabilidades y no diste cuenta de ella, o no quisiste mencionarlo, hasta que la electricidad infernal del dolor comía tu interior.
Desfallecida y todo, supiste alimentar nuestras escasas esperanzas una vez más. Supiste del periodo hospitalario, las intervenciones quirúrgicas y, pese a ellas, no sucumbías jamás. Ya supongo, te ganaban las ganas por estar de pie y así fue. Años tal vez, permitieron tu anhelada recuperación y si bien no en forma completa, recuperaste toda la dicha de la movilidad, de la extensión animada que al cortar el nudo umbilical se hace acreedora la humanidad, que se permite, pese a la adversidad, seguir el tranco necesario, aquel de ganarle a las dificultades sin temor y aspavientos y menos, quejido alguno.
Empinada cuesta que al final supiste dominar gracias a esa fuerza inagotable que nace por toda tu piel y estructura. Que logró enchinar y agitó nuestra dermis ante la bendita sorpresa de ver nuevamente tu cara alegre, la que siempre portas, en señal de buenas nuevas ante la maravilla de equilibrarte toda por entera y seguir enderezándonos. Que manera de insistir la tuya, el camino que baja a la tierra y nos aterriza en el mundo pleno, el que siempre anhelamos construir, pese al sin fin de dificultades que a diario se deben ir arando, en esta ortopédica e impuesta realidad, a la espera de revertir por completo todas aquellas desagradables situaciones.
Luego de la tempestad se vino arrebatada la calma. La celebración de nuestros días importantes por ejemplo, las fechas póstumas. Los olvidados, a veces, cumpleaños o algún logro de carácter personal, se transformaron, sin darnos cuenta siquiera, en un motor que revolucionaba aquel destierro ingrato y nos servía además, para aprehenderse, cual muéganos, de todos los elementos que la cotidianeidad nos obsequiaba sin costo alguno y cual esponja, absorbíamos en aras de la armonía necesaria.
Cada uno, ahí, creó la conciencia necesaria respecto a la importancia de los usos y costumbres de esa gran patria multiétnica. De sus intensos modos que en definitiva se transformaron en la mejor forma para ir vaciando cada uno de los ausentes recuerdos de la tierra de origen, que no cesaba en gritarnos las prohibiciones y el penar de pensar en los seres queridos. Pensar en ese quiebre, era llorar amargo, y desear el retorno a cualquier precio, era una dolorosa mueca que se multiplicaba convertida en calvario...
CARTA ESCRITA EN UN CHAMANTOo cómo colorear la desteñida existencia
Así, contra todo, un dejo de mexicaneidad que no solamente invadió para siempre nuestras vidas, si no que, además, permitió darnos cuenta de la enorme brecha de aislamiento que produce el extremoso sur del continente.
Todas las tradiciones culturales mexicas, que se fueron impregnando en la práctica rica de ese norte que, sin remilgos, posibilitó apropiarnos de cada una de sus pertenencias cívicas, valóricas, culturales, usos y costumbres, como si se tratara de un hijo más para ella, como un extraño menos, como un conocido igual.
En definitiva, era sentir una especie de calorcito pleno, acogedor, parecido a ese que tú nos transmites, y que para la ocasión se transplantaba, sin mayor problema, como un gran y cobijador reboso extendido, una enorme manta que se abría, sin complicaciones, sin prejuicios, en la patria azteca. Y abusamos conscientemente de ella y sin piedad, incluso, nos adentrábamos a cada una de sus manifestaciones, haciéndolas todos los días más nuestras; recordar el dulce atole mañanero, los tamales de tomate verde, el pan de muerto que revivía la tradiciones, la morena tortilla que sustituyó definitivamente al pan blanco, la empalagosa fiesta de reyes que acentuó nuestra incredulidad y ateo pasar, el cántico de patria prestada, sin egoísmos, y loas a los héroes que la hicieron, también, nuestra.
Recordar por ejemplo aquellas maravillosas fiestas en casa, en donde los anfitriones más solicitados del condado, eran ustedes. Una especie de chiles verdes, picantes pero sabrosones, llenos de bendita bienvenida para cada unos de los convocados, quienes se asomaban curiosos a esa extraña añoranza de extrema tierra sureña, por parte de estos australes sudamericanos. Travestidos ya en charros huasos con olor a vino y maguey, como también alborotados turistas permanentes y expertos en la preparación de los exquisitos platos precolombino-criollos, con la condición particular de matricularlos en la mixtura de sabores de la ancestral tierra maya y la lejana araucana. Sin egoísmo alguno y del modo más natural posible estas matrices se fundieron al encontrarse, friccionarse y definitivamente mezclarse. Allí entendimos que, para nada, nos servía la una sin la otra.
Y así, también, funcionó nuestro núcleo. Recuerdo tu convocatoria cada fin de semana a la reunión informal, didáctica y fraterna con la que inauguramos la fórmula mágica, durante muchos años, para decirnos todo lo que se necesita decir entre hermanos, padres, amigos. En ellas, cada uno de los integrantes previamente informados, asaltaban aquel espacio con sus necesidades, inquietudes, conflictos, deseos, broncas, con el único fin de saldar heridas, sanar el cuerpo, revitalizar la neurona pensante.
En definitiva crear conciencia de lo maravilloso de comunicarse y de la enseñanza de quererse cada día más. De ese ejercicio por siempre estaré agradecido, por que sin dudarlo siquiera, hoy lo traslado sin dificultad a mi novel espacio también nucleado y ¡Qué manera de comunicar tu enseñanza!
Recordarás la facilidad para acoger, sin dramas y objeciones, a un significativo número de damnificados del mundo quienes clamaban un gesto de afecto y un poco de nuestra gran frazada de esperanzadora humanidad; aquellos hermanos salvadoreños huérfanos y mutilados de tanta guerra, generosos combatientes por la humanidad que nos enseñaron su historia a base de puros corridos y canciones de la tierra. Esos otros chapines guatemaltecos quienes colmaron de camaradería nuestro hacinado hogar, donde las costumbres Mayas y la Náhuatl identidad escurrían cotidianas, sin egoísmos de ninguna naturaleza. O esos otros, connacionales, que huían de la desgarradora mano corvada y tirana que se sucedía en Chile, y de quienes extraíamos el caudal necesario de informaciones y recuerdos.
Allí te vi resolver los intrincados problemas que las visitas portaban y te noté generosa en pos del abastecimiento básico para cada uno de ellos. Confieso que, supiste ser grande en esos frentes sin tener demasiada necesidad de embarcarte en cada una de esas luchas. Y tengo la certeza que nunca, esperaste agradecimientos al respecto. Y la ingratitud de muchos de ellos, los menos, que tan sólo utilizaron la buena disposición y gentil amistad por nosotros otorgada, no tendrá nunca cabida en nuestros recuerdos, y menos contarán con la capacidad moral y decencia, como tampoco la dicha y agrado de ser alguna vez igual o tal, como tú acostumbras.
Pero tampoco se trata de buscar, en otros, ciertos aires o semejanzas contigo. La verdad es que de eso también nos enseñaste. Nunca siquiera presupuestar proyecciones, menos hacer del otro un reflejo de uno mismo. Hasta las novias, que en ese entonces se transformaron en asiduas visitantes a este hogar de puertas generosamente abiertas, con habidos hijos de dientes afilados, quienes consideraban tu presencia y actuar, en algo así como la antitesis de lo que ellas suponían. Acaso nunca esperaron que fueras lo menos madre y sí la amiga.
En ese sentido tus atentas reflexiones y certeros comentarios, iban permitiendo no tan solo las buenas relaciones, sino que además, y gracias a tu experiencia en esas cuitas, nos permitía tener las consideraciones y reservas necesarias para preservar y no meter el colmillo y de paso las patas, con cuanta bella doncella dispuesta a los sacrificios y a los placeres. Confieso que hasta el día de hoy no existe registro alguno de hijos regados por el mundo en forma irresponsable, y menos algún reclamo de índole legal por pensiones alimenticias.
Y es que esa bella capacidad que tuviste, de encarar cada una de las dificultades y preocupaciones que nos asaltaban en el día a día, de crear las confianzas necesarias para expresarnos y de transparentar nuestras inquietudes, sin duda que se transformaron en la mejor fortaleza para desarrollarnos plenos, alegres, llenos de vida.
De eso doy testimonio fehaciente y de ello sabré expresar, por siempre, sin titubeo alguno, toda mi alegría. Por que así fue y así considero debieran ser las relaciones de padre e hijos, sin discursos capciosos, nada de ocultar innecesariamente los deseos, nada de prohibir las bondades de la vida, menos entonces, apagar las confianzas que se prenden, iluminan y titilan durante la existencia.
Y es que hablar de deseos, entre ellos, los sinceros del retorno a la patria ausente, cada día más desconocida y separada de nuestra realidad, pese a las constantes charlas cargadas de añoranza por parte de ustedes; se fueron haciendo presentes cada año que se sucedía provocando un raro latido del cuerpo por aquel frío país por ustedes ofrecido. Que nunca quedó claro si correspondían a una taquicardia de gustos o a una ansiosa arritmia de angustias…
CARTA ESCRITA EN UN HUACALo cómo rearmar y embalar las historias
Recuerdo cuántas veces desarmar lo habilitado, llenar la maleta de la ropa gruesa y vaciar el ropaje de la eterna primavera que México nos donaba. Obsequiar todo el closet exiliado con historias propias y transformarlo, tan solo, en un pequeño baúl etiquetado con el sello de las particulares huellas de migratoria identidad e iniciales, confusas, de sentirse apátrida.
Y esa fue la mecánica durante todos esos años, y era, además, la única incesante inquietud; vender el objeto que se atesoraba junto al pasaporte viejo y rojo, en constante tránsito estático, y que a la postre siempre ocuparía el mismo espacio original y la misma insatisfacción gatillada por la suma de rechazos en aquellas listas del destierro, publicadas y firmadas por la misma mano que asesinaba, a balazo artero, en esta patria chilena.
Y esa fue la tónica, vivir a viajar la vuelta sin vueltas, sin destino conocido y menos boletos que, de una vez por todas, estacionaran este ir y venir constante. Cuántas cosas, quizás, quedaron pendientes en aquel prohibido deseo apasionado, pero aprisionado incluso, de volver y volver, que diera lugar a la solución definitiva de establecerse, de una vez por todas, en esa aldea primaria, junto a la tribu de raíz y dar vuelta la página mal rayada y accidentada que se fue arranchando al paso de los años.
Tanto penar por un pedazo de tierra que al final de cuentas no hacía más que enterrar a los familiares y truncar cada sueño de ustedes. Una vez más te vi triste cuando te fue imposible ver, por última vez, a tu madre. De darle un beso a tu historia personal y tocar la mano justa que permitiera consolar aquel cariño que se desvanecía, un día cualquiera, en esa patria cualquiera y que mataba de tanto esperarla. De ver tus puños cerrados y tu rostro desencajado, ante la negativa humillante de las prohibiciones. De los temores por la integridad física, por viajar a ese funeral de vida, obsequiado tanto en la pobreza del dinero, al no contar con los recursos necesarios que lo permitieran, como, también, a la prisa que los decesos acostumbran.
Allí se fue un huipil más, uno de los más importantes, hermoso déjame agregar. Quisiste volver a esos brazos tan llenos de maternidad, de estar junto a ese vientre que te dio la vida pero que aquella vez moría. Que dejaba una estela que solamente el recuerdo registraría, provocando que la memoria, que por ningún motivo ausentaremos, se hiciera cargo de esa historia, tu historia de vida.
Y te hiciste una promesa, eso recuerdo, el olvido nunca tendría cabida, menos permitir que éste, juzgara nuestra ausencia, menos que cuestionara la falta física y territorial, por ese amor, por esa añoranza nuestra, por quienes no miramos una última vez siquiera, debido a ese alejarse obligado que la vida y circunstancias nos propuso. Un ejercicio del sinónimo antónimo de la muerte; tan cercana que se presenta a veces y tan distante y elocuente con su fuga.
Luces y sombras que volvían para imponer, nuevamente, la prestancia, la gallarda estrategia de la jovialidad, de cómo enfrentar las falencias y carencias que va surtiendo la vida. Desprendiéndose a veces de ese cuerpo que lo soporta todo, inclusive, con la intencionalidad de fortalecerlo.
De llevarlo al límite natural que permita no solamente armonizar su estructura, sino que, además, ejercitarlo con las cosas buenas que busca incansablemente quien las porta, en señal exclusiva de agradecimiento por velar en sus cuidados, pese a la fuerza y patadas de sufrimientos que tocan resistir.
Y así el tuyo, tu cuerpo, que se niega siquiera a quebrarse aunque los dolores y achaques se asuman y sumen al paso de los años, sin importar lo mucho y necesario de mantenerlos anestesiados. ¿Qué quizás hacer para no sentir el repentino calambre que quebranta la existencia y debilita el cuerpo histórico que uno porta y que quisiera verlo inmaculado, sin achaques, permanentemente?
¿Cómo entonces salvaguardar de la intolerancia sintomática que, a un tiempo de vida, irradia cada uno de los poros en certera señal que, la vida, por más que se quiera, se va agotando desenfrenadamente, y no hay santo remedio que la asista? ¿Cómo agotar, definitivamente, ese cansancio que infatigable nos acecha y, de qué manera, dime cómo, si yo pudiera resolverlo, ayudarte?
¿Cuál sería entonces la fórmula, si es que existe, de tenerte como quisiera tenerte, que te tengas como quieres mirarte y sentirte, así de tranquila, sin demoras? Que tu respiración ni siquiera alcance esa agitación que te descubra indefensa, menos a la deriva, y es por eso que con estas letras, créeme, vengo a buscarte también, a cobijarte si quieres.
Porque quieras o no, yo estaré y trataré mujer, aunque no me alcance la voz, como bien dice el poeta, ese que descubro para hablarte mi amor, sin dejar de evocarte por siempre, sin siquiera procurarte una mala carraspera o un aliento contrario, en el instante justo que lo demandes y en cuánta situación precise mi presencia.
Porque es mucho lo que yo te quiero y es poco el tiempo que la escritura permite expresarlo. Porque su tiempo, tan solo, es un gesto que se articula de la linealidad que nos da el pensamiento, más cuando, éste, se ventila al mundo expresando el cariño que te tengo. Y también, por qué no, para volver a besarte, como siempre ha sido, con todas las palabras que entrego, y las enérgicas ganas que me permito para esta ocasión y cada vez que pensar en ti se hace urgente...
CARTA ESCRITA EN UNA FRAZADA o cómo despulgar el cariño que te tengo
Y luego vino el tiempo de volver al terruño. Este que ingestaba sin cesar todas nuestras actividades y concentraciones. El mismo que, permanente, enfriaba toda calidez mexicana. El sitio de interés único le llamaron ustedes, del cual y en cierto modo, para el resto de la prole, era tan solo un ejercicio inacabable de lugares comunes, un territorio ya inexistente en la personal memoria y, por supuesto, de nuestro quéhacer inmediato.
Se trataba de volver sin medir ninguna consecuencia. Fue sencillamente el gesto, que también es responsable y que a cualquier precio se antepuso para cerrar el ciclo abierto tantos años antes. De cerrarlo con el apremio urgente de los pagos y los quereres. De congelar todo pasado de sitios e individuos propios que, si bien la memoria proveía, no alcanzaban y no eran plenos para sentirse agraciados, de sentirse satisfechos, con la vuelta que se venía.
Sin duda que cuando la tierra llama, la respuesta del cuerpo no la deja en espera y menos aletarga cuanto deseo ella requiere. Insospechadamente se transforma en un tic que, por constante, tiende a mirar para atrás, a reconstruir el recorrido completo, sus vueltas, los ires y venires, sus dimes y diretes. De aprehender el sitio exacto del punto de partida y de ese modo volverlo a sentir con la confianza necesaria pese al tremendo boquete que la lluvia melancólica y tristezas obsequiaban.
Y su llamado se transformó en incesante grito a partir del primer día de su abandono, por allá en esos convulsionados setenta. Fue sencillamente tejerse en la enredadera del patio propio que ustedes construían y que, honesto, nos requería para seguir viéndose crecer, sin demoras, de vernos florecer hermosos y transparentes, en esa inmensidad transcurrida, que se regó a base de cariños, afectos y con la pureza de todas las aguas que nos debíamos. Fueron quizás las raíces de aquellos cítricos árboles frondosos, que algún día se regaron tristes, los que en silencio insistían por nuestra presencia; extrañaban el cariño, la presencia necesaria que todos los pequeños jardines salpicados de sueños truncos requieren, y que, esa vez, despertaban para reclamar su florecer, la asistencia necesaria.
Se trataba tal vez de las mismas flores que vigilaron a sus hijos crecer entre el frío clima y el barro otoñal; tallos fuertes que reclamaban en voz muy baja, cual escarcha que cruje en aquella artesa anegada, por el transcurso del tiempo y el desuso de lavarnos, para que las miráramos, que no las dejáramos estar, tan a la deriva, tan secas, ahogadas.
Tal vez se trataba de hurgar aquellas pequeñas calles que hoy lucen desoladas de mall y de olvido, y que también reclamaban a sus paseantes, a ustedes, que fueron las responsables en algún tiempo remoto de sus huellas profundas de enamorados. Quizás reclamaban su celestino destino, aquel de unirlos, de verlos crecer plenos, de caminar sus pasos.
Y fue volver al sitio del suceso, el lugar exacto del crimen histórico que obligo a tantos a marcharse y que a miles enterraba en el intertanto. Aquel en donde la bala cuatrera, el garrote soberbio y la impune violencia, dejó huellas imborrables, que a cada paso redibujan a este raro pueblo, diagnosticado con la enfermedad de la desconfianza, el síndrome del individualismo, el sálvese quién pueda, peor aún, con el mazo dando a dios invocando.
Allí también fue posible mirarnos, compararnos con quienes, después de casi dos décadas, permanecieron al interior de esta estrecha franja de tierra. Seguramente y al igual que a mí, no dejó de sorprenderte el daño tanto físico, económico y social en sus habitantes. Cada una de esas taras se reflejaron desde el mismo día que pisamos este suelo, ustedes antes, yo después.
Allí pudimos observar la uniformidad del traje, la vestimenta laboral como un signo verdadero de reglas estrictas que impone este sistema de vida, este país de la muerte con mortaja de insatisfacciones, más cercano al laboratorio y los conejillos de india que a cualquier otra cosa. Uniforme que todo lo amarga en desmedro de vestir el cuerpo con algo más que tolerancia y respeto.
Recuerdo que no dejó de llamarnos la atención la cantidad de ciudadanos camuflados en el corte milico que, de paso, significó darnos cuenta, sencillamente, que nuestra visita o retorno no era a una casita enclavada cerca de los bordes cordilleranos, bañada por un estero, se trataba de ingresar al reclutamiento forzado, a una especie de regimiento civil, en donde todo marchaba al compás de la imposición milica próxima a esas alturas, según ustedes, a hacer abandono del poder ejercido con manopla abusadora durante tantos años.
Qué decir de la inmensa masa humana con claros signos de sufrir algún deterioro, perfectamente visible, y que sugerían el grave daño psicológico causado, según mi modo de ver, por el frío antártico que congela aquella neurona de la alegría y también por el encierro geográfico, que limita mentalmente al individuo dentro de un territorio que tanta imposición propone.
Tan sencillo como imaginarse la desprotección y depresión social y laboral a la que fueron sometidos quienes se emplearon en cualquier cosa, si es que esa cosa lo permitía, con la única intención de paliar el sustento, de a veces sobrevivir siquiera un poco.
Y esa lógica de país claramente tuvo y tiene responsables. Dicha barbarie recae en aquellos que hacen el negocio redondo en aras del progreso; según los tratados del mercado que ellos mismos consolidan, gracias al costillar, pulmón y seso del desempleo y otras tantas facetas amparadas en la impunidad del libre mercado, siempre santificado por las instituciones que lo imponen, a partir de la incertidumbre, inestabilidad y el miedo para el sujeto incompleto que, en definitiva, el sistema va modelando.
Porque además se encarga de dejar bien moldeado asuntos que se han transformado en piedra angular en la vida común y silvestre de sus hijos; y llama la atención, tal vez, al igual que a ti de seguro, el arribismo y la competencia salvaje encarnadas en toda faceta ciudadana, y de allí que, hoy por ejemplo, el mall no tan solo representa el mal llamado desarrollo, si no que además es la cuna que cotidianamente arrulla a los hijos del consumo, con anteojeras si se puede, por comprar y llevar todo cuanto esté a su alcance, por que el mundo se puede acabar o sencillamente por que de ese modo, nuestro vecino más próximo, sentirá el rigor de no ser igualito al resto...
CARTA ESCRITA EN UN MAKUNo cómo resarcir la oriunda tierra
Y llegaste entonces a este país de los caminos estrechos, forrados de terraplenes y parches por doquier. Llegabas, con la mínima sensación del re encuentro y con la inseguridad que la vida local imponía para los hijos desterrados y tan machucados por las circunstancias. Todo un envión de fuerzas concentradas en un objetivo único a pesar de los pesares.
Y es que por un lado te reflejabas contenta con el impulso y determinación que ustedes padre y madre se ofrecían en pos de lograr la meta anhelada, de volver definitivamente y rehacer el tiempo externo que si no perdido, significó muchos sufrimientos y demasiados conflictos, dejando entrever todo el desánimo que dejar México significaba.
Se quedaban allá, en esa entrañable maraña humana, sobrepoblada y convulsionada urbe azteca, algunos escuincles hijos, muchas amistades sinceras, demasiado fraternas cabría agregar, y cuántas historias, quizás leyendas por nuestro paso sencillo y por nuestra caminata sin aspavientos y mucho menos pretensiosa.
Un modo de vida que si bien fue precario, con tanto altibajo que no hacían más que subir el ánimo y bajar las decepciones, se transformó en exclusivo y único. Por que aquella pertenencia impuesta, sin duda, fue también, parte de lo mejor que hubiera pasado a nuestras vidas. Y eso se confiesa, se agradece infinitamente. Contenta y a la vez triste con la mitad de tu prole que no resignaba el paso que ustedes demarcaban. Por que claro, crecer también confisca el cordón umbilical y hace autonomía. Y desde luego supimos ejercerla responsables.
Por una parte se trataba de consolidar nuestro precario y escaso paso terrenal, de adolescentes desordenados pero con clara conciencia de seguir en la senda de madurar nuestras vidas, a transformarnos en adultos jóvenes en donde las labores cada día se hacían indispensables con claras muestras de echar a hervir cada una de las enseñanzas que a lo largo de los años nos procuraste.
Y también se trataba de cuidarlos y protegerlos (ustedes también eran merecedores de nuestro cuidado, recuerda) a la distancia, como una especie de reserva atenta, ante cualquier dificultad que presentaran o sencillamente para evitar los descuidos que la patria primaria procurara contra ustedes, en donde cualquier cosa lamentable podría deparar.
La lógica, según lo planificado, en aquel instante de despedidas y parabienes, consistía tan solo estar atentos y desconfiar con toda la credulidad posible la bienvenida que pudiera ofrecerles esta patria embustera llena de crímenes, y confiar, por sobre todo, en la capacidad de sobrevivencia, que para nuestro clan era parte de una rutina mas.
Así y todo reclamabas tu tierra en aquel suelo patrio ensangrentado y tantas veces humillado. Seguramente la fijación de la pertenencia atraía tus deseos y alguna tarde, a finales de la década ochentera, vi partir su cuerpo en dos, al dejar una parte de ustedes y a un resto de hijos en las tierras al norte del continente y desplazar el otro tanto al sur polar.
Allí viajaban nuestros sueños y quizás tocar el cielo en esta nueva fase, eran el norte de la familia que por segunda vez sufría con la pesadilla de verse atomizaba, en este caso, por causas necesarias y que fueron siendo evaluadas, a lo largo de los años, dispersando cada duda y temores que el retorno significaba, especialmente para quienes ya no lograban comprender y menos entender el por qué de volver a un territorio sin pertenecía y por ende desconocido, tan solo inaugurado en vernos nacer y sin ninguna necesidad de suponerle alguna motivación importante.
Y qué importancia podría jugar en quienes la distancia, la edad y la desmemoria visual, lo apartaron definitivamente como referente de vida, transformándolo tan solo en una vieja postal con remitente desconocido y que a la letra otorgaba un cariño muy lejano, perfectamente ambiguo y afectos demasiado fríos por más que las demoras lo entibiaran. Una estampilla de copihues sin valor emocional siquiera y que al paso de los años se fue marchitando sin dolor alguno.
Por que así también se secaron algunas vidas, las familiares, la de cuánto amigo se quedara. Y es que sin duda la distancia canta aquella balada del olvido pese al coro que se esfuerza en reconstruir la memoria. Y cada uno de los palimsestos que el tiempo construye y re convierte constantemente, ni siquiera con la borradura de la amnesia, intentan destacarse, más cuando la cotidiana rutina y el incierto retorno tan solo se inscriben en el deseo de intentarlo pese a la continua mecánica del rechazo a hacerlo...
CARTA ESCRITA EN UN CHALo cómo ponerle el hombro y el cuello al destino
Después de todo, un día se hizo realidad este cuento de volver y de volver con todo. De dejar que la añoranza se encargara de velar nuestro pasado, de todo aquel historial patiperro que en aquel instante comenzaba a dejar de ladrarnos, transformándose tan solo en un quiltro pasado lleno de cosas maravillosas, que supimos enfrentar con toda la belleza heredada de ustedes y que hasta el día de hoy no solo tienen la categoría de importantes, si no que, además, son el referente inmediato al cual tenemos acceso sin demoras, por que sencillamente, México es y será por siempre, por muchas generaciones, nuestro pan o tortilla de cada día.
Así entonces, casi con el cuerpo hacia atrás, de tanto echarle para delante, de ansiedad incluso por pisar raudos el territorio mezquino, fue posible verlos contentos y reflejar todo el tiempo sin país, expulsados, off side, en diversas manifestaciones de fraternidad, cobijo, cariño y demasiados llantos por el re encuentro con los suyos. Conservo algunas fotos del aterrizaje con cuanta maleta, bolsa y utensilios que el tiempo se encargó de acumular y que también supieron en ese instante, por decir algo, suplir la automática pérdida o cambio de un país por otro.
Forzados y friccionados abrazos familiares y de amigos hacia quienes por más de quince años no pudieron doblarle la mano al exilio, fracturando definitivamente la cotidiana existencia, manifestando duro y parejo su disgusto por la prolongada ausencia. Cuántos de ellos, quizás, fueron fruto de practicas y ejercicios en espera del día indicado. Cuántos otros se negaban y se volvían a intentar aquél día de jubileo y de brindis con la parentela tan extensa y diversa que en algún sitio pre determinado, se mostraba transparente y deseosa de mirarles la cara limpia y digna que ustedes aún portan orgullosos.
Allí me contabas el recibimiento apoteósico que urgente se vino. Mirarse y sentirse plenos. Acogerse en el relato, en explicar la infinidad de acontecimientos de toda una vida en el transcurso de unas horas. De transformar el sencillo cuéntame de ti o el relátame otros tiempos, en una necesidad imperiosa tanto de ustedes como por parte de quienes los recibían después de tantos años.
Allí están, en aquellas fotos tristes de tintura, alegres por el retorno. En donde convergen no solo las miradas que un tanto más viejas rejuvenecían los rostros, si no que también descansan en la risa fresca, en la jovialidad inmensa que ustedes portaban. Tantos rostros que por muchos años se tensaron de esperas, de humillaciones y de cuánto apremio, en esta oportunidad elongaban satisfacción plena al mirarse en el otro, en aquel rostro de viajeros obligado, en aquellos otros que se habían quedado.
Cuánto relato se ocurren de aquel momento, cuántos de ellos fue necesario resumirlos para seguirlos contando en el tiempo. En ese nuevo tiempo que recepcionaba y que no se agotaría en el tiempo, por que de hacerlo, traería olvidos y ese, por más que quiera convocarse, siempre sabremos combatirlo con tanto recuerdo y memoriosos momentos.
Por que además, cada uno de esos instantes, de aquellos bellos pasajes grabados y tatuados en nuestra piel suave, se atesoraron definitivamente en aquella maleta que todos los días portamos, pese al peso de cargarla y pese al desvalije que algunas veces nos procura producto del tiempo que insoslayable no se detiene y que apura nuestro tranco diario.
Y ya me imagino el posterior despertar y mirar el nuevo día y los muchos que desde ahora en adelante se ofrecían. El potente panorama de reinventar la nueva marcha, que no estaría exenta de tropiezos y desde luego, con el tiempo, la pérdida insospechada de nuestro padre. De memorizar los hábitos perdidos y re encontrarlos en la cotidianeidad.
De mirar o intentar buscar en algún horizonte cercano a esa cordillera anhelada que tan lejos recordaban y que seguramente también se emocionó hasta las frías lágrimas por procurar en ustedes una cálida acogida en esta espesa ciudad con olor a muerte y a extrañas sensaciones de miedo y que temeroso se presentaba frente a ustedes.
Ese era el Chile que aterrizaba vuestros sueños. Ése era el país chiquito que arrastraba el gran manto oscuro adornado con charreteras cobardes y que se aprestaba a retomar la senda democrática aunque solo se tratase de la finta eterna que el gran mercado y la iglesia del laboratorio neoliberal ofrecía a sus hijos ilusos en ese instante, y que alegres para la ocasión electoral, que se presentaba, irradiaban banderitas multicolores con todo el arcoiris del oportunismo criollo, y fácilmente en algunas de ellas era posible distinguir a los traidores vende comarcas que años antes, solicitaban gustosos el esfuerzo gorila para salvar a la patria del comunismo ateo y de gente como ustedes.
Era la contradicción viva, por que en ese instante estábamos convencidos que Chile necesitaba de una salida más justa e incluso un poco más digna y no la servil payasada negociada en los oscuros templos del aparato del poder y que a la letra negociaba las cuotas embusteras de la propiedad privada, el capital, el poder armado, los negocios de unos pocos y la miseria de los otros y todo, bajo el beneplácito mirón del poder del norte y otro tanto del poder del cielo y sus cardenales que bendecían la paz interna desde el acomodado sillón despótico y los trucos pecadores de la pedofilia y otras hiervas sanguijuelas.
Y dime si no era ese el re encuentro con la patria chilena, que en cierto instante incluso, obligó a pensar en lo innecesario que era habitarla, por que sí bien los temores se generalizaban, era casi imposible sentir un alivio a los mismos.
Me habrás contado cuántas veces los desvelos de ustedes, ante el posible acoso que retornar a los sitios cotidianos significaba. La impunidad gánsteril de los servicios secretos del dictador, quien jugaba su papel de llamado a proteger la patria sin descanso y mantener el orden interno a cualquier precio, y dime si no, a cuántos habrán despertado en la zozobra nocturna, con la clara intención de intimidar y de paso asesinar todos los sueños de algunos como ustedes y no dejarlos construir alguna vez un futuro de armonías.
Por que convengamos que ese era tu norte, tu derrotero, también el nuestro. Afianzar de una vez por todas cuánto camino roto o resanar cuánto sufrimiento de vida que este sendero nos deparaba en el tiempo. Allí una vez más te hiciste fuerte, demostrando tu capacidad junto a nuestro padre, nuestros líderes, convencidos que pese a los infortunios, un mundo mejor, uno más justo, era posible. Y qué importaba si las largas noches o esos eternos días de sobresaltos se hicieran presentes.
Aquí nuestro destino se jugaba sencillamente en un campo minado sin flores y era tarea de nosotros, urgente, como siempre lo ha sido, resolverlo. Nuestro campo de Marte, para efectos de defender nuestra existencia, se limitaba a nuestra táctica de querernos y a la estrategia sencilla de procurarnos...
CARTA ESCRITA EN UN REBOSOo cómo volver a tus brazos otra vez
Ya establecidos y con una dinámica que deparaba iniciativas por concretar, se dio la oportunidad, después de dos años de ausencia - debido a aquella ocurrencia de estar lejos por si se demandaba alguna necesidad, según mi opinión importante en la medida de salvaguardar en algo las espaldas de ustedes - de volver a mirarlos y sonreír gustosos por el encuentro. De insistir en la necesidad de estar juntos, pero no revueltos, y construir nuestro propio destino y nuestras propias parcelas con hijos incluidos, posteriormente.
Allí recuerdo vuestro esmero de hermanos y de ustedes en pos de recibir a la visita quién venía a estacionar sus huesos a esta patria deshuesadero del individuo, sin más, atraído por las historias y recuerdos de aquella postal ciega, que no hicieron más que estimular el deseo de reconocer algo escasamente recordado y extrañamente aprendido, en esas largas jornadas de conversaciones de chilenidad, por allá en tierras aztecas.
De esos años, mis recuerdos más apreciados al ver al conjunto de avanzada que previamente aterrizó en tierra patria aún compacto y dispuesto a enfrentar todos los reveses y amenazas que se presentaran. De verlos a ustedes con las mismas capacidades intactas y fortalecidas por emprender nuevas variantes que permitieran estabilizar las arcas familiares y de poner todo el empeño en que estas iniciativas lograran los frutos imaginados.
Y es que Chile ya era otro, y tantos años afuera, consignaron y consiguieron tan solo idealizarlo y no dar cuenta de su practica diaria que a veces ofensiva y otras tantas avasalladoramente egoísta, establecía los términos reales de relaciones humanas que de ahora en adelante debíamos considerar. Más aún, cuando se trata de lidiar en el día a día con un individualismo desenfrenado, sin atisbo siquiera de sentirlo cercanamente comprensivo, salvo los casos de siempre y que en cierto modo, se irradiaron con todo el cuerpo y alma por parte de los seres queridos, los amigos de toda una vida y quizás de algunos despistados que se alinearon generosos en nuestra nueva vida.
Vaya también entonces todo nuestro más profundo aprecio para quienes sin importar siquiera las dificultades, fueron y son aliados únicos e indivisibles con nuestro clan. Que cada uno de ellos sepa algún día de nuestra admiración y compromiso transparente y que no habrá instante profundo, ni sitio memorioso que habitemos en la tierra, que olvide su contundente y desinteresada capacidad de querernos y nosotros de apreciarlos.
Se dio inicio entonces a una nueva etapa que entre ensayos y acercamientos, sacar la cuenta correcta, resolver financiamientos, en definitiva parar una estructura de máquinas y echar mano a los escasos conocimientos de un rubro específico, así le llaman, y que junto a un equipo humano totalmente idóneo, permitieron darle vida a ese proyecto modesto y que sencillo, año tras año, ha ido consolidando la estadía y dando el margen necesario para la subsistencia.
Por primera vez pude percibir la tranquilidad necesaria pese al nerviosismo que esta empresa deparaba. Allí otra foto, en donde aparecen ustedes ofertando el pan de cada día y que calentito nacía a este nuevo mundo, desperdigando su aroma casero y deleitando a quienes lo recibían.
Sin duda esa entereza y digamos dedicación, que con el tiempo amasamos, han demostrado que los frutos del empeño, aquellos que la vida de sacrificios y esperanzas volcaron en esta oportunidad, consolidaron este pequeño taller artesano con la imagen y semejanza de tu esfuerzo.
De allí una alegría inmensa congestionó nuestros sentidos, quizás se trataba, sencillamente, de una especie de consuelo a lo que se avecinaba ya, al poco tiempo. Era otra herida que se abría y que necesariamente distraía a todos de sus labores y deberes. La preocupación se hizo evidente. Quizás de tanto conocernos, solíamos entender nuestros gestos, el volumen y el tiempo de la voz, el sonido de las palabras que en ese instante anunciaban la penosa enfermedad de uno de los nuestros.
CARTA ESCRITA EN UNA MORTAJAo cómo tratar de no olvidarlos
A nuestro padre y querido amigo. Aquel individuo que tuvo la fortaleza para no demostrarnos su dolor constante pese a lo profundo de sus heridas. De guardar silencio estratégico en aras del resto y no quejar nunca su cuerpo. Simplemente, a la distancia, quizás ese gesto hacia el resto, lo hacen acreedor de mi más profunda admiración, que de seguro ustedes comparten.
Al final de cuentas, eso creo, venía con la misión única y personal de morir en su pedazo de tierra. Y que si bien le fue arrebatada en aquellos años setenta a punta de torturas y vejámenes, hoy conquistaba y se adueñaba, de ella, sin más pretensión y deseos que ése, de apropiársela definitivamente en el día de su muerte. De la muerte aquella que tanto cuesta entender y que demasiada bronca nos provoca.
Muerte que manda todo al carajo y trunca el sueño de quienes luchan por la vida, los ideales, por todo. De aquellos nobles seres que son capaces de darla sin ningún atisbo de temor y menos negociarla por cuotas de vida. Individuos que cargan con todo el historial de vida sin vergüenza alguna, en donde la decencia se encarga de menospreciar todas las debilidades y si fuese necesario, acallar la muerte incluso después de la muerte.
Ese fue nuestro padre, un individuo que sin deberla ni temerla y menos negociarla, decía, fue capaz de transformarse en un animal planetario y un ser al cual por lo menos siento, le debemos también todo lo que somos. Por que fue inteligente con sus críos, al entregarle todas las herramientas a su alcance y con ellas, verlos construir su propia estatura, su individual identidad, su personal visión de mundo.
Y no se quejaba. Nunca lo vi desmerecer lo que había enfrentado y todo lo que había vivido. Aquí es necesario detenerse y poder citar aquello que tan bien lo desnuda; y cito a Bennedeti: en cuanto a que nunca añoró su pasado y menos se avergonzó alguna vez haber sido lo que fue. Y ya con eso, esté en donde esté y si es que está en donde está, recordarle que cada gesto, cada aspaviento o singular mirada en cada uno de nosotros, es una extensión necesaria que nos procuramos de su historia y genes y curiosamente, al paso de los años, reafirmamos.
Y allí queda la huella de sus últimos días, de sus últimas horas, en donde todos sus deseos se volcaban en su familia. En solucionar nuestros problemas. Dificultades que muchas veces eran simples y vagas, ante las cuales no faltaba su potente y misterioso comentario u opinión rica de experiencias para dar la pauta exacta y así, revertirlas y zanjarlas.
Por que allí emergía toda la sabiduría de los hombres viejos, sabios de consejos, y que muchas veces cualquiera quisiera tenerlos presente. Al final de cuentas, se trató del individuo, que al igual que tu, nos vio crecer sin demoras y que a punta de buenos consejos y a veces tirones de oreja, estructuró lo que en definitiva hoy somos a espera de nuestro triunfo más grande, aquel que sencillamente se define en una sola palabra, integrales.
Por que basta echar a rodar el tiempo y mirarnos en la misma calle, aquella al sur de la ciudad de México, en la hoy ya gastada y comercial calzada de la Viga, aquella que nos acogió temporadas enteras en caminatas diurnas, a cualquier hora, y de ese modo transformarse en nuestra íntima compañía y en agitadora recurrente para entusiasmarnos de la posibilidad de contarnos, relatarnos, de decirnos nuestros planes. Los sueños que a futuro demandarían nuestras fortalezas y con ellas, enfrentar cara a cara con lo incierto y que, seguramente, algún día, nos encontraría nuevamente.
Allí incluso, hablamos de algunos planes para nuestros finales. Aquellos que siempre, en son de broma, se transformaban en serias conjeturas. Las suyas sobre todo. Me atrevo a afirmar que tenía claro todos sus dolores y que a simple vista, estos, se ocultaban en señal de fortaleza pero que indescriptibles asechaban su joven existencia, a partir de la ingrata experiencia que su cuerpo soportó en difíciles días, en innumerables jornadas de cautiverio.
Y llegó aquel desagradable día de su muerte toda, y fui yo entonces el encargado de envolver ese cuerpo desnudo y herido de cincuenta y tres años en aquellas ropas y cobijas obtenidas de la maleta errante que portaba. Repleta, además, de aquellos símbolos que dieron porte a su vida y de otros que invocaban su desgaste emocional. De aquellas cosas que hablaban de sus alegrías y tristezas y que para la ocasión, lo acompañarían definitivamente a esa nada que mal dibuja la vida.
Recuerdo muy bien esa frazada deshilada, de hilachentos colores gastados y olor a tiempo. Su compañera en esos años de encierro y calabozo forzado y que quiso conservar en señal de la importancia que significó cubrir aquellas necesidades primarias, como el frío, que mata en este austral territorio, al encargarse de conservar tu precaria salud, tu asediada existencia y, sin duda, revitalizar tus energías, en aquellos sitios de mórbida humedad y deshumanizado trato como también de la importancia de no olvidar nunca jamas lo acontecido a un pueblo y sus hijos en aquel duro y oscuro periodo fascista.
Pese al dolor e impacto que la escena producía, me convertí en su panteonero oficial y encargado de entregarle una digna sepultura pese a las carencias de entonces y por sobre todo, contemplando siempre la idea que, quienes se mueren, pese a dejar una estela amarga y de dolor, deben ser bien tratados, protegidos y lavados, más cuando en vida, la ignominia que presenciaste y el maltrato que recibiste, fueron la condición en ese momento final.
Deja entonces, querida madre, en esta oportunidad, rendirle todas mis emociones, procurarle todas mis palabras y si acaso un minuto de silencio me dejan, espero que éste se alargue en el tiempo y extienda su manto generoso, por todo el cariño que yo pudiera entregarle, hasta que se acabe la vida en la tierra y si es que existe otra, lo llene de halagos eternamente.
Y te confieso. Jamás he visitado el cementerio que lo acoge después de tantos años. Aquel sitio que tan bien procuró para su partida y desde luego ausencia. Jamás una flor o un rezo ante su tumba. Porque prometí siempre, sencillamente incorporarlo por entero y valga decirlo, siempre está y estará presente, todos los días de mi existencia.
Y es que cada instante nos pertenece a ambos. Porque me permite ir construyendo codo a codo, con sus mañas, sus tic y taras el camino justo que yo quiero. Porque hasta el remedo de su humor y hasta el sencillo andar, se incorporaron definitivamente en mi actuar y andar respectivos.
Y su ausencia terrena, deja decirlo, no me importa, porque cada día está más vivo y cada día se transforma en homenaje permanente que seguramente él sabrá compensar en un alegre abrazo, a la distancia, todo instante que me toca recordarlo y toda ocasión propicia en donde es citado a rabiar y con ganas.
El tiempo se encargará de establecerlo como un fiel, junto a ti, fundador del clan que los sucede. Personalmente espero, algún día, terminar ese texto que le debo, como el que hoy te escribo y que tan solo se traduce, en todo el cariño que hoy se vuelca hacia ti, mi querida vieja. Por que confieso que, buscar los rastros de mi vida, son lo que hoy necesito y no demoro en encontrarlos gracias a estas letras.
CARTA ESCRITA CON SALIVAo cómo ventilar el germen que aplaca y desboca la pasión
Y la boca hace lo suyo en aras de agarrar por el pescuezo al gallito de la pasión, aquel que se pasea, atorado, en el gaznate iracundo, a espera de su tiempo para cacarear el amor gracias al lengüeteo labial que nace cada cuanto es interpelada por otras bembas de urgidos orales, de necesidades pasionales.
También se ufana de su mueca maestra, cada vez que, antojadiza, roba secretos de aquellos que le permiten saciarse en el toque arrebatado y que suele ser el primer contacto entre dos. Y es generoso mirarle su paseo de movimientos que dan sabor a la risa, a la ansiedad de tenerla, incluso. Por que allí pareciera se dan las indicaciones que hacen hervir el descerebrado deseo por tanta angina óscula que ni la laringe, menos la dentadura, logran controlar.
Allí se ve entonces el distal molar, arengando al resto de huestes bucales, con la sabía intención de que el colectivo funcione como un equipo afiatado. Esa es su misión, dicen, por que, además, es el responsable de mantener alineado al descuadrado, a veces, plantel titular y de ir resolviendo el tema de gérmenes, olor a dientes de ajo, toses, caries y cuánta otra situación emergente lo requiera, y todo, muchas veces, gracias a la sabia misión del ratoncito generoso que, año tras año, recibe la factura sin preguntar siquiera por el descuido en nuestras esmirriadas dentaduras.
No faltan los que se quejan ante la imposición de un guía, y se quejan de purititos llenos. Son aquellos que por atrás se amontonan y achoclonan, cual jauría, para satisfacer, en ocasiones, la gula de tanta comida acumulada en la carencia del cepillo de dientes o de aquel famoso hilo de cera dental que carcome y roza por entre medio las piezas incisivas que reclaman, insistentes, por un poco de más participación en aquellos asuntos relacionados con el beso.
Harto colmillo tienen y es que la experiencia les sobra en eso de masticar cariñosamente la lengua que se acerca melosa al interior del espacio que les toca de aquel recinto y de otros que de tanto en tanto, se prestan para esta orquesta que todo lo saborea o en el peor de los casos, todo mordisquea.
Su experiencia es tan brusca a veces, que han llegado a lastimar la carne de bellos labios y sus exquisitas carnosidades, ocasionando con ello, algún grito que escapa de la laringe y más de algún desencuentro entre las partes involucradas en el afaire del deseo o intento de darle placer a la rutinaria mecánica de la vida.
Y claro, para la buena retención de dos bocas, el esfuerzo se intensifica. Y allí está el dream team en su función de hacer gancho y no frenillos, entre una y otra boca. Es el nivelador original conocido como la famosa curva de spee, experta en delinear un recorrido de la estructura ósea involucrada y, también en permitir que tanto las bocas y lenguas expuestas para tan notable ocasión, calcen y se chupen exactas.
Por que allí los premolares, especie de chiquillos escolares, educados y ordenados, algo perezosos y dejados ellos, se nutren de una dieta salivaria a modo de ir aprehendiendo y aprendiendo su propio silabario de ruiditos balbuceados y primarios. También, de los asuntos de la pareja y así evitar la precocidad, al tratarse, tan solo, de seres de leche, porque son además los encargados de equilibrar los movimientos, digamos, pélvicos de la inclinación mesial, distal, vestibular, lingual, y son, en definitiva, los que lubrican la mecánica del ósculo hermoso.
En el fondo, se paletean para darle la bienvenida a la otra boca y junto a los caninos que no cesan de aullar el placer de ser anfitriones, permitida en su libertad meramente localista, muerden tiernamente a modo de saludo primario que sirve para ubicar en el plano oclusal a todo los invitados a este encuentro entre dos, y lograr, si es que se puede, la confianza necesaria en ambas partes, gracias a la risa y el fair play de los conejitos delanteros, vanguardia clásica para la conquista, y que brincan entusiastas ante tan bella visita.
Por que además se encargan de ser los primeros anfitriones en destemplar el frío y otras veces aplacar los nervios del nuevo y extraño cuerpo carnoso a punto de morder y que se descuelga excitado pese a las empaladas piezas y partes que lo acompañan, ante la ansiedad del encuentro crepuscular que se avecina.
En el fondo entibiar a las visitas es su misión y, ante la buena pinta que se gastan, son capaces de impresionar benditamente, incluso desde lejos. Es allí en donde se funda y aparece el arco palatino, porque en su expansión de risa nerviosa, va incorporando la confianza de la bucalidad local y por supuesto de la cordialmente invitada.
Digamos que los nervios si bien no se operan, tienden a comer a quién los porta pareciera, como una rara enfermedad se dice, como un virus que no escatima en trabar, incluso, la lengua que enmudece hasta los murmullos, y se ha dado el caso, que hasta las mandíbulas expuestas dejan de obsturar sus poses sabelotodo para tan solo terminar crujiendo de espásmicos temblores.
Todos estos movimientos antes mencionados, guardan una estrecha relación entre el objetivo y el fin mismo de lo que se quiere alcanzar; es decir, crear periodos largos de placer, unido a los movimientos pasivos que van administrando la dicha del beso al provocarse una presión que origina la contracción sanguínea tisular, de tal magnitud, que allí las dos partes, sienten, incluso, hasta pelos en los dientes.
En definitiva es la endodoncia de los sentidos que puestos en juego lúdico, logran el plano de relajación adecuado para la dicha. De ahí, tan solo levantar un monumento o en su defecto una buena placa que rinda honores al acto mismo y conmemore el grato momento, que anestesie por un periodo extenso o un instante realmente placentero los deseos y de paso, solemnice, si se quiere, aquel rito en donde el ingrato despliegue ortodencista, matizado gracias al clavo de olor que penetra hidalgo y los alicates esterilizados, dispuestos a entregar su existencia en aras del placer del ósculo nervioso, estratégica y celestinamente se repliegan en pos de no estorbar y terminar tocando el violín, típico de los invitados de piedra confeccionadas de durísimo yeso dental, avergonzando a los con-bocantes convocados.
Eso sí, ojalá este monolito no tenga un grosor excesivo, ya que pareciera que dificulta la palabra a las partes enfrentadas, para cuando es necesario concluir ese bello jadeo bucal, con algún gemido o suspirito limeño y que normalmente funciona, estratégicamente, como una dichosa tapadura limada con cariño para seguir incursionando en nuevos desafíos y quiera el destino, poder echar mano de un bozal dúplex que por ningún motivo permita separar aquel sustancioso instante, antes que la vida pase y terminemos con los dientes en el velador, estilo antiguo, entibiados con la lámpara geriátrica y sumergidos en un cristalino y fluorizado vasito con agua añeja.
En todo caso y a propósito, recordar que un día 9 de Junio de 1921 la Oficina Internacional del Trabajo (OIT) adopta la lengua española como tercer idioma oficial. De allí en adelante, se inaugura por primera vez aquel oficio digno del lengüeteo oscular en toda América latina y de paso, del besuqueo plácido en sus incontinentes y boquiabiertos alrededores.
CARTA ESCRITA EN UN SUEÑOo cómo sacudir la flojera al verte
Allí estaré sin prisas lluviosa tierra mía. Modorro ante tus gestos, apurado, incierto. Pasado de frío, masticando el hielo que ofreces eterno. Te buscaré como siempre lo hago terruño flojo y desabrigado, mudo e ingrato, para decirte hoy, mañana, cuando quieras, y sobre todo cuando te dejes, lo que causas a quién se acerca ufano, en su caudal sencillo, honesto, intentando arrinconar tu soterrada ruta, despertándola con el acoso de buen y despierto caminante.
Como un conquistador intrépido de aldeas y pueblos si se quiere. Un soñador que va descuartizando pesadillas en aras de un armónico tranco. Tratando de atrapar con los brazos limpios y extendidos tú historia. Tus pequeños asuntos de esa identidad que portas, con la que gigante te arrogas el desprecio hacia quién necesita abuenarse, de una buena vez, de todas tus reiteradas faltas y, sobre todo, acalambradas ausencias.
Nunca tan igual al villano Cortés y su jauría de rufianes que, a propósito, ya supimos, financiaba Isabelita la católica en aras de llevar a otros paisajes su odiosa casta identidad y cuanto envenenado ideal de causas injustas, gracias al ronquido filibustero del machete y arcabuz por ella donados, o de esos otros, que hoy se arrogan el derecho de pasarnos por arriba sin que nada ni nadie los detenga. Sencillamente, en mi caso, un regalador de sueños e implacable cultor de buenos y atentos deseos.
Y si de semejanzas menos semejantes se trata, con un perfil quizás más parecido al del prócer Sucre, liberador innato de conquistas e imposiciones, que por todos los medios, también, soñó en alguna ocasión, al igual que otros, hacer del barrio sudamericano el lugar ideal para la vida y perfectible territorio liberado para sus hijos e hijas nobles, aquí me tienes.Tratando, además, de humedecer con mi caminar y actuares, aunque sea un poquitito, tu árida y sintética villa seca, a estas alturas, ya colmada de moles de cemento y de casi ningún particular respeto por el otro. En suma, un colgajo de muros alineados que detienen y segregan a los más, tan solo por tener menos, a los menos tan solo por ser menos y en menos medida a todos quienes te quisieran más distinta.
Y no me hables de patria, pequeña aldea de cemento, menos me propongas una matria justa, porque mientras tanto no resuelvas tu camino injusto, tan lleno de piedras importadas y adoquines globalizados, de aquel mercado mezquino que tu arribista seso prefiere, seguirás siendo tierra que desarraiga al que más te insiste, al que más te porfía. Porque ese pareciera ser el propósito impuesto en el devenir del hombre y la mujer contemporáneos, almacenados ya, en tu frigorífico tianguis de ofertas, en el orgulloso almacén de barrio que detentas. Abarrotado de adornos de barro, anegado por tanta agua que corre ahogada en los escasos ríos que aún no congelas y vendes, en tu sueño de libre pesadilla de mercado eterno, auspiciado de forma abnegada por aquella neurona que privatizaste definitivamente y que tan solo, alguna vez, se encargó de velar por tu cultura y demases.
Porque son ellos y, deja incluirme arrebatado, los que vemos cada día más lejana la posibilidad de contemplar el tierral con arbustos y flores que promedien y balanceen nuestra existencia, al intentar tu, canjearla por la insoportable calidad de vida donada en el mortal crédito que nos toca, calzado a la fuerza, bien ajustado de agobios y sin sentidos, gracias al intocable modelito que cual tufo nauseabundo nos respiras.
Entonces y junto a mí sed de ir a tu encuentro, querida y siempre escala técnica franja de camino, de escasa tierra, húmeda, por lo demás, querrás acaso que lleve algo más que mis huesos, para abonarlos en cuotas en tu mercado inhumano plagado de gusanos, o tan solo llevo, solita, mi alma, para no darle el gusto a los roedores y antropófagos que te pueblan sin soñarte siquiera justa.
Cuéntame algún día si es posible mi oferta. Mientras tanto y mientras pueda, seguiré mi ruta desterrada, sin egoísmos, solidario, sin culpas y solitario. Porque, deja confesarlo, no veo para cuando desistas en tu porfía de llamarte patria o tierra fértil, al ser tu, no más que un terreno resbaladizo e incómodo.
Tembloriento por lo demás, para quienes te buscan con el único afán de parar su bella humanidad, portada sin aspavientos, te decía, sobre tu frágil cimiento, otorgado por la maquinaria pesada que hoy te construye, sin contrapeso, en grandes porciones de cemento de desprecio por la vida. De cadenas de hierro que oxidan al individuo y lo peor, que los incrusta, por entero, al muro de los lamentos que tú, solita, gustas revestir y estucar sin que nadie te autorice.
Así entonces, deja curar mi sueño, aquel que en largas jornadas de desvelos me impusiste alguna vez, a partir de aquellas exiliadas siestas adolescentes, en donde te incluía presuroso, y hoy tan solo, ya más viejo, nunca tan dócil y lento, te aparto sin nostalgias, acomodando mi cabeza, pelona peluda, en la ligera almohada que espero me libere de tu duro insomnio, gracias a las plumas de pájaro libre que acicalan, suave, mis tiernos sueños.
CARTA ESCRITA A MI MUSAo cómo dominar lo sublime y terminar con la inspiración
Para muchos la inspiración es algo cercano a lo divino. En lo que a mí respecta, la verdad es que poco atesoro aquello de creer en ella. De sentir que, en el gesto maravilloso de cerrar los ojos y contraer el seso y el esfínter, de invocar con el pescuezo torcido al altísimo y su corte, se aparezca, lo dudo.
Eso sí, a veces incrédulo, más bien con recelo, miro de reojo, porque pareciera me busca. Como que apenas se asoma en el halo radiante o estela de luces, difíciles de explicar, que arrastra eterna por los siglos de los siglos e inmediatamente se esconde, con algo de pudor, yo creo, con algo de misterio se nota, en su intensión de procurarme ideas celestiales en desmedro de mi maléfico acento.
Y la noto apresurada, como que su alma suspira con agitada pena por este cuerpo valeroso, por esta alma insosiega y desteñida de lauros y deidades y que, nunca cobarde, insiste en la bella porfía de darle con ganas a todo lo que flote enfrente, sobre todo en aquella zona áurea que, dicen, el ser humano domina, y en todas aquellas otras donde, también dicen, osa colarse la, digamos, santurrona y constipada inspiración.
Ya sabrás musa, es a ti a quién le doy mis créditos y trasnoches, a ninguna otra. Sabrás también que soy más alma que cuerpo, harto frágil por lo demás y seguramente por ello, hechizada y embrujada te andas conmigo. Porque y aunque no pienses mucho en decirlo, se nota que quisieras ser mis ojos ¡Tan lindos ellos!, mi cabeza calva y mis extremos dedos, que son, en definitiva, los que arman mis historias, mis enredos textuales y otras veces, mis líos visuales.
Y es que así ando, tratando de hacer magia divina, malabarismo intelectual o la mal llamada magia negra en pos de tus encantos. Te confieso que a estas extrañas costumbres, digamos, paganas cotidianeidades, les creo un tanto más, y todo, en la rica sensación de arrejuntarme contigo o en el peor de los casos, tan solo, te hagan prender la vela, aquella de las buenas vibras, con aroma si se puede, para mantener mi fuego encendido y coleando, pese a la simple y pragmática opinión que derramo respecto a esas materias casi chamánicas.
De allí a veces tu lejanía, el desencanto, tu mirarme a huevo. Quizás temor te provoca mi halo, y hasta el tufillo nacarado por tanto cigarret alejan esos deseos tuyos de pescarme volando bajo, para subirme a lo más alto de esa nube que andabas y a esa humareda de aquel cielo eterno, que dices existe, lleno de cosas extrañas, divinas y poco llanas, y que yo, tan solo, alcanzo a distinguir en mi calidad de materialista de modesta dialéctica y filosofía terrena, gracias al smog, el efecto invernadero, la mediocre capa de ozono, el calentamiento global y ¡Vaya uno a saber cuántos desastres más se estén incubando!
Deja decirte que de esos temas inspiradores se conversaba mucho por allá en el medioevo, el ombligo de la vida. Época primaria del cambio de folio, para la razón, eso cuenta la historia. De los primeros estertores de la cuasi iluminación del seso, declaraban otros más envalentonados y bien intencionados, sabios por lo demás, incluso a cualquier costo, entre ellos el de perder su propia vida.
De bajar a la tierra y alejarse un tanto de dios, vociferaban entre tiernos y asustadizos, quienes la historiaban y empecinados la repasaban, que no es lo mismo que persignados o resignados reso-bando escapularios, en que el mundo debía cambiar y seguir girando pese a los dictados de la religiosidad, la culpa y cuanta otra reprimenda se le ocurriera al estancado, eternamente, poder religioso o más aún, al papa tubérculo de turno.
Y digamos que en dicha edad, especie de edad demasiado reproductora de la especie, pese a cuanta enfermedad merodeaba y cuantas intrigas se planeaban, existieron individuos que se apartaban del mundo, en alguna parcela de agrado bien resguardada de la fe, del poder omnímodo, el de dios, con el único fin de no ser perseguidos por sus distorsionadas y novedosas ideas y que para la ocasión, no bajaban de ser diabólicas y subidas de tono.
Si. Ellos vivían enclaustrados en el pensamiento, quemándose las pestañas en busca del conocimiento y de ese modo, salvaguardar su integridad a toda costa y a todo ritmo, del cocimiento en la hoguera maldita de la inquisición y que afuera los esperaba, demandando linchamientos y castigo eterno, junto a quienes, por dentro, se carcomían en la envidia y cobardes se aprovechaban del otro, al no ser los elegidos para tan brutal sacrificio, demandado por algún miserable cura bastardillo, en nombre del lumbrera dios todopoderoso a todo terreno.
Además que, era de temer andar haciendo alusiones a lo nuevo o discursos revolucionarios algo pasados para la punta. Ya sabrás musa, cuando había temas interesantes, el soplete de la inquisidora quemaba todo pensamiento e incluso incineraba, de paso, al hocicón de los mismos, con todo el gas natural y artificial que te puedas imaginar, sin restricciones y cortes. Cuánta boca quemada te imaginarás en la historia humana. Cuánto órgano achicharrado en aquella musiquilla pirómana del pensamiento renacentista.
Desde luego la etapa de braceros y asadores no fue quemada definitivamente. Eso creo yo, semejante resentido. Porque aquello de resignar toda la magia de la vida y el desarrollo de la misma para transformarla en un sentimiento de culpa, persecución, estancamiento del mate, curiosamente se extiende en el tiempo y ya ves, necesariamente siguen existiendo lumbreras que la instigan, con la caja de fósforos camuflada pero dispuesta, y que, bueno, persisten en quemar a seres de carne y hueso como si se tratase de velas de parroquia.
Y hablando de tentaciones, deja decirte musa, noto que el individuo no se satisface casi nada, porque nada, pareciera para muchos, es casi todo, porque las pecadoras tentaciones, esas que le dan sentido a la vida, que dicho sea de paso se vive tan solo una vez, no conllevan ningún interés gracias a la autoritaria decisión de jugar con el miedo del individuo y de paso, apodarlo pecador.
No debiera y ni siquiera podría ser un tema en el cual detenerse demasiado, sencillamente acalambra el ejercicio natural del hombre que consiste, simplemente, en vivir, antes de morir definitivamente. Eso creo. Y de verdad sorprende escuchar tanto sentimiento de culpa hoy en día. Tengo la leve impresión, te lo musito, que no avanzamos mucho por más que nos ganen las ganas de intentarlo todo.
Así entonces y semi encarrerado - que no es lo mismo que andar con el semen apurado - en pos de algo más sustancioso, expresar mi rechazo al dicho ese de, como pecas pagas, por que a pesar de las pecas en mi espalda y el escaso rédito económico que escribir y hacer lo que hago me depara, en ningún instante me pasa por la mente andar cargando la culpa cristiana eterna, y menos pensarla como cualidad humana, por que en definitiva lo único que hace, es provocar el desencanto con los sentimientos más fecundos de la especie, según el Darwin ese.
Porque hasta los deseos o cuánta cosa esté en el camino de los sin casa religiosa o algo parecido, se sostienen en aras de sentir con todo el cuerpo y el seso incluido, sin avergonzase y menos sentir pudor alguno, menos ante las leyes divinas, que ya sabrás, funcionan como una especie de torniquete que tortura sin descanso a los hijos blandengues, tan llenos de reprimidas buenas costumbres, en la viña del señor, que por suerte divina yo no habito.
Y menos me pongo el hábito de la creencia impuesta pese a que no sintonizar con ellas, según la enseñanza medioeva y bien actual, por cierto, se corrige a punta de santos garrotazos y ya luego, el infierno en llamas para la carne humana de quienes no se traguen el cuentito divino. ¡Herejes!.
Religiosidad pura pues, de la buena y santurrona que se nutre en la vieja técnica de insacular la maculada carne por más que uno quiera seguir ensuciándola y gastándola pareja. Si al final, para eso estamos, creo. Y allí andamos, a escondidas pareciera, soterrados, cargando pesares, me excluyo. Muchas veces disfrazando las máculas con algún pretextillo de otro orden. Ahí entonces todo se nubla, todo se justifica y terminamos pagando justos por pecadores. ¡Que injusticia terrenal más grande, óigame!.
Y yo me pregunto, para finalizar, para acabar, desde el claustro mismo en donde escribo. Eso sí, callado, no vaya a ser que la santa sede, que no es ni santa y nunca sede y menos da la pasada, me excomulgue, ¿a quién acaso culpar por decir lo que se quiere decir y hacer lo que se quiere hacer?. Mientras averiguo o me entero de algo, sin pecado concebido me retraigo y sigo en sacrílego rumbo.
En todo caso, me alegro que, por lo menos lo escrito, te divierta querida musa. Quizás soy una especie de bufón para una reina y tal vez allí esté la gracia. Así me hago el chistocito y de paso curo algunas penas del alma en quienes las andan mostrando. Mucho más de la mitad del mundo supongo.
Creo que divertir, es también desvestir al otro, y aunque nos llame a la confusión dicho termino, sencillamente se trata de desnudar al otro, al vecino, quiera dios a la vecina y permitirle que ventile sus intimidades, que nos muestre su expresión. Su rostro, sin maquillajes. Y en eso me desvelo y arrebato.
En ese sentido, yo por lo menos, paso en pelotas todo el santo día. Con una mano por delante y la otra por atrás, elongando las extremidades a modo de no llamar a la confusión, de paso a la tentación por tan ridículo. De simular algún parecido lejano con Tarzán y su liana, si se quiere, no así con la mona chita pese al cúmulo de “vello” pelo que me gasto. Y a propósito de extremidades, miembros y herramientas y supuestas inspiraciones, permíteme este texto que no es más que seguir divirtiendo los dedos y de paso mi vida.
Deja vaciar lo que pienso una vez más, y de extender mi herramienta filuda de letras sobre los huecos de tu pantalla aunque sea, y con ellas, quizás, desbordar los pocos márgenes que este tiempo permiten. Eso sí, siempre y cuando tú, estimada musa lo permitas. Espero se pueda.
Y bueno musa, aquí me sigo, terminando ya, con faltas a la ortografía y todo, en aras de procurarme tranquilidad de la buena y claro, esperando impaciente para que luego me musites al oído, alguna novedad o cosita entretenida que quieras teclee en estos días. Yo, ya sabes, encantado y dispuesto.
CARTA ESCRITA EN MAPUDUNGUNo cómo originar un diálogo con otras ricas lenguas
Aquel recorrido que a diario nos conmina la escuela de hijos y las respectivas obligaciones estudiantiles para adelas y mailenes, depara sorpresas y bellos encuentros. Mañanas frías de congeladas muecas de saludo, abrigos y kilos de ropa que no hacen más que enpelotarnos por tanta insistencia climatérica y que ya tiene al borde, en el colapso neumónico mismo y bronquial típico, a cuanto crónico ciudadano de esta inverna patria, definitivamente refrigerado ya, en el depresivo hielo eterno que, cálido, este polo, tan al sur del norte, dice obsequiar.
Allí vi venir al personaje de este relato. Ataviado él, con cuanta manta y accesorios, oriundos del sur, y que apenas dejaban posibilidad de movimientos en su modesta pero gigante estatura, de líder innato, claro, y ninguna de entrever su pequeña cara. Ya luego, comentó sobre la imposibilidad de andar a rostro descubierto, y es que, pareciera, nadie está ajeno a ser reprimido, más cuando existe alguna simpatía con las coordinadoras que luchan por allá en el sur, contra la voraz antropofágia de los grupos económicos y abusos de poder por parte de la carnicera autoridad.
Un poco contrariado y norteado por lo demás, informaba que no le fue posible divisar y menos encontrar el cerro huelen en su sitio, al parecer, nos contaba, con un dejo de amargura e impotencia, éste ya no se distingue por tanta cagadita que contamina el medio ambiente y por que, además, al parecer, ya fue vendido, en módico precio, al desprecio por la memoria, la identidad y orígenes de nuestras aldeas que habitaron, alguna vez, estas tierras.
No quedó ningún manto, más bien ningún poncho de dudas, que se trataba de alguien con sabia intensión ancestral, de esa heredada y forjada en años, siglos más bien, de violentada vida, de marginación y extremada segregación identitaria, que, en un acto generoso de su parte, venía a mostrarnos y acercarnos, diría un poco, a los usos y costumbres de los pueblos originarios, de la gente de la tierra y por sobre todo, de lo que debiéramos ser, antes que nos sobrepase el olvido y la amnesia del arqueológico presente.
Con una manta bellamente hilada por allá en Quilako, según contaba, costureada y decorada por el director de un colegio rural de alguna comunidad huilliche, aclaró, con nombre de cuentista chileno famoso, avecindado en las europas y que, suele, de vez en cuando, denunciar el abandono y las miserias de aquellas regiones, saludó a los allí presentes, que si bien no eran muchos, atentos escuchábamos sus abrigados relatos y tinos ideológicos.
Dijo venir de allá, cerquitas del lago, del poco que queda más bien, lago Maihue, cerca del actual desértico y electrificado Bio-bio, transformado ya en desagradable propiedad privada y buen negocio, que seguirá repletando la cuenta corriente de la infamia huinca, decía, otorgada en la bonanza del vencedor libre mercado, encargado de obsequiar y entregar las riquezas naturales a plazo fijo al mejor postor, para seguir escribiendo, en el mamotreto de la historia oficial cobarde, la versión de los vencidos y desarrapados, sin vergüenza alguna y con hartos intereses de por medio.
Continuamos nuestro dialogo, no sin antes invocar a las deidades, con la modesta y sabia intensión de rogar, a no sé quién, ¡Que manera de ignorantear el tema por la chucha! para que, a esas horas, calentara nuestros entumidos huesos, y de paso, que sus dichos traspasaran la neurona huacha y flácida de teta originaria que portamos, aquella supuestamente encargada de la tierra que nos cobija, y en una de esas, calar nuestra escasa conciencia en temas relacionados con la pachamama y otros y que, al final de cuentas, nos urgía, son importantes tener en claro para las chuchocas que se avecinan.
Después de esta breve y combativa lección de vida, y en pose de realismo socialista, mirando, pareciera, hacia Malloco o Pomaire tal vez, desanudó sus armas ancestrales que, dijo, no solo son capaces de acercarnos a nuestros orígenes, si no que, también, procuran alejarnos de la maldad humana y de los espíritus que envenenan la armonía. Porque son, además, portadoras de las buenas vibras necesarias, hoy más que nunca, para sentir que es posible darle un giro a nuestras asfixiadas vidas. Cuestión que dio motivos de sobra para felicitarlo y acompañarlo en esta especie de ritual callejero.
El kultrúm que quiso retumbar desde Brown norte al sur y hasta la plaza Ñuñoa incluso, por cierto, si llegasen a encontrar algún canelo, aquel mágico y fantástico arbolito ceremonial y deidad de estos pueblos arrasados, me avisan, inmediatamente los nombro lonkos, por decreto municipal si se quiere, y de pasadita les regalo un queltehue, un tetué o hasta un loro argentino. Yo invito, ¡Me cae que sí!. Lamentablemente este ancestral instrumento, fue acallado en el mundanal ruido ambiente, por la maquinaria construye edificios cinco estrellas y que hoy azota el barrio, en desmedro de la esmirriada calidad de vida y, por qué no, de nuestros castos y otíticos oídos.
A propósito, seguramente dichos mamotretos, que enmurallan la visual, llevarán por nombre fantasiosos intentos de modernidad tardía y más de algún rebuscado y ridículo apodo, tales como milenium, centuris o cuanto escupidero en lengua anglosajona se ocurra, y más de alguno será sacramentado, en la antigüedad y tradición, ¡ah que no!, con nobles nombres de pila de monseñores, curas y frailes, que ya sabemos, ruegan meter la puntita en aras del desarrollo.
La trutruka fue la encargada, a fin de cuentas, de acompañar rítmicamente nuestra meditación y rogativa por tiempos un poco mejores. Alarde, por lo menos, que intentaba contrarrestar la retroexcavadora de la conquista edificada al mejor postor, con todos los sonidos e historias de nuestros pueblos originarios. Allí nuestra visita viajera, hizo gala de cuanta succión y emboquillamiento exista, y de apretar bien el poto y la guata, cual chancho en continencia, en aras de proyectar al viento con olor a guano, por tanto mierdal que nos toca, todas las buenas vibras para los contertulios allí presentes y ,de paso, avisarle a los bostas cobardes del poder de turno que, los pueblos originarios, pese a todo, seguirán siendo indómitos y valientes.
De allí, cual lonko ante sus guerreros, confesó entre avergonzado y cohibido y con ciertas palabras extrañas, como en otra lengua y dialecto, en lengua milenaria, hoy desconocida y con certeza mutilada, la necesidad de mantener vivito el mapudungun, y después de insistir en la importancia de la enseñanza de la misma, a nuestros hijos y a los nietos que ya prontito se vienen, se atrevió a comentar, que, ese día, ese merito día y según el calendario mapuche, o sea, según el we xipantu que no es más que la celebración del año nuevo, su persona, el mismo, celebraba un nuevo cumpleaños, su salida de sol, profundizó, pese al aguacero que nos rociaba profusamente.
Grande fue nuestra sorpresa, los abrazos generosos, de esos que la amistad nos regala, no cesaron hasta que el asunto comenzó a tener un cariz más de acoso y características de atraque. Allí ya más serios y compuestos de la refriega, algo ruborizados por el ajetreo, al preguntarle de cuántos años hablábamos, confesó que su corta edad era larga y milenaria, de paso, y con un dejo de resentimiento, algo de desconfianza tal vez, reconoció generosamente que, nosotros, estos vagos de la mañana escolar y responsables tutores de la crianza al toque de la campana colegial, éramos los primeros huincas que lo saludaban de forma tan hermanable, afectiva, sincera.
No quedó más que agradecer dicho comentario y sugerirle paciencia y que, durante el transcurso del día depararía nuevas manifestaciones de cariño hacia su persona y allí comenzarían las fiestas y supongo los machitunes de celebración por sus años anteriores, incluso. Aquel comentario no bastó, la explicación contenía demasiadas palabras de buena familia y tan solo pidió, casi un ruego, que buscara para estos días alguna ruca grande, con patio ojalá, y que nadie se escondiera en el anonimato citadino, al tener la certeza de que, ningún huinca amigo negaría la posibilidad del festejo y más de un guillatún en su honor.
Sentenció por último que, el calendario ancestral, ese que tan feliz lo pone, al final de cuentas es un mero pretexto para el disfrute, el cariño y compartir la amistad. Para que esta perdure y se riegue, bien regadita, cual araucaria y copihues en peligro de extinción, continuó, gracias al desarraigo que este tipo de sociedades nos impone, sin contrapeso, en desmedro de la vida y de la naturaleza de poseernos, inclusive.
Dijo que no está de más, para la fiesta, que desde ya lo alegra, llevar algunos trocitos de carne, longanizas o plumíferos sazonados. Porotos y charquicán propuso en algún instante, comenté lo incómodo de comer estos asuntos por la noche pese a que, el tema de los gases naturales, lo apasionan e inflaman constantemente. Insistió en el tema de los cochayuyos, ensaladas de ulte y otras hierbas enconchadas del mar, afortunadamente ya no hubo margen alguno para su hostigamiento y gula culinaria, asintió finalmente, reconociendo que lo importante era darle espacio, cabida más bien, a la amistad por sobre todo.
Concluimos que lo mejor era alguna comida virilizada, de esas ideales para la fertilidad gracias al jugoso huachalomo asado, algunos choripanes y ensaladitas surtidas y como siempre, algún néctar que hidrate la sed y calme nuestro pulso bebedor y ansiedad por el encuentro. Nada de vino caliente se apuró en aclarar, lo termina de excitar demasiado, dice, y siempre se va frío a su morada, para acabar durmiendo con la mona en solitario y hasta sus patitas heladas, a veces, dejan caer algún moco triste por tanta soledad acumulada.
Eso si, sentenció, un poco de mudai no sería malo para la ocasión, ese maíz tostado con agua y alguna maldad etílica a modo de, según el, conservar la tradición y rejuvenecer sus valores, y en un tono, casi chichero impostado, de rebelde guerrero universal, agregó que se trataba de sus luchitas morales para según el, no terminar cual Caupolicán, el guerrero, sentado frente al mar obviamente y con la caña inmensa incrustada en quién sabe qué sitio.
Palabras mágicas que permitieron, rápidamente, descubrir de quién se trataba finalmente, y no era otro que él mismísimo ex presidente de apoderados en la diáspora, el peñi lucho morales. Quien ya, sin poder alguno, recordemos que la comunidad a su cargo lo dejó, tan solo, ocupado en asuntos de sabiduría y consejos cual decano de las tierras y de otras labores menores siempre más cercanas a los jolgorios y vituperios.
Modesto y atinado, como siempre, ofreció su intervención para convenir el festejo en casa de la musical peñi beatriz pichi mailen un día de estos. Quiera eso sí, que la probable anfitriona no se vaya por la tangente y ofenda al festejado y, en un acto psicológico mental valiente, pueda, resignarse por esta vez, a recibir a cuanto hermano(a) desarraigado de sus orígenes caiga de sopetón ese día.
En todo caso, en aras del buen guateque, solicitó a los presentes al jaraneo, un meneado y apretadito purún, algo así como una suerte de aperrar con las cabras que asistan y que por sobre todo, los pololos de estas, no sientan que en estas luchas corporales, con el colmillo afilado incluso y con la sed del deseo de un pasito para acá y otro para allá, a ritmo de gingle cumbianchero o alguna chuchoca similar, sea motivo de ofensa y termine el asunto a charchazos y mal entendidos.
Eso si, pidió que estuviéramos al aguaite y a espera de aquel contertulio, que durante estos días anda por allá en el sur, en la punta del continente más bien, cual misionero jesuita, llevando la palabra y letra occidental a módicos precios en alguna feria de libros y que, también, pronto, festeja su onomástico junto a aquella machi de la medicina que, si no va, al asunto del rukatun, es porque anda de turno o en el supermercado. Así entonces, quedamos pendientes, tan solo murmurando el marimari che weu que, a decir verdad, fortalece y anima el cuerpo, picaneando y encendiendo la existencia pese a nuestra sobrada y a veces letrada ignorancia a flor de piel y que pareciera, el invierno, se encarga de escribir en nuestro escarchado cuerpo día a día.
CARTA ESCRITA CON BELLAS PALABRASo cómo tratar de conquistarte, belleza
Sí. Quizás lo más grato es hacer de los sueños una realidad y tal vez allí, en ese intento de zamarrear el modorro instante, entre que movemos la almohada, tironeamos la cobija cálida, en señal de continuar sedados en ese jardín hermoso insinuante de caminos, concentramos todas nuestras enérgicas ganas, bellos deseos y otros tantos exabruptos deliciosos y exquisitos para la existencia.
Y bueno, tus deseos son órdenes belleza. Por ello, como siempre, escribo e intento acosarte con la letra suave y algo clara que acostumbro, nunca presurosa, ni acaso mal intencionada, menos sobreactuada, porque sencilla aclara acercarme a ti hermosa y, desde la distancia oscura que pretendes y te arrogas y que nunca cuestiono, procurarte algún poco mi buena bellamoza.
Es que soñar tus letras, una por una, son mi estímulo y demasiado. Porque ordenarlas me sugieren el caos que yo quiero, el anhelado. Y no son más que las ganas increíbles de sostenerte, de aprender a descifrarte y, con esa fuerza que me nace, dejarlas caer en ti siempre y así, alejar los molestos ruidos que la vida depara a este deseosorio personaje que quisiera tenerte. Conversemos un ratito sin ratio entonces, un sólido ritual si quieres, para que por lo menos mis deseosas vocales evaporen ese instante eterno y pueda derretir mis desvelados escritos y en ti derramarme. Convengamos que algún cálido soplo de disonancias hagan realidad el acento y permita, deja ser incrédulo, ese ejercicio de conjugarte verbos, de entretener hablarlos, y reconocer en silencio y ya sordo de escucharlos, que es todo lo que deseo mientras tanto.
De mover lúdica mi lengua escrita y penetrar con palabras claras. La sencillez si se quiere, nada especial que congoje, menos que dejes de tartamudear con sus roces. Así se agita el cuerpo, de ese modo se tranquiliza el goce. Deja entonces encontrar la palabra justa que mi voz extraiga y sin temor a borrar sus encantos, introducirla en tus humores, que perfume tus olores y por siempre se encaje en tu arreboce.
Ya luego, acompañar ese instante con un vasito justo de vitales esdrújulas, nada de erratas limonadas y así evitar la resequedad por tanta mecánica del blabla que se atora cuando la glándula, aquella que dice cosas bonitas, ubicada en nuestros cuellos (el tuyo me falta por que me sobran las ganas de tenerlo y si no, decapito la vida) no cesa de atragantarse en aras de conquistar, incluso, tus temores.
Y es eso belleza lo que quiero. Permíteme entonces hacer esta escritura, sin errores al referirte y tratar de no afear el léxico con aspavientos. Algo así como una proclama a la luz, al viento, a la tierra, a lo que siempre quisiera. Una gramática desperfecta si me alcanza, nada de poética por que esa es la que más me falta y demasiadas veces me ataranta.
De no ocultar mi alegría de hacerlo. De evitar ensalzarte y que tan solo fluya el intento de una palabra exacta, que si no te mira te enaltezca, en ese espejo cual reflejo que quisiera todo lo que anhelo, generoso sin recelo. Y que, si ese reflejo quiere, nos abstraiga sin demora y, si quiere, se tarde en borrar tu figura bella sin necesidad de alguna excusa y menos se justifique escaso. Tampoco se si es bueno estar así, hablando en abstracto, inventando un diálogo para la belleza, esa que en todas partes se posa y que por siempre quisiéramos nos pertenezca. Entonces quizás el ejercicio de deletrearte, permite descubrirte por entero si te dejas. Porque en definitiva, lo que procuras, es inscribirte en lo que necesito y escribir este raro verso, que ni siquiera alcanza a ser intrépido, me despierta y aliviana. Porque pensándote me fortaleces y desmoronando las lógicas al saborearte, de vez en cuando, dialéctica me enriqueces.Y son los deseos de más, hermosa. Porque desde hace rato ya, tu no eres un sueño, eres sencilla y afortunas un deseo maravilloso que, oportuno, se cuela con su cómplice presencia, zamarreando la existencia ante tu cálido perfume dichosa.
Arrúllame entonces para que te busque y te encuentre, méseme y aunque no me cobijes tan solo olerte, y es por esa sencilla razón que no razono y me proclamo presuroso, procurando fresco soñarte, correr e inventarte y acelerar mis pasos por olfatearte.
Y por eso quiero más y qué menos sentirte, y que ante todo, no seas secreto quimera, porque ocultarte, sencillamente desnudaría mi manifiesto soñarte. Y cierro mis ojos y te llevo presente y así te miro y allí apenas te tengo, apenas te alcanzo mi grácil bella poseedora de existencias, y me alcanza para tararear tu ser y hasta para deletrearte, por entero, no me falta.
Palabras sencillas entonces son las que requiero y que a veces me dificultan dibujarte. Un trazo y gesto simple e inacabado que concluya en las ganas del bosquejo, y me quejo y desgano al no terminarte. Aprisionarte con cuidado para que no vuelvas a liberarte sin acompañar mi paso, y transformarnos en guías de infinito tranco para soñar el cómo la vida al despertarnos.
Y no es mucho te diré lo que basta, me sobra con tan solo mirarte para luego insinuarte, tan rápido como las bocanadas de humo, que nunca se acaban, cualquier cosa que provoque trémulos y cosquillee tu cuerpo en rictus y, ya sabrás, con eso, satisfechos descansen mis huesos, músculos, nervios y anexos cartílagos, tan duros de roer ellos, y que noche tras noche se quiebran, amontonan e inflaman ante tu infaltable presencia, ante tan angustiosa ausencia.
Y yo quisiera una foto mi bella que nos retrate el gozo de tenernos, en donde el paisaje que se funde y a veces distorsiona el rostro, aclare y ponga nítido nuestros deseos y que estos se escriban de color perpetuo, en aras de ilustrar lo maravilloso de la vida, la felicidad del frágil instante que nos toca como protagonistas de la misma, como un regalo de la naturaleza sin artificiales gestos y, bueno, este intento bella dama, ni siquiera estético, confieso me cuesta, porque no eres más que utopía que si no la tengo, me entierro sin demoras y sigo mi destierro.
CARTA ESCRITA CON DESEOSo cómo evacuar los instintos, belleza
Déjame entonces recorrerte por entero exquisita que más vale que zozobre a que me faltes. Que hoy tus letras se desvistan sin prejuicio y ante mi se escriban desvergonzadas. Que poseerte no tan solo se grabe en la memoria, a fuego lento y bien pausado, que además, no lo borre ni desnude el desgano, menos el entumido olvido y sus abyectos rubores.
Como si se tratara de abstraer y desdoblar el cuerpo y desde bien adentro de aquel baúl maravilloso de lo intangible y abstracto que portamos, extraer cuantos placeres soñados. De imaginar tesoros conquistados en la magia de pensarte y en el infinito tiempo, si es que existiese un modo de palparlo, medirlo y aprisionarlo, apenas sobreseerte.
Y te sigo escribiendo belleza y no me cansas. Porque tenerte no es más que utopía que libera y desencadena esperanzas. Hoy me insiste que sin preámbulos te imagine y a ti me entregue placentero. Porque hacerlo reitera los sueños y es génesis perfecta y necesaria de lo que quiero. Como un deseo de osada flor silvestre para que guíe nuestros intrépidos besares y pausos acariciares.
Y el que tu pelo alise y anteponga su variado rumbo entre nuestros hasta hoy desconocidos rostros, y que juegue a su tierno juego de pulirse bello, no es más que la dicha de portarlo y de no dejarlo que se extravíe sedoso en esa orfandad infeliz de nunca poseerlo, porque definitivamente se encarga de suavizar los deseos y acicalarnos el rumbo al tenernos.
Por que además es el primer anfitrión y lisa y llana cortesía de soltarnos por entero y evitar los enredos propios de la ansiosa torpeza. Por que a partir de eso, se encarga, también, de interpelar la confianza y el clima de mirarnos, para dejar ver la suave quietud que tus ojos de niña hermosa transmiten. De ojear nuestras ojeras y darnos cuenta que ellas, por suerte panda, son manchitas que crecen producto de tanto mirar para afuera y hoy agradecen la fortuna de mirar hacia dentro.
Quiero de memoria, entonces, y en un arrebato o suerte clarividente, imaginar la extensa y dulce postura que luces con la intensidad rica que significa recordarla. De conocer el arco iris de colores tuyos, aquellos que portas en tu humanidad entera, y en esa mental suerte de retina gitana decir que son ellos, nuestros ojos, los tuyos primero, los que entreabren su propia y multiplicada dicha.
Son los que además no se cierran ante la belleza expuesta y pasan de meros e intensos observadores a importantes y urgentes interlocutores. Por que allí, en donde empieza la dicha, ellos van sumando gestos, marcando rictus, enamorando aquel instante tan solo para proclamar la alegórica grandeza de besar al otro con la mirada.
Y aprovecho el descuido y me pongo ante tus labios ya enmudecidos en la humedad de los míos. Que se muerden y se aprietan, que me buscan y me besan. Que resecan mi garganta, rescatando los sentidos y agigantando el latido. Son los que me gustan y he querido, porque son simple marcapasos que regulan la carne, la piel y membrana que los guarda, pulsando los sentidos en su recorrido por la línea rítmica y fértil de nuestras andanzas.
Deja tocarlos y acariciarlos, que se sepan míos si acaso, por un instante, muerdo fuerte y sano despacio. De entibiarlos hasta el hartazgo y de apropiarlos sin demora y si me demoro expropia aquel instante, porque son tus labios mujer y tu boca, los que desmoronan mis fortalezas, créeme, desmoronan mis fortalezas.
Quiero perderme en tu cuello largo y sólido, ¡Que ricura!. En donde la belleza que inspira no cesa de llamar mi acuosa lengua para buscarlo, para toparlo y apropiarlo y si puedo, corroerlo hasta secarlo como si fuera yo la bestia y él, apenas, la presa indefensa dispuesta a saciar el hambre de este sujeto, mitad hombre, mitad topo.
Y tan rico es sentirlo y aprisionarlo, que ni siquiera el bello pañuelo de rojas formas que lo adorna y abriga esta noche deseosa, es impedimento para dominar el éxtasis de sus coquetos gestos que estrujan la existencia, desafiando los sentidos y, así, penetrar el mordisco exacto en la yugular de la tentadora pasión que sugiere. Y repito, si no existiera tu cuello belleza, decapito la vida.
De ahí a tus lóbulos, de ida y vuelta. En aquellas orejas que arden en la mueca de verse mordisqueadas, sutilmente acariciadas, tiernamente apropiadas y que atractivas posan el aro primitivo, el de aldeas, que las emocionan de verse tatuadas y admiradas, pareciera, sobre tu piel cartílago como si nada. Un pliegue de comisuras que se entregan en la ondulada paz, aquella de escuchar mi armónico suspiro, que acreciento sin sosiego, en aras de decir sin decir nada, en voz baja, muy baja.
Por que si de placer y primor se trata, mamarte concavidades me mata. Y son tus pechos los que se agitan ante cada envestida procurada, erizando mi piel como a ti sin decir nada. Y son lo justo que hasta mi boca, incluso, atragantan y a mis manos agrandan, al tratarse de los senos que no solamente pueden alimentar la vida, porque son crepúsculo que mata y parapetados ante mí, me agonizan.
Y en ese dulce abrazo que cobija el extraño frío que nos envuelve, yo te siento, te requiero y es por eso que te aprisiono sin desgano, con el único empeño de encontrarte, sin ningún motivo que te niegue. Es hacerte mía, sin pedir nada, sin decirte nada, de poseerte exquisita, apropiarme de ti por entero, certero. Y allí tus huesos todos, esos te confieso, me quiebran. Porque se incrustan justo en donde quiero. Por que son los que dislocan este viaje. Transformándose en finas agarraderas, cinceladas a mano, justas para mis equilibrados halagos y de paso, para torcer por entero y, a pedazos, fracturar todas mis partes.
Y el decálogo de tus piernas, que se estiran y encogen en el calor y humedad de arrimarse por todas mis noches. De estrangular sin dolores, de aprisionar la pertenencia, como si se tratara de nunca separar nuestra existencia y, tan solo, hacerlas un diccionario que abrevie nuestros cuerpos en reposo, desde tus anchas caderas hasta tus zigzageantes posaderas y que hoy apropio y me desvelan, salpicando toda pose, todo magnífico roce.
Y no me desprendo. Me das vueltas e inquietas. Es tu bajo vientre, tu mitad del mundo que me llama, que me divide y junta deseosas ganas por explorarte. Un Prometeo cualquiera en busca de las brazas que vas desprendiendo y depositas en mis fauces. Cual antropólogo de la arqueología del presente si se quiere. Que se introduce y devora, y solo se aquieta al contacto con las raíces, las identidades. Y eso eres, identidades para mi maravilloso desarraigo.
Desde hoy eres mía belleza y, como acostumbro, así ha sido, seguiré siendo una mera herramienta de nuestros placeres, bellamoza. Un medio con la única finalidad de comenzar por entero y nunca acabarte. Una llave que no cesa en buscar la cerradura, para abrirla e incorporar mis pasos, mis huellas, aquellas que pretenden la dicha perfecta.
Dicho de otro modo, tan solo un instrumento para que tú, bella dama, me obnibules y te obnibules al tenernos un instante, justo ahora, junto a esta nube de palabras injustas (créeme merecer más) que me chorrean de la cabeza, del seso, del cuerpo. En este precario instante en donde muchas veces me faltas para escribir la dicha exacta de los recuerdos, de la precisa memoria que hoy portamos y por sobre todo, la felicidad que mañana evacuaremos, como siempre acostumbramos, deseosos y puntualmente.
CARTA ESCRITA CON CIERTO CÁLCULOo cómo no llorar sobre la leche derramada
¡Claro!, si al final estas cartas son un mero pretexto para repasar nuestra existencia, una herramienta eficaz, si se quiere, para destornillar asuntos personales y tratar que ningún tornillo se nos pierda, y si se pierden, pos bueno, ya ni modo. De martillar hasta el cansancio nuestras molestias y clavar en el inconsciente, si es posible, alguna idea importante. Hasta para incluso cortar, en lonjas gruesas y delgadas, todo nuestro ser a modo de reconocernos y presentarnos ante el resto. Y lo que hago, sencillamente, en un primer instante es disfrutarlas y regalonearme con ellas y hartarme de corregirlas y amononarlas, harto que me cuesta. Ya luego, las obsequio como si se tratara de un caramelo, con marca propia, que tiene por misión, única y expresa, endulzar y alegrar nuestra existencia, algo de nuestras vidas, que muchas veces se apenan y marchitan por la agria acidez acumulada y que carcome el intestino de nuestras delgadas almas tantas veces en pena.
Por último, enviárselas a mi público lector, ese manojo de flores diversas que he cautivado y que, dice, ¡Me admira!. ¡Que me reclama!, corresponde, exigiendo respuestas y altura de miras y que en la practica tan solo se traducen en magros y ciegos análisis y una que otra pachotada de mi parte. Que confabula con las mismas dudas que yo porto y complota con las mismas inquietudes de la existencia que acarreamos. Pues bien, ése es el objetivo, nunca otro.
Con ello, cierro la cadena o ciclo de envíos, puntuales o casi, cada semana y cuya misión se resume en una especie de arrebato sesudo y estomacal que emana constante y sin prejuicios, tan solo para reiterar que seguimos vivos y que me mata saber de las rutinas y su legado de formalidades y por sobre todo, me asesina desde las neuronas hasta las articulaciones tanta mecánica e imposiciones a las que la vida suele encadenarnos.
Y aquí me-ando (literalmente) por la vida. Estos últimos días han sido de mucha refriega física y de sintomáticos achaques, no en vano y si bien, después de los cuarenta, eso dicen, la vida es un valuarte y conquista humana, donde priman los deseos y las ganas de aventurarse con lo mejor que tenemos a cuestas, por lo menos es mi caso, no podemos olvidar que se trata de nuestra segunda mitad con tiempos extras incluidos que requiere de mayores cuidados y una que otra friega, de vez en cuando, con nuestra identidad encapsulada en el registro civil, encargada de recordarnos, en un tono irónico pareciera, que los años no pasan en vano, si no que, sencillamente y más bien, llegan tan solo para quedarse estacionados, como lapa incluso, en nuestro esmirriado estacionamiento corporal.
Resulta que me vino el cálculo renal que cada tantos años se ausenta y que no tenía programado me visitara, mucho menos calculado soportar. Allí me tuvo con dolor intenso todo un fin de semana, malestar que de algún modo, fue anestesiado en la magia del constante baño de tina caliente (terminé arrugadito por cierto), en los litros de cáscara de la calenturienta y afrodisiaca piña que, colada, se ingiere amarga con el consiguiente resultado de un hocico inflamado y deshilachado de la calore y fiebres estomacales que sensual ofrece.
Apenas en estos días, he ido recuperando el semblante blanquizco que porto y que maravilloso suelo gastarme (si no lo digo yo, quién ah). Por suerte el metabolismo (nótese el manejo de términos), aquel que tan solo pretende armonía y buenas relaciones con el medio ambiente y habitantes de mi corpórea humanidad, se encargó de darle duro y parejo, pareciera, y de orinarlo hasta el hartazgo, y todo, en pos de disolverlo por completo, para por lo menos mientras se pueda, no vuelva a complotar contra mi escuálida integridad e hincharme la escareada vejiga y las dignas pelotas.
De ese modo ahorré los escasos morlacos (nunca son muchos salvo los que me obsequia hoy el afamado fondo del libro) en consabidas operaciones, tajos y huellas, y por sobre todo, permitió que mi bolsillo lumpen proletario y marginal (la puritita verdad) no se resintiera, pese a que suele ser un resentido social permanente. Y se alegrara, ¡Cómo no! de no quedar con un boquete de deudas y esas cosas que se estilan en los asuntos de la salud de esta patria carnicera y su planificado auge de particulares clínicas, encargadas de ofrecer el oro y las estrellas con tal de sacar la fea piedrita de mis adentros interiores, siempre y cuando, eso sí, el cheque de garantía cumpla con los requisitos que el mercado ordena. ¡Calculen ustedes!
Y a propósito de salud, comprenderán la cantidad de cerveza que me tragué en pos de diuretizarlos al máximo. Allí no escatimé en gastos. ¡No señores! Nunca tanto tampoco. Por suerte las borracheras fueron suavecitas y todo, claro, en aras de la hidratación renal y de sus anexos melosos que son los sentenciados a sufrir, por siempre, mi troglodita pasado e historial lechero, eso he investigado últimamente, y que al final, me pasó la cuenta por tanto descuido lácteo. En todo caso, aclaro, tan mala leche nunca he sido. Eso dicen.
Todo lo anterior me hace sospechar y calcular de paso que, quizás, soy hijo de algún lechero, de esos que antes pasaban a dejar y pareciera evacuar, entre otras cosas, su botellita rellena del producto ese, a la casa materna ¡Vaya uno a saber! y del cual recibí, como si se tratara de una méndiga pensión alimenticia, la herencia única de producir calcificaciones, natas sólidas y cristalinas supongo, en desmedro de mis resecos y escuálidos órganos. No todos, cabe aclarar.
Efectivamente soy, más bien fui, un condenado mamón de lácteos toda mi vida. Ya sabrán de eso los mamones de la teta materna y de otros pezones tiernos que uno normalmente porta bajo la manga. De allí quizás mi interés de mamar todo lo que se pueda mamar antes que el mundo se vaya a acabar y de paso, acabe conmigo, (aclarar que no somos muchos pero somos machos). Aprovecho el párrafo, su apéndice, su final, espero no ser muy mamila, según los mexicanos (insoportable), para decir que, mamar concavidades me mata.
Y sigo, ya luego, un chupachupetes empedernido que ni las mamaderas daban abasto. Confieso que chupé biberones hasta bastante tarde. Y bueno, pareciera que en la época de la upé, flor de edad para mi crianza, más leche tomaba. Una especie de rómulo o remulo insaciable e implacable con los chupones y las mamas. Teta que se atravesase en mi camino de infante gladiador era teta substanciosamente succionada sin importar, en lo más mínimo, burlas y risas de aquellos deslechados y prematuros de La Purita, amigos de la niñez. Puritita envidia supongo.
Se acordarán ustedes que uno de los beneficios más importantes en ese periodo, entre otros podríamos mencionar la nacionalización del cobre, que por cierto, hoy ya no se vende en barras, si no que en barriles repletos del sustancioso líquido, acondicionados como mamaderas sin fondo, y que se regalan al mejor postor por parte de los esbirros que hacen crema y nata y que nacionalizaron el egoísmo, la soberbia, privatizando definitivamente la dignidad de un país zurcido ya en la teta neoliberal. Bueno, el asunto es que otro de los legados importantes consistía precisamente en que cada niño chileno tenía acceso a un litro de leche todos los días. No sé por qué se me hace y me tinca que la ración a mí otorgada era doble. Nepotismo tal vez.
Al parecer y seguramente por las influencias políticas de mi padre, aclaro que no eran muchas en todo caso, primera autoridad comunal en aquel entonces, quizás hasta tres o más litros le eran otorgados para éste su tierno ternero primogénito y secuaces hermanos. Por tanto, sospecho, es purita sospecha, que desde ahí saltan a la vista los desaguisados, en este caso contra mi persona, de las políticas publicas y planificaciones sociales de aquel esmerado gobierno que, cabe recordar, no escatimó vacas y esfuerzos, de extracción, pese al mercado negro y las intrigas posteriores, en aras de sus hijos, entre ellos quién hoy sufre del cálculo renal insoportable que cual piedra pome, come, raspa y desgasta, sin miramiento alguno, mis consecuentes y revolucionarias partes.
Por cierto, durante estos días, hasta me alcanzó tiempo para ser un buen padre, creo serlo, y hasta tiempo para que las crías, sobre mi lecho de enfermo, me hicieran un cariñito hermoso en el lomo herido especialmente. Más todavía, para compartir los sagrados litros de leche que demandan y acostumbran como buenas hijas, y estas sí que son hijas chupeteras, de un padre grandioso con olor a calcio, yeso, magnesia y por sobre todo de cebada enlatada.
Dicen que a las niñitas, hay que darles mucho calcio en forma de leche para que crezcan sanitas y sean buenas madres, eso según la convención macha que tanto se estila en esta especie de matriarcal y patriarcal establo, y ante tal y semejante fin, soy capaz de sacarles el vaso con leche de la boca, el pan incluso, en pos de procurarles un futuro menos esplendoroso que aquel de llenarse de hijos, pero con la tranquilidad y seguridad de verlas crecer sin osteoporosis.
A propósito, el médico calculista, por ponerle un nombre, encargado de pasar la maquinilla, esa que funciona como radar anatómico junto al gel que en ese momento de parto y aborto pareciera, al mismo tiempo que escurría sensual por mi vientre en busca de alguna otra novedad renal, recetó mucho cariño y bastante sobajeo en el sitio agredido por la piedrecilla maricona. Una cosa por otra pareciera, dije yo, entre más piedras en el camino, más cariño se requiere, musitó.
Un cosa poca solamente, se atrevió a insistir, no fuera yo a entusiasmarme demasiado con el asunto de los cariñitos, dijo ella, la buena y moza auscultadora de la riñonada, mientras, según yo, no ocultaba sus deseos y placeres, más oscuros, de mirar mis otras presas, con la intensión profesional y sabia, quiero pensar, de darse un banquete un poco más lechoso con mis genes, ¡Nada de geles y esas tonteras!, gracias al néctar de los dioses que uno suele portar en sus interiores reproductivos de la especie. Todo lo anterior, mientras la jeringa endovenosa, grandota por cierto, aplacaba mis instintos y quejidos de semental compungido, demasiado obstruido ya y en franco letargo, debido a tanta inflamación y presión que aquel vía crucis, que arranca en el riñón con meta en la vejiga, depara.
De allí mi esmero en cumplir con las indicaciones de la facultativa en cuestión al pie de la letra, y por ello me atrevo a comentar que ando en busca de quién se ofrezca a sobarme y retozarme de afectos toda mi bella epidermis expuesta durante estas jornadas, a tan canijos dolores. Espero dilucidar, más bien diluir este asunto lo más pronto posible. Digo, antes que se me corte la leche pues. Eso estoy calculando durante estos días y en eso me-ando últimamente, previo a que, por alguna razón o circunstancia, se venga el asunto de la próstata. Esa es otra historia. Leche en polvo de otro costal. De ahí les cuento. CARTA ESCRITA A FUEGO LENTOo cómo prender el motor de nuestro amor
Gracias por el fuego se llama el libro, escrito hace muchos años atrás, por Mario Benedetti a quien, a estas alturas, de tanto leerlo, sigo leyendo. Es una escritura de la imitación del subconsciente colectivo, por lo menos eso me han soplado cálidamente quienes de algún modo se han interesado en el tema. Esas cosas raras comprenderán ustedes y que muchas veces no logramos tener claras hasta demasiado tarde, incluso un poquito antes que el fuego eterno del satanás ese, yo cacho, nos consuma.
Confesión de partes sin lugar a dudas. De la soledad del hombre a veces en la multitud. De la desvalorización de la palabra en el autoritarismo social. De paso, contribuir con unas cuantas raspadas de cacho a lo que somos, ¡El que no esté de acuerdo conmigo que tire el primer vocablo!. En el fondo, una retórica de cuestionar al individuo, ayer postmoderno hoy tan solo precoz sobreviviente del siglo pasado.
A partir de esa idea me confieso un oportunista de aquella premisa, de la queja reflexiva si se quiere, no así un oportunista de mierda con un discurso quejumbroso. Por sobre todo, alguien que no pretende aislarse y menos caer en la tentación del abismo, dicho sea de paso, del socavón preparado y acondicionado para botar cual deshecho, nuestros sueños y de enterrar, definitivamente, nuestros anhelos y deseos. Sépanselo.
Sencillamente un recolector y hurgueteador de lo que diariamente se habla y a veces callamos. Un ardiente orejero popular de las lenguas de fuego pese al desgaste propio del tímpano sordo y helado que portamos y que, además, suele escuchar tan solo lo conveniente. Y aunque suene demagógico, reitero, un recogedor de opiniones a partir de lo que se escucha y por sobre todo lo que se mira. Es por eso que allí me ven desmenuzando cada una de las palabras que gentilmente me obsequio y escribo. Un ejercicio para quemarse las pestañas y ganarse unos cuantos ardores en el lomo curcuncho de tanto calcular la mala postura y la pésima pose de escritor joven y novato, de escasa trayectoria e impacto social según lo estipulado por la institución ubuesca del arte, en este caso, chileno. En definitiva un acto para dar rienda suelta a reflexionarnos desde nuestra particular estructura de seres humanos y animales del siglo XXI, de carne y hueso por lo demás, más hueso que carne por lo menos en mi caso.
Con ellas construyo un ardiente ideario de imágenes tal vez, de especulaciones del contexto que me toca. De ironizarlo y divertirme. De atragantarme en los falsetes que sugiere. De encabronarme por lo cálidamente bondadoso y soterrado que se muestra indistintamente. Pillarlo en la trampa y desnudar sus manipulaciones incluidas las ideológicas. En definitiva ese es mi asunto, nada personal con nadie, menos pensar en la ofensa.
Usted señor lector, lamentablemente, si quiere, está justo ahí en donde yo escribo. Espero de ahí no se mueva. Y lo está, afortunadamente, tal vez por que ya es parte de ese recorrido. Una musa, y perdone la calentona comparación, que estimula mis desatinados y a veces asertivos, según yo, mamotretos escritos. Porque usted se encarga de aprobarlos y hasta a veces cuestionarlos como corresponde, nada de andar ocultando sus deseos, nada de mostrar la hilacha. Eso espero.
Y está justo también porque me atrae escribirle. ¡Si para qué andamos con cosas! recolectar vuestros correos ha sido una tarea de poner mi cuerpo frente al de ustedes y solicitar agradecido la facilidad de la entrega por completo. Confieso que por este medio he logrado lo que pretendo, que no es más que transmitir a rostro descubierto lo importante que ha sido descubrir el oficio de escribir y desnudarlo por completo al leerlo.
Una especie de dedicación autodidacta sin más pretensiones que rayar la hoja y de borronearla cuantas veces sea necesario en pos de satisfacer mi escuálido ego y mis gigantescas pretensiones manuscritas que se traducen, como ya dije antes, en poner mis propios puntos y acentos en temas sin importancia para algunos, indescriptibles para otros y todo un descubrimiento en mi caso.
Porque además creo en el cuento de este precario oficio. Y citando a Galeano, quien nos dice que, la palabra es un arma y puede ser usada para bien o para mal; la culpa del crimen nunca es del cuchillo y es por eso que, sigo la cita, somos lo que hacemos, y sobre todo lo que hacemos para cambiar lo que somos. Por eso la revelación de lo que somos implica la denuncia de lo que nos impide ser.
Y vaya, entonces y a propósito, mi justo homenaje, no se me ocurre otro, para el personaje que cada fin de semana en mi mexicana adolescencia, aquellas de avidez y de vivo interés por aprender algo, aunque fuese lo más insignificante, jornada tras jornada, proceso tras proceso, llenaba de sarcástico entusiasmo reflexivo nuestras vidas, apenas nóveles para ese entonces en el oficio vago de conocerla y apropiársela, con la caricatura de nosotros mismos y el dibujo inacabado de nuestra existencia trazada día a día.
Con barriles de kerosene incluidos, con turbios pirómanos y mórbidos personajes. De cuántas aguadas y desaguisadas sentencias para la humanidad en los relatos del sabandija mercenario con chapa Boogie el Aceitoso quién, en un proceso natural nuestro, lleno de pudores y prejuicios en su contra, nos permitió reflexionar y quemar con todo el aguarrás a la mano cada uno de sus miserables ejemplos, en aras, con el tiempo, de crecer con cierto tino, con cierta decencia me atrevo a insinuar, con algo de lucidez y esas cosas que se valoran, al transformar cada tira cómica leída en el peor de los ejemplos de vida. ¡Gracias por tanto fuego Fontanarrosa!
Y retomando, esto que ahora revelaré, aun que no debiera hacerlo, era mi secreto, todo escritor se jacta de ello, un regalo privado si se quiere y porque tampoco quisiera terminar la magia de mis envíos, sin embargo me queman las manos y las ansias por decirlo, y lo hago ante la demanda o dudas que puedan existir respecto a la finalidad de mi modesta labor. Tan solo confesarles que lo mío es mucho más sencillo y practico. De ahí les cuento.
Aclarar que no se trata de aquella misión denominada superior que se instala en el limbo de los iluminados, esa del estado de creador omnímodo, dicen algunos, sensible e inspirado. Tocado por la varita divina de la creatividad, comentan otros, y que, por todos los medios, eso quieren que crea, se niegue a bajar a la faz de la tierra sin dudar incluso, portando una especie de congelada pose de intelectual maldito, para entibiar el medio ambiente con discursos elevados que ni siquiera sean legibles para uno mismo. Sencillamente el asunto es otro.
Me explico. Con ustedes llevo una relación de más de trescientas páginas entre crónicas y cartas, el resto, los borradores y otros, yacen ya en la pira, más bien en el horno que sazona la sabiduría. Que si bien no alcanzan para libro, nunca tanta pretensión aunque la idea no es mala, serán desclasificados o descalificados en su justo momento, permiten sentir que nuestro diálogo por lo menos desde mi modesta óptica, que incluye a mis raídos y gastados lentes, nos invita a saborear lo que somos y empalagarnos con lo que queremos.
De decirnos nuestros anhelos. Y en esa jugada trato, aunque eso signifique el purgatorio, quemarme en vida, sobre todo mamarme la rara, curiosa e iracunda envidia y también desprecio de las castas complacientes, de enamorarlos de mis amores y encantos. Una especie de fanfarronería con gusto a farsante gesto que no es más que la dicha de proponerme y soñar de verdad, hasta despierto si se puede, lo importante de comunicarnos la existencia y de machacar, pese al desgaste que este ejercicio provoca, lo importante de vivirla para contarla. Del largo camino que se nos viene, de lo inmortales que podemos y debiéramos ser en la medida justa de sabernos y reconocernos en el otro. Una suerte perra de estar vivitos y coleando en aras de ser mejores. Nunca exitistas, menos de la elite, tan solo los mejores con nosotros mismos y si nos dejan, hay veces que es posible maravillarse, incluso con aquel de al lado.
Déjenme entonces modestamente agradecerles por el fuego. También a quienes hoy nombro. Porque al final de cuentas, tanto ustedes como ellos, son pilares y pretexto importante para sentirse bien y complacido de mí, digamos (nótese el tono grave) ardorosa labor. Sepan además que arrebatarles un segundo de su llamita de tiempo (bendito mail), tan solo pretende mantener flameando y bien parada la vela que nos orienta y su esperma frágil que, pese a todo, también ilumina el caprichoso destino. Porque en donde fuego hubo, cenizas para qué las quiero.
CARTA ESCRITA EN UN INSOMNIOo cómo trasnochar los calentones sueños, belleza
Y allí perfecta late la escritura remansa que a rabiar portamos. Un pálpito nervioso que se desparrama simple en aquellos nunca ordenados papelitos servilleteros de la mesa tabernera que hoy recibe mis pasos y toda clase de absurdas poéticas hilarantes antepuestas entre la suave cama que se esfuma por un instante y este cuerpo vivo que anhela escribirlas.
Andanza nochera que sacude cuanto sueño inacabado y que de tanto dormitar inapetente ni siquiera los golosos años la entienden y menos acostumbrarse a ella pretenden. Caminar de raros y generosos estímulos que sin tropiezo alguno, concilian otros sueños, los imperfectos, aquellos apropiados en un cerrar y abrir de ojos, sin más, en los deseos más hermosos y que apenas, en esta desvelada y fría noche, iluminan mi gozo.
A ti te hablo belleza. Espanta sueños que no sosiegas la arritmia hermosa y que de tanto cosquillear iracunda relajada te posas. A ti quisiera contarte, susurrarte me atrevo, en esta media calle que nos acerca, con la voz más baja si puedo, mi insistente deseo, bajo la luna de Julio que cobija nuestro caminar descalzo de indumentaria y que tan solo abriga la vida que me basta, porque tan solo me faltas para verme pleno, si puedo, sin que siquiera me cohiba tal anhelo.
Nada de andar acabando entonces si acaso nuestro nocturno asunto apenas empieza. Nada de despertar siquiera en una especie de insensatez diurna por querer alargar y amanecer aquel tiempo que consagra el desgano, si tan solo con tu aparecer sensato haces perder, incluso, hasta el dudoso halo, deteniendo la apática galbana y echando a andar, de cuajo, las cuantas ganas que desde hace mucho me ganan.
Porque entre más avanza el calendario de cumpleaños portados, ese que no cesa de anunciarnos más alegres los tiempos de vida al fin y al cabo, más energético el soplido de velas que me avivan, más empeño el encomendado, que incluso alcanzan y se desbordan hasta para otros días menos claros, aquellos más apagados.
Quizás somos lo que en definitiva ansiamos, porque sin importar a veces el cansancio o un poco más de holgura en el reloj cronológico que, vaya uno a saber por qué razón, insiste en lavarnos la cara un poco más temprano, en agitarnos y fiel acompañarnos de la mano, cual sombra del imperioso desvelo que se antepone y se agiganta en silencio permitiendo toda suerte de cavilaciones, entre ellas las de esta noche, que a ti obsequio ojerosa belleza noctámbula de amores.
Porque sentir que dormir rápido, casi apurado, no es más que una especie de trueque y pacto leal contigo y con los años que vagan conmigo. Quizás ansiedad de apropiarme lentamente de mis tantos días festejados y de tus tantos y despiertos encantos generosamente entregados. Un canje que permite vaciar por entero mi desvelo sobre ese velo que bello adorna los más claros deseos que anhelamos en este oscuro instante que iluminamos, sin mucho menos importar el cansancio que tanto portamos.
Y en este cronológico contar de sueños, decirte bellamoza que no es mi estilo entonces apurar el tranco en aras de corretear los deseos, porque pretenderlo no es más que un impulso incendiario que esconde y aplaca, que todo apaga y arrebata. Y no son los impulsos los que condonan nacimientos y menos escupen al cielo traicionando sus gestos, porque tan solo se encargan de dar cobertura para este instante cálido con su acogedor arrebato pleno.
Se trata simplemente de mostrar nuestras hilachas, de conocernos en la arteria generosa de venas que para la ocasión visten más que lujuriosas, de palparnos en esta oferta abierta de ofrecernos y ya hinchados de gloria, recíprocos sabernos. Es el ejercicio que nos dice el galeno uruguayo, curandero del insomnio y doctor de los sueños, que perturba y me encanto al leerlo, justo hoy de precario cerrar de ojos, justo a esta hora del escaso dormite. “Arránqueme, señora, las ropas y las dudas. Desnúdeme, desdúdeme”.
Y si bien aquella prenda exacta que ufana desconcierta y que cubre tu íntima identidad, al igual que aquellos velos que ocultan musulmanas, no ceja de insinuar prendernos del encanto maravilloso de plenos poseernos. Es a ti vibrante a quien quisiera besar, porque sencillamente, a estas horas, encareces mis deseos por volverte a comenzar, abonando tantos besos que te debo y suplicando crédito por otros.
Nada de vaciarse entonces si lo recíproco nos llena, colma el deseo y de paso congestiona el instinto tan vacuo que portamos en la vida como si nada. Déjame entonces, en este sorbo de la vida, egoísta de mi parte si tu quieres, acumular tus llenos, tus sobrantes, cuanto encanto me dispones y de ese modo zozobrar y anegarme al palparlos, ya luego, conforme, recordarlos.
Puritita envidia quizás para quienes la precocidad es un arma que descarga solo vientos de frivolidad y desparramados soplos incontinentes, como casi un artificio apresurado para condonar la vida. Una práctica rutinaria de llenar los vacíos por llenarlos, de tapar sus huecos en aras tan solo de herirnos y deshumanizarnos, y por sobre todo, nada más que encementar, incluso, hasta las erectas poses que se sugieren esta noche.
Quizás es ese pisco alimonado, que juega desnudo su incapacidad e inhibe de paso la capacidad plena ¡qué se yo!, el encargado de aminorar tanta intensión y dicha de tenerte, de adormecer todo nuestro ser, de emborracharnos galantes. Venga la cruda mañana entonces para olvidar las ganosas ganas de mi parte, porque tan solo imaginarte derrite mis partes.
Acabo entonces, escribiendo lo de siempre, justo en el bar al paso que encamina mis pasos hoy nocturnos y frioleros. En liquidar de escribir lo que voy pensando y hasta saldando, y salvo la banda simplereed – corrija mi english señora- que suena barato en el dividí bolichero, junto a la parafernalia de minas ricas del vídeo clip a la vista, quienes contorsionan la cadera a ritmo pop cabaretero, tan solo declarar y confesarme admirador de ningún hueso, por semejantes que quieran o pretendan, que no sean los tuyos, acaso esta noche, míos por un instante.
Y allí te cobijo e incrusto belleza, y ahí reposas sumergida junto a la precaria vela que derrite su esperma iluminando la noche, en señal satisfecha e inmensa, insisto acaso, en no extraviar pormenores, concentrando toda la solitaria memoria que alcanza para recordarte y de no olvidar ningún instante. Menos escurrir los húmedos pensamientos atesorados y que hoy se graban en cada servilleta garabateada, en esta especie de despedida satisfecha sin ocultar el ritual alegre que mis ojos, apenas abiertos ya, emanan.
Y sigue el disco de moda sonando en la vitrola hilarante y me apresuro en acabar, en pagar y apagar la cuenta pendiente, por un rato también tus fuegos, para encaminar otra vez mi pequeñez corporal, el más chico del curso decían, pensando en arrebozarme alguna vez más en ti, yo ruego, gracias a esta estratégica, bella y agotadora trasnochada, de la cual fui presa fácil y que va bordando cierta identidad nocturna en espera de otra ocasión en tu lecho de ricas leches.
Y ya con algo de acumulado cabeceo, trasnochado sueño y un vaso para el estribo caliente, bien caliente, obsequio de aquel fuego desbordado, de allí nos vemos otro día, mejor dicho, de ahí me avisas qué año próximo más te acomoda verme o cuando por lo menos procures más tiempo que el que tú crees. Mientras, seguiré sintiendo las cosquillas naturales y ansiosas de no verte y, por sobre todo de no ser, pareciera, el afortunado de tu dicha y por sobre todo demasiado astuto en atinarle, como dicen debiera y yo me opongo, a esas cosas de resignar los deseos y la vida.
Y ya para terminar, la última y nos vamos, acaso me pregunto ¿era yo lo que esperabas?. Por lo que a mi respecta, efectivamente de ti se trataba. Pareciera entonces que, con eso sosiego mi desvelo, junto a nuestros oscuros pasos que justo esta noche coincidieron, allí sencillos, fuimos plenos. Y ahora sí deja acabar, no sin antes y también, con besos plenos. Perdona la letra, deseaba mandarlo tal cual anoche lo escribía.
CARTA ESCRITA EN TRIPLICADOo cómo fotocopiar el silabario de la vida
El único sueño de Rosa Ilwenray Pichipil consistía en poner su firma en el documento con tres copias y que la haría beneficiaria del permiso municipal necesario para instalar el changarro vende dulces y obesidades por tanto tiempo anhelado. Estrategia de autogestión, con ruedas de carreta, que algún miserable iluminado de los números estadísticos y macroeconómicos vislumbró como panacea y rauda solución en aras de disminuir el índice de cesantía.
Igualdad de oportunidades según las supracionales que ordenan el mundo y que también se encargan de contar a los pobres, bien contados ojalá, y de ese modo mantenerlos en el desfiladero que corresponde gracias a la mutación y alineación a la que son sometidos. Al filo de la injusta subsistencia si es preciso, con aquel raro amor altruista acostumbrado, pleno de caridad y beneficencia, de la compasión tierna que da el peso de la inequidad monetaria según los intereses del monopolio y de los cuantos comejenes a su servicio a lo largo y ancho del planeta.
Ya se imaginaba ella con su carrito chatarrero repleto de maní recocido, aquel que confita y garapiña la dieta tercermundista, atiborrado también de sopaipillas pasadas de aceite colesteroso (el camino más corto a la obesidad mórbida), de tantas cajitas con chicle que ordenaditos van masticando la poca aireada ansiedad acumulada casi como gas natural en uno. De los refrescos light en lata y su soberana forma de eructar la deshidratada calidad de vida que hace tragar este rápido y goloso mercado a sus inflamados y globalizados hijos, a estas alturas, sistémico-sintéticos.
Sin embargo, sus pretensiones adquirían otros desafíos; se trataba, en su caso, de una persona incapacitada en las artes de leer y de escribir, por ende, no apta para llevar a cabo el trámite correspondiente según el manual requerido por la ley y que la analfabeta burocracia estimula sin sospechar siquiera los alcances absurdos que dichos oficios leguleyos, por lo demás, acarrean para quienes la pime se transforma en la -gran solución gran- para palear el desempleo y de paso pelar el ajo cesante.
Oriunda de la región de los lagos, al sur, por allá en la zona reconquistada por las hidroeléctricas españolas y desvalijada a más no poder ¡joder!, a finales del siglo pasado, cual Carmela de San Rosendo, decide emigrar a la capital junto a sus dos hermanos menores y su vieja madre (como la canción esa que, sepa quién inventó) en busca de la oportunidad ofertada en el boom económico y su arrebato arribista de promover el desarraigo y de paso, incitar a los desarrapados y maltratados hijos rurales en pos de la pesadilla urbana, de la ilusión del futuro esplendor que la trampa neoliberal tiene preparada para quien pise el palito con sus bondades.
Así, años malos y otros peores fueron su nueva dinámica citadina con la consecuencia obvia de transformarla en perpetua errante y limosnera de la chance laboral. Sus diversos empleos que con honestidad ejercía de nada sirvieron. Nunca le permitieron la mínima subsistencia y menos pensar en cierta estabilidad y armonía, cuestión que, al final de cuentas, la encauzaron por otros caminos más pedregosos, aquellos trazados, pareciera, ya casi como un bien nacional, en la desesperanza, angustia y un sin fin de bondades encajadas ya, por este puro chile, a sus maculados y ya estropeados habitantes.
De un día para otro su vida cambió radicalmente, se transformó en una más de los tantos que muerden el polvo de la desventura social y a quienes el chorreo y la migaja poderosa no alcanzan ni siquiera a tocar. Paria y delincuente, porque según la estadística, aquella de los números pletóricos y alcancías repletas, los pobres son pobres por obra y gracia del espíritu santo y porque, fíjense ustedes, se les ocurre injustamente nacer a borbotones, como verborrea, en un país en donde a nadie le importan que existan salvo que, diría Galeano, si la mierda tuviera algún valor, los pobres no tendrían culo.
La drogadicción, el alcoholismo, la atorrancia y otras pastas vagaron por muchos años su vida, en el conducto regular de los desposeídos que a la deriva navegan por los ductos del desecho en la cañería santiaguina, provocando su desconsuelo y antipatía por aquello que los doctos suelen llamar vida útil. Los signos en su cara, delataban cuanto desgaste en su precaria salud ante la poca, escasa más bien, preocupación social de los regímenes que se han sucedido y que se precian de velar por los más necesitados siempre y cuando éstos, se moldeen en la razón de la humillación, clasismo, racismo y que la generosa oferta del mercado goza proponer para luego ordenar.
Desamparada y todo, sacando fuerzas de quién sabe dónde, se propuso revertir, según su reducida semántica, de escasas e iletradas palabras, el asqueroso mundo que jugaba en su contra, y que algún día no muy lejano imaginó tenerlo a sus maltratados pies gracias a la publicitada piedad que el sistema chorrea a sus desiguales pobres en su ingreso a la escuálida escuela de las oportunidades y que, de cuando en cuando, chuta de puntete, por no decir que patea por el culo, en el orificio social de los más necesitados, cuando éstos no son los más aptos y aplicados en cumplir con la receta ortográfica oficial.
De allí, también, su temeroso acercamiento con la casa de acogida, aquella que coge el dolor y la inflamación desposeída, y que un grupo de pobladores, agrupados en alguna fundación con fines de lucro y financiada por el interesado y electoral municipio que la acoge, y ya cansados de tanta penuria que el día a día procura y que de noche no deja dormir, inauguraron en el barrio en donde esta santa Rosa, espina que hiere, canelo marchito pero hermoso, quién nunca ha gozado con nada y todo ha sido un suplicio, solía dormir la mona y alucinar con elefantes rosados.
Su misión entonces consistía, a esas alturas, un milagro de elevar solicitudes rogativas parecía, primero que nada dejar de beber tanta cicuta en caja tetrapac ya acumuladas vacías por su oficio de cartonera de la subsistencia y que le permitían, por lo demás, combatir, el desprecio, humillaciones, y por sobre todo el hambre vinolento acumulado en su barriga por tantas jornadas de ayuno, de abandono y maltrato huinca-social.
Tantas pocas y tintas oportunidades que la vida depara en este país de arrugado cartón social, herencia del basurero político y económico neoliberal, y que sus acartonados defensores a ultranza, borrachos de poder, embriagados de gobernar, ebrios de las bondades, devoradores por lo demás, chupa huesos del prójimo, juran defender hasta que el hígado les alcance y se pueda y si no se puede, hasta que el páncreas de sus hijos y nietos se lo permitan.
Aprender a leer era su segundo cometido, su sueño, y es que históricamente y si bien muchos han contado con la posibilidad de hacerlo, el lastre que los desamparados cargan, es más confuso que estudiar en Harvard. La metodología de Paulo Freire, especie de gurú de los setenta, reciclado en los ochentas y en cuanta generación lo requiera como digna receta de ilustración mínima, fue el método propuesto por la o-ene-ge involucrada y que sueña con cambiarle el rumbo a la tradición y a la realidad neófita que se cultiva hoy como si se tratara de chépica que crece en cualquier parte.
Con tal que aquella avezada estudiante exprés lograra el objetivo primario y que terminara, por último, leyendo bestsellers onda paulo coelho, mentor espiritual de acaudalados y pulcra literatura para ricos y famosos, mesías por lo demás, de aquellos individuos doctorados de necesidad por acunarse en autoayudas, con eso bastaba, pareciera. Como una especie de práctica para educar en libertad y acuñar, en alguna toga arrumbada junto a los pendientes sociales, si es que la tinta y la plata alcanzan, aquello de alfabetizar es liberar el alma y el pensamiento en pos de la millonada y la riqueza (¡ojalá!), como eslogan que se vende cual pan amasado con chicharrones locales, en este caso, a cuanto iluso dispuesto a adaptarse al sistemita este, a las nuevas condiciones de sometimiento, con uslero y garrote incluido.
Allí, esperanzada y ansiosa se vio a la rosita, quién pese al pulso tembloroso de sus pupitres necesidades y también a la tinta etílica que cual acervo acumuló en su sangre durante lustros, aperrando entusiasta por revertir sus carencias y de insistir a rabiar con el dominio absoluto del lápiz de pasta en muchas jornadas de tendinítis y es que, tanto aprisionar el instrumento apto que salpica la letra exacta y por el placer de verlas escritas y que con el tiempo se transformarían en su varita mágica consoladora, consolidando definitivamente su acceso al placer de saberse entendida y comprendida, era por lo menos su más preciado deseo o al menos, ese sería su precario objetivo.
Hasta los vecinos de aquel campamento, enclavado por allá en el desfiladero de la miseria, celebraban tanta concentración de la novel pupila y ya, incluso algunos, borrachos por la sabiduría, pasaron a formar parte de la lista de beneficiarios dispuestos a terminar con la resaca de la sapiencia y entregar la vida, algo de ella aunque fuese, en aras de leer y escribir alguna vez su nombre o tan solo resignar la suerte a ojear algún miserable diario de circulación nacional que ya sabemos, suelen mantener en la farandulera ignorancia y de paso, con la pauta necesaria requerida, seguir dominando a sus deportivos y frágiles lectores.
En su nervio y aflicción para el día ese del convenio municipal que, como ya decíamos, la haría acreedora de los sueños empresariales que este bendito país regala o promueve a sus habitantes, en su libre mercado de la igualdad de oportunidades (libre albedrío generoso de poder hacer cuanto se nos ocurra le llaman), confabularon en su contra provocando la angustia y tristeza que nunca imaginó y que no esperaba sucediera.
Ella, en su afán caligráfico de amononar la letra escripta que aquel curso rápido de los acontecimientos y que la integración requiere le habían obsequiado, fue incapaz de posar su uniforme y agotador aprendizaje. Justo al momento en que el formulario que la ocasión imponía, que ansiaba saber de su precario anonimato, se abría de par en par en busca de mayúsculas y minúsculas, las mal educadas tensión y ansiedad actuaron contra ella. Las venas y neuronas de aquel hemisferio a cargo de abecedarios, sílabas y consonantes, el poder ortográfico pues, ese que comunica y tararea el gesto preciso a los dedos, a esas horas engarrotados, desordenó caóticas sus letras.
En ese preciso instante, para ella más largo que cola de burro, y más allá de la tensión que impone la ceremonia de firmas, se hizo acreedora de las muecas y desprecios que por costumbre la educada funcionaria a cargo otorga. La escuela de la palanca, el pituto y el nepotismo son su misión en esta hora de contracciones de locuaz servidora pública y no permitiría pérdida de tiempo alguno. En un arranque inesperado de torpe generosidad propuso a la desmotivada, a estas alturas muda vocabularia afectada, que tuviera paciencia, calma chicha y pusiera atención en su oferta (para eso estamos, dijo). ¡Hagámosla cortita! dijo la astuta y a veces bondadosa oficinista, por lo demás, burócrata municipal que sin siquiera dar cuenta de su torpeza y menos sospechar del daño que provocaría (los trámites no se piensan, se cumplen) siguió en su presurosa labor de zanjar las dificultades. Y es que, todo esfuerzo rehabilitador, de alfabetizar siquiera, no sirvió de nada. Algo tensa tan solo atinó a solicitar, de buena manera ¡faltaba más!, que la futura microempresaria, estampara su menospreciada identidad tan solo grabando la huella de su pulgar derecho y una anónima equis en las tres copias expuestas.
El original descansa en paz en las manos gastadas y ya limpias de la tierra de origen y que vio nacer algún día a R.I.P. De las dos restantes, una para guardarla, junto a los usos y costumbres originarios, en la urna del desprecio, y con la última, copia feliz del edén para este campo de flores bordado en donde tanto rosas, copihues y cuanta flor ya no importan, jactarse de la modernidad y por sobre todo de la oportunidad laboral otorgada para quién lo solicite, siempre y cuando, eso sí, se llenen los formularios correspondientes, impresos en alguna instancia internacional, con la tinta que el antropofágico capital impone.
CARTA ESCRITA CON UN ESGUINCEo cómo enfriar al derecho y calentar el revés
Convengamos que uno es dueño de hacer con sus extremidades corporales, ideológicas, naturales y hasta artificiales lo que quiera, hasta faulearselas si se dejan. Digamos también que estas son una especie de prótesis de vida, hechas a imagen y semejanza de quien las porte, no importando mucho para qué semejante asunto se utilicen, siempre y cuando esto no signifique dejar parapléjico, incluso, el seso del otro.
Al menos eso es lo que uno siempre cree y también espera. Lo contrario, sencillamente es meterse en el derecho ajeno y allí ni el respeto y menos las buenas palabras salvan de algún revés inoportuno y hasta alevoso. Y bueno, mezclar a estas alturas, en esta arena apta de la sinrazón, gimnasia con magnesia y vendas con yeso, suele causar estragos y una que otra cojera, hasta en los nudillos, por tanto boxeo de la razón y el empecinamiento al ripeo de las mentiras y el respectivo menoscabo de la verdad.
Y pensaba que en ese ejercicio de pasarse por el aro del desprecio al otro, en este reino terrícola del sí y del no, de lo bueno con lo malo, del sinónimo antónimo, más aún, cuando la dialéctica es escasa, y que esto signifique imponer, a punta de aletazos, con la punta del empeine y cuantos trucos se pueda, criterios para corregir rutas que uno ha decidido seguir, no es más que el sin sentido y debacle, por cierto, de toda capacidad del individuo y del tipo de sociedad que lo acoge, se lo recoge y hasta cuántas veces se lo vuelve a recoger.
Entonces, y ante tanto silencio que aúlla desde este lado, del lado que más acomoda al poder neoliberal, en esta especie de cuadrilátero que ni siquiera elegimos en la urna de nuestras poco electoreras conciencias, ni siquiera con el voto de nuestros frágiles deseos, es preferible, que no es lo mismo que resignarse, ir dominando, con una especie de compresas tibias que vayan desinflamando el frío pensamiento, y hacer del educado chanfle ideológico, ese adquirido en aquella escuela del pelotazo y el faul artero a la sensible canilla, flaca de amores y escuálida de deseos, nuestra tibia e idónea gambeta callejera para ir driblando de a poco, cojeando incluso, esta galopada vida que nos quieren imponer.
Más extremista aún, a dos manos si se puede y de ese modo ir enfilándose, penetrando de a poquito en el agujero histórico que vacuo nos pintan día a día, y a punta, en este caso, de sutiles y sublimes rimas, sencillas por lo demás, con el lápiz consecuente bien afilado, gracias al sacapuntas de la decencia, otorgarle unos cuantos garabatos y refinadas sacadas de madre a cuanto hijo de la chingada lo requiera.
Con la defensa bien parapetada eso sí, en pos de evitar opercot, golpes bajos y hasta las mórbidas mordidas de oreja que a diario se deben soportar en este ring, especie de coliseo romano-latinoamericano, maliciosamente acomodado, para tan solo acomodar el gancho perfecto de trenzarnos en la lucha de ideas con quién ose ser nuestro contrincante. Al final de cuentas, todo se traduce en elongar un discurso, una idea, sin siquiera pretender animarla de coherencia pero, por último, como una forma de enfrentar dignamente los diversos ámbitos que nos competen ante tanta andanada antropofágica que a diario nos arremete.
Y habrá que creer en algo tal vez, dice aquel cantautor que no se resigna a tocar la guitarra por tocarla. Para ello, a veces, es necesario rasguear sus cuerdas con todo el cuerpo si es preciso para descubrir el imaginario que nos transporte, en definitiva, a la dulce melodía que anuncie la armonía perfecta, a nuestro ideal más profundo, si es que alcanza la nota, y por sobre todo si el ritmo otorgado por el diapasón coronario que portamos nos da más vida.
Y qué importa imaginarla aunque se trate de un sueño, si la única intensión es aclarar el rumbo que se requiere, con la modesta inquietud de que nos traslade, sin importar el dolor que las posturas exigen, hacia el destino anhelado, aunque este paraíso imaginario tan solo se encuentre aún a leguas de distancia, en la utopía o sueños que esperamos se lleven a cabo, pese a los trancazos, esguinces, fracturas y quebraduras que aún nos faltan por esquivar, más cuando las tarjetas rojas siguen escaseando de verdad y las amarillas, son de a mentis, es decir, una verdadera mentira saquera.
CARTA ESCRITA JUNTO A UN PROCERo que manera de parecerse el bulto al héroe
-¡Ya pues Pacheco, no se distraiga!-Vaya y aplane bien, allá, el cemento del prócer-¡Con cuidado oiga! y enderécele bien el adorno -¡el pañito lucho! pásele el pañito por la cara al héroe
- Si pues señor periodista, es que a puras carreras trabajamos para dejar bonita la estatua, la plazoleta y sus alrededores. El lunes se nos vienen encima las autoridades y estamos dándole los últimos toques al hemiciclo éste, que más parece, si se fija, cancha de rayuela, mire usted que la lluvia nos tiene embarrados a toda la cuadrilla a mi cargo y yo, se imaginará, con el tejo pasado a frío -.
El cortejo, los claros clarines, la espada que anuncia la algarabía de camarógrafos y fotógrafos. En cada Plaza al final o al principio de las grandes avenidas, acechando en las carreteras y en los parques, los próceres se yerguen, broncíneos, pétreos, en sus mares de cemento.
- Es nuestro padre de la patria señor periodista quién nos desvela en estas horas obreras, y créame oiga, que lo hacemos con cariño pese al cansancio, con hartas ganas además. Es como que la patria nos exige mantener los ojitos bien abiertos y cuidar que don Bernardo se vea bonito, lástima que no podemos peinarlo un poquitito más, pero bueno, el inspirado artista a cargo propuso ese luc y ya sabe usted, el talento escultórico para mandarse un bustito como este no todos lo tenemos, incluso he llegado a pensar que para ser un artista sencillamente hay que tener pasta de héroe, entonces, yo digo, benditos los chascones y greñudos que captan la pose exacta del finado y que desenfadados y en rictus intelectual, con el sobaco bien i-lustrado inclusive, nos deleitan con su magia creativa pese al escaso espíritu de crítica que portan -.
Bustos, estatuas, hemiciclos, conjuntos escultóricos, caudillos a galope, presidentes de la República aislados en el nirvana de sus años de gobierno. Héroes cuyo público anterior fue un pelotón de fusilamiento, estadista alojados en la meditación, fundadores de las instituciones, titanes de la burocracia, defensores de la pacificación en tiempos de paz. La patria agradece a...
Por que sabrá usted que en él, también nos vemos reflejados toditos nosotros, guachos al igual y eso créame, por lo menos a mi, me representa como el que más y entre más lo veo, más héroe lo siento y a propósito, en estos días me siento más liberador que, incluso, hasta las patillas y el bigote que luzco, tienen cierto aspecto de patriota chileno, y si me pusieran un fusil en la mano tenga por seguro que comandaría en la arenga guerrera a mis peones, el luchito, pacheco y al cara de fierro, hasta la lucha final si fuese necesario y si no, ni les pago la quincena -.
En la escultura cívica intervienen simultáneamente la revancha contra el enemigo vencido, la evocación suntuosa, el desafío político, la intimidación, el catálogo de logros históricos, la alabanza al poder que – de manera implícita – proclama la sensibilidad del patrocinador de esta obra y, a ojos vistas, admite su inocencia cultural.
- Además que debe quedar todo bien bonito oiga, bien presentado por lo menos en el primer cuadrante de la alcaldía. Piense que hasta las calles estarán cerradas, ni falta que hace, ya ve que las micros brillan, tanto como el bronce del héroe, por su reiterada ausencia. Y es que se dejan caer todas las autoridades civiles, militares, religiosas que usted se pueda imaginar, incluso justo aquí el cura bendecirá con el agua bendita, que incluye esta que cae del cielo a chuzos, como si la tiraran en balde al busto brilloso que usted está viendo. Así de seguro no habrá quién se oponga a la presencia diaria del prócer que nos dio en alguna ocasión patria, ya ve que no faltan los incrédulos y los opositores a estos hermosos monumentos y no en balde, eso me decía el contratista de la obra, habrá un policía cuidándolo durante todo el santo día. Un héroe no merece menos que eso cuando el mal lo acecha, orden y patria digamos, que se ejerce, incluso, con los infaltables civiles no identificados que, si se fija, ya inspeccionan el sitio desde hace unos días para acá -.
No hay pueblos sin estatuas, no hay estatuas sin mensaje adjunto, y no hay pueblo que tenga presente el mensaje más de un día al año (cuando mucho). Sin embargo, la estatuaria cívica es para unos, los irónicos, catástrofe entrañable, y para otros, los escépticos, terrorismo visual. Y, sin aceptarlo, escépticos e irónicos afianzan una estética de la necesidad: vamos a sacarle provecho a esto que vemos, porque, en el mejor de los casos, nos sobrevivirá. Imposible quitarse de encima a los adefesios y las agresiones colosales a la intimidad de los paisajes y, por eso, es más sensato averiguar si, en efecto, desencadenan un gusto opuesto a las intenciones de sus creadores, cualquiera que éstas hayan sido, o si es posible salir indemne de la contaminación óptica.
- Y como le decía, parece que hasta la heroína presidenta viene al jolgorio municipal y requetecontento se ve la primera autoridad edilicia, ya ve que ella no es del mismo partido del patricio y pétreo señor alcalde, pero al final de cuentas, son como hermanos mellizos y normalmente beben de la misma copa y brindan al unísono, como un brindis monolítico pareciera, por las coincidencias que borrachas portan y el sistemita, que es como su especie de padre y madre a la vez, aprueba y consciente sin chistar siquiera. Lastima que no existen aún esfinges siamesas -.
Los héroes, signos del poder y de sus deliberaciones, aislados en plazas o rincones como divinidades de la Isla de Pascua, reafirman la unidad profunda: gracias a ellos todas las épocas son una sola, y la epopeya por excelencia es el acatamiento de la autoridad. Y a los demás nos toca complementar la información, vocear el sitio de los convidados de piedra y bronce en la formación escolar, ratificar el desempeño estético y social de los monumentos. Lo oficial se individualiza, lo horrendo termina por naturalizarse a la vista de todos.
- Hasta diputados y senadores a destajo, usted señor periodista, podrá ver en la ceremonia cívica que se nos viene ya, ya ve que no faltan a la foto oficial que de algún modo los proyecta, al igual que si se tratara de un prócer de bronce cualquiera al electorado que mantienen cautivos y tan estáticos, como estas piedras que sostienen a nuestro mártir el Don Bernardo este. Y queda la sensación picaresca del glamour que portan, porque sepa usted amigo, que también sueñan ellos y se proyectan incluso, y ya los veo, fijos, se lo doy por firmado, en un par de lustros supongo, cuando por suerte ya no estén en vida, colgados, por decir algo, en alguna plaza como esta, sobre una piedra supongo más cara que estas, con pose de estadistas y claro, bañaditos en bronce, cagados en su extinta humanidad por guerrilleras palomas y sobre saturados de arreglos florales que su nacimiento nos recuerden -.
Claridad y confusión: ¿a quién le interesan las estatuas al margen de su significado, y quienes sólo derivan placer de la prédica de bulto? La urbanización destruye la pedagogía directa, y nos deja librados a lo obvio, la estética de la consolación en la desolación, que combina mártires subyugados ante el progreso que engendraron, y mitos de la cultura grecolatina, y que delata la vanagloria (o la desinformación) del gobernante que contrató al escultor o compró las piezas en un saldo del almacén afrancesado.
- Entonces y como le decía, hasta a nosotros nos ha tocado conflictiva esta labor, con decirle que ayer mismo, varios ya vinieron a cuestionar los ensayos de la banda de guerra quienes entonaban y fusionaban apasionados la marcha-cueca de la lily marlen, ¡Si pues! la favorita del tirano general, y no contentos y a modo de protesta, creo yo, se dedicaron a ensuciar nuestro lindo monumento y bella ornamentación a la plaza y zonas aledañas, entre que el monolito se llenó de vasos y botellas vacías, ¡que manera de tomar los chiquillos del barrio! no faltó aquel que orinó largo al prócer aquí expuesto. Malditos vagos comprenderá usted que hasta la fuerza pública, ya sabe que para reprimir no faltan, debimos solicitar en aras de mantener, en cierto modo, inmaculado, pese al olor de cirrótica orina, al líder patrio -.
Una estatua es las luchas que asume y las que cancela, el régimen que le lleva guardias florales y la facción que intentó oponérsele. Por eso, de la destrucción del ídolo de Baal al día de hoy, casi el primer acto de liberación de un pueblo es el arrasamiento de monumentos a “héroes y caudillos” que, de un segundo a otro, adquieren una connotación antiestatuaria: son, y por eso se erigieron, emblemas de la dictadura, y su calificación queda a cargo de la piqueta, la dinamita, las cuerdas.
- Así que las jornadas han sido extensas señor periodista, fíjese usted que igual el salario es remalo, poco ético y estético me atrevo a decir, incluso queremos plegarnos a las demandas y al paro que en estos días los trabajadores realizarán, espero por favorcito no ponga eso en su nota, ya sabe, luego nos tratan como si fuéramos apátridas y más de alguno pasaría por la guillotina cesante. Y con la cara larga andaríamos, al igual que el prócer éste que, por cierto, y si se da cuenta, acérquese un poquito más, si puede, para que aprecie mejor, tiene las facciones demasiada europeas para mi modesto gusto pero, ya ve, cuando de ilustres se trata, da como lo mismo el gesto y la comisura de la boca -.
Da igual el afán de los artistas. La familiaridad despoja de cualquier contenido artístico a estatuas, bustos, conjuntos escultóricos. Queda, al final, sólo una encomienda: el criterio de perdurabilidad, que se aplica lo mismo a un ídolo del espectáculo, un Presidente de la República en funciones, o un político cuya moda es no pasar de moda.
- Si hasta los fines de semana nos ha tocado pulir la piedra y el rostro de finado prócer, somos una especie de héroes desconocidos pero no importa, y como le decía hasta hace un ratito atrás, si por mi fuera le hago el aseo hasta a unos tres próceres más que supongo ya tienen contemplado a futuro y hasta unas cuantas guardias de honor al padre de la patria aquí presente, por lo menos a su alma me imagino, junto a mis achichincles el lucho, pachequito y claro, el más empeñoso de todos, como un héroe forzado a la fuerza diría yo, el cara de fierro reforjado. -¡ya pues cara de fierro! retóquele con el pañito la nariz a la razón de la estatua -.
Las cursivas generosas de “los rituales del caos” de Carlos Monsiváis
CARTA ESCRITA A UNA ANDANTEo cómo arrimar, al calorcito, el cariño
Un obsequio lo que te escribo que va más allá de los afectos que por ti siento y que a pesar del distanciamiento que este ejercicio de exiliados nos impuso son sinceros. Honestos, déjame agregar, porque ni siquiera se trata de llenarte de artefactos y efectos suntuosos esta tarde de despedidas del núcleo familiar que te acoge (con calientes empanadas e intentos refritos como canapés del adiós) en este territorio que se dice también pertenencia y que a lo mucho solo ofrece, responsablemente eso sí, voladores de luces y si luego te quejas, un natural y buen garrotazo oriundo de Lumaco.
Porque aunque existiera algún incentivo que regalarte, y dime si no existen acaso las guitarreras de Pomaire, los copihues y cordilleras dibujados sobre el generoso (con algunos) cobre, el infaltable indio pícaro que zangolotea su corpulenta y dicharachera humanidad en cuanta casa exiliada me recuerde, por ningún motivo trataría de dártelos, como si se tratara de incentivar cual canje los sentimientos, de una forma antojadiza inclusive por coimear el aprecio, sencillamente prefiero, en este instante, desenrollar el afecto a mi manera, decirte lo importante de tu visita, de la alegría de sentirnos queridos y claro, un dejo de tristeza ante tu próxima partida.
Además que, imagínate, difícil sería transportar un sinnúmero de cachureos cuando la petaca se llena de la tierra y que junto a las tantas escalas técnicas que debes soportar (hurgueteo aduanero antiterrorista incluido), de la inacabable distancia geográfica que recorrer y por sobre todo de tanto afecto que te llevas de esta esquina apagada, húmeda, tan fría y que durante algunos días iluminaste generosa, acaloraste armoniosa, en aras de re-encontrarte con tus históricamente despeinadas raíces, con aquel ropaje de arraigo escaso y que a cuenta gotas intentas recuperar en un lapsus de tres semanas ¿¡ a quién se le ocurre venir de tan lejos de su historia y por tantos días además !?.
Y todo más bien, con la única finalidad de llegar lo más pronto que se pueda a tu almohada europea junto a tu familia (también nuestra) de ingleses y españoles que haz ido adquiriendo en vuestro tiempo errante (nótese mi ibérico hablar), y descansar tranquila, es posible creo, hasta tu próxima visita identitaria para remojarte una vez más de la distancia con los cochayuyos, ulte y un cuanto hay de estimulantes expuestos en esta cotidiana, rutinaria y mecánica nación para el viajero, en tu caso, doméstico.
Con el propósito de llevar a cabo, también, el valiente come back a tu vida valenciana, definitivamente ya implantada como tu natal de origen y sitio que elegiste para establecer el desarraigo, quizás con el ánimo justo de no acercarte mucho a este distraído, embustero y soterrado confín de casitas lindas y chiquitas, enclavadas (con estacas y cemento) en el fragüe de la desigualdad, el oportunismo y la mentira.
Allí te vi en estos días coqueteando con el pañuelo de la cueca que seguramente por allá bailas sola. Empuñando la nacionalidad o algo parecido supongo, y que durante tres minutos, entre el aro-aro de los cantantes elegidos, te pedía la vuelta insistentemente, como si tratara de convencerte que con zamacuecas la vida, por estos rumbos, es más sabrosa. Por suerte tu paso danzarín poco doméstico de chilenidad zapateaba con una serie de ritmos de otras variadas aldeas, no dándole el menor gusto a su casi cursi anhelo de apropiarse de tu bella libertad de Fallera mayor.
Y eso también me ocurre a veces, desisto del sedentarismo territorial que flamea en el mástil chilenísimo de himnos y de bailes extrañamente inhibidos, y cual nómade me enfrasco en la aventura de volver a mis pasos azteca-performático- dancísticos una y otra vez. El de aquellos lugares que me vieron crecer a ritmo de juan charrasqueado, uno que otro danzón, mambo, chachachá y que se tatúan, quiérase o no, imborrables en la piel mitad guajolote de las cumbres del Ajusco y mitad cóndor de los Andes, y sobre todo, por el urgido seso del desarraigo que ese asilo contra lo opresión desbordó en nosotros, que lo sigue haciendo calladito por lo demás, que no se note mucho, en contra de cuánto hijo huacho pulula en la diáspora, en rauda desbandada de la patria que lo vio nacer en busca de un futuro esplendor o por lo menos un poco mejor.
Y es que los afectos que se vuelcan en esta ocasión de tu visita, nos ponen atentos en la eterna e incesante búsqueda de lo que somos o fuimos, transformándonos en una especie de arqueólogos que escarban el pedazo de tierra cercado por las huinchas del descubrimiento de cierta identidad que se apronta, con la única misión de darle sentido y cierto orden al cultural hallazgo, en este simple caso, para reflexionar el porqué terminamos siendo cercanos desconocidos o lejanos conocidos.
La suerte patiperra se atreve a comentar aquel amigo poseedor de varios intentos (de fuga) por volver a su terruño y que ya tiene diseminadas, en varias latitudes del mundo, a una diversidad de ex señoras, de hijos que aún no termina por conocer y reconocer como tales. Y me explica - es la precocidad de no detenernos tan solo en ese asunto de la pertenencia de nacionalidades y territorios demarcados como límites para nuestro acento, que siempre se miden o aceptan pareciera por el color de piel, por los rasgos económicos, por el perfil social y no por lo que realmente debe ser-.
Gesto oportunista –nos dice- que a veces imponen tanto las fronteras como sus habitantes y que miden el valor de las personas por la cantidad y calidad de cajas adornadas con guirnaldas y flores plásticas o suntuosos regalitos que se llevan en la maleta viajera, que más parecen pasaportes de interés y visas de aprovechamiento y no así de aprecio, tan lejanos incluso, a la idea concebida por aquel gran hombre quién dijo alguna vez y siempre nos recuerda que, si otros pueblos demandaran el concurso de sus modestos esfuerzos, allí él estaría-.
Y eso, te cuento, un backgraound si se quiere (corrija mi inglish señora) se aprende muy bien de memoria en aquellas lecciones que supimos en la niñez, en cuánta calle nos habremos parado en alguna ocasión de vida exília, en la diversidad que se consigna en esos constantes entrares y salires de la orfandad territorial que portamos (sin desgano incluso) y que nos hace acreedores de todas las sensibilidades de la experiencia acumulada en este ir y venir por los sitios en los que hemos topado, convergido, en este caso contigo y con otros ambulantes territoriales.
Son estas reflexiones, créeme, un pedacito de mi historial de vida que por más, cada día, se construye con entusiasmo pese a las dificultades y a la extraña costumbre que porto por darle valor a las personas sin darle mucha importancia a sus naciones, usos y costumbres o de sus fachas, sino y más bien, poner atención en su consistencia y coherencia en el simple contacto, en desmedro de la ridícula jactancia económica que demasiados lucen y gustan imponer mediocremente en este singular mapa de la riqueza.
Hasta te cuento que hace unos días atrás un cura descubrió, desde el púlpito áureo (dorado de diezmos), el asunto de la desigualdad y esas cosas de la pobreza. Ni tardos ni perezosos ¡faltaba menos! quienes tutelan y comparten el modelo neoliberal (gobierno y oposición unidas) como conejos listos para el fornique, precoces instauraron una comisión y todo quedó entre amigos. ¡Qué manera de comisionarse los unos a los otros!. ¡Quién tuviera el poder de la palabra y con ellas hacer milagros! decía yo, el ateo. En fin.
Quisiera entonces compartir contigo este breve homenaje para que a la distancia, esa distancia que algún día se hizo inmensa y que hoy nos acerca, no nos olvide de la memoria y por sobre todo que ésta, se conserve para recordarnos, a lo lejos, que lo importante de la existencia nuestra se mide en el cúmulo de cariños que nos brindemos, si se puede tan solo, en aquel instante en que mutuamente nos recordemos.
Y ya para terminar. Y si bien la queja es una constante para referirnos a esta extraña tierra (es mi caso), créeme que son el remedio casero con el que intentamos mejorarnos de la patria chilena, tan lejana a veces y tan cercana que porfía. Quizás de darnos cuenta, incluso, que ya no le pertenecemos y contradictoriamente aquí nos tiene, zurciendo el abrigo que nos facilita, insistiéndole, procurando fraternizarla.
Es el devenir de nosotros, aquellos que alguna vez posamos nuestro paso muy lejos de ella, a contrapelo pareciera, porque ni siquiera lo pedimos. Que supimos revertir dificultades y sostenernos para construir nuestra existencia en otras latitudes (a contrapaso y pasodobles) para de vez en cuando volverla a sentir como la que más. Y hoy le digo, a coro contigo si me permites, qué importa de donde somos en definitiva, si al final de cuentas, en donde estemos y si todo marcha bien donde pisemos, de allá seremos.
Buen viaje y como siempre (eso aprendimos) hasta pronto. I see you tomorrow misses Daekers.
CARTA ESCRITA EN LA COCINAo cómo reafirmar, por si acaso, la virilidad
Hasta para pelar la papa y cocinarla a gusto no hay mejor asunto que concentrarse con ganas en su almidonada y a veces bella figura. En su densidad de fruto tierno que espera ansioso por manos trémulas que absorban su energética identidad tubércula a partir del sobajeo diestro en el torrente que las lava, baña y ya luego, desnuda, delicadamente sugiere, sin más, la dicha.
Al convencerla de nuestros intentos por degustarla como la que más. Allí ni tardos ni perezosos ya vislumbramos el apero de ollas, fuegos lentos, uno que otro litro de cebada (esa tan solo para masticar el instante), y por supuesto, las consabidas especias de olores penetrantes, aquellas del paquetito de supermercado, ideales para quién, la cocina, es tanto como deseos incontrolables por los placeres que insinúa. ¡¿Quién acaso se negaría a experimentar la dicha del comistrajo?!
Suma de artilugios necesarios y artefactos adminiculados en el historial cocinero tan solo para concebir, quizás, el caldo aperitivo y como plato de fondo para fondear los jugos gástricos que reclaman cuando la particular panza, encargada de degustar el abundante calor de refritos, y que lucha por aplicarse el guiso cual candado estomacal, con la gastronómica intensión de calmar los crujidos de tripa flaca, ansiosa, tan solo requiere de un buen platacho lleno de cariñosos hervores.
Es el oficio hermoso y placentero que se viene sin reclamos y sin demoras porque definitivamente, la cocina, es otra cosa. Es allí donde no solo se planifica la alacena barata que nos toca en la subsistencia sino que, además, es el sitio de la economía de recursos para que la precariedad individual se diluya en aras del interés que más anhelamos, aquel de colectivizar aromas y sabores gracias a los jugos y sazones que de allí emanan.
Y en una suerte de extraña soledad, gracias a la gentil ausencia del resto (la soledad a veces es un lleno multicolor ensacado) y a la inquietante dicha que confiere el vacío de la cocina, del hueco en el nivel digestivo social, se transforma en el espacio presuroso y adecuado para adentrarse en la suspicacia tal vez, en el desorden del mate que hierve en ideas y hasta para especular (también alcanza) en el torrente de emociones que uno porfía y que porta sin fatigas.
Desde ahí ya somos otros, una parte de la receta y organizadores del modus operandi y quizás operadores, con destrezas, de la necesidad básica de alimentarse. Ejercicio de vaciar y echar a pelear todos los ácidos almacenados en esta despensa abdominal que se niega a la inanición y que apuesta a la sobrevivencia e incluso a la reproducción de la especie, a partir de la misión de satisfacerse con el arte sencillo del plato casero, en este caso con la papa, que basta para la magia trofológica de combinar y equilibrar lo simple, y que permite, de paso, una salud impecable y una excelente calidad de vida. Por lo menos eso anhelamos.
Y cierta buena impresión debemos portar para dicho evento. No todos la tienen. Si al final, es un deber reconocer que habemos pocos afortunados en el asunto este. Porque, sobre todo, se debe notar la destreza culinaria que tantos y tantos intentos, sacrificios y más de una olla quemada los años han reportado, haciéndonos acreedores de la gestualidad necesaria, el toque y óptimas condiciones para jactarnos, inflamando el pecho gordo inclusive, de lo necesario que somos, por lo menos, en el doméstico pelar e incluso dócil rayar de la papa.
Allí empieza, entonces, la cúspide de satisfacciones que estas horas sosiegas permiten contener en aras del aperitivo (nótese la característica de lúmpen pequeño burgués), ese del bonchazo chelero que precalienta el cuerpo expuesto al placer de sancocharse de ramitas verdes, aliñosos condimentos, vinagres, limones a destajo (¡Vivan los limones!), de aceites que van penetrando, de a poquito, en la nasal insensible e históricamente intoxicada, por tanto café, rones, frituras acumuladas, y por último, a la lengua traposa de cigarros y alguno que otro sinsabor y amarguras acumulados previamente.
Damos comienzo a esta especie de faje unilateral, empoderamiento de la presa, que permitirá concebir ciertos placeres que, con el tiempo, con los años pareciera, nos hacen más reflexivos. Y tanto la añoranza como un poco de estadística, que es algo así como andar con un saco de papas en la espalda, seguramente en el transcurso de nuestras vidas, lo más probable es que ya llevamos a cuestas más de tres hectáreas de papas chilotas en el cuerpo.
Decíamos, ansiosas actitudes, poses, ceños erguidos, manos limpias, cuchillos al ristre, el delantal adecuado, como un picle virginal expuesto al matadero, evidenciando que, no tenemos ninguna intención de perder la oportunidad rica de conseguir nuestro objetivo comestible y de paso dejar en claro, por si acaso, que la virilidad portada, esa que uno recoge en el afrechadero de la vida, en ningún momento se pone en entredicho.
Porque es aquí, en este sitio culturalmente negado al macho, al proveedor, al reproductor, al recolector, donde se confabulan los mejores bocados que el intestino reclama. Porque insistirle a los placeres que propondrá la sencillez y la escasez de pertrechos, pareciera, son la receta perfecta que las circunstancias nos ponen por delante y reclaman de la sabiduría culinaria. Y es que, entre menos logística de en-seres, fiambres y verduras, mayor capacidad se desdobla para entender el arte de cucharear y aliñar el alimento.
Y allí saltan al ruedo, a este campo de Marte si se quiere, desorganizado por lo demás, las bellas de carne azul más conocidas como papas Cacho, que según el mito chilote, son las más necesarias para la fertilidad de los afortunados en degustarlas (Allí está la papa dicen). Esas otras Corahilas, que en su pulpa blanca rosácea dejan de manifiesto la dulzura y tierno porte pélvico para el plato exquisito, porque, de perfil, son carne tierna. Las comunes rojas o blancas que se entregan por entero (como que se fragmentan al primer hervor) y se someten a las necesidades del chef afortunado en cuestión que puede transformarlas hasta en duquesas.
Porque no hay mejor cosa que agarrar a este sencillo tubérculo e ir conversándole de sus placeres y divinos alcances, de irlo convenciendo, platicándole de a poquito, de charchicanearle (papas, zanahorias con carne) sus innumerables cualidades, de expresarle, si se quiere, nuestra conciencia por el arrojo y esfuerzo de su existencia. Por su noble y callada misión de terminar ensartada y degustada por el que más, y sin chistar siquiera, resignarse a terminar saboreada en cuanto sitio le toque como final.
Así, entre que la mimo para desvestirla, con cuidado, con suavidad, tratando que no se enrede o se perturbe en sus excitantes sensaciones y que sienta, de a deveras, que también me comprometo en la proeza de deshilacharla, de arrancarle la piel y el alma si es que esta existiese y fuese necesario, por que además es a mi a quien más atrae ese breve juego de prendas que se desprenden convencidas, por sobre todo, de la entrega plena.
La huelo por que sus olores al igual que otros frutos carnosos ( en el inconsciente siempre serán algo así como prohibidos) son aroma que se incrusta en mi nasal cariño y apretuja el sexual sentido, digamos, medio animalezco que uno porta. De ese modo conservo sus particulares concentrados y flujos por que ellos también trasladan a la magia de la pertenencia del otro sin más razón que esa.
Y es mi lengua la que apretuja y busca, se contrae y expande urgente en busca de su tersa textura, porque allí, las glándulas salivales, segregan inmediatamente la ptialina linda, que cual néctar de las diosas (tan ricas si existiesen) más excitantes, nos confiere el don y el poder de trajinar y adentrarnos por entero en este cuerpo-objeto en reposo, por completo ávido de las sensaciones y desde luego de los placeres de verse devorado.
La mastico en sus partes más blanditas, sin sospecha siquiera, sino más bien con la sabia intención de puntearla con el sello propio, el personal, una suerte de posesionarla, de marcarle el territorio, porque mis dientes también desean el gozo y porque la crudeza natural que porta, abstrae y sugiere que también palpita y se encabrita, se excita, y esa calentura que es sinónimo de aceptación absoluta, también colma, arrebata. Y cuánto quisiera detener ese instante tan solo de aprisionarla, de no dejarla, pese al deber de continuarla, en el deseo de terminarla, acabarla, de cavarla, porque aún se sabe insatisfecha.
De allí se posa, se entrega, sugiere y propone, es la apertura natural y no forzada en donde todos sus poros y cavidades nos pertenecen. Justo en el instante en donde mas se sabe gozada, porque ella se siente penetrada, no solo con la tiesa mirada que hierve de su grato reposo, porque de verse cotejada y muy bien aprisionada, ella más se estremece. Y justo en ese instante que nos proclama, acaba, para terminar de hervir plena y rebozada en aquel recipiente de agua todavía agitada.
Es allí en donde el cocinero de las destrezas para con esta rica presa, afiebrado de tanto ligue, de cachondeo libidinoso, del pololeo deseoso, se ríe pleno. Y calladito si se quiere, con la risa nerviosa que solo los placeres provocan, tan solo acabar sumergido en el humo de los placeres y sueños hermosos. En el cigarro que, si se fijan, anuncia que todo ha terminado. Porque sabrán que para después de un rico y sabroso taco, sin duda lo mejor sigue siendo y se antoja, un buen y contundente tabaco.
Y bueno, así con la cebolla y otros vegetales para luego, más adelante. Para cuando el período retráctil aliviane las inflamaciones y que junto a una cocina generosa (un campo de lucha tibio, tirando a caliente, como una verdadera tierra del fuego, de goces apasionados, con todo y cenizas), lo permitan e imaginen nuevamente. Si al final el asunto es re papa. Verle el ojo a la papa debiera ser tarea sencilla porque además, y si de placeres se trata, apapacharte y masticarte por entera rica boni-a-ta, éstos me matan.
CARTA ESCRITA EN UN BILLETEo cómo demostrar solvencia a la hora de la verdad
- ¡Aquí no ha pasado nada señores!. - ¡Continúen, por favor, continúen!. - ¡Dejen que trabajen los rescatistas!-. ¡Vamos desalojando o pido el carné!. ¡Ese de la edad!. - ¡A usted le digo oiga, circulando...circulando… o me lo llevo rapidito!.
Allí se detuvo nuestro paso por un instante y una vida más se diluía literalmente hacia el interior de la alcantarilla oxidada. Socavón abierto de la calle (a estas alturas apestosa zancadilla para la malapata) que abona y oferta, en cómodos pagos este accidentado suelo patrio, patrocinador del torpe tropiezo de aquel cuerpo lleno de vejez y vaya uno a saber cuántos efectivos achaques portados en su esmirriada y poco auspiciosa humanidad.
Y ese era la solicitud ciertamente desenfadada del individuo uniformado, autoritaria por lo demás, quien no dejaba ninguna posibilidad de saber de las desgracias de don Anacleto (no confundir con el angelito ese, uno de los tantos dueños de nostro país) quién tapado ya, con la sábana difunta (esa que oculta el rictus de la miseria y abriga la desesperanza), era trasladado de mala gana a la morgue más cercana (dime cómo pagas y te abono mi cariño) y ser depositado, en efectivo, en la plancha fiambrera apta para los exámenes correspondientes, aquellos que finiquita los saldos a favor y en contra, con la autopsia gratuita, del miserable difunto.
Hasta ahí todo marcha normal, al final la muerte es cotidiana y carga en toda circunstancia contra el que se encuentre más a la mano sin importar siquiera su condición, menos entonces suponerle predilecciones. Pero está claro que, como en cualquier orden de cosas, hay muertos de primera y de los otros, el resto, quiénes mueren en la desigualdad y en el chorreo otorgado por la fluctuación de clase y que el mercado, el mercado de la urgente salud, bien se encarga de administrar (¿con boleta o factura?) desde luego, faltaba más, para sus machucados clientes.
Y es que de nada sirvieron los desahuciados ruegos, previos a esta muerte pública, por salvar la existencia del occiso. -¡Aunque sea en cómodas cuotas pero llévenselo!- exclamaba un triste transeúnte y quizás desconsolado experto en la jerga del negocio sanatorio, quién insistía en la necesidad del traslado inmediato hacia alguna clínica (un poco más exclusiva que la cuneta), de aquellas que suelen dar un saludable crédito siempre y cuando, a la vista, los cheques en blanco se agiten poderosos y con buena fisonomía, previa averiguación (obvio) en la oficina del boletín comercial (negocio redondo). No vaya a tratarse de cuenta corrientistas con electrificadas deudas pendientes.
Y para que así sea, el sistema requiere y hasta se desvela en el cuidado y atenciones (estamos para ser-vi-r-les), sobre todo cuando se trata de atender y entender, a los esmerados ciudadanos de este mercado inhumano, en el auge y plenitud de producción justa para la explotación (ya luego nos preocuparemos de su salud), no importando mucho incluso, el de dónde provenga el efectivo y la morralla que portan y menos andar mostrando la hilacha y preguntar absurdamente por la dolencia que lo aqueja.
El asunto es ir evitando (así dice el contrato y pagaré oficial), cuanto más rápido mejor, el dancing o baile con los que sobran, con las hordas lacras de la sociedad y dejar que hagan de su desigualdad lo que les plazca, siempre y cuando no molesten el bienestar del negocio con su condición de parias no afectos al suntuoso negocio médico, salvo que estos, se inyecten al igual que los poderosos, en la nalga derecha si se puede, el ya casi vencido antibiótico neoliberal.
Y es que un flaco favor hacen estos bellacos pobres a la patria pujante de éxitos que, gracias al dinero fácil, los equilibrios macroeconómicos de tanto oportunista esfuerzo, negociante sudor, luchas de poder y todas las cantinelas de la justificación posibles y que no saben, ni consideran, el costo de las transacciones y concesiones del arcoírico y alegre sistema. Lúmpenes al final de cuentas que, a cualquier costo, a veces, insisten en comer de la torta que unos pocos afortunados degustan y bien tragan y que ni siquiera con la pellejería se conforman. ¡Malagradecidos inconformes de sus miserias!
Quizás impresionado por la muerte pobre (a la vista) de aquel escuálido ciudadano arroyado al pié de la vorágine egoísta, deudor por lo demás de la individual tarjeta que obsequia el capital en comparsa con su fiel guardián vestido de jaguar (todo sea por los buenos negocios y tratados de libre comercio que se avecinan, manchados de populosa hipocresía, masiva soberbia y un dejo de ampuloso altruismo), allí me vi reflejado, yo mismito, por un instante.
De darme cuenta que todavía es posible morir anónimo pese al efectivo recién regalado por el fondo concursable y a mi denostada tarjeta de salud para víctimas de la represión y que, sacando cuentas, en ese miserable cuaderno que calcula mis ingresos (una especie de negocio a futuro decía yo), salvo me otorgaran un premio nacional, allí apenas pareciera podría descansar en paz mi, espero, agitada vejez en algún campo santoateo o de pérdiz (que es casi lo mismo que anhelar y tener harta cueva) ver mis escasas y poco rentables cenizas esparcidas sobre el miserable caudal que fluye en el poco plusválico río Mapocho.
Y de allí surgió una segunda reflexión y preguntona especulación en voz alta, idea insana por lo demás, de preguntarme a propósito de Septiembre, ¡¿En dónde mierdas estará el pueblo unido que la canción del neofolclor anunciaba décadas atrás?!, ¡digo!, como para ir cobrando en conjunto (como si se tratara de una especie de oficina de confianzas, sin fines de lucro) las deudas pendientes e impagas a todos estos usureros y buitres mercachifles que nos gobiernan a base de zanahorias y garrote cuatrero.
Ni tarda ni perezosa llegó la respuesta a mis vacuos reclamos. A mi cartera vencida de insistencias. Como un recordatorio a mí desfalcado, por lo demás, percápita estadístico de reducir las demandas, las necesidades sociales que tanto penan, deudas internas y que nadie externaliza y menos las grita por algo siquiera más decente, por ir rompiendo o quebrando lo, hasta ahora, imposible.
Justo en su último aliento de vida, justo cuando más se moría, don Anacleto se atrevió a expresar con dificultad, con cierto pesar inclusive su premonición ante mis dudas. - No se preocupe caballero. – Al pueblo unido, a estas horas, o lo tienen viendo la excelente teleserie en el canal de todos los chilenos (lamentándose de paso no poder ver el final de tal importante asunto) - O lo preparan para el largo feriado de fiestas patrias que se avecina. -Ya sabe, ¡A gozar que el mundo se va a acabar!. - O en su defecto, (sentenció ya desfallecido, asido de la mano del cronos mortuorio) ese pueblo que no reclama y que usted reclama, anda de indigente, pasando la fría noche, creo que por allá, en el acondicionado y a estas alturas recinto estratégico para eso de hacerse los gueones con la pobreza, estadio Víctor Jara-.
CARTA ESCRITA CON MIS CUECASo cómo menear la inflamada vela
Deja hablarte bonito ingrata, como hacen los piratas si de secuestrar sirenas se trata. Y a ver si así, con eso, reflotas mi balsa que a la deriva se haya y solícita te busca, de eso se trata. Y es que así ando en estos días, ya son varios los que acumulo, zozobrando el nao en la ausencia de tus aguas. Recordando que hasta los piratas se bañan y a veces hasta se empapan.
Como barba roja o ese con garfio, el del ojo tapado, enfadado que hasta el plumaje del loro me encabrita. Al que ni siquiera el oropel de cofres, con tesoros conquistados, ilumina su carita. Menos le devuelve los tuertos mirares por que son demasiadas las ganitas, de estas manos sobre todo, por posarse en tus gemitas.
Además que cojeando la pata de palo me hallo. Y más pirata parezco. Pareciera que el fútbol y sus patadas, aquel de pelotudos dispuestos, no sirve a los navegantes sin puerto, tampoco a los piratas. Menos cuando se trata, de que lograran, por último, pisarlo tus demasiadas patas.
Algo hiciste en mi timón brujulero, aquel que ordena la dirección y rumbo necesario, y sin ser embustero, hoy la brújula mía más anda en cualquier parte, menos en donde corresponde anclarce. Más cuando te pierdes en tu inacabado apartado, más cuando ni siquiera pelotas das a mis interminables desenfados. Me gustas cuando trato de verte, me inquieta no saberte. Y aquí me tienes a la suerte en espera de lo que quieras. Preguntándome ¡qué mierdas pasa!, ¡qué chuchas me queda!, ¡qué suerte suceda! si al final se trata que te agarres de mi vela, esa que si tu quisieras, de pura dicha, entera navega y navega.
Será posible acaso que se trate del borrón y cuenta nueva. De aquel que se ufana este país chileno. Será que en esta ocasión no sea de mentiras y la puritita verdad ahogues lo que siento. Estrangulando el pensamiento. Ahorcando los sentimientos. Cortándome los remos, previo al hundimiento.
Cual Simbad el marino esperaré entonces, que orientes mi navegado camino. Mientras, me sigo preguntando, qué fue o cómo sucedió todo. Me refiero a este navegado mareo balsero y de paso, con el ron me entono, para declararte que ando solo.
Porque créeme, hasta los tiburones ya se preparan. En aquel rito de faenar toda mi carne expuesta a tanto deseo tuyo. Y porque también me gusta recordar y de eso me jacto y me ufano, señora mía, oso pandero, como buen navegante de las aguas turbulentas color verde claro, de todo lo tuyo que, si no estás, hasta si quieres muerto me declaro.
CARTA ESCRITA EN UNA BALDOSAo cómo pulir el fracaso y sacarle brillo a la estética
Campo de Marte para el arreglin de juegos florales, de reinas y luchadoras concursantes, ataviadas con la agudeza de coreógrafos y modistos en general que, sin miedo y medio en serio, combinan la comedia jolibudense, al mejor estilo singin in the rain (dios quiera interpretada por sinatra), con alguna suerte de criollo estilo de pérgola de las flores y que para desgracia de nuestro chovinismo, ese que se afianza en la cotidianeidad de la intelectual ignorancia, el mal gusto más omnipresente no es nativo, sino oriundo de la importación, gracias a la mirada experta del ojeo de lectura veloz a la revista exclusiva o a la puesta en escena, un símil acalambrado, de algún programilla del dial televisivo onda high school miusic.
Aquí la morfología de los que suponen estar a la altura de las circunstancias y los que se esmeran en alcanzarla, quienes revisan hasta el cansancio la moda en cuestión, el último grito, lo sensacional, en donde la cerámica y la zoología fantástica de patos, osos, lagartijas, palomas y arañas peludas, se desdoblan en pos del bien común, es decir, el de la patinadora doncella que entrega sus gracias al despliegue en el piso, al olimpo de árbitros saqueros, y de orgullosos padres (la madre también), quienes hacen nerviosos malabares y piruetas, para proyectar su esmirriada carencia escénica y por sobre todo, juntar morlacos para que no se note pobreza en el cuadro performático de la cría expuesta.
Aquí el souvenirs y postales humanas (en rodaje), que ilustran en vivo, en directo, un idílico y caluroso caribe, con una inacabada decoración de palmeras, mangos, guayabas, combinadas generosamente con algarrobos, araucarias, canelos y especialmente parras y que van dando el borracho matiz de globalización y emperifollado espectáculo con humor a nacionalismo de patria pobre, añoroza de alguna rica indentidad perdida (¿hubo acaso alguna?) en, quizás, un sueño cultural ya muerto, como los cisnes.Florcitas, águilas y gusanos bordados en chaquiras, dijes, brillitos y que se admiran, maravillan, deslumbran como si se tratara de las figuras de porcelana, imitación china, que ni los terremotos harían quebradizas. Películas de artes marciales, como si de presenciar un concurso de exorcismo y sortilegios, en busca de la cita perfecta para representar el verso adecuado, la oda exacta y si se puede, el vestido de pagoda china-japonesa o algo cercano a una bruja si se pudiese, y que resarcen aquí, a su manera, las limitaciones educativas y desde luego las adquisitivas.
Carencia de formación artística, achaplinadas conjeturas y teorías, riqueza que estimula la tara por lo Bello, lo Bonito, lo Ágil, lo Vistoso, lo Deslumbrante en la forma, lo entrete-nido. Escenas de antigüedad clásica y parafernalia novedosa que copan las pretensiones del concurso o campeonato en rigor. Malabarismo objetual que alcanza la cúspide cuando estas cleopatras, en cuatro ruedas, giran la vista al cielo, en señal casi mística, para solo terminar rodando cuesta abajo en la rodada y que las aterriza, de cuatro patas, de vez en cuando, en el duro piso de la realidad, y que ayuda (una especie de anti inflamatorio a la resignación) a tomar conciencia de no ser las más favorecidas para el deslizamiento al limbo de las grandes deportistas-vedetes.
Seguramente terminarán, sus días, animando el baile del vientre de sus predecesoras camadas, a quienes ya imaginan, en unos años más, instaladas en lo más alto del podium técnico-artístico, cuando los patines suplan su labor y planchen la ropa, o substituyan alguna carestía, y se vendan en cómodas y resignadas cuotas. Al muerto las coronas y medallas, a-dios, que te vaya bien, con ángel y escorpión para no ser del montón, mucho menos un perdedor.
Musiquilla pegajosa que se multiplica generosa en porciones del gingle de supermercado a destajo y similares a la del cabaret rumbero o del night club más cercano. Coros cuyo vigor resucitarían a nefertiti al instalarse en la coja y neófita sordera portada, a ritmo de cualquier cosa y también al compás, especie de convulsión milagrosa, una mágica pátina o trompo, por revivir el hit parade de décadas pasadas, el exitazo de épocas doradas y si se puede, el último grito (o aullido) que las discotecas obsequian gentilmente.
Suma de recursos de la imaginación básica tan propios a la hora de adentrarse en el conocimiento inacabado de la decoración abigarrada, de blusas floreadas que necesitan de urgencia una pista exclusiva y por sobre todo el perdón de la playa más cercana. Toquis y gorritos, repletos de frutas, que aspiran al primer lugar de obras maestras en la frutería y verdulería del barrio, para soñar un sitio en el vestuario de cierta época tardía, en la historia de la arqueología y si se puede, para dedicar un párrafo, a reglón seguido, al ramo de diseño-modista-remedo-remendón en alguna escuela del rubro.
Un cuerpo de jurados que se suman al delito (¿inconsciente?) a ritmo de teletón, regatón, y un nubarrón más de discapacitadas posibilidades dispuestas y disfrazadas para la ocasión. Ojo experto a cargo de reproducir la creación de nuestros propios ídolos o de enterrarlos definitivamente junto al medallero escuálido de la autoestima que portamos y, de paso, sabio consejo para aportillar el crecimiento sano, a lo lúdico que es el desarrollo de los niños, sin pretensiones, desenfadados a los acentos de divosidad y que, para cada torneo, se empequeñecen por tanta presión al logro híbrido de ver proyectada toda pobreza humana, en la riqueza del trofeo de oropeles que allí se otorga.
Como sea, producto de la importación o de la sustitución de importaciones, el gusto indescriptible es la escuela de los sentidos y los sentimientos en la que casi todos, por una razón y otra, nos inscribimos, por una módica suma, a la proeza metafórica, a la monumentalidad del capricho al mal gusto, al ruido visual, al artificio fallido, a la estética haragana y prosaica, al núcleo de relajo en la resignación, a la flojera del conocimiento universal, a destajo.
A la vulgaridad de la baratura y al fracaso de la estética, para hoy estridente, que irrita y provoca tirria de sobrado paternalismo ilustrado, de la edición por identidad de lo hecho en serie con la intención de ser tomado en serio, del despropósito y chacota, a que todo se enfila, a partir de un simple esquema de patinaje, planificado y medotizado, para que al final de la ruta, a la meta inculta, prime, tan solo, una especie de estética facilita y ramplona.
Así estos guerrero(a)s que regresan victoriosos (o no) del escampado de las Vegas y montañas del madison square garden (Talagante con amor) venga usted, no se tarde. Horda de vencidos que se disfrazan de generales después de la derrota para ocultar sus vergüenzas bélicas. Tropel de ganadores que lucen la guirnalda y condecoraciones por haber descifrado y atinado a las consideraciones estéticas del respetable allí presente y a la de emperadores romanos de la venia (vida o muerte) y que pasean implacables e impecables su vestuario de chanel del tercer mundo, antes de la hora de almuerzo, para efectos de atemorizar, con su intelectual dominio escénico y capacidad, en esta extraña justa deportiva. Ave césares, que más se asemejan, estéticamente hablando, al infaltable sanwich de ave palta, recargado, casi barroco o churrigueresco, con salsa picante, mayonesa y ketchup.
(-¡Oígame!, véndame un hot dog para palear la pena que hoy me ronda (o rueda), vendada y llena de accesorios, montada en patines, en ruedas de carreta-)
CARTA ESCRITA SIN PELOS EN LA LENGUAo qué puedo yo contarte, greñudo comandante
Te escribo estas letras, desde la distancia que dan los años y una que otra cana, que ya luzco, como si de condecoraciones se tratara, en mi ya raleada melena llena de calvas. Por suerte siempre llena de ideas, eso creo, llena de convicciones y por sobre todo, arrebatada de deseos y en donde, pese a la carencia cabelluda, no se asoma o cuelga ningún pelo con tonteras.
Y te escribo, desde el anonimato cuarentón que llevo a cuestas, sin aspavientos, pretensiones u otras calamidades, con la intensión de saludarte y contarte de las tantas liendres que revolotean el mechón del pensamiento que porto, como si tratase de una charretera llena de hormiguitas, que pican la existencia, molestando e inquietando, y que no cejan en su comezónico afán de hacerse presentes en pos de tironear los sueños, despertar ideales y un sinfín de trasnochadas necesidades.
Una especie de urticaria que quisiera compartir contigo y con quienes, también, a veces, suelen rascarse la cabeza, la barba, con bronca y preocupación. Se me ocurre que es por tan compleja existencia, por tanta inquietud y zozobra acumulada. Como si fuese una caspa espesa, que ni tratándola logra aplacarse, y es por eso, en definitiva, por lo que hoy te escribo: mucha grasa y resequedad acumulada a partir de tu muerte, de tu asesinato, por allá en aquellos inhóspitos y húmedos senderos bolivianos, en La Higuera que quiso sepultar tu gran fruto de vida y, desde luego, tus ideales y esperanzas.
Y qué tendría que escribirte, podrás preguntarte, si al igual que muchos, y otros que ya no tanto, fuimos mudos testigos del sueño hermoso que forjaste en tu sien revolucionaria, caracterizada tan a menudo por la impronta melenuda inmortalizada en aquellos fetiches tipo póster e instantáneas del mercado dizque revolucionario. En calvos pasaportes que permitieron tu vuelo universal para soñar tiempos mejores. De gorras aladas para saludar tus victorias africanas y el intento permanente por afianzar otras. Y que hoy, tan solo, con una o mil boinas combatientes de ésas, podríamos lograr tal objetivo y, desde luego, seguir la senda que tú trazaste.
Y aprehendernos de cuántas compartimentaciones y ejercicios del rizo, la chasquilla, el mostacho, con la inequívoca sabiduría de camuflar el pensamiento para así pelarnos o evadir el casquete corto, el rape ideológico (al cero) del poderoso, y que porta aquella milicia mercenaria que sigue tus pasos en busca del aniquilamiento perpetuo a tu figura, a tu obra, a tu vida.
Y que aún siguen, te cuento, disfrazándose de rángeres, trenzados en el poder, en pos de afianzar la tutelada democracia autoritaria de panóptico mirar, escondiendo la guadaña y garra sucia, con la malévola intensión de rasurar, incluso, hasta tu mirada. De arrasar, con el cuchillo que portan los cobardes, tu pelo frondoso, de paso, toda tu existencia y, también, la nuestra.
Porque deja decirte que, pese a toda parafernalia por matarte bien muerto, tu huella e historia se pasean inmortales por este irregular y largo sendero de ánimas y embustes. Y es que fuiste un David gigante guerrillero heroico, y ese ejemplo no se empequeñece, comandante, ni con el paso del tiempo y menos con el tango cambalache, en donde asistimos, dime si no, al desgreñado encuentro del oportunismo y el lameculósculo ejercicio del acomodo.
Y tu ánimo a contrapelo no ceja de estar latente en cada uno de aquellos incesantes luchadores que siguen tu rumbo, desde Rosario (tus raíces) a Santa Clara; de Santiago hasta donde se nos de la gana, a pesar de las mismas o menores complejidades que tuviste. Y es eso, Ché amigo, lo que trasciende. Por ello puedes estar tranquilo y por sobre todo atento. ¿Las dificultades?, decirte que son, tan solo, un pelo en la sopa, un cabello de ángel cuando se trata del hambre por revertir lo que nos toca.
Quiero, entonces, contarte que seguimos siendo unos mechudos cabezadura pese a que hoy tan solo peinamos los pocos pelos ideológicos que nos van quedando intactos, pero siempre lavados con el shampú de la intransigencia. Conscientes que cada uno de ellos son dignos, auténticos, al igual que los tuyos o al menos, aparentemente.
Ser menos viejo, más nuevo hoy día es mi bálsamo y proclama, gracias a la poderosa intensión de continuar en aquella senda que tanto tú como otros melenudos supieron proponer al mundo, sin más afán que imaginárselo irreverente y más cerquita de nosotros, menos lejano para los que se nos vienen. Menos oblicuo, menos inclinado.
Te escribo con letra grande, entonces, desde la intimidad de mis días, esos que se alisan a partir del asunto cotidiano. Con la sencillez del moño de ideas que he ido atesorando. Para ir desenredando la hermosura que la vida nos propone. Trenzado en el debate con mis despiertas y despeinadas hijas, (con ellas me peino, porque son ellas las que me lucen), que crecen con todos los errores y en menor medida aciertos que la enseñanza permite.
Deja decirte que, además, comen como pelonas de hospicio y, desde la mismita trinchera de la cotidianeidad y la objetividad de los actos, aquellos que no se transan y que permiten estar atentos al ejercicio del pensamiento, vamos procurándonos para tratar de fallarle por un pelito menos a tanta precariedad que la sociedad nos propone.
Procurando, por lo demás, que, estas piojas cariñosas, sean más grandes y consecuentes que uno mismo, que no se llamen al engaño, a la soberbia, a la mentira, a la apatía o el embuste. Que preserven el puñado de ideas grandes que acicalamos con ternura, con pasión, con el amor que la sinceridad nos otorga, porque al mismo tiempo que las vamos desmadejando con fuerza, implacables, responsables antes que nos gane la muerte, las vamos viviendo, afeitando y desmenuzando de a poquito, con vital ternura, con visual hermosura.
Y mi tesis es que puedan peinarse sabias y miren al mundo con la óptica más sensata y humana que exista. Con la finalidad única de verse plenas. De amarrarse el moño de la existencia con todas sus fortalezas y en mayor medida, eso espero, sepan cuestionar y superar todas las debilidades que van aconteciendo a punta de agarrar con pinches, coletas y pasadores a la mano, toda riqueza de la sencillez, toda honestidad posible, que para eso existe y cuentan con mi desvelo, con mi lomo de padre sensato y claro, con el tomo, siempre al cinto y dispuesto, de tu libro verde.
Y te escribo con la tranquilidad que nunca tuviste guerrillero, desde este escritorio, que acumula, a lo más, polvo y desorden, y lo hago con el arrebato necesario para deslizar alguna indestructible idea, ya sabés, cada cabeza es un mundo. Como queriendo que éste cambie de tanto en tanto y nos permita algún día verlo, más transparente, más contento, más humano, menos triste, menos desigual, menos porfiado. Más redondo incluso.
Y lo hago amononándome hasta el copete, rascándome la barba. Con un dejo de desespero incluso, porque no se me ocurre nada como para remediar tanta maldita mecánica y escaso entusiasmo de estas pobladas que hoy pelean y se enfrascan por conquistar la última moda, enfrentando su excitismo contra el rival económico de más plusvalía que tengan frente suyo, librando la urgente batalla por adquirir bienes, lidiando de lo lindo por ser fieles al mercado, incendiando el discurso con otras tantas macanas como el egoísmo, la riqueza acumulada por sobre la pobreza del hombre, y nada, por sobre todo nada, de poesía humana.
Y me encabrona darme cuenta que mucho por cambiarlo no hacemos, porque pareciera que quisieran tomarnos el pelo con la cantaleta de las bondades del sistemita éste. Hoy mientras escribo, en la calle, los enfrentamientos son fuertes; dos barras bravas se agarran del moño por el honor y la convicción de sus equipos futboleros favoritos. Observo un país casi al borde de la guerra civil; el término de la telenovela favorita los tiene profundamente convulsionados y divididos. La policía, que no escasea, haciendo de las suyas; operaciones peinetas y de rastrillo en busca de salvarnos de ideas subversivas, y con toda suerte de cabelluda crin de caballos desaforados, intentan que, por un pelo, o una cabeza, nos salvemos de ellas.
Deja decirte rebelde que, fieles a tu cometido, siempre atentos estaremos. Y, querido melenudo, deja preguntarte, y ya que andas siempre por ahí con tu pelo al viento, peinando sabiduría, acicalando esperanzas, desenredando convicciones, chasconeando emociones, ¿tendrás tiempo para peinar algunas dificultades que nos tocan con aquella maquinita apta de ideas, que rasura el engaño, y que tú, maestro peluquero de espeldrum abultado y educado estilista social, siempre portas en tu cartuchera presta junto a tu diario de vida?
Porque deja decirte que, pese a tu asmática ausencia, otros pueblos seguirán demandando, cada tanto, el concurso de tu modesto aliento, tu honesto discurso y sobre todo el desinteresado y permanente ejemplo maestro. Y que junto al peine hermoso que acicala tu presencia, desde esa histórica y rural Sierra Maestra hasta el asalto definitivo de la contemporánea y esmirriada urbanidad que nos toca, nos hará lucir más bellos.
Eso, por lo menos, para mi, querido y siempre recordado comandante, sin duda, ¡estaría de pelos! Porque, además, ¿qué importa de dónde seas o en dónde te poses heroico Guevara?, si mientras estés en nuestra amplia frente, en esa en donde el cuero cabelludo sujeta, con fuerza, la memoria, sencillamente allí siempre estarás presente, incluso, hasta después de nuestra propia muerte.
El viaje en avión serviría para el reencuentro con aquella ruta demarcada en la risa infantil y por el trazo alegre de la adolescencia hace ya muchos años atrás. Un abrazo a la intra historia que nos tocó pelar, diría yo, con aquel diente careado del exilio y algo de juicio que dan los apretones y masticaditas de pertenencia a la tierra ausente por más de una década.
Fue volver al sitio mismo que construyó lo que somos, a principios de un endeble y frágil nuevo siglo. Acontecimiento expectante para la vieja neurona desarraigada que me han de ver, y disfrutarlo, que no faltara ningún detalle, que las platas turísticas fluyeran contentas, sin dar paso a la caries de la carencia, serían el objetivo.
El lan-cero nacional, único en su clase, sería el responsable de nuestro vuelo. Así nos adoctrina y bajonea la propaganda del aturdido mercado globalizado, que se infla de beneficios y nos mete el libido dedo en la llaga consumista, y nos coge con aquello de volar a la altura de los que si pueden hacerlo e ir, de a poquito, cuesta abajo en la rodada por tanta deuda que se acumula a riesgo de quedar sepultado, boca arriba, en ellas.
Línea aérea además propiedad del empresario criollo de la risa perfecta, hipócrita hiena con colmillos de oro en potencia, que sí se la pudo gracias a sus dotes de triturador mástil carroñero y su doctrina de vender barato el tarjetazo de crédito, visa maestra para saborear cucharadas de generosa utilidad, y de vomitar, al respetable, los beneficios de la identidad de jaguar latinoamericano en pleno y regurgitante desarrollo.
Hijo además, a propósito de guácalas, de algún republicano pro hombre con aires democráticos, esos abundan, cercano, de lejos se les nota, al ideal de cortar los dedos incluso en pos de cagar al prójimo sin ruborizarse siquiera. Militante de algún partido despótico, sobras políticas que suelen ser gobierno, con la venia de dios y de la torpe poblada de nuestra América, acostumbrada a comprar pasajes de ida al populismo barato, y ser picaneados, a la vuelta, en el caro diuti-free del desprecio.
Aquel que funciona como alcancía para unos pocos vaciando de humanidad y esperanzas a cuanto iluso se cruce en su camino neoliberal. Del mismo tropel ¡ah que no! cabe destacarlo, que reía carismático ante la carnicería en décadas pasadas, y que acomodaron oportunos las circunstancias del lucro sin ascos pese al luto que impusieron para este finado país. ¡En fin!
Santiago - Ciudad de México y anexos turísticos, serían el itinerario para la ocasión. Los nuevos ricos y pujantes viajeros nacionales, felinos locales de la garra grande y afilados trepa(na)dores soterrados, saldrían joviales a conquistar y a lavar sus presas de orgullo depresivo por allá cerca de las limpias playas alegres del caribe mexicano y también ¡por qué no! aprovechar el vuelo para tatuarse, en sus cuerpos fláccidamente siliconados y llenos de guatones asteroides musculares, los recuerdos de la trencita rafta y el bronceado hasta del zapallo que le han de ver y que Zapallar les niega.
Con la sonrisa anclada por tanta estrechez cívica, aquella reacia incluso para el saludo ordinario, acomodaban raudos su triste y mal educada humanidad en los respectivos lugares asignados por sobrecargos y capitanes, generalmente, oriundos de la misma especie y que ofrecían de pie, a la defensiva, con cierto temor y llenos de nerviosos rictus faciales (algo de similitud se percibe a las taras y muletillas del mayor acaudalado y patrón que les toca soportar) cuanta amabilidad obligada para las ocurrencias de sus clientes habituales, grandes acumuladores de las millas de pelotuda soberbia y unos cuantos kilómetros de egoísmo que regala la identidad criolla.La idea consistía en presionar las lumbagas nalgas desarrolladas en el ejercicio prisionero del estresado cansancio y de la realidad chilensis. Culos de gatos pujantes para el económico espacio compactado, especie de cariño de clase turística, donado por la empresa privada que, sutilmente además, solicita guardar bien los paquetes y no abultar aún más los reclamos que el viaje provoca.
Uno nunca sabe que sucede allá arriba cuando la bragueta cultural y autóctona se abre hocicona y menos cuando se trata de la incómoda y ridícula paisanada que tan solo pretende tocar el cielo con las manos demasiado paranoicas y cochambrosas de esta tierra que los parió y exige para ello, hasta las escaleras de lo imposible o acaso un zeppelín inflado con el pulmón del otro y así llevar a cabo sus humos de grandeza.
Nuestros temores se hicieron realidad rápidamente. Muchos pasajeros no tan solo exigían que las sobrepesadas y falsas maletas de mano, verdaderos monumentos al cachureo piojento, ingresaran sin contratiempos, si no que también los reclamos al personal a bordo se transformaron en pesadilla lunática o especie de incómoda pulga en el culo. Y es que cuando el chileno viaja, es posible que hasta el viejo loro y la arrugada suegra, aquella vieja empingorotada que se roba todo, hasta las sobras con la excusa del souvenir para los nietos, sean parte del equipaje del neceser. Queda de manifiesto así, el síndrome de la petaca, rara tontera esa de empujar las maletas y los bolsos incluso hasta con las garrapatas.
Entonces sucedió la escena absurda. Ya en tierra derecha hacia la derechista aztecalandia, actual cuna de neo emperadores fascistas o sea legionarios de Cristo, al pan pan y a Dios que les vaya bien, y luego de varias turbulencias brindadas por los briosos nuevos vientos ecuatoriales, alguien, vaya uno a saber, no reparó en el cierre hermético del maletero aéreo, aquel que se sella a punta de cabezazos si es posible, y que a veces nos depara la sorpresa menos esperada.
El remezón de la nave abrió de azote la compuerta, para dejar en evidencia que varios envases se nos venían encima de sopetón. Uno de los frasquitos, con etiqueta pirata y remedo de sellado artesanal, con scocht o diurex, de aquel que aprieta el extraño tráfico clandestino, de cuajo se abrió justo sobre la cabeza melenuda de un letargoso turista de aspecto guizquero y anglosajón.
En su interior las raras latas de conserva contenían mariscos varios, que, de seguro, cumplirían con deleitar, con la fama que gozan los productos del mar chileno, a cuanto mexicano loco, con ganas de intoxicar la solitaria lo solicitara, y es que tan solo acostumbran, desde hace rato ya, degustar tiburones a madrazo limpio, alguno que otro pejelagarto salteado en camarones o el típico y populista cebiche con ketchup y mostaza que se ofrece con pan quemado, en el tostado y a veces chamuscado país del comal político.
El susto del republicano-democrático gringo, quién vio toda su antiterrorista humanidad, acaso la tiene, bañada en líquidos y moluscos afrodisiacos del litoral central y que para el instante colgaban generosos en aquel rostro pro abusado de la vil ofensa, fue tan comparable al miedo que provoca comer hamburguesas en la cadena de comida chatarra del viejo granjero terrorista de la diabetes con apellido macdonald.
Mención aparte, sugerir el uso en exceso, de las asexuadas machas, ideales para la lengua musculosa que funciona como es-taca clitoguerrera, el rico y sabroso chorito al velador, una que otra concha de Santiago de flácido y frío ostión crudo, coquille saint-jacques para los conocedores, sin olvidar el eréctil, calentón y pícaro picoroco, que se incrusta como roca en el paladar y que fue para la ocasión, uno entre tantos para darle sazón y altura al pequeño viaje.
Y es que mofarse del afectado y ya alterado gabacho conmovió hasta el rostro menos siútico de la fauna allí convocada, y más de alguna alteración gástrico sexual provocó en el resto de presurizados y siempre reprimidos paseantes del apuro. Me excluyo.
El humor varió después de un par de horas y es que el penetrante olor a yodo piure-ano se impregnó eterno hasta en la mismísima cavidad de pilotos y azafatas, provocando el desconcierto y muchas sospechas respecto a los varios humores allí acumulados y ni siquiera el piloto automático pudo salvar su mecánico paso por la vida de la intriga del olor ajeno, que a esas alturas moría putrefacto en el cuerpo del forastero yanqui go home, que en su acento espaninglish, vociferaba todos los epítetos permitidos por cochayuyos y lapas grácilmente posados en su infeliz mueca encabronada.
CARTA ESCRITA EN EL GUATER o cómo evacuar y limpiarse bien la patria
No contesté antes tu carta, debido a varios asuntos que nos depara el mes de Septiembre. Contradicto como siempre por tanto embauque ideológico-político, cívico-militar, festejos, ceremonias, llantos y alegrías que ofrece. Entre ellos la celebración de la independencia mexicana y todo lo que rodea tan magno evento. Ya sabrás de las sorpresas que nos concede la patria de Juárez y sus Niños Héroes.
De su marcado chovinismo y estridente nacionalismo que incluye los clásicos desfiles de tropas, armamentos, enseñas, cánticos, veneraciones. Todo para quienes consiguieron, a balazo limpio, este pedazo de territorio soberano a pesar de la usurpación de medio país, a punta de sucias intrigas, por parte de los estadosunidos.
Tampoco estuvimos exentos del Grito de Dolores. Aquel que pujaban llenos de aullidos año tras año los churreteros presidentes del sufragio efectivo desde los balcones del merito palacio nacional del Zócalo capitalino, convertido hoy, tan solo, en residencia permanente de la reelecta protesta popular y también recámara para el discurso desacorde de una poblada demasiado cagada por la cesante explotación y activa marginación.
Todo por gentileza de aquellos que ocupan la letrina oportunista del chorreo político electoral, y que obliga a los nuevos mandatarios, en un adolorido e irritado gesto patriótico pareciera, trasladar la puesta en escena de los discursos y redobles de campanas, por allá cerca de la silenciosa nada misma, lejos del griterío antisistémico, que no cesa en su afán de tirarles, de una vez por todas, la cadena del excusado por tanta mierda que ofrecen jornada tras jornada.
Así evitan, quiero suponer, que la pifia inconforme traspase el rito solemne acordado en el oscuro respeto al derecho ajeno entre los poderosos, perpetuado por los gobernantes de la burda paz respecto al ideal de país que más les acomoda. Y es que nunca se sabe qué depara el pedorro sonoro rugir político en este guerrero mierdal social que habitamos y que a veces suele hacer retemblar los cimientos construidos sobre la mismísima laguna de Texcoco, estriñendo a los antepasados aztecas, quienes miran cagados de espanto, con retortijones y con el papel higiénico presto, la farra y diarrea histórica a cargo de sus pares contemporáneos.
Y a propósito de iguales, de siameses enchufados por el mismo cordón intestinal del capital, te habrás enterado que hasta de dos presidentes se jactan en la actualidad. Fraude de por medio. Uno malo, como el pan duro, que amasa y aplasta con la experiencia de cowboy que dan los años a pura cacha, de pistola, las rebeldes e inconformes tierras del pacifico.
Llano en llamas auspiciado por sicarios y vicarios paramilitares, organismos de inteligencia, heces otroras y hoy soterradas fuerzas políticas, destacamentos de elite antiterroristas y grupos económicos de poder. No en vano el malandrín de turno se congratula rastrero con el feo mojón norteño, pese a las murallas de desprecio que éste impone para él y para los miles de damnificados económicos que el baño químico del desprecio social otorga.
El otro, el bueno, soberbio y mesiánico tonto útil del neoliberalismo, bosta desechada por el sistema del partido único, quién perdió pan y pedazo debido a la promesa de mantener todo igual, administrar el sistema pues (la capitalista fase anal del desarrollo) con la ayuda de los esbirros caciques locales y regionales, quienes hacen suya la lucha de arrasar con la raza (razzias para la limpieza étnica le llaman) contra indígenas del sureste mexicano, si es que a estos se les ocurre cagarlos con alguna que otra tonadita con ritmo más progresistas o menos aguado.
Y a propósito de diarreas tomé harto tequila en casa de un cuate. Te habré contado que poco o nada de aquel néctar acostumbro. La panza es un mal anfitrión de la penca de maguey, más cuando las intoxicaciones ulcerosas descomponen el hígado, y de paso te hacen hablar puras güevadas debido a la lengua traposa que se inflama en el ejercicio alcohólico precolombino.
Pareciera que entre más le pongas al mentado manjar azteca, los dioses de este pretérito brebaje se encargan de marearte el norte y el sur incluso. Eso sí, comí Chilpachole del bueno, de ese que pica hasta cuando sale, con jaibas, harto camarón, masitas de maíz, papa, chile, limón. Confieso que terminé inflamado con tanta fiesta patria mexicana y con portentosos gorgoreos debido al comistrajo.
No sucedió así con la fiesta chilensis, paralela por cierto a la mexicana. Sin comentarios debido a la poca capacidad económica y lo costoso de las propuestas ofertadas para la ocasión. Previo a la gesta, ocurren varios acontecimientos, entre ellos, tres o más celebraciones patrias de diversas características que no hacen más que adentrar a la paisanada errante en una suerte de baño a vapor nacionalista, con los consabidos cantos a la cordillera y a ese mar que tranquilo los baña. Empanadas y tintos de la tierra que nos vio nacer y que hoy cierra los cachetones ojos, apretando bien la hemorroide, haciéndose la güeona en pos de preservar los equilibrios de la inmunda impunidad y excreta amnesia.
Por un lado la fiesta organizada por la asociación chilena de residentes, raro engendro de unión y fraternidad entre la volátil paisanada que pisa esta tierra de turismo con aquella otra que llora por la terracería chilena y se alegra de no estar en ella. Y que tiene como costumbre deleitar a los presentes con el disco de la cueca facha, de marcado cuño quinchero, aquel grupo de cobardes patéticos, representantes de la música criolla al igual que los decadentes e incontinentes Hermanos Silva. Te acordarás de estos huasos en extinción, especie de patitos chiquitos, encargados de piarle loas al hoy tirano con pañales, en cada copla que ofrecían a la gallá residente en esta patria mexicana.
Por otro lado la kermesse de carácter más exiliada, aquella a la que la bota milica ofreció una patada en la raja y debió marchar obligada y con marca L en su pasaporte hacia el norte del continente. Aquí existe la posibilidad de reencontrarse con los zapateos del destierro y los honestos acordes ausentes de la Violeta y Víctor Jara.
Afiches, chapitas y gorritos de la resistencia y también de un cuanto trapicado del neo folclore nacional, remontando el momento, al periodo de la histórica upe, y donde el momiaje curiosamente sigue teniendo cabida gracias al nuevo disfraz que otorga el socialismo renovado, la concertación, los payasos bufones y lambiscones del poder bacheletista y que a estas alturas, gracias a las torpezas de la eterna transición, contraen esfínter y el cuerpo en pos del deporte nacional de robarse todo y también de velar por la vida o muerte del tirano decrépito que aún les dicta la pauta que deben seguir.
Y a propósito de reaccionarios, en otro bando, la latera, soterrada y conspiradora jarana organizada por la embajada chilena. No en vano se ha convertido en especie de cuartel general para la boñiga de bueyes continentales de la odca, adefesio churriento que reúne a los demócratas golpistas de los partidos cristianos del continente, encargados de tirar mierda con ventilador cuando las cosas no les son favorables en países tales como Bolivia, Venezuela, Cuba, Nicaragua y últimamente Ecuador.
Así entonces, el embajador de turno se encarga de anfitrionar personalmente, junto a los prohombres y súbitos representante del gobierno chileno - lacayos especuladores del negocio bilateral y de la cultura entretenida - a la horda de fieles y de moscas que ventean los patios residenciales, con césped de guano, de la cloaca oficial.
Allí las empanaditas de pino, queso y camarones, junto al pencazo de vino son los conductos regulares para el corcho que taponea su cólico desestabilizador y estar a la altura de las oportunistas circunstancias. Y claro, son también vestimenta de lujo para sentir que la patria lejana se acerca generosa, por un espacio de dos horas, gracias a los gestos dieciochescos otorgados desde el trono inmundo de la cancillería.
Por último, aquella que organizan el afable grupo de lumpen y marginales militantes de la vida y de la solidaridad. Subversivos y terroristas para el sistema, amigos entrañables para quienes no opinamos lo mismo, y que nunca tendrán su cueca sola a pesar del rechazo y estigma por parte de los representantes de la penosa y hedionda, a caca, alegría que nunca llegó, ofrecida en el triste y viejo gingle de la transición política chilena y que tiene como sana costumbre, lavarse el intestino de la añoranza y mirar a Chile desde una óptica más lucida, con el estómago mental menos contingente de teletones, colocolos y culonas vedetes, procurando no marearse demasiado con el vino añejo de los mediocres y las empanadas llenas de cebolla y hueveo que la invitación a recordar el zurullo y bollo patrio que nos toca vivir, depara.
CARTA ESCRITA A UN CADAVER o escápenlo para que no se agarre
Ahí te vimos alguna vez (te recuerdo que eres parte del fichero de los dictadores) portando las charreteras doradas y uniformes aterciopelados, que servían como escudo para cubrir tu meñique estatura, y que te fueron otorgados en el mentiroso honor y falsa dignidad de soldado golpista.
Estaban las apariciones públicas, donde no ocultabas la miserable enseñanza del westpoint, haciendo evidente tú sigiloso y soterrado tranco solapado de nunca mirar de frente a quienes se transformaron en el enemigo interno y objetivos de guerra en las inmorales e inhumanas batallas de baja intensidad que practicabas.
Eran tus primeros pasos para escalar el podium de los cobardes, aquellos que, entre otras cosas, se cubren la espalda, miran de reojo y, por sobre todo, articulan la mentira y el engaño, acomodando el cuerpo y así traicionar los códigos de la decencia en pos de la ambiciosa gesta que se trazan. Era tu caso y el de otros. Allí una vez más te volvimos a ver, blindado por la tropa de rufianes de tu misma calaña, mostrando por primera vez las oscuras gafas que no solamente te protegían de la tragedia que sin ascos inaugurabas, sino que, además, te eran necesarios para solapar tus intenciones e intimidar los deseos de quienes te salían al paso.
Fueron el velo que ocultaron los más oscuros propósitos y novelas de terror en la larga campaña dictatorial, que impusiste y mantuviste durante las mórbidas décadas en esta patria apabullada. Así quedaste marcado en la historia de la humanidad, como el icono de los sanguinarios, su falso Mesías. Rastrero personaje y sanguijuela del horror.
Seguramente también aquellos que antes te acompañaron en la carnicería y que desfilan hoy con el delantal ensangrentado, a rostro encubierto, en el siniestro y apoteósico funeral que te obsequian, sienten en sus huesos y mentes carroñeras la misma soberbia necesidad de ocultar su vergonzosa tara de mentiras y patrañas que de ti heredaron.
Ni siquiera con ellos te libraste, luego del balazo y lluvia de róquet que apostó encabronado por el tiranicidio. Allí los anteojos no bastaron para cubrirte de la justicia popular. Contabas para la ocasión con el blindaje automotor y el regazo de tu virgen protectora, supongo, salvando el podrido pellejo que cubre tu sangre inmunda y que apenas se escareó de esquirlas al ocultarte y cerrar tus ojos cobardes tras el vidrio acorazado y el manto de la suerte.
Luego vino el desquite y volviste a lucir los lentes y el antifaz de la infamia y de la supuesta valentía. Mandando, una vez más, a matar chilenos con la venia y la vena del cólera repleta de leva que solo los asesinos rabiosos portan, incluso, en su miserable muerte.
Ya sometido al escrutinio del rechazo, en la etapa que recubrías tu mediocre y malgastada morfología gorila, con el disfraz de ropa civil y perlas, apareciendo como el abuelo bonachón, otra vez volviste a ocultar tu paso alevoso; ahora lo hiciste con el chaleco antibalas otorgado por la constitución espuria que arañaste con puño y corvo, otorgándote el cargo de senador vitalicio y regalándote, además, cuanta impunidad necesitaras.
Allí sentiste que el mundo se rendía a tus pies y pensaste que transformándote, de repente, en un estadista de pacotilla, en una especie de remedo, que ni siquiera las novelas dantescas habían escarbado, podrías librarte de las cortes.
Cual sería la sorpresa al enterarte que la justicia acorralaba tus manías de magnánimo por primera vez, sitiando tu burbuja de impunidad y camuflaje de cobarde soldado, que oreabas al viento europeo. El mundo te enrostraba directo, que contaras tus asesinatos y, además, te invitaba a que lo hicieras en un tribunal con más verdad que los tuyos.
Una vez más libraste la condena gracias a la protección y mentira de los alegres y oportunistas gobernantes de la transición, quienes se transformaron en guardias pretorianos resguardando tu integridad de tirano maldito, al prestarte entre otras cosas, el maquillaje del olvido y un cuánto de accesorios y recursos de amparo para defender todas tus fechorías y alharacas de ex torturador en jefe.
En fin ¡Cuánta inmundicia! Hoy te mueres canalla y vuelves a salirte con la tuya. Hoy no solo te blinda el cura obispo con su sotana y sacramentos -manchados de simpatía a tu legado de crímenes- hechos a la medida de sus hijos que caen en desgracia. Hoy la comunión te libra de los pecados según relata la prédica reaccionaria. Pero, para que te enteres, no te libraras nunca de la memoria y el juicio de quienes este día vemos, en tu escape astuto, la necesidad de seguir bregando por tu castigo.
Y lo sabrán nuestros hijos también (que no quepan dudas). Por que el ataúd de fina madera que contiene tus fascistas restos y que te deja ver, pese al empañado momificado que portas, los mismos anteojos de la traición y las mismas medallas de honor cobarde (de arrancarte sin poder nosotros agarrarte), son el mejor retrato de asesino que regalaremos a ellos para que bien se enteren y te persigan.
Hoy la capilla estará ardiente, ya lo creo. Y es que te vuelves a blindar obsequiándote el fuego que te hará hervir eterno en la hoguera de los despreciables. Bien dicen que, tu muerte inmunda, le ganó lejos a la justicia. Tu cadáver no encontró mejor estrategia que irse volando, a baja altura, sobre seguro en el mismo helicóptero puma de tan negro historial para esta patria lastimada. Supones hacer en este instante, tu último bellaco recorrido, tu propia caravana de la muerte hacia la cremación que también supones definitiva.
Contarte que no será así. Por que pese a tu apocalíptica y rauda huida, ni los gusanos que te esperan con la nausea expectante, estarán dispuestos a tragarse el cuentito. Deja decirte, que tampoco creo posible que nos engañes. No habrá para ti, traza, escondite o refugio que valga. Tu embauque de escape furtivo, una vez más, no nos detendrá para seguir luchando y felicitarnos de que, en ningún rincón del mundo civilizado, ni siquiera alguna calle o un miserable callejón sin salida, lleven tu nombre.
CARTA ESCRITA CON UN VERSO TRISTE o cómo liberar tu tango de penas
Este texto es para cantarte, es para entregarte siquiera, una modesta armónica letra, precaria si se quiere, simbólica si se deja. Una propia, una nuestra, para los tuyos. Siempre serán parte, eso quiero, de aquel vacío espacio en tu hoy demasiada ausencia.
Sea estos versos disonantes, armónicos besos, eso quiero. Respetuosos gestos sino pretextos de nuestro afecto. Siéntelos eternos. Escúchalos. Que susurren generosos. Trata que no olviden nunca su letra memoriosa, letra presente, letra de recuerdo.
Deja liberar este acento, presentártelo casi fraterno. Que a punto seguido se disponga atento, deja cometerlo. Que ni siquiera la muerte quiera, esa que presente nos impone, puntos finales, menos epílogos, menos epígrafes.
Demasiado nos dejas malena. Tu esfuerzo notaba tu esfuerzo, y un dolor ninguno repose sereno tu semblante suave, puro, profundo. Deslumbra y duele fuerte, nos duele contigo, nos duele de curar con la impotencia, nos gana de aliviar heridas.
Cómo cobijar tus males, male. Abrazarlos que también son nuestros. Cómo ocultar y olvidar breves aspavientos, desearte un aliento. Y es que también aprendemos, honestidad obliga, lo tuyo es alegre, un gran aroma por aferrarse toda la vida. ¡Cómo cuesta la vida malena!
Egoísta, complejo a veces, este paso por la vida. Con la pena que nos dejas, nos dejas entrever más triste que la sombra. Son penas de bandoneón, son penas diría el tango, eso sentimos hoy, eso gritamos y lo musitaremos por siempre.
Hoy nos miras y aprendemos, esa mínima pausa, de esa otra que vemos. De la frágil nada, de la misma nada. Y es que todo en nosotros hoy se presenta contradicto, nos descubre dificultades y porfiado nos cubre demasiado, delatando rigideces.
Penas confiadas a la percusión, eso propone el recuerdo. Un latido rítmico de latidos, pequeñitos, suaves, un grandioso corazón sin torcer. Ni siquiera dejará de pulsar hoy, tu percusión nos acompaña, tu ritmo es y será nuestro, él nuestro, él tuyo. Lo sentiremos siempre malena.
Y tu justa melódica nota, nos toca. Hace zangolotear bonito la vitalidad nuestra. Crea ritmos en nuestros sentidos, nos creas los sonidos. Siempre serás esperanzas, eso nos alcanza. Siempre calmas, con tu calma buena, ahuyentas tristezas, las malas. Eres estela de entusiasmos, velo armónico, mirada entusiasta.
Un halo de porfía hoy tenemos, porfía en verte de pie, por seguir viéndote generosa. Qué importa, linda te ves, siempre estarás hermosa. Y sabes que no solo el dolor del otro roza nuestra existencia, arrasa el ánimo, contrae el cuerpo. Halo del otro, de pedirte estar con nosotros.
Hoy pones triste la anatomía, dejas penurias, gastas las emociones. Pero por siempre estas con nosotros. Hoy dejas la existencia, ni una sola glándula te lastima, nódulo ínfimo de existencia. Pero cada día, lo sabemos, nacerás más con todo tu rostro.
Te ganan las ganas de las ganas. Reconfortar la vida, de no dejarte estar. Siempre serás generosa. Pierdes un poco de ti, compartes el resto. Es tu eterno e interminable paso tierno. Y no son restos los ofrecidos, lo sabes, por que siempre serás generosa.
Eres gesto integral malena. Vital estructura, superficie humana, tierra firme, océano monumental. Fortaleces tu existencia, nos haces ver cruciales. Superfluos de nuestro geográfico achaque y sobrantes de ínfimos males.
Y nos pones en nuestros justos lugares. Nos avisas a continuación ni siquiera bajonear la guardia. Animas hasta la retaguardia. Botaremos en el bolsillo de los recuerdos lo débil que puede ser este espacio. Guardaremos en la gran bolsa memoriosa, la robusta, tu vital y sentido recuerdo.
Por que este rumor de muerte, te hace sentir más buena. Más buena que yo y que todos. Alegre, jovial, dulce y bella. Tal como te dejas ver ahora, en este frío y anestesiado encuentro sin dolencias, alegre, jovial, dulce. Más buena.
Y es tu voz de pena alegre un balde de agua amargo, sal que mal hidrata el recuerdo, tonelada de peso que cae sobre nuestro cuerpo. Malena canta un tango dice el tango. Hoy tenemos pena de bandoneón. Eso si malena, hoy tus ojos no son oscuros como el olvido, son la luz que nos acompaña.
Son más. Te hacen lucir más bella. Son generosidad perpetua. No los borrará ni la reseca historia que nos toca y ésta que hoy nos toca. Deja decirte, deja, tus labios son humedad, alegre expresión contenida. Agua que bien inunda, lágrimas que se liberan.
Expresarte que tus manos no sentirán frío alguno. Deja prometerlo. Serán siempre cobijadas al calor que te guardamos. Y acaso las palomas se nos cruzan, entibiarán con paz nuestras ausencias. Y es cierto, tu sangre es la criatura perpetua pese al barro y los fantasmas de esta triste esencia.
Decirte, me permito. La ruta maya también es tuya, te la entrego. Ella enseña, da la vida. Hoy te multiplica, nos multiplica. Hoy te cantamos con la voz quebrada, con la voz de flor de pena, dice el tango. Con una pena en el corazón, e importa, intenta decirnos algo, alegrarnos las penas del bandoneón.
Y deja escribir por último. Así somos malena. Te llevas algo nuestro, tú nos dejas todo. Te queremos aunque hoy la tristeza nuestra no sea aún o acaso nunca, alegre. Deja que este verso sea libre, que nos una sin demora. Deja que nos ate tu recuerdo, que este verso evoque y no se borre, deja así acentuar tu memoria.
CARTA ESCRITA A FIN DE AÑO o cómo agradecer la sobrada paciencia
Agradecer a ustedes que semana tras semana, se atreven y abren el correo para leer mis envíos. Gracias por la valentía y esfuerzo.
A quienes comparten sus historias transformándolas en alegres comentarios y que con el permiso necesario, de la decencia que dan los años, logro citar.
A esos que en cada oportunidad demuestran su sorpresa ante lo escrito y llenan de estimulo mi, por fortuna, escuálido ego.
A los que juran, de guata al sol, haber leído en alguna ocasión los mamotretos y sin embargo, los sigo queriendo, con la guata al sol.
A los que por esta vía conocí y ya son parte de este curioso transitar de letras.
A quienes se aventuran y me publican. Pocos que se han transformado en mucho.
Para aquellos generosos despistados que no entienden el léxico. Prometo universalizar un poco más mi localista y pobre glosario.
A quienes ilustrarán mis crónicas mexicanas y que durante el próximo año harán realidad un modesto libraco de bolsillo proletario.
A quienes me miran de reojo y no abren los textos por ser estos una reverenda paja, en el ojo ajeno. Claro.
Mención aparte por esos que sienten nausea y bronca al sentirse aludidos. Los compadezco y a veces entiendo.A esos rastreros sistémicos que suelen pasarse de listos y andan en busca de aliados que escriban bonito. No cuenten conmigo, harto feo que lo hago.
Para aquellos que sin asco, han copiado algunos textos y títulos y ni siquiera una vomitada cita me han propinado.
A los poderosos y lameculósculos, quienes se han transformado en material único y excelso. Tan pendejos que los ha de ver el mundo.
A quienes nunca más se contactaron, tal vez por algún comentario mal o bien intencionado de mi parte.
Para los que apuestan a que ya no escriba nada por tan reiterativo que me han de ver, ver, ver.
A quienes nunca responden, pero que leen con rigor y terquedad el recargado y barroco texto de turno.
A los que me quieren, yo supongo, y son incapaces de leerme.
A esos otros, que no me quieren y me leen rapidito.
Al montón de textos que siguen a la espera de editarse y que por respeto al derecho ajeno no han sido publicados.
A la posibilidad de leer mis garabatos en cuanta grosera tribuna lo insinúe.
Gracias al tiempo que me propongo para escribir. Ya ni rezo.
Y también al tiempo y al teclado que soportan tanto absurdo.Rogar para que me sigan leyendo los fans -me han dicho que existe uno - y que las musas sigan siendo un soplo cálido en mi feliz y destartalada armonía.
A México y los cuates, por su buena acogida.
A Chile y los amigos, por su recogida.
Mención a los honestos tiranos correctores de mi dizque estilo literario. Hartos cariños por su enseñanza desinteresada y particulares críticas.
A la internet por su modalidad automática sin censuras. Eso creo. Un abrazo fuerte para todos y deseos de un feliz año 2007
CARTA ESCRITA CON EL POLO AL SUR o cómo vivir en armonía o morir con honor
Restaurada, moderna, arribista, empresarial, así luce la urbe capital chilena desde hace un tiempo a la fecha. En cierto modo recoge el alma y arruga el ojo espectador por su fina siutiquería, su alajamiento estructural a ritmo de mezclas de última generación y allanamiento de interiores, con el sello propio de las revistas o periódicos domingueros expertos de la vivienda y decoración. Todo, según la oferta, al mejor estilo del siempre novedoso, cursi y gastado manual del adornillo arribista.
Estilos variopintos con el sello indiscutible del arraigado mal gusto estético, ¡vaya uno a saber a qué corresponde! Que predomina en cuanta muralla y puerta disponga esta tierra que nos moldeó, a contrapelo de los impulsos de nuevas formas de construir y que apenas asoman asustadizas, frente a las ansias ampulosas de arribar bravucones y seguir ocupando el sitial de hijos hechos a imagen y semejanza de la reina madre ¡God save the queen! o acaso lúmpenes ingleses del tercer mundo con características de pequeño burgués. ¡Por supuesto que off course!
Eso es la provincia señalada, eso es Santiago ¡Claro que pos que yes!. Una tacita de té dulcemente desabrido y dispuesto barrio latinoamericano presto para continuar arruinando a cucharadas de cemento si se puede, en rasas porciones de edificaciones si se dejan, la agónica calidad de vida de sus habitantes, que dicho sea de paso, no esconden su perfil flemático, rasurado en el concreto de la mediocridad, el estuco de la frivolidad y el enjuague de la maquinaria pesada del egoísmo, ideal para moldear a una especie de ciudadano exprés y ágil charlatán de una forma de vida, según nos dicen, exclusivo.
Acostumbrada al desaire y abandono se encontraba. Arrastraba desde hace un rato el pijama raído de maltratado olvido pese a la suma de proyectos, bajo el alero auspicioso de constructores heredados de la pantufla del bototo milico y de este otro cuasi cursi que luce el negligé democrático, eternamente prontos a concluir. Una oportunista facilidad carroñera en edificar tramas y trampas urbanas antes que la tierra plusválica se acabe y ofrecer al mejor postor, el inicio del sueño por aparecer modernos, fríos, serios. ¡Cómo corresponde pues!
Un adefesio humano urbanístico con sabor a ghetto de ricos, de aquellos que miran la cordillera sin saber nada de ella y otean el mar desde la alcoba corrupta y a veces asesina, recargada de copias del edén heredadas en sus largas jornadas de lameculósculos de los regímenes que administran el poder neoliberal, en contraste con la mala fotocopia de pobres que tan solo hacen suyo el espacio pestilente del zanjón de la aguada, con carretera exprés incluida, óptimo para la diarrea de casas de un metro cuadrado, si es que alcanza y el chorreo lo permite.
Y es que el sentido de collage urbano, del pegoteo edificante, se parapetó para quedarse en largas jornadas de ausente interés. Hoy radiante desgasta la vista con suerte tuerta, para entrever la verdadera inmundicia de ciudad que nos toca por obra de quienes unilateralmente construyen sobre el andamio y pirámide del poder omnímodo, incluso, que detentan y equilibran sin contrapeso alguno.
Obra y gracia del fetiche simbólico de la renovación bicentenaria por una parte, y de la estampa al lujo chabacano pudiente por otra, encargados de manipular el inconsciente colectivo publico con aquello de vivir mejor a costillas de hacer mierda cuanto espacio urbano lo permita. Y todo, en desmedro de lo sencillo quizás. Ni siquiera el brochazo de yeso, que todo lo suple, deja en claro el tipo de mamarracho urbano que nuestros hijos a futuro tendrán que soportar por obra y gracia de los suplicios urbanísticos actuales.
Es también la modorra y flojera eterna de ver construir a puro bostezo y desidia, sin pestañear ni abrir la boca siquiera, una ciudad dormitorio al sur del mundo. La marginalidad exagerada de bastos sectores ronca sin contrapeso en el camarote de la precariedad de los ricos empresarios en obras públicas que, día a día, imponen la tónica de sus mezquinos intereses con el tónico del sueño eterno para los acunados ciudadanos del futuro esplendor en esta patria acorralada de catres urbanísticos y ausente del cobijo social necesario.
Tanto servicio inconcluso extraviado en la almohada tecnócrata de los poderosos. Tanta sábana sin lavar y camas a medio hacer sepultaron definitivamente todo interés por las personas. Los mediocres planes ilustrados con la mano de la masturbada exclusión y el lápiz de hierro forjado, soldado en la riqueza de la propiedad privada, se transformaron solo en un consolador público que se mueve al ritmo de los que van sobrando y quedando a la deriva en este seco y norteado estero del húmedo Chile.
Entrar a picar fue el lema de los arquitectos somnolientos de su propio y egoísta destino en estos años de tránsito y crecimiento desmedido. Sacarle las piedras a esta ciudad ruinosa, del sin sentido, acuartelada, herencia de la mano con picota milica fueron urgentes promesas que hoy, eternas, descansan en el demagogo baúl de los pendientes populistas.
Sin embargo y en el impulso de la alegría democrática de construir el futuro, no contaron con que dicho esplendor se transformaría en un corta fuegos que serviría para separar, más todavía, aguas entre el chorreo de los acaudalados y apenas el meado vinagre de lo precario. Al final, se pasaron de largo con tanto sueño inacabado y también se les hizo tarde con tanta grandilocuencia y pretensiosa puesta en escena del enjambre urbanístico que construyen.
Y el desmedro se nota, el sinónimo antónimo se nota justamente por la avalancha de diseño fastuoso en un sector de ciudad y el deshecho urbano básico para la otra mitad. Un parche en la herida fresca que ni con cemento sana. Es el concreto eterno para las aspiraciones de Chile pos dictadura y se nota.
Hediondez y porquería de edificios nuevos van vistiendo a esta ciudad desnuda de organización. Puentes, vías, calles y anexos que se fabrican en la jauría de carpinteros designados (en el concurso de antemano adjudicado) y que transpiran, mastican y digieren las nuevas proyecciones, hechas con tinta de estuco autoritariamente yesero, para ordenar el plano que regula el crecimiento urbano de una ciudad que cuelga chueca y recargada hacia la extremadura del derroche inútil, según consta, en la vitrina de la cotidianeidad que nos toca asistir.
La mole de edificios tipo mediterráneo con vista al frío pacífico enturbia el paisaje. La piscina múltiple con demasiado cloro se luce y hace lucir a una poblada ávida de vestir el slip aguado y convertirlo en zunga del desarrollo social y sinónimo perfecto en este paraíso de la arquitectura oportunista, de la estética que se traza en la inmobiliaria del elástico desprecio y en la soberbia activación económica. Idilio además que hace rugir de inversión a cuanto chileno envalentonado e iluminado por las bondades que oferta la estabilidad tan solo para luego verlos llorar por tanta renta morosa y pagarés vencidos en la estafa de las leyes del mercado.
Es el truco de la calidad de vida promocionada en largas jornadas de populismo enclavado en la acalambrada entrepierna cordillerana a orillas del pestilente río bravo Mapocho. Tan lejos de la decencia él y que funciona además como muralla prefabricada de odioso apartheid en estos caminos borrascosos, intentando a toda costa, con los costos que ello tendrá, transformar a los huérfanos de la casa habitación en verdaderos proyectistas de la marginación y apurados egoístas por ocupar las vías rápidas y expeditas para alcanzar la fiesta patria del bicentenario. Así es este sistema local de vida, procura irradiar modernidad en todos sus agrietados poros en desmedro de cierta armonía visual y también social si se quiere. Aquí la ciudad muestra su pronunciado lunar negruzco, demasiado rancio de subdesarrollo, salpicando de su brutal espinilla de vanguardia el acumulado de pus oportunista, para poner en claro que bastante nos falta para dejar de parecernos a nosotros mismos.
Es en definitiva una pertenencia e identidad demasiado aisladas en la helada y acalorada axila territorial llena de pelos de orfandad urbana. Y es que la vida en estas letargosas y trenzadas tierras sureñas no son más que un guiño bastardo a la geografía que nos vio nacer tan vellos pubis, sentados en la púdica bacinica acuosa del deshecho y también por la imposición desmedida de modelos económicos egoístas que han ido infectando, poco a poco, toda higiene urbana posible.
Este aislamiento transforma todo en una suerte de retiro espiritual permanente. Es estar eternamente encajonados entre la árida y tan llena de casas cordillera y el mar pacifico que cual estero intranquilo nos baña. Es mirar también a sus marginales geográficos y granados ciudadanos luciendo abundante cochayuyo y huiros que sirven para adornar cual parra seca sus limitadas vidas. Es de lejos ver árboles con demasiadas raíces de ulte y raras algas locales, llorando y llorando su solitaria y aislada procedencia.
Es también darse cuenta que Chile ya no limita ni al sur ni al norte con nada que no sea el individualismo. Menos al centro, que se llena de codazos egoístas al prójimo y a los próximos que se atrevan a pisarlo. Es darse cuenta en definitiva que hoy tan solo se vuelve a borrar, con la goma de la línea divisoria del desprecio y limitada estrechez de quienes gobiernan, toda decencia, toda tolerancia, incluso aquella de construir un espacio de vida, por último, de mínima armonía en este pedazo de tierra - demasiado mezclada ya de hormigón, grava, algo de mármol con epígrafes, obituarios, cornisas, cuardasillas, nichos, columnas, capiteles, listelos, zoclos, cúpulas, ceniceros, sepulturas, fachadas de granito fino y cubiertas de uralita y teja - siempre a medio morir saltando.
CARTA ESCRITA A LA DISTANCIA o cómo escribirle a los años
Cuarenta y dos años bastaron para dar cuenta, que pese a todo, la memoria no destiñe. Que ni siquiera el cloro de la amnesia que arrojan los años es capaz de enjuagar y maltratar algunos momentos importantes estacionados en aquel lavadero incrustado en la azotea llamada cerebro, hoy por hoy centrifugado, gratis más encima, en esta tintorería del olvido.
Y es que la infancia pendejil, aquella del barro generoso y las camisetas trapeando el juego y el cotorreo sudoroso, enloda para rejuvenecer hoy la piel cuarentona, tan pulcra ella a veces del desodorante y del enjuague de las presas sin demora, y tan deseosa, también, de incrustarse con sus poros abiertos al ambiente del limpio recuerdo, que ni siquiera el jabón con aroma a quillay, aya ya ya yai, logra lijarla quisquillosa de sus aposentos y deseos.
Eran tiempos, además, de la batahola en la vecindad latinoamericasi, que corría demasiado desnuda con la represión y se vestía de apuro por salvar el pellejo del burro de planchar gorila proclamado por el norte, capaces de calentar la humanidad con la parrilla ardiente, y a veces tostar el cuerpo en los tendederos dispuestos como jaulas de exterminio, con la finalidad de agraviar la integridad física, la existencia, de quienes osaron pensar distinto a la centrífuga del neoliberalismo y su arrugada concepción de mundo.
Fueron días y sin temor a equivocarme, de crecimiento obligado, de ir jugando a ser grandes. Fueron tiempos también de guardar en el closet, aquel que almacena la ropa por edades, la inocencia por la inserción necesaria, la tranquilidad vaga de los primeros años por colegios urgentes que subvencionaran la carencia. De cambiar la vieja artesa, usual piscina de chicos y rutina de la joven madre, por aquella tina de grandes, acondicionada para lavar todo el ropaje del destierro, diría el poeta, que se acumulaba cual oda a las tristezas.
Allí se fogueaba esta nueva generación de viejos amigos. Individuos que paseaban su paisana existencia a ritmo de cuecas charras. Pinches güeones que aprendían de la dualidad y del resignificado de las palabras que los léxicos propios exigían. Suerte de carnales lanzados como carnaza en esta ruta maya, en busca de orientar una especie de identidad dúplex en sus bocotas llenas de charrasqueados chilenismos chilangos y que sirvió, en cierto modo, para contener la añoranza de algún barrio guardado definitivamente en el estante del origen. De lo que fuimos, estuvimos, antes y somos, estamos, ahora.
Se iniciaba así aquel tramo de existencia que permitió la amistad a punta de golpeados madrazos. De pelear la bronca en cuanta calle lo exigiera pese al peso pluma que débiles portábamos y que hoy, fortalecido, nos sigue acompañando. Corajudos enojos y amistosa cuatería tras los pelotazos, que en cierto modo, sirvieron para inflar cada día nuestra existencia y así poder driblar, cancheros, cuanto revés se nos presentara.
Tal vez hoy, la distancia de haber sido y lo cercano de ya no ser, refleja sencilla y cariñosamente nuestro armónico intento de pasar por la vida como corresponde. De que esta no pase de lado y se haga la desentendida con todos quienes, de algún modo, fuimos y somos capaces de siquiera cuestionarla un poco.
Justo se trató de décadas intensas, de remojar, si se quiere, cuanto trapo sucio lo requiriera en pos de echar el cuerpo enjuagado a la llovizna en busca de la pubertad plena, aquella que liberaliza y todo lo goza. La distancia que dan los años y las bellas barbas canas que generosas proclaman otra edad, son el mejor testigo al respecto, y logran aclarar, para definitivamente hoy proclamar, al seco espacio y a la cuna que nos vio nacer, que ningún atisbo de arrepentimiento provoca haberlas vivido.
Sencillamente se trató de los momentos más idóneos para el ser y sentirse ser, y ni siquiera el sereno recuerdo de las noches oscuras de esta patria vieja, aquella que nuevamente borra toda húmeda huella del recuerdo, permite quejas y menos acallar los deseos y el menor arrepentimiento de haberla habitado.
Retrotraerse a esos espacios algún día habitados de la ciudad de México, lindos y sencillos, vitalizan lo que somos. Son quizás, los recovecos que debieran estar por siempre prestos en nuestra retina mental, y han de venir por nosotros, de tal modo de preservarlos, quizás como el imaginario perfecto de aquel marginal cajón de lo atesorado, en contrapunto al desperdigue que provoca vivir estos días. Es ir a los sitios ideales en donde vivir.
Es concretamente descubrir que en ellos, se materializaron aspectos tales como la honestidad, la sinceridad, el creer en el otro, en dar la vida si fuera necesario por los ideales de un mundo mejor, incluso. Es lisa y llanamente ser lo que queremos ser a pesar de las deficiencias, carencias y cuanta ocurrencia hayamos construido.
Y que será de los amigos, esa era la pregunta primaria. Cuál será acaso su existir. De qué forma están moldeados. Qué aires respiran y qué circunstancias les deparó la vida. Cuántos quedan de todos los que sobraban. Pensar en ellos después de los encuentros, pensar bonito cuando la alegría está presente, cuando se trata de sacar en limpio la existencia y meter en la basura sus inconsistencias es sencillamente acortar las distancias y a veces aserruchar el olvido.
Es el métale y póngale al presente, al futuro, que para nada es volver a lo que ya no se es, a empezar de nuevo, sino sencillamente es sacarlos al pizarrón medio borrado de la historia con el fin de inscribirlos plenos, de hacerlos grandes gracias a esa enseñanza cotidiana, de estar agradecidos de la vida y de esa vida particularmente.
Qué será de todos aquellos que accidentadamente y a tropezones, chocaron nuestra mano por allá en aquel camino de la infancia. Todos esos que compartieron el metro cuadrado de cancha futbolera y también los kilómetros de pelotudeces en aras de ¡vaya uno a saber!.
Dónde estarán ahora los que ocuparon el mesón colegial y ruborizados otras veces, desbancaron nuestro amor para la grácil profesora de turno, encargada de manipular y manosear nuestra eréctil enseñanza en esas cosillas relacionadas con el pajarillo, las semillas y cigüeñas.
Hacía dónde habrá volado entonces el zopilote destino en cada uno de ellos. Cuántos seguirán tiñendo alegres las dificultades y al igual que los guajolotes, cacarear fuerte sus bondades, de seguro, reinventando sueños con la energía de reintentar el mundo.
Cuantos de ellos habrán fondeado la inocencia, en alguna insípida maleta oportunista junto a esos que a medio morir saltando traicionaron no solo las canicas infantes a cambio de algunas cuentas de vidrio, olvidando el origen de su existencia, desparramando en los hoyos de la historia todo lo que valoraban, lo que dictaban y sugerían convencidos, al iluminárseles su cara y también sus ojitos de gato subdesarrollado en aras de la polca del acomodo y el vale madres.
Por último siempre están aquellos que ya no están, cabe homenajear a cada uno de nuestros muertos siempre presentes, muertos que se restaron al dream team de la amistad sumándose definitivamente en nuestro multiplicado e igualitario cariño hacia su universal y eterna presencia, a nuestro corazón hoy vital y sin prisas. En nuestra accidentada identidad que también ayudaron a descubrir y también a formar sin más pretensión que esa y a pesar del profundo amargo vacío por su ingrata ausencia, sabremos por siempre atesorar en el bolsillo, que aperra en contra del olvido, su memoria.
Nunca habrá despedida para ninguno, siempre serán bienvenidos al memorioso recuerdo que generoso guardamos por siempre hacia ellos. Porque a través de las cosas simples que nos unieron, esas de asencillar la vida siquiera, no alcanzó para gastar los muchos recuerdos sentidos que esta carta insinúa. Fueron al final de cuentas, grandes y particulares momentos que no necesariamente hoy se borrarán de nuestra cara. Juntos construimos ese hermoso instante.
Cada uno sabrá qué tan importante fue. Por lo menos, son el mejor ejemplo y pretexto para reflexionar a la distancia, nuestras pelusas vidas en aquellos primeros tiempos de andanzas vagas al norte del continente. Ojalá, como dice el gran José Alfredo, Jiménez, deseo desde estos caminos del sur, que a todos les vaya bonito y ojalá, también, que nunca se les acabe la alegría.
CARTA ESCRITA EN UNA PELOTA o cómo autografiar la guata
Queda estrictamente prohibido pararla de pecho, hacer maromas, piques desproporcionados, ni siquiera la ocurrencia de solicitar respiración artificial, menos pensar en ambulancias, equipos de emergencia u otros ejercicios de reanimación específicos. Pareciera, que a este tipo de luchas globales, del volumen físico errante, digamos, no se le obsequian primeros auxilios cuando la precariedad del spá solitario y del gimnasio autista aúllan en desmedro del juego en equipo.
Estas fueron algunas exigencias básicas de la azarosa convocatoria futbolística amistosa. Descabellada pero quizás sana ocurrencia, de pensar en el enjambre, se me ocurre, de juntar calvos sedentarios, ágiles famélicos y sobrados guatones, quienes guatean de aficionada emoción ante el auto-proclamado juego del hombre, en aras de combatir la modorra vacacional de quienes no acceden a las friolentas playas del pacífico (atestadas, suponemos ya, de resfriados físico culturistas y esbeltas doncellas con el mondongo al sol, pese al pareo de frazadas que las cobijan) y para fortalecer, si es que se puede, las flácidas carnes que visten nuestro esmirriado y sobre dotado, en años, cuerpo.
Los paros cardiacos y algunas mortales dolencias, de ahora en adelante son rivales de cuidado y por ningún motivo, dejarlos que nos sorprendan mal parados, de permitirles que fastidien nuestro acalambrado pie de apoyo y goce de ver salir encamilladas, con las patas por delante, a estas verdaderas máquinas de guerra, facturadas en este tranquilo pedazo de aldea pacífico a principios de un nuevo siglo.
Táctica y estrategia para la sobrevivencia, así le llaman los expertos. Inteligencia colectiva lo denominan ciertos teóricos, multitud en pos de un bien superior para la política según Toni Negri y Paolo Virno. Especie de auspiciosas consignas que a partir del pitazo inicial patentarán la garra y enjundia de quiénes intentarán patear la perra pelota de forma decorosa, siempre y cuando esta, astuta y mañosa a veces, lo permita.
¡Y sí! inteligencia y bastante esfuerzo físico ha significado reunir a estos suplentes eternos del ejercicio, sedentarios por lo demás ahora titulares indiscutibles de la alfombra sintética apta para lucir curcunchas y gastadas zapatillas. Como si se tratara de la galería perfecta para nuestros corazones, dizque, artísticos y que bombean deseosos por sitios más parecidos a nosotros mismos.
Para darnos cuenta, también, que los años no pasan en vano. Que los antiguos potreros que hedían de barro seco junto a los pastizales llenos de bosta, si bien son cosa del pasado, de un solo pelotazo se vinieron encima de estas nuevas vacas sagradas, clase de ídolos obesos nacidos de la modernidad tardía, nómades globalizados, de los partidos diferidos, de los penales en cámara lenta, del zaping magistral de taquito y empeine vía banda ancha.
Desear tan solo que tanta tecnología en el ambiente los haga sentir menos pelotudos y más grandes que la mismísima manteca acumulada en el costillar. Y que pese a la calvicie de algunos, el olvido no logre despeinar su lúcida memoria deportiva, su necedad y necesidad colectiva, de sentirse como miembros de un tumulto caótico si se quiere, pero que se organiza en la simpleza de los acontecimientos.
Esas fueron las advertencias y bienvenidas para la decena de individuos convocados, quienes con la cara llena de cañas y resacas, dudas, algunas frías y fatigadas contracciones intelectuales, agitaban el cuerpo sedentario luciendo orgullosos, cuál menos, desahuciados uniformes rescatados de la maleta anatómica arrumbada en el closet de los pocos éxitos deportivos conseguidos, en la caja abierta de la memoria, recordando su paso sin pena ni gloria en alguna liga de barrio y los sueños truncos de conquistar la copa mundial aunque fuere.Medidas cautelares que en definitiva pretenden dejar en claro que en estos asuntos de ir tras la pelota, nada debe quedar al azar. Tanto gesto deambulante de cuerpos añejos, poco entusiastas y tan fuera de forma, transforman todo en un riesgo altísimo. Y no es tarea sencilla prohibir por ejemplo el uso desmedido del hachazo mal intencionado o la utilización de un vocabulario soez contra los chuchetas de su madre que hoy, saltan a la cancha.
Es que tan solo se trata de compartir la experiencia de mover el cuerpo y mantener a buen resguardo, como un ejercicio de ayuda personal, las canillas, juanetes y callosidades que en conjunto se ponen al servicio de un bien superior. ¡Chútate esa!. Y sobrada experiencia se nota, los años concentrados en aquel pequeño epicentro de las artes hoy se muestran generosos y permiten, como siempre, darle sentido y coherencia a nuestro driblar canchero.
Todos captaron el sentido, menos aquel barrigón que enceguecido, así lo tiene el mercado y el egoísmo que azota día a día, quién ya proyectaba la cantidad de goles que su equipo elegido anotaría. El resto, sin dudar siquiera, comprometió todos sus adelgazados esfuerzos en aras de la fraternidad y de respetar al contrario para esta ocasión del dolor de piernas.
Porque, también, estuvieron dispuestos a gastar un poco de su acumulado individualismo en aras de la amistad hacia el convocante, que al final de cuentas tan solo fue un gestor deportivo, médico asistente, un curador de las necesidades sociales, dealer director técnico sin fines de lucro, además de exitoso gurú en eso de asesorarlos económicamente; siempre es más barato botar la neura y la bilis, por tanto proyecto artístico inacabado, desfinanciado y poco mediático, en esta acolchada cancha, que hacerlo en el diván del loquero o con la camisa de fuerza que el estado psiquiátrico financia, gracias a los fondos concursables.
El asunto es que esta nueva modalidad de juntarse a pelotear, ha sido una experiencia con excelentes resultados. La locura cotidiana, aquella que se jacta de ser titular en nuestra sociedad y que dribla sin contrapeso alguno en nuestras cabezas, pierde su razón de existir por un lapso de una hora de juego en donde la moral se contagia de gritadas y puteadas alegrías, tropezones de fraternidad, sin faul al cuerpo, respetando el derecho ajeno que siempre es la paz en esta cancha llena de humanidad y tan llana a la alegría.
Ya rítmicos entonces de precalentar la charcha figura, de ajustar el flácido motor de arranque y de chacharear relajadamente los pormenores del reglamento, se dio inicio al cotejo inaugural en la modalidad de cascarear la pichanga. Espectáculo irrisorio dantesco al quedar en evidencia los excesos de rayuelas cortas, largas jornadas pre cirróticas de botellas vacías acumuladas en el cuerpo, demasiadas cajetillas inhaladas, los ene proyectos que agotan el seso, que sin duda dejan en claro que los años que pasan son un balde de colillas y corchos en este inmundo equipo de restos del mundo.
Sin porras o barras bravas que estimularan este pillarse, atajarse y sobre todo ayudarse del porrazo generoso que nos detiene justo entre el suelo y los sueños enterrados de futbolistas en decadencia, comienza la contienda. Justa que ni siquiera parece necesaria reglamentar demasiado; el fair play que dan los veteranos años privilegia el asunto, sobreentendiendo que entre menos juego sucio mayores serán los beneficios del plantel convocado, y es que más vale futbolista limpio, pese a la hediondez de patas, que doce de ellos hinchando las pelotas en la urgencia médica.
Allí andamos flacos defensas, voluminosos y calvos medio campistas, despistados centro delanteros, despeinando el sedentarismo incrustado a concho en tanta piel laboral y soltando las oxidadas articulaciones en pos de la pelota. Campeonando de lo lindo las canas que nos hacen, sin más, decanos de esta universal hazaña. De sentir lo maravilloso de conversar nuestro adulto cansancio vestido de agotado crack sin destino, sin que nadie nos de pelota.
De procurarnos el delirante oxígeno como el mejor incentivo que provoca esta junta de vagos auspiciosos. De entretiempos con puchos generosos y cervezas que van apagando las ansias, transformándolas en escudo de cristal necesario para ir coronando victorias en nuestra negra y bien modelada caja identitaria con estirpe india y de anexos. Tal vez necesidad superior de mirarse en el otro, con la convicción que pese a todo, seguimos en la senda de inscribirnos en la historia como tipos armónicos y que gracias a este sudado ejercicio, encontramos el pretexto necesario, la posibilidad genuina de vernos queridos y rodeados por quienes, a su vez, buscan lo mismo.
Verdaderos viejos craks, decíamos, que recuerdan tan solo el gesto intelectual de pararse, si es que se puede, y de ver botar la pelota una y diez veces antes que algún voluntario se atreva a realizar el esfuerzo necesario, a esas alturas sobre humano, de afirmarse y luego atraparla. Antiguos maradonas que penetran por la banda, leoneles y leonidas aleonados en este coliseo artificial de la chilenita precaria, exhibiendo voluminosas dotes gástricas, paseando sin vergüenzas el calambre físico que despacito va anestesiando la pasión y estirando el musculoso pie de atleta ya en ocaso.
Porque mientras el chute defectuoso hace maravillas, el accidentado encuentro también nos permite ir chanfleando ideas, darle sentido a nuestros proyectos de vida. Estrategias que alinean nuestras modestas necesidades y dejan en el banco de los castigos la soberbia, los egoísmos, las autorías uninominales. Túneles generosos que la ocasión obsequia para hablar y darle pases a la vida sin más pretensiones que golear los problemas como también las dificultades.
Derrotarlos gracias a una escuadra titular que entrega todo en la cancha, que ni siquiera pretende jugar itinerantes revanchas y menos encabronar la existencia. Que tan solo está dispuesta a disfrutar los resultados, pierda o gane, y sellar con un gran abrazo, saludos cariñosos, palmaditas de generosidad, palabritas de ánimo y la promesa superior de no faltar, por ningún motivo, al próximo estelar pretexto para el reencuentro, por supuesto, con nosotros mismos. Porque si de colectivos se trata, en este, estamos los que somos y somos los que estamos.
Tres chistes de la identidad colectiva, de la vida comunitaria según Carlos Monsiváis, de ritos del caos.
- En mi casa somos de familia acomodada (nos acomodaron a diez en un cuarto de dos por dos.)- Yo no trabajo por necesidad ya que en la casa comemos a la carta. ( El que saque la carta mayor, come; los demás se aguantan el hambre.)- En casa comemos con cuchillo y tenedor. ( El tenedor para sostener el pan y el cuchillo para defenderse.)
CARTA ESCRITA EN UN FORMULARIO o cómo postular y no morir en el intento
Ahí estamos una vez más, justo al margen y a la deriva del circuito de los connotados del arte, de aquellos que día a día convocan la complacencia y oficializan su quéhacer. De aquellos que año tras año se forman en el beneficio por la hilera de fondos concursables hechos a imagen y semejanza de quién los propone y alinea el pensamiento artístico.
Justo en la frágil espera del beneficio de esta especie autoritaria de lotería nacional de favores, que reparte premios al por menor y en mayor escala, consuela tan solo con la decepción a cuanto méndigo iluso anhele la oportunidad de ver concluido, de una vez por todas, algún proyecto personal y anexarlo por último, al inicio del extenso curriculum que a punta de auto gestión intenta apuntalarse.
Una vez más entonces, como gallina clueca pronta al sacrificio, haciendo de la encabronada mueca tan solo un rictus onda San Sebastián, caras largas al mejor estilo Modigliani o de ansiedad según Munch, ante tanta suma de rechazos, censuras e incomprensibles justificaciones de índole burocrática, por parte de quienes administran y tienen a buen resguardo los más altos valores del quehacer del arte y por supuesto del montón de plata que al paso de los años se acumula en la alcancía de la mediocridad cultural chilena, como también, en los bolsillos tramposamente bien habilitados de una infinidad de artistas militantes, casi religiosos, del dealer institucional.
Quedar colgados de las pocas y gastadas brochas junto a los escuálidos tarros de pintura que van quedando, ya son parte de la grácil mecánica cotidiana y de una novedosa tradición a la que se ven expuestos los que apuestan a los deseos de andar titulando formularios, con el mejor de los títulos, garabateando y borroneando objetivos, usando el hervido seso en fundamentos y especulando las consabidas poco originales descripciones, con la finalidad de agradar a los analíticos evaluadores, especie ésta, de eximios tasadores del concienzudo inconsciente, y de paso, para no dejarse coartar por el adoctrinado y a veces rastrero círculo del poder cultural, trazado por siempre con la tiza del oportunismo y el carbón de lambisconear recursos.
Jurados y consagrados artistas hasta la coronilla favorecidos, eternos portadores del aura divina que otorga el virreinato neoliberal, regalada en su condescendencia con la oficialidad del arte nacional, serán los beneficiarios directos de la torta servida a destajo en estos días.
Negociantes duchos y diestros que muestran la hilacha de algodón y lino cada vez que las pinceladas de corrupción y favoritismo acechan sus pequeñas y soberbias figuras de barro, moldeadas con migas de aprovechamiento y aserrín de intereses planificados en la mediocre intelectualidad de las salas de clases, galerías, magíster, pasantías, premios nacionales y rincones oscuros de este palacio de las artes.
Esa es la tónica anual. Regalo anticipado para los siempre afortunados, auto gestión precaria para el desafortunado resto. Misma modalidad acostumbrada para los concursos y representaciones internacionales, bienales y cuanta exposición se lleve a cabo, por que habrá que comprender, eso quisieran y ruegan, que en los lineamientos artístico culturales, su palabra es ley cantada, recitada, pintada y no hay caso de acallarla, menos pensar en opacarla.
Concursos nunca abiertos a extraños, santiguados con el bruñidor iluminado de la contemporaneidad y con la llave pequeña de la marginación, gracias al colador de la amistad por el que velan prestigiosos y sesudos curadores, críticos de las artes, estafetas independientes diseñados en la pureza del discurso fácil y profundamente difícil, necesario para filtrar y cortar por lo sano con todo lo que no se acomode a su bosta intelectual y menos a que alguna manifestación contraria a sus intereses, ocupe el miserable territorio de la verdad esteta conquistado con el sudor y fluidos de machucada verborrea teórica lisonjera. Eso pareciera lo justo, dicen.
Ser parte de los hijos únicos del paternalismo cultural, que apuesta más a huérfanear el arte cuando éste no es entretenido y ni siquiera impacta con el flachazo sensacionalista, como lo sugieren, no hace más que validar el poco interés existente y si los demasiados negocios egocéntrico y políticos que están en juego.
Es por eso que dedicarse a las malas artes de vivir de las artes, nunca ha sido el mejor ardid para el estado negociante, financiar en cambio apuestas de carácter mediático, son su mejor estrategia para ir captando adeptos en pos de la consciente pauta y estrategia capitalista que bien manejan y creemos disfrutan. También, por qué no, para obsequiar el metro cuadrado de soberbio poder a los llamados colegas, quienes, por supuesto, más lo gozan.
Para otra ocasión un poco más transparente, más seria, comentaban a vox populi algunos hijos desafortunados y detractores de la fortuna pública, generalmente condicionados a rogar y hacerle mandas a esta sor teresita de las artes, madona cultural ella, por los morlacos necesarios y así pintar el futuro esplendor gracias a los colores del subsidio.
Rogativa que muchas veces cojea y tan solo sirve para darse cuenta de la oscura posibilidad que permita desarrollar y desenrollar una serie de proyectos creativos, que se van sumando incansables en la repisa, con aspecto de gruta ya, de los auspiciosos fracasos.
Allí van quedando entonces legajos de borradores, interminables fotocopias, presupuestos a destajo. Miles de pocos pesos propios ocupados en aras de la maqueta, el dossier anillado, transformando todo, al final, en un inútil balance del despilfarro.
Y es que estos desequilibrados concursos junto con dejar una estela de decepciones, cierto aire de resignación a veces, arrastra a una serie de heridos por el paisaje, y de paso arroja al precipitado tacho de basura, las urgentes y volcadas ilusiones concursantes.
Es por eso entonces que echar mano, ah que no, de la estoica economía de guerra hogareña, aquella que se estira elástica y generosa cada vez que se requiere en pos de revertir el magro resultado del concurso en cuestión, es la única posibilidad que va quedando siempre. Tanto así que varios se atreven a jurar que nunca, por ningún motivo, han dejado sin comida a la prole y menos dejar de pagar la cuenta ociosa que cada fin de mes asalta sus hogares.
Seguir apostando al fondo de las artes sería el lema eterno, comentaba un resignado y varias veces decepcionado participante y que ni siquiera a espatulazo limpio, ni de craneados fundamentos que describan el meollo de sus interesante absurdos, logra traspasar la barrera de caballetes instituidos como trampas en este mercadeo de las artes.
Por cierto, cansado y todo, ya prepara su próxima batería de proyectos en aras de impactar a los convocantes, si es que se dejan, y de paso agradar al supuesto anónimo jurado, quién calificará, como siempre suele hacerlo, con la nota del acomodo para sus huestes más cercanas o en su defecto, defenderá con la indecencia de los mediocres, algún imaginario ideal para seguir marginando y censurando a quienes no se acomoden a sus lineamientos artísticos.
Al final de cuentas comentábamos, una buena parte de perjudicados con tanta maroma y teatro de los fondos, que la auto gestión, capacidad y determinación individual, son las mejores herramientas para revertir la calamidad estatal, sus cánticos embusteros de participación y las cinéfilas reclutaciones que por siempre pretende.
De buscar en definitiva, platas en otros horizontes y hasta por debajo de los traperos sucios si se puede. De barrer de una vez por todas, el mohín de la dependencia que se acumula indecente debajo y por arriba de la honestidad y las necesidades.
Y pareciera ser que éstas serían las únicas posibilidades para finiquitar eternos proyectos de creación que duermen a la espera, y son la única forma también, de imponer un modo de hacer sin ser antes coartados por un sistema cultural que tan solo pretende y se luce creando artistas exprés, de sobrado impacto mediático, necesarios para justificar aquel eslogan de la cultura entretenida y conscientemente para legitimar el porrón de concursos nacionales que otorga la democracia protegida, demasiado, a estas alturas, viciada por tanta corrupta parentela y tanto hijo rastrero condescendiente.
El merecido cultural pues, para una praxis de las artes, que no pretende más que tapar con harto óleo y yeso a granel, la conocidísima justificación histórica de la pequeñez y estrecha visión de mundo del grandilocuente circuito nacional y para dejar en claro, hoy más que nunca sin duda, que a pesar de todo, nadie es profeta en su tierra y menos cuando ésta, se llena de mixturas de lodo y bosta para urdir el collage definitivo, a punta de yunta de bueyes y malas artes incluso, de la tradición del arte chileno y de sus embarrados depositarios.
Al final de cuentas, aquí estamos una vez más, parados estoicamente en la ya media docena de postulaciones. Agotados de tanto rito en la entrega y espera. Meditando como siempre la porfiada realidad que pareciera no tener vueltas. Estirando el músculo mental, campeón del elástico ejercicio de la paciencia con las consabidas reflexiones y especulaciones al concurso de marras. Revisando y memorizando cada uno de los recursos y montos solicitados y si estos fueron exactamente ubicados en los nichos correspondientes como lo plantea la exagerada letra chica que nos guía con agigantados tropezones.
Romperá acaso la ocasión con esta matriz zurcida de oportunismo, remachada con fierro del desprecio, y con ello terminar la buena racha de ganar para algunos. Vibrará la opción perdedora por lo menos esta única vez. Será necesario, como siempre resulta, echar mano al plan contingente, aquel de poner los codos para el topetazo de hocico, levantarse nuevamente y hacer cuenta que nunca se postula en serio.
¡Ánimo postulantes! Ya se viene el próximo fondo de las artes, Fondart para los amigos, desde ya promete, como siempre, un formulario menos parecido a las alcachofas. Más optimizado, dicen, gracias a las políticas aquellas de ir improvisando en la medida de lo posible y de acalambrar la ya burocratizada neurona concursante.
Y es que dentro de las nuevas modalidades, crecerá también la tropa de guardias pretorianos, gurcas veladores de las condescendientes artes aplicadas y tontons macoutes de la cultura. Mañana los beneficios serán por doquier y para todos, pero claro, como siempre, hartos palos de millones para unos, lumas y garrotes, si es que el pencazo lo permite, para el resto.
Desde ya entonces, cordialmente invitados a la revisión de nombres y apellidos, más de una sorpresa nos depara el listado, entre ellas, ver nuevamente los nombres y apellidos de los que tienen nombre y apellido en las artes, es decir, nombres y apellidos que se vuelven a nombrar como siempre, gracias al apodo y título entregado en la noble tradición nacional para los mediocres embusteros del nepotismo y otras hierbas mal habidas.
Por que sí bien estos fondos concursables debieran ser un beneficio para toda la comunidad del arte (a caballo regalado no se le ven los dientes), éste tan solo se ha transformado en un favor que beneficia siempre a unos pocos, según el fétido favor del viento o dependiendo hacia dónde cabalgue su hedionda montura, claro.
CARTA ESCRITA CON EL CUERPO o cómo despellejar la memoria
Hablemos del cuerpo entonces. Concretamente la carne de perro que portamos lo amerita. Ni buscarle pulgas directrices, garrapatas con esguinces anatómicos y menos dar ocasión para cortarle la cola a la memoria. Es intentar acaso, descifrar acciones concretas del mismo.
De un cuerpo que se transforma en gestor y orientador para un trabajo específico, cercano al húmedo oficio de grabador, capaz de estrujar toda su contextura en pos de una imagen. Y que también se ejercita y ladra para entrever un vago y callejero corpus al proponer interesantes gestos y fricciones hacia y desde los lenguajes del arte contemporáneo.
Pongamos el cuerpo entonces, porque sencillamente la acción corporal y corporativa que va desde levantarse hasta acostarse, son solo extensiones naturales bien parapetadas, que nos auxilian en esta ocasión, para preguntarnos, adentrarnos e interrogarnos sobre qué somos capaces de soportar y de qué forma necesariamente con ello, hablar de mutilaciones al mismo tiempo.
Es desdoblarse sobre sus delitos y por qué no, fracturarse con sus deleites. Quizás es el monitoreo anatómico que nos permite ver los descalces y cuerpos extraños que conforman y deforman nuestro propio cuerpo, aventurándonos con ello, es probable, a re-conceptualizar toda la feroz rotura individual y colectiva del pensamiento, necesaria para establecer un discurso o diálogo.
A este cuerpo se trata de memorizarlo de memoria talvez, de memoria histórica y de contextos intrahistóricos – el cuerpo como fragmento-. De descifrarlo y re-escribirlo constantemente, a modo de hurgarlo como lo haría un paramédico o de darle hasta que duela como suele hacerlo el torturador con leva y calentura por la parrilla. Nadie es perfecto aullaban los viejos, entre ellos mi padre, a quienes la perra corriente les concentró la piel e hizo mella la carne.
También es descubrirlo para mostrar sus acontecimientos, es hablar del dolor y transformarlo en ironía indolora e inodoro olor a quemado – el cuerpo y sus secreciones -. Es y por qué no, transporte definitivo como soporte de obra a modo de discurrir trazos básicos que describan los acontecimientos necesarios de una vida, así como también, un mordisco y ladrido feroz que soportan nuestras superficies carnosas.
Aquí estamos hablando dualmente, friccionando aquellas ausencias y sobrantes, así funciona este cuerpo, accidentando las taras corporales y con ellas construyendo un discurso que se acerca tanto al ejercicio anatómico como al psíquico. Un tour al rincón húmedo y resquebrajado para entrar de lleno a temas que torturan, y torturar la piel como la urbanidad de un espacio físico determinado, orgánico y arquitectónico, es humedecer y arrebatarle todo el pellejo mórbido de la agresión social, política, económica, moral y ética a la que nos tienen acostumbrados los perros grandes de este quiltro país, para presentarse a la vez como propuesta estética del desgaje, del tironeo, del pedazo y luego de la costra – el cuerpo y sus desplazamientos -.
Curiosamente esta visita guiada, contiene y limita un determinado estado, dirigido, como un avisar sin pedir permiso y sencillamente más agresor aún, es cotidiano. Así, la transformación del cuerpo al pelechar, con sus elementos y formato de kardex, hechos del olvido y encuadernados con la neurona de la memoria, se muda para convertirse en materia agresora, quebradora e hiriente.
Dislocando el sentido al unirse, vía corchete del mismo pensamiento, transpirando en su unión y cobertura, en su pliegue y remate de elementos de cotidianeidad en su uso, también en desuso, y que muchas veces de ser imprácticos en su reciclaje sociopolítico, reinventan sus propias formas como estructuras partidas y parchadas, con huellas de haber sido violentadas para así llegar a una especie de asistencia pública de agregamientos y soluciones estéticas que seguramente debemos escarbar, con la huella dactilar, para no enterrar, luego, los huesos en el patio del olvido junto al seco árbol de la impunidad, que ni siquiera se riega con la orina que marca los territorios.
Es además, hablar de las distancias y reencuentros con algo histórico sin extremidades. Algo así como la unilateralidad memórica frente al distemper del olvido. Sencillamente es una historia personalizada. Es ese cuerpo que funciona cual juguete en el baúl de los recuerdos rotos, en donde restaurarlo, sería el lema – el cuerpo como objeto -.
Por que también, siendo capaces de agredir nuestro propio cuerpo lo somos en cuanto a la memoria que guardamos. Quizás su almacenamiento debiera ser definitivo y que se desvaneciera, pero al parecer en este caso corpóreo y en todos los casos, funciona permanentemente como un acto de única importancia, que aparece y deja constancia de determinadas historias e inquietudes que sin duda determinan un territorio o dan continuidad a la existencia.
Así, nos cuenta su historia, transformándonos en voceros automáticos de sus inquietudes y nos reafirma que sin memoria seríamos incapaces de construir memoria. El pasado es siempre una morada decían por ahí, seguramente lo aventuraba un cuerpo con historia, y es que no podemos evitar ni hacer perro muerto con una parte de nosotros que queda allí, que llama cada tanto, que nos hace señales y nos pega un ladrido. Afortunadamente, es un cuerpo que nunca nos mira de reojo. Es entonces rascarse con pasión las pulgas de la memoria y evitar a toda costa el lindano del olvido.
También es la cercanía del halo de la proyección del otro, contrariamente, hablar del cuerpo de obra de quienes aperran con el tema, nos acerca a nuestro propio cuerpo de carencias. Funcionando como referente o autorretrato – el cuerpo como dispositivo -.
Esta proyección en si, se suspende e incorpora con luz propia y sin duda es producto de todos los avatares que cargamos día a día en esta suerte de sahumerio al que intentan, por todos los medios, lavar con jabón amnésico y a veces llenarnos de aquella loción globalizante con marca olvidadiza.
Con ese ánimo, sin desear más, esta reflexión cabe también en la práctica de prolongar la idea y pelechar su desarrollo. Es dar pié y por qué no, brazo sin torcer a involucrar a partir de una obra personalizada, que no termina aún, por suerte, en definirse, un entorno de cuerpos como contextos. Son los cuerpos del delito, son los cuerpos y sus llagas, son también los corpus cristi, los cuerpos arrojados al vacío, los torturados, los desaparecidos y los aprisionados.
Aquellos cuerpos en reposo, los tirados al sol, aquel bonito del ballet, incluso el de bomberos. Tal vez con estas corpulentas y anatómicas directrices, este trabajo engendrará crías con buena memoria y roerá hasta pulverizar el hueso del ya no me acuerdo, al igual que el cuerpo que promulga un sentido y recorrido visual sin ataduras ni prejuicios de ningún tipo.
Así, esta bodega visual de implementos para el implante del recuerdo, así muchas veces es el cuerpo, nos insiste en el desgarro y nos propone que, esa insistencia, es materia para seguir extendiéndose a modo de transformarse en una curiosa especialidad de hablar con el cuerpo, con todo el cuerpo y lograr con ello, sin ser gran estratega, no se necesita serlo, un sentido de pertenencia y una arriesgada puesta en escena de una jauría de conceptos que, con el tiempo, debieran madurar de tal forma que cumplirían al pié de la letra aquello de elongarse sin desgarrarse antes que nos lleve la perrera del olvido.
CARTA ESCRITA CON EL CUERPO I o cómo elongarse sin desgarrarse
Este proyecto escritural toma forma a partir de una serie de más de cuarenta y cinco crónicas escritas en la Ciudad de México, tituladas “Chiles Mexicanos, crónicas picantes”, publicadas en distintos medios, tales como diarios electrónicos e impresos, páginas virtuales, revistas culturales, catálogos, presentaciones artísticas, oratorias públicas y privadas.
Reminiscencias que han permitido entrever las diferencias culturales entre dos sitios y a su vez unirlas en un todo. Así los textos que hoy escribo, son el medio adecuado para proponer vivencias anteriores, entremezcladas ahora en un contexto de tiempo y espacio distinto. A su vez oportunidad única para apropiarse de nuevos códigos de relaciones humanas, sobre temas valóricos, de política contingente, de analizar y poner en la balanza justa, aspecto tales como la memoria y su constante enfrentamiento con el olvido, entre otros.
Oportunidad de escribir reiterando conceptos, de agotar analogías, de extender la letra sin temor a la falta escrita, a la geometría formal. De accidentar si se quiere y agotar a partir de reiterados y recargados conceptos. De aventurar probablemente la idea de escribir textos analógicos a partir de la simpleza de cada uno de los temas que se van proponiendo de un modo cotidiano y de darle cabida también al humor y a la ironía que cada palabra e idea, en su límite, permiten.
Es reflexionar nuestra propia y personal existencia. Repletar de recuerdos alegres, de otros tristes, de convicciones. De proponer reflexiones. De dar cuenta del crecimiento y que todas las acciones que éste propuso, son importantes por tratarse de territorios de un lenguaje anecdótico necesario por narrar. Que las vivencias en definitiva sean parte de este intento de contar historias personales y expandirlas generosamente a una suerte de territorio público.A partir de lo anterior, actualmente desarrollo un proyecto de libro con la intención de publicarlo. Se trata de una serie de cartas crónicas que aluden directamente a mi retorno a Chile y el tremendo abismo que significa estar en un lugar distinto y determinado por una serie de aspectos contradictorios ligados a las relaciones humanas, sus costumbres, actitudes y modo de mirar el mundo, distintas al país, en este caso México, que me permitió crecer. Sitio que por lo demás y en cierto modo se ha transformado en una especie de segunda patria por tanta ausencia obligada durante un periodo importante de años.
El proyecto se articula entonces como idea y concepto de cartas crónicas y que tiene como único remitente reflexionar y analizar con y desde un cuerpo histórico, con dolencias tal vez localizadas a partir de una anatómica mirada, desde una particular mirada. Pasajes y recorridos al tipo de sociedad que habitamos, de las contradicciones que propone, de las carencias y defectos que se descubren. De los alcances y penetraciones que asume por ejemplo el consumo, la moda, el individualismo y por ende el egoísmo y que también a partir de sus extremidades, verdaderas extensiones que requieren hablar, decir, opinar, dar cuenta de los hitos de la historia política chilena contemporánea, del modelo de modernidad que se plantea. De dar cuenta también, de la importancia que tiene la memoria individual y colectiva de un país, una sociedad, que por diversos motivos actúa, muchas veces, por interés o inconscientemente a la inversa.
Así entonces, el pretexto de escribirlas se inscribe en un intento de utilización del cuerpo como metáfora de evacuarlo, expresarlo. En extender en cada título de las cartas la utilización de alguna parte del mismo e involucrarlo por accidente. Carta escrita a mano, carta escrita a pie pelado, carta escrita con un bisturí, carta escrita en guater, carta escrita a un cadáver, son algunas ya escritas y en definitiva el inicio de una etapa que lejos de agotarse, comprueba la necesidad de seguir extendiendo tanto el cuerpo como su letra y dar forma al deseo de escribir por sobre la mecánica de no hacerlo.
El proyecto consiste en escribir aproximadamente veinticinco Cartas Crónicas. Un total de 180 páginas, tamaño carta que serán concluidas con la intensión de transformarlas en un libro que pretende ser un recorrido epistolar y en donde el cuerpo, sus extensiones, extremidades, interiores, fluidos, serán el ordenador temático para desplazar ideas que tienen que ver con la cotidianeidad de una sociedad, de quienes la habitan, de sus usos y costumbres. De las relaciones humanas, políticas, culturales y el devenir de contingencias sociales que la nutren. Aspectos estéticos de la misma. En definitiva un recorrido social colectivo y sus alcances con las vivencias personales de quién las narra.
Metáforas del cuerpo que se desglosarán en varias directrices capitulares tales como: El cuerpo como fragmento, a partir de las extremidades del mismo, sugerir del sujeto individual, sus historias personales, recuerdos, la memoria de un cuerpo pasado y presente, como sujeto histórico social en permanente ir y venir con la historia.
El Cuerpo como dispositivo, metáfora de lo inverosímil, de las contradicciones y descalces que propone. El cuerpo y sus desplazamientos, hacia territorios e ideas geográficas, de urbanidad y arquitectura. El Cuerpo y sus secreciones, tristeza, rabia, ira, ironía, llanto. Humor, alegría, entusiasmo. El Cuerpo como objeto, la huella de artefactos y utensilios de la cotidianeidad.
CARTA ESCRITA EN UN BOLETO DE MICROo cómo atropellar la arteria de la transmodernidad
Transantiago se denomina este asunto de modernizar el tan añejo y podrido sistema de transporte de la ciudad capital. Algo así como transvestir a la mona lisa de seda, sin empacho y vergüenza pareciera, y que ojalá ésta nunca se entere del feo retoque al que fue expuesta. De algo parecido daba cuenta Marcel Duchamps hace muchos atrás, en donde ni la locomoción, las congestiones y contaminaciones, eran asuntos demasiado pictórico pintorescos y menos para ironizar a destajo, pero bueno, así eran aquellos tiempos.
Y es que el ceda el paso para los caprichos de la autoridad, se va despintando en la medida de los cagazos y la mala planificación a las cuales últimamente invitan en forma gratuita, transformándonos en testigos presenciales desde el merito paso de cebras que intenta rayar el futuro esplendor capitalino a punta de metidas de pata e improvisaciones, y claro, entre resignados y trastocados de la risa, observamos los sucesos en la larga primera fila de usuarios que se amontona cada día, en busca de su destino y anhelado traslado.
Es así entonces que la capirucha ciudad de la provincia señalada se ha transformado en una verdadera urbe sin sentido de tránsito. Transitoriamente por siempre mal señalizada y con la capacidad intacta de enredar, aún más, nuestra congestionada neurona pasajera que se bate pajera en esta nueva modalidad de transporte público.
Claro, el esmirriado tictac del corazón chilensis se ve debilitado por los tiempos de espera. Se nota agitado por los improvisados recorridos y la arritmia en la continuidad del servicio. Hace latir fuerte la bronca en la arteria callejera ante la notable ausencia del torrente prometido de micros.
Patatús anunciado de un corazón a mal traer y por siempre irrigado en la fuerza de la costumbre, pareciera, y que también hace mella en las flácidas nalgas botadas en la esquina del desarrollo, a la espera que pare de una vez por todas la troncal designada, ojalá, antes que el paro cardiorespiratorio provocado en la caminata absurda y el patitas pa que te quiero de llegar temprano a la rutina, nos trastorne y mande junto al deshuesadero de las micros viejas, perdidas ya en la taquicardia neomodernista ofrecida.
Ese pareciera el pálpito del cada día, pese a los llamados a la calma desde el púlpito de los poderosos. Y allí están los pulpos empresarios y señorones transnacionales del poder político y económico, quienes insisten y machacan cada día con el beneficio colectivo otorgado, ofreciendo las penas del infierno, incluso las del invierno que ya se aproxima, a quienes se opongan a tales medidas.
“Bola de humanoides transhumanizados”, malagradecidos, que no alcanzan a comprender y visualizar la importancia del producto en cuestión, que a la letra chica nos invita a disfrutar las grandes maravillas del sobreruedas mercado licitado en el negocio oportunista de unos cuantos. Arreglin de intereses pues, de quienes se beneficiarán de la moneda pobre del apretujado transeúnte capitalino, en este terminal microbusero del tercer mundo.
No es raro, entonces, suponer que la deuda con la calidad de vida, en este caso con el traslado de una población poco demandante, siempre bien sentada y a veces exageradamente apuntalada, sin derecho a réplica, en la parada imposición de la picota libre demandante de los ruleteros, mad max de cada día, se seguirá acrecentando.
Gremio que por lo demás ya disfruta de dichos dividendos, acostado en el sillón-cama de primera clase otorgado por los vendedores ambulantes de la transición, a quienes no les importa siquiera, el estrepitoso choque frontal en contra del paradero del descriterio, atestado a estas horas, de modorros y agotados pasajeros.
Hoy el avezado y escaso esfuerzo de la autoridad, no se agoten demasiado, deja entrever, que una vez más se trata de la misma y abusiva formula mula y tránsfuga entre estado privatizador, buitres empresarios y cafres de la chofereada, versus el aperrado y siempre atropellado usuario.
El mismo cuentito de siempre que arrollará sin pena ni gloria y sin pudor alguno a una población resignada al bus del desprecio y demasiado creyente del buscón populismo. Dios, pareciera, es y será por los siglos de los siglos el copiloto automático de la creyente clientela y protector para quiénes duermen raja, a pata suelta, el largo recorrido sin paradas exclusivas del micro sistemita este.
Y es que salvo el blanqueo y camuflaje del chasis, de la carcaza con adornillos kitch, estilo trans art, que luce la mórbida identidad del parque automotriz, incluso de la nueva postura pública de los ya educados y compuestitos choferes del carreteo, suponemos que estos seguirán cortando el boleto a destajo y sin demoras.
Son las torpes gracias y miopes decisiones de la autoridad de turno, quién ofrece, sin demora, toda impunidad para pasarse por el aro de la indiferencia y por debajo de las ruedas, si es que se puede, a una población demasiado ciega y muda, que yace aplastada en el alquitrán, entorpeciendo el tránsito, ante el viejo truco de vislumbrar a duras penas el puro Chile es tu cielo azulado, sin darse cuenta que éste, tan solo, transpirará lagrimas, algún día, sobre la animita de su atropello cívico definitivo.
Varios años, eso dicen, permitieron darle algún sentido al proyecto de transmutar y cambiarle el machucado rostro a estas vías de acceso del jaguar latinoamericano y de paso a su pesada carga de locomoción terrestre. Eso señalan los iluminados responsables, para quienes, los temas de ciudad se resuelven unilateralmente y cuanto mejor, en algún oscuro y transplantado ministerio otorgado en la rutina del nepotismo político.
No exento de conflictos se ha visto en las primeras semanas de marcha blanca anunciadas con tramoya, bombos y bocinazos. En definitiva, la tara de ir improvisando en la medida de lo posible, se ha transformado en bandera de lucha y en meta anhelada, no es de extrañar, para este populista tránsito democrático lento, quién rápidamente cierra las puertas ante la protesta, y abre gentilmente el torniquete del pase gratuito a la demagogia.
Ni el mismísimo ex futbolista tricolor, imagen pública y locuaz bombín que infla por unos cuantos pesos las ruedas viejas de las empresas involucradas en el nuevo proceso micro callejereo, se convence de los beneficios que este tendrá. Menos se salva del repudio masivo y de las trastornadas puteadas que generoso su público le transmite.
Ahí se deja ver algunas veces, con el pelo al viento, algo despeinado, colgado, junto a tantos humillados, en la pisadera del desarrollo y a punto de volar por los aires recordándonos al pobre, veloz y frágil correcaminos arrancando del coyote matrero y de paso, escondiendo la cara por las vergüenzas que el real tercer mundo otorga sin deberla ni temerla.
Allí se muestran los merolicos personeros gubernamentales, uniformados con el atuendo de pilotos de la fórmula trans-am, ya cansados, flacos, ojerosos y tullidos, se les nota, solicitando un huequito arriba de la micro, pese al toqueteo que aprieta caliente la libido movilizada con olor a culo y smog. Maniobrando con esfuerzo las pesadas ruedas de carreta heredadas de la caballería milica que además se encargó de urdir, sin contrapeso alguno, toda posibilidad de transparentar la calidad de vida para este sosegado pueblo que rueda y rueda triste en cada una de sus facetas de usuario ante la regencia insoportable de empresarios inescrupulosos, hediondos a corrupta transa gracias al apestoso ejercicio de trastocar, repintar y maquillar las flotas, con todos los colores posibles que quepan al interior del náufrago cobrador automático, diseñado por el congestionado y pálido ya, de tanto aire acondicionado de última generación, arcoiris oficial.
Ya la gente no es la misma, habrá sido distinta en alguna ocasión. Ni gallarda, ni granada, apenas transmite su belicoso descontento. Acostumbrada ya a las extensas y encabronadas caminatas y de llevar a cuestas el lomo de toro que funciona como tope y barrera de contención de sus impulsos de protesta proleta arribista.
Somnolienta pasea su cuerpo temeroso por sobre las fogatas y barricadas, que a veces aparecen tímidas en las trasnochadas villas aledañas, en busca del anhelado convoy del recorrido impuesto en esta modernidad vial, ubicándolos a tantas amargas calles de distancia del dulce hogar, rogando, incluso, al cielo brumoso, por salvar el pellejo antes que el impune toque de queda, donado por la ausencia de cacharros con ruedas, los pille sin boleto y menos con algo de plata que pague el peaje delincuencial.
Se acabaron los nunca aprendidos números que distinguían el recorrido en cuestión, nadie les daba boleto. Los viejos códigos fueron cambiados definitivamente por otros que seguramente nunca serán habituados en nuestra amortiguada desmemoria que, a propósito, sigue rumbo al desfiladero y por ende, al cementerio en donde se deshuesan las conciencias.
Ahora sobran los paraderos con diseños de última generación aptos y cómodos, tan solo sirven para aventurarnos a rogar por alguna circunstancial virgen en tránsito, arcángel de la locomoción, o en su defecto ser utilizados transitoriamente para dormir el sueño de la espera eterna, por una verdadera, seria y responsable administración de los recursos y por sobre todo, de los servicios para una sociedad aclimatada al viejo derroche y a la moderna improvisación en cada una de las propuestas públicas, que se van apagando de a poquito, en este soterrado y silenciador estado neoliberal.
Y a propósito de tubos de escape. El ruido de formas que contiene el modelo del mentado paradero exclusivo -bip- seguramente diseñado en el gesto e impulso eléctrico de algún funcionario ministerial –bip- experto en transistores -bip- encargado de cobijar a esta especie de enfermos terminales –bip- simula y semeja un gran monitor cardíaco habilitado para una población ya pronta a colapsar -bip- que no deja de sonar por tantos gorgoreos fallidos de beneficios sociales –bip- y menos por los pedorros favores tan solo para unos cuantos –bip- que junto a la torpe inoperancia de los articuladores y gestores del plan –bip- vamos soportando.
Que además –bip- hoy se congratulan de la interminable fila de guanacos –bip- pacos y zorrillos –bip- llenos de aceite quemado, lacrimógenas y otros inventos represivos –bip- apostados en cada sitio habilitado como parada –bip- decirles que pareciera que una vez más huele a cercana protesta –bip- y que su acabado de líneas color verde –bip- diseccionadas transversalmente discontinuas –bip- son un probable aviso –bip- del patatús definitivo –bip- al mentado y nunca bien correspondido sistemita biiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiip.
CARTA ESCRITA EN UN LADRILLOo cómo sacar al pizarrón a los desmemoriados y olvidadizos
Separado tan solo por una muralla de edificios nuevos, de estética fea además, y desde el patio de la antigua casona patronal, construida hace un siglo a base de barro, paja y con la mano tiritona del clasicismo, sitio donde funciona también y se cobija el treintón taller de artes visuales caja negra, fue posible escuchar algunos temas de la vieja banda británica Pink Floyd, que hace unos días atrás visitó, para conquistar una vez más, este frío y flemático caserío del nuevo mundo, ubicado, como bien sabemos, y para ser un poco más específicos, al final del mundo.
Tomaron por asalto ¿habrá ingles que no se aprecie de hacerlo y chileno que no lo imite a veces? con toda la parafernalia antibélica que acostumbran, incluyendo aquel famoso chancho rosado, decorado para la ocasión con inscripciones poéticas poco sensibles en insinuar las desgracias y atropellos en este afrechadero de tierra.
Entre ellas y a propósito de espectáculos pirotécnicos, los cuántos helicópteros y fuerzas especiales encargadas en detener al dirigente de la coordinadora Arauco Malleco José Huenchunao, joven combatiente allá por el sur mapuche, quien se niega a la cerda idea impuesta por el estado chileno, de arrasar con la raza a cualquier precio, en pos de salvaguardar los cochinos intereses de forestales e hidroeléctricas que lo soliciten.
Y a propósito de mamarrachos y marranos flacos, a cargo de la parcela interna, en su rol de autoridades del régimen, fascistas en roles democráticos, decirles que no cantan tan mal las rancheras con la apoteósica campaña del miedo, que quiso, durante estos días, hacernos creer que de verdad estabamos a punto de un estadio pre revolucionario.
Incluso la amenaza terrorista se erguía sobre la sitiada ciudad por efectos del denominado Día del Joven Combatiente, que recuerda el asesinato de los hermanos Vergara Toledo, en supuestos enfrentamientos con la maldita cni y que de un día para otro, logró todos los titulares de la prensa criolla.
Los montajes policiales y políticos a estas horas parecieran ser estrofas de una canción desesperada del viejo gingle obsequiado por la gorilada matonezca y que a toda costa pretende bajarle el perfil a los cagazos que su apiedrado y tan pelotudo transantiago les va deparando. En fin.
Y como decíamos, tampoco fue problema para este tropel de ilusos cantantes del ladrillo en la pared utilizar el nunca bien ponderado, por su violentada arcilla y murallas de la muerte, estadio nacional de Chile, como perfecta escenografía antiimperial, y cantarle a la fiel chusma, habida de estos caballeros de la reina, el repertorio clásico que los llenó de fama y de harto glorificado euro pese a su filantrópica pose de ídolos comprometidos con quién sabe qué cosa.
Sin querer queriendo se transformaron en solapados cultores culeros del cántico nacional que a la letra proclama que a la tumba nos mandarán con parte de la historia reciente o en su defecto, ese mar que tranquilo nos baña, sumergirá, amarrada con rieles de tren, toda memoria por los sucesos allí acontecidos.
Más de alguna tomadura de pelo habrá sentido el dueño de la banda y del espectáculo mismo respecto al recinto designado, probablemente nunca fue informado sobre los sucesos ahí acontecidos, que por lo demás, es un deber recordar, lo transformaron en uno más de los campos de flores bordados para la detención masiva y el asesinato de chilenos, y de tortura obligada para escuchar la mala música interpretada por el orfeón milico.
Que a propósito también, por muchos años, juró que cantaba bonito, y que hoy día, más conciliado que nunca con los nuevos tiempos, y como regalo de la pésima partitura interpretada, invita al coro desafinado del transito democrático como elenco estable del trágico réquiem, encargado de pautar y cantar loas en beneficio del si me acuerdo ya me olvido.
Y si bien me recuerdo, de ahí en adelante este elefante blanco, que vuelve a recordarnos en cada una de estas presentaciones, la necesidad de mantener la memoria viva, se ha prestado como una locación especialista en acoger conciertos masivos, curiosidad altamente aceptada en la indiferencia y desgano cerebral del hemisferio memórico, por decir algo, de la masa asistente a los mismos.
Así entonces, andar pacheca, arriba de la pelota, sentarse volada en los prensados ladrillos de mota marihuana, dispuestos para cada festival musical, y de pitearse hasta la última mata de cogollos sobre el verde césped, son los ejercicios más recurrentes para una fanaticada que ni siquiera cree que el pasto crece tan rápido gracias al mar de sangre de los allí caídos pese a las semillas del si me olvido ya ni me acuerdo que siembra la autoridad en el surco profundo de la chepica impunidad.
Que además tararea ferozmente para tapar con maleza la visual y oído de un país que no hace mucho, tampoco nada, por arrancarle el paño del rostro a la lady justiciera, quien ya se acostumbró a posar con la vista bien vendada y a escuchar tan solo los mezquinos intereses de las razones de estado, insistiéndonos, como si se tratase de un disco rayado, con el pegajoso jingle y estribillo de la alegría hipócrita y soterrada.
Y que no hace más que anunciar las escasas probabilidades, sería un milagro, que esta doña abra sus ojitos brillosos, rojos y apuñalados de tanta amnesia que se procura, en desmedro de los muertos y todas las tragedias que se van aconteciendo y que a punta de guitarrazos para la ocasión, mal intencionada nos recuerda y puntea el olvido.
Por lo demás, se trata del mismo recinto de las tragedias deportivas a las que nos tienen acostumbrados las tragicómicas autoridades dirigentes, quienes ven en el deporte tan solo una buena estrategia para ganar el quién vive y la ideal contienda para llenarse los bolsillos con plata, y de paso, la mejor formula pareciera, para exterminar a generaciones completas de noveles interesados, a estas alturas castigados deportistas emergentes, que tan solo esperan su teletón en el patíbulo que se erige en este discapacitado chile deportes sin nada que ofrecer pero si mucho que lucrar, parafraseando a quienes lo construyeron.
Se trata también del mismo espacio, las mismas butacas, por donde alguna vez el laureado poeta paseó su humanidad y las regordetas letras escritas en aquel festejo por el Nobel conquistado y que hoy tan solo es malamente recordado para ensalzar los efectos e impactos de la pujanza económica de esta, para algunos, sobre pesada balanza de la injusta riqueza.
La misma arcilla que escarchó y detuvo la existencia de otros, un tiempo después, cuando en las calles de Santiago la hoguera fascista quemaba hasta la ultima hoja escrita por alguna mano movilizada en soñar y crear algún día más distinto y no tan igual al resto. Recuerdos sin añoranzas siquiera. Lagrimas que no cesan, por más que se quiera lo contrario, en recordar al osado preso que escribió su propia oda a la vida en medio de aquel olvidado cementerio del picaneo y el parrillazo.
Y así, no sin antes un leve tirón de la oreja sorda, que cada día procura tan solo escuchar lo convenientemente necesario, y a punta de imaginar los martillazos, serruchos y pizarrones sobre la pared, dimos paso a escuchar nítidamente los ladridos del ya decano Roger Waters, quién con sus clásicos wish you were here, ladrillazo musical que de a deveras cimbraba el frágil taller del artista, a esas alturas en rictus creativo junto a su paleta descolorida.
Quién ya especulaba, de antemano, la dedicatoria de aquel retumbador welcome to the machine, que parecía saludar al descerebrado seso de mucho santiaguino, apestado ya por el torpe asunto este del transantiago y sus azarosas medidas paliativas, entre ellas la nueva adquisición de una especie de gurú de quién para nada esperamos alguna solución, y menos nos haga rimar melodiosa la cotidianeidad.
Y a propósito de apestosos, seguramente atraídos por el brumoso viento pre otoñal y debido a los años de ausencia, estos teacher musicales disfrutaron de todas las excentricidades que chovinistas se ofrecen al viajero a su llegada, sacados de esa especie de kardex arribista más parecido a un almacén atiborrado de las carencias culturales e imitaciones externas.
Entre ellas, suponemos, las del té caliente a eso de las seis de la tarde y comistrajos que la localidad ofrece de la pescadería pacífica en pailas de mariscales hasta el tope, y que provocaron la cagadera incontinente del pálido roger quién olvidó hasta los títulos nobiliarios, donados por su majestad la reina, la suya, en busca del water más a la mano, ante el rebalse y reguero no acostumbrado que provoca el cebiche auspiciado por la corriente del mal educado Niño, quién ni siquiera segrega el culo afuerino y menos comprenderlo demasiado debido a su pobreza bilingüe.
Entonces, y para terminar, si de venir a cantar de memoria se trata, procurar a toda costa estar atento a las contingencias y también a las continencias que este país depara. Otra cosa es con guitarra diría el recordado poeta tanolemes que dicho sea de paso, tiene dedos para el piano y en el aire las compone y procura no descuidarse ni dejar nada al azar. Y es que fácilmente, es posible morder el polvo de la omisión y terminar enterrado bajo los escombros de amnesia y la magnesia gastrointestinal incluso, como también ser liquidado en algún muro y baleado con todos los medios que existan, en desmedro de los sueños y mejores días para el recinto ñuñoino y alrededores que deja ver.
Que a propósito ya intentan a toda costa demoler en aras de muchos edificios, confeccionados con ladrillo princesa o fiscales al por menor, terminados con harta cagadera de cemento y condecorados con algo de vista a la cordillera, incluso con exuberantes palmeras, y todo, gracias a la maquinaria pesada contratada al precio del libre mercado en este espontáneo, lleno de baches, improvisado, olvidadizo y desmemoriado terminal de microbuses sur.
CARTA ESCRITA EN UN ZARAPE o cómo no cejar de cobijarte nuestro amor
Siempre fue un privilegio, saber de ciertos hermosos aspectos de tu vida. De tu paso fuerte por ella y las debilidades que te propuso infinidad de veces. Cuántas acaso despertar y saber que no dormías en pos de soñarnos una vida por delante, dejando atrás tus necesidades, construyéndonos futuro a fin de cuentas. Quizás acaso principio fundamental de lo que fuimos, lo que hoy somos, al final, de lo que seremos. Déjame arrebatarle entonces tu pasado a ese olvido que intentará a toda costa colarse después de tu muerte. Deja procurarlo incluso ahora y que nos llene de memoria para siempre.
Permíteme contar aquí aquellos intrincados sucesos que esta vida te deparó. De comprender, además, cada uno de los tropiezos que a veces te obsequiaba. De las ásperas circunstancias que no hacían más que fortalecer y por entera mostrarte siempre mágica, bella. Obséquiame deslizar otros instantes, aquellos del sol luminoso, esos que congelaban tu eterna risa en señal que todo marchaba, pese a los dolores, tragedias, desánimos, que muchas veces el porvenir insistía en instalar sin pedir permiso. Verte digna sobreponerte con un levante otoñal, diría el poeta, para seguir de pie sin amarguras y menos lamentarlas.
De los deseos que te movilizaron, sin necesidad de echar mano a la mecánica de vida que, entre tanto, va moldeando las debilidades y taciturna se enfrasca en agitarnos la existencia. Sorprenderme aún más por cuanta generosidad regaste a quienes se plantaran frente a ti, conocieras o no acaso y que en silencio, seguramente, te rendirán eternamente agradecidos, convencidos de la importancia del otro, un sentido homenaje de admiración.
Al final, fuiste y serás depositaria de todas mis preguntas, y claro, te transformaste en urgente y necesaria cobija de todas aquellas respuestas, a partir de tu modo de ver el mundo que, ha propósito siempre quisiste que fuera más sencillo, más redondo, menos intrincado. A la altura de las circunstancias comentabas, y a las de tus necesidades reiterabas.
Cuántas veces intentabas, pese a las discusiones y discrepancias que nos planteaba, ponerlo a rodar sin miramientos, buscarle las verdades e imaginarlo de mentiras, menos complejo. Luego ¿te acuerdas?, detenerlo, recogerlo a pedazos si era posible y cada pedacito transformarlo en un recogedor abrazo, sino fraterno, por lo menos bien materno, y a partir de este sello afectivo, universalizar todas nuestras hegemónicas diferencias.
De tu inocencia con la política, esa que siempre cruzó nuestras vidas y que pareciera será nuestra herramienta social de por vida. Ese siempre fue un tema, ¿te acuerdas?, y para ello, siempre nos sobraba la tribuna y en estas nunca cupo la carencia para dejar en claro nuestras posturas. Cuántas veces o muchas veces debías reaccionar tardíamente ante tus adversarios, retractores o simples y curiosos opinólogos que solicitaban imponer criterios oportunistas y muchas veces desinformados respecto a temas de tu contingencia.
Adversarios sin peso ni conciencia decía mi padre, dicho sea de paso, viejo conocedor de esos intrincados temas, que nos permiten más fácilmente dejar en claro cuáles son las inquietudes y reflexiones de aquellos asuntos. Por lo menos nunca sentí que dejaras de pensar distinto, más sobre tu intolerancia ante las injusticias y otras malas hierbas, que fueron siempre una buena señal de cómo, los tuyos, al respecto, me incluyo, maduraron en su apreciación del mundo y sus contingencias, sin caer por nunca, al desfiladero de la mediocridad y del oportunismo.
Tal vez quisiera en esta ocasión, contar aspectos sencillos que irradias en tus gestos, hermosos, nobles. Así como también tus sueños que van despertando íntimos pasajes de tu alma. Modestamente hablar de tu hermosa vida, de las bondades e incluso sus soledades. Es sencillamente hablarte del amor que nos procuras y que por nunca se termina, menos hoy que me permito, si es que lo permites, disfrutarlos y acercarlos aún más, como si estos fueron un breve murmullo acurrucado en tu pecho, en tu sombra que la distancia transforma en regazo, en el paño justo que entibia tu recuerdo y tempera la memoria...
CARTA ESCRITA EN UN COSTALo cómo zurcir nuestro pasado
Puede que narrar tus flores, tus adornos o las simples cosas que bien recuerdo te enfade. Quizás te ruborice. Créeme por un instante, siempre lo haces, prefiero aguantarlo antes que dejar de admirarte, de decirte lo que quiero quererte. De contarle a los tuyos, a los míos, a los amigos, a los bellos nietos y nietas que también formaste, aquellos bichos chiquitos que siempre reclaman tu fuerza, tu risa exacta de cariño, tu gesto que aprueba o rechaza alguna travesura, lo importante que eres, lo grande de tu presencia y lo mucho que nos cuesta decir en pocas palabras que, nos haces falta todos los días de nuestra existencia.
Y es que estas letras que se juntan, cada línea escrita, son tan solo un párrafo para admirarte, un signo de reconocimiento a todo el cariño y afecto que te puedas imaginar. En donde ni siquiera los puntos finales apartarán tu memoria de las esdrújulas que nos acentúan la vida, necesarias por siempre, para reafirmar y destacar y por supuesto, honrar en vida, si se puede, a quienes nos importan.
Pretexto urgente, si me dejas, que pretende tan solo inmortalizar todo lo que representas ante la pequeñez que puede representar ser la ausencia. Es por eso te pido recibas esta flor, si quieres abstracta, que se dibuja en el día a día, desde la conciencia que trazaste, desde aquellos cortos años de existencia, que nos permite mirarnos para y desde dentro y así expulsar, decirte más bien, todo cuanto pétalo de amor nos requieres.
Quizás sean flores o palabras, ¡qué importa!, probable entreverán la emoción de quien te las deposita y que cada día te quiere más. Una especie de auto referencia, deja pensarlo. De un espejo que medita y explica nuestros propios surcos de vida, que sugiere mirarnos enteros, sin faltar a tu original imagen. De ver y sentir nuestros reflejos, tal rasgos heredados y copiados desde tu cálida sangre, que nos revitaliza hoy más que nunca de las probables ausencias, incluso de aquel maldito olvido, que pretenderá soslayar nuestra esencia, nuestra luz, nuestra presencia.
De lo importante de la vivencia, la querencia, de lo que somos en definitiva. Un reflejo de lo que nos dejas en enseñanzas con tanto empeño, que no cejaremos en todos los esfuerzos por transmitir, a quien te quiera, a los tuyos, y mantener vivo, eterno, lo que eres. Como si se tratase, en definitiva, de lo único capaz de ser reproducible en el tiempo.
Y es esto, vieja linda, lo primero que voy rescatando en la medida de estas letras. Porque siempre pensaré que la vida, en tu caso, no pasa de lado, como a veces acostumbra; nunca ella camina sola, porque ni siquiera es sombra que no esté a tu alcance. Siempre irá del brazo contigo, nunca evasiva, porque pese a lo tortuoso que depara su tranco, se da por completo, sin prisas ni demoras, sin reticencias y menos para seguir de largo siquiera. Y es que de seguro ve en ti a la compañera ideal, la siempre necesaria. Al final de cuentas, eres su vida y así debiera ser la vida con la vida.
Quizás este sería el primer tópico que se me viene, de golpe, para comenzar a decir lo que hoy me nace de tu vida, que me punza, también, reconozco, al saber que algún día tu ausencia se hará presente. De tener claro que tu esencia, la más importante, tu cálida esencia, ya quedó naturalmente perpetua en nuestras vidas. Calando hondo en cada gen que, generosa nos obsequiaste aquella vez de nacer. De todo lo tuyo que hoy portamos con dignidad, sin aspavientos incluso, y con la certera alegría sin motivo alguno de arrepentirnos de ello. Deja agradecerlo y contarlo hoy a quienes, también, ven en ti nacer la magia de expresar y transmitir la dicha de los sentimientos.
Y es que cada logro en tu vida, cada paso que diste, cada una de las dificultades que enfrentaste, fueron un caudal no exento de esfuerzos y cometidos, y te anclan, implacable, a la tierra. Hoy lo sabemos, nos marcan y se tatúan en cada uno de nuestros poros como surcos siempre abiertos a inundarse de ti. Son, sin más, los que recogen y hacen florecer la hermosa sabia vitalidad que sembraste y que surten, como alimento de la vida, como el cuerpo de la vida entonces, toda nuestra historia.
Esas, quizás, sin ir más lejos, son cuna de tu gran virtud y reposo de los trajines terrenales, mujer. Son las que nos transportan a tu lejana infancia, en donde empezó a mascullarse fuerte la bondad tuya y que, muy despacito, sin aspavientos, fue la génesis que aprendiste bien. Un sitio de tiempo identitario, para encarar resolutamente la vida...
CARTA ESCRITA EN UN PAÑALo cómo mecer la cuna y mudar la niñez
Y ahí te veo sentada entonces, en ese mimbre sillón ubicado en algún sector del patio de la casa con parrones, eso recuerdo, de viejo adobe, construida por tu parentela oriunda del sur, que ya emigraba, llena de sueños e ilusiones, hacia el agricola Puente Alto, cuna nuestra y actual dormitorio obrero; especie de patio trasero marginal para sus habitantes pobladores de este Santiago actual, moderno y repleto de ruinosa segregación social.
Es la hermosa foto que conservo del auto obsequio casero. Herencia que, muchas veces, concentra la mirada en señal de estrujar su contenido, con el temor que, en algún instante, toda esa magia revelada, toda esa sencillez expuesta, se diluya por el paso lógico del tiempo y claro, por el paso ilógico hacia la muerte instantánea, aquella que prosee, cuando conversa y negocia impune, nuestra existencia, con la vida que nos va quedando.
Es la porfía que me otorgo de imaginar y relatar aquel tiempo, ese contexto de la infancia tuya, que a veces se borra y en otras muere sin más aviso que un aspaviento réquiem para la historia familiar. Y quisiera memorizarlo, que no se me olvide, de inmortalizarlo con estas vivas letras, sencillas por lo demás, para que pueda redibujarse y vivir perpetuo. De acordarme que, hasta el olvido, es capaz de hacernos un guiño y engañarnos con su flash amnésico, disfrazado de borradura.
Y allí apareces, entonces, junto a tu progenitora madre, desde luego también nuestra, aquella hermosa brava y emblemática matriarca quién posa con impuesta seriedad, con cierta aprensión y atención en tu cuidado... ¡qué manera de heredarlo se me ocurre!. Y tú, con tus rasgos transparentes de inocencia, de suave y delicada figura otorgada por la buenaventura del existir maravilloso. De mirar el pajarito sin distraerse, de frente, de impulsarse hacia quién, afortunado, te capta pequeña. ¡Cuánto quisiéramos, a veces, que los retratos fueran móviles y poderles apreciar, que nos relataran, todos sus personales momentos!.
Y son todos esos mohines y muecas que conozco con el tiempo, los nuestros, de los que luego se vendrían y de los que aún nos faltan. Porque la herencia, pareciera, especula donando impulsos y demasiadas similitudes entre unos y otros; entre los antiguos y nuevos, entre los que ya no están y los que seguimos estando. Gratitud generacional le llamo, enseñanza de modos y costumbres heredados y que hoy agradezco, para enseñar y para que agradezcan los que a continuación nos siguen.
Allí tu madre, en señal de protección, cual tierna leona con su cría indefensa, presta a saltar por el mundo en defensa de tu tan pequeña, grácil y sonriente presencia. Apoyando sus brazos en tus hombros, fortaleciendo y corrigiendo la postura, esa que siempre te trae problemas. En descanso, también supongo, a tanta vida fuerte que los campos proveían. Son las mismas manos de abuela materna posadas alguna ocasión, infinidad de veces, sobre nuestra humanidad, en el cariño tierno, en la crianza que solo ella proveía gracias a su receta de cálida identidad.
Cariño de abuela que dejamos de degustar cuando nuestro exilio. Cariño que no ocultaron sus manos duras, empuñadas de bronca impotente para el día de nuestra partida y que, seguramente, se contraían de ganas por afianzar y sujetar, con todo tipo de regaloneos, nuestra nieta figura. De preservarte a ti, especialmente, con toda su existencia, con toda su presencia, contra toda futura carencia y ausencias, sobre todo, qué duda cabe, con la claridad y sabiduría de madre; ya sabía que nunca más podríamos verla con vida. Nuestro consuelo serían las innumerables fotografías que la inmortalizan para bien de nuestra memoria.
Sin ningún temor a crecer te vislumbras. Te ves tranquila, dominando la existencia. Con tus piecesitos al viento casi en señal de plenitud pese a la descalza edad y que, según el trovador, es el temprano sabor a mujer que te anuncia plena. El amanecer de vida que ni siquiera se amargaría, pese a tanta garuga y escarcha, más tarde, más adelante. Y te ves plena, sonriente, con risa elocuente, risa que se hereda. ¿a quién corresponderá la tuya?.
Con tu pelo de brilloso rizado, ese que la batea procuraba, generosa, junto al quillay del que tanto me hablabas. De rulos de pequeña inocencia, iluminando el entorno. Y aquietas ese pequeño instante, donde la felicidad niña se desborda y repleta mirarla, auscultarla. De absorber cada uno de los detalles que hasta con lupa alcanzan. Para darme cuenta que, de ti, podría escribir hasta que los dedos se dejen, hasta que el pellejo, por ti donado y que porto, lo permita.
Es la pose obligatoria de niña que apenas se sostiene, que precaria se equilibra en este mundo tan desestabilizante. Y tan pequeña eras y tan monumental te voy descubriendo en esa imagen en blanco y negro, que pese al desgaste de historia, por el paso sin contrapeso del tiempo, seguirá coloreando nuestra instantánea existencia.
Y recuerdo sobretodo, además siempre ha sido comentario mientras nuestra crianza adolescente, y sabrás que los recuerdos no se olvidan, que desde muy pequeña debiste jugar cuidar criando a los varios hermanos que luego te existieron, muchos de ellos que hoy ya no existen. Allí te veo, llena de esfuerzos, imaginándotelos como suaves y pequeñas muñequitas, que prontamente te desplazaron de la niñez e infancia hacia la responsabilidad adulta, aquella recargada de inexperiencias y obligatorias ordenes.
Quizás de allí tu tic inagotable y nunca egoísta responsabilidad con el resto. Y creo, sin lugar a errar que, al igual que a nosotros, ellos, tus hermanos, nuestros tíos, hermanos también, recibieron de ti los cuidados más hermosos. Y cada uno, junto con recordar esos momentos, por cierto, sentirá el mismo orgullo de tenerte, como el que hoy siento, e incluso para cuando este momento se convierta en precaria muerte.
Y sabremos, de eso me encargo, es mi compromiso, me lo permito, recordar y preservar ese instante oportuno que nos entregaste sin demora; como la lluvia cuando la tierra lo pide, como el fuego que cobija el frío, como el pañal que seca resabios o como la risa franca y dispuesta cuando la pena porfía y nos atraganta.
Y fuiste sin querer, el destino siempre te puso responsabilidades, la pequeña madre al cuidado de su carne, del hueso, de la sangre. Sin más razón que proteger en la carencia, en la ausencia, en el riesgo del audaz caramelo inoportuno que suele atorar el gaznate. Porque con tu gran cobija de humanidad, con el zarape que solo portan y sostienen los grandes, tu promesa tan solo consistió en vernos crecer y nunca vernos caer.
¡Que gran misión esa! la tuya, que heredamos, y que hoy también descubro en mis hijas. Deja proyectarlas en ti y proyectarme en ellas, porque esas dos pequeñitas, para esta ocasión, se aferran a mis palabras, a mi letra, a la placidez y fortuna de tenerte nuestra, vivita y coleando, para también recordar y agradecer aquella tu enseñanza generacional.
Porque sabrás, deja decirte, ellas también serán personas grandes y tendrán la capacidad de grabar tu ejemplo como semilla eterna, sin lutos y sermones cuando ya no estés, tan solo para disfrutar el fruto de la vida, pese a las dificultades, al igual que su amigo padre, al igual que su amiga abuela y madre.
Y ese será nuestro camino, también para los que te tocaron alguna vez. Porque esa mágica manta que nunca abandonaste, al paso de los años me consta que así ha sido, tal vez nos permita seguir cobijando esa maravillosa senda, aquella de los irregulares caminos que ofrece la vida -vida de mierda a veces- y de seguir tus pasos, tu enseñanza justa, sin malabares ni mala letra.
Y será sendero de sueños y utopías, de ritmo adecuado sin resumen, menos atajos, con rumbo cierto para asumir las responsabilidades y las riendas de nuestra propia vida, la que nos toca abonar, sembrar y cosechar fecundos, plenos, incluso cuando ya ni siquiera estemos...
CARTA ESCRITA EN UNA COLCHAo cómo botar los pañales de la infancia
¡Así, seguramente, fueron tus primeros pasos! Un ajuste demasiado violento para desplazarse desde la niñez hacia la adolescencia. Tiempo quizás del poco juego, de escasas amistades, de lo contradicto que se viene el mundo para algunos ante la necesaria urgencia de los recursos básicos y la subsistencia; ése era tu particular caso. Y me comentabas que desde muy pequeña hiciste tu labor, responsable de procurar los pesos o los que se podían, en aras de solventar las necesidades que tu núcleo demandaba. De esas historias me acuerdo también. Te transformaste, de un día para otro, en una especie de madura procuradora ante la carencia.
Creciste de sopetón y eso, quieras o no, te hace grande al regalarte la impronta que, hasta el día de hoy, no solo te pertenece; la heredaste casi como una vocación para las nuevas generaciones que ya te miran. De obsequiarla, me atrevo a insinuar, interesadamente a quienes te siguen. Entre ellos me incluyo, en cierto modo, me transformé en un seguidor de ese tranco de vida, de ese sencillo caminar bajo tu manta. ¡Eso me enseñaste!
Y nos enseñaste bien; así las camisas que se lavan, las que se planchan, las ricas comidas que se preparan o el mismo aseo que con disciplina y esmero polvorea las responsabilidades, son, para mi, motivo de enseñanza, parte de mi rutina diaria y nunca, por sobre todo, nunca considerarlo obligación de uno u otro sexo, menos patrimonio de géneros.
Gracias por aclarar siempre ese arrebato machista y gracias por ese cariño y dedicación que supiste entregarnos, hasta la madre de la porfía, del caos y la hecatombe, a quienes crecíamos poco hacendosos ante los requerimientos básicos de aseo y ornato. En definitiva, unos vale madres en esos menesteres.
Ya después vino la adolescencia. En esa época conociste al viejo, nuestro entrañable padre y amigo, el responsable, también, de nuestra presencia. ¿Vaya uno a saber bajo qué circunstancias se conocieron?. Saber acaso qué deparó ese primer encuentro y los que siguieron. ¡Prometo averiguarlo sin demoras!... es así que entre el trabajo que demandaba todo tu día joven, fuiste siendo conquistada por las inquietudes que la edad regala y junto a éstas, apareció el novel escurridizo enamorado, quién a la postre sería el causante de toda tu felicidad, también de tus tristezas, y procreador del cuarteto de ilustres hijos, entre ellos quién te escribe este puñado de lustradas letras, deseosas y ansiosas por embetunarte, por proclamarte.
Complicaciones y prohibiciones marcaron tu transparente piel en esos días y justamente de ellas no refieres mucho. Apenas a veces relatadas, dejas entrever todas las dificultades que acumulabas en tu joven humanidad chiquita. Tal pareciera fueron un nubarrón insistente que permanecía fiero a tu acecho, y quizás, en esas eternas tardes de llovizna, que es la identidad de estas tierras, acrecentaron tu lágrima inocente, humedeciendo el blanco y puro pañuelo de sencillo candor, tan marcado a esas alturas de obligaciones y responsabilidades.
Más de alguna tunda acompañó el preludio de tus sentimientos nuevos que la vida ofrecía; procurar los deseos del amor tuyo siempre fue contradicto, por un lado alegre, pleno y por otro, asustadizo, lleno de angustias. Porque dejas entrever en cada una de nuestras conversaciones, amargos e insoportables momentos por los que surcaste en ese entonces, y son cada una de esas tristes historias, que impotente reclamas, las que atragantan y encabronan, las que marchitan y arrugan el noble oficio humano.
Porque pareciera que amedrentar y ahuyentar los deseos y amores, fue para tu padre, mi abuelo ni siquiera conocido, un oficio impertinente y alevoso, un imperio de insultos, en aras de estropear tu paso terreno, de imposibilitar tu chiquilla existencia y que, en aquellos tiempos, ya te sugería el noble inicio de las relaciones de pareja. Y estoy convencido, dime si no, que esa violencia, casi santiguada y alterada bendición de los padres hacia sus hijas, se repite como una tara hoy en día y será una perpetua e ignorante afrenta por el resto de sus vidas. ¡Espero nunca practicar tamaña ofensa hacia mis hijas, lo prometo!
Y claro, fueron momentos del despertar en tu vida sexual, de tener pareja, de darle al asunto, incluso, sin demoras. Seguramente la dicha de tenerse juntos lo fue todo, no me cabe duda que, si lo imaginas, más de alguna emoción te evoca. Recuerdo el rubor que conversar estos temas te causaba, aún lo percibo. De la tristeza que siempre vuelve a ti y a nosotros, cuando se nos viene encima, alegre, contradicta, la imagen y el recuerdo entrañable del querido padre, vuestro compañero.
De la necesidad que forjaste de amarlo, sin requerir de un manual arcaico, en las buenas y en las malas, como dice el cura, eso haz deslizado, casi siguiendo al pie de la letra tus convicciones, tu religiosidad, porque allí, literalmente, te hiciste cargo de los dictados de la creencia, del dogma estipulado, que siempre nos significaron peleas y desencuentros, pero que al mismo tiempo eran nuestro mejor pretexto para conversar y aprender el uno del otro.
Y asumiste, convencida y enamorada, rapidito por lo demás, la responsabilidad joven y difícil de convertirte en madre de este tropel de hijos, que tanto encabronamiento, desvelos y urgencias te han obsequiado, y desde luego velar por su sano crecimiento. De allí que todos consideramos, nadie podría negarlo, fuiste y eres lo más importante en nuestras vidas, y si bien esa tarea de engendrar críos se multiplicó en tu caso, etapa que no estuvo exenta de dificultades, tengo el convencimiento más íntimo que, a pesar de todo, fuiste feliz y nada hará arrepentirte de tus embarazosos pasos de madre y menos de la prole que hoy te acompaña y busca afanosa.
Y no fue en vano tanto afecto y aprecio, madre, tu actuar siempre fue un reflejo hermoso de lo mejor que tus hijos podrían recibir en aquella larga etapa de crianza, en tu extenuante caminata protectora para estos cuatro bultos, que aún llevas a cuestas, donde la pura leche de amor y otras tantas dulzuras como los merecidos correctivos a nuestra traviesa inocencia, tan sólo se traducen en la vuelta de mano, en caramelos de aprecio, cariños y afectos para tu dulce cuidado infinito.
Hoy por hoy reflejamos toda esa gordura de afectos y ni siquiera las calamidades, que muchas veces se posan en nuestros ratos, tienen el valor suficiente, ni crean que les daremos tiempo a intentarlo, como para derrotarnos y mucho menos atemorizarnos, de eso no te quepa duda, porque son tus reflejos e impulsos, apoltronados en cada uno de los gestos maravillosos que portas, cada una de las honestas y buenas intensiones que, incluso, te hacen lucir más bella, las que, quieras o no, cargamos y codiciamos posar orgullosos, hasta, o mientras que la colcha de vida exista...
CARTA ESCRITA EN UN PAÑUELOo cómo ir secando nuestra mocosa existencia
Así crecimos, plenos, sin accidentes, entregados a los pocos deberes y escasas obligaciones. Como aquellas del juego sin distracciones, sin arrebatos siquiera de malos momentos. Sin tal vez notar las dificultades que toda esa armonía significa para aquellos que malcrían de cariños y afectos, y que tampoco estuvo exenta, del reto, el regaño, del merecido coscorrón que tan solo se encargaban de atraer la conciencia pendeja para mejorar cada día más.
Era, también, ir reconociendo los errores que a esas alturas acecharon el pellejo puber y dificultaban tus esfuerzos protectores de amigable sentido. ¡Que tiempos eran esos tiempos! los agradezco justo hoy en donde tu rol, se proyecta por cada instante en la crianza que a mí me toca. Y es la cadena que debemos procurar, por que ante todo nos permite solventar y resguardar lo valioso de la cuna cuando moldea al individuo, incluso en los períodos malos, en donde el chal de la buenaventura se fortalece, en donde cada hebra teje zurciendo la vitalidad.
Y a propósito de cronos, después se vino la etapa de mierda, esa que percudió muchas vidas ¿quiénes, acaso, no estuvieron expuesto a esa polilla que corroía la trenzada existencia?, que hicieron triplicar tu actuar y que gracias al cúmulo de experiencias que portabas y que hoy rescato en esta carta, escrita con todo mi cuerpo, más te fortalecían. Allí, por primera vez, saltamos asustadizos de aquel remanso que nos procuraron ustedes.
A pesar de estar expuestos, tú más que nosotros, vimos en ti lo necesario, el amparo oportuno materializado en tu frágil fortaleza, en tus grandes decisiones pese a la pequeñez de posibilidades. Pusiste quizás a prueba todas tus capacidades en pos de velar por los tuyos. Hoy destaco todas las maniobras que haría una madre herida, desconsolada, agraviada. Toda tu humanidad al servicio de lo más preciado, tus hijos, tu clan.
Y no hubo descanso al enfrentar los reveses. Implacable, con todas las fuerzas necesarias contra tus propias debilidades, flaquezas y fragilidades. Desde luego, siempre generosa, te imponías para dar vuelta el cargado tablero de agresiones, imposiciones y por sobre todo, las tantas humillaciones que intentaron martirizar tu existencia.
Y es que fue un tiempo para superar tus falencias y ni siquiera la vertiginosidad de los acontecimientos lograron mellar tu integral y alegre lozanía, menos aportillar tu bella capacidad de enfrentar los malditos desafíos de esta patria represiva y autoritaria al sur del mundo. Hoy a pesar de todo, eso percibo. Fueron años de ausencias, separaciones del chal que nos contenía, cárceles, del destierro ojete y postrer exilio; primero para tu compañero y ya luego, para todos nosotros y que no lograron detener tu gran capacidad de líder, tu impronta organizadora. De ser una madre amiga, proveedora de cuanta tranquilidad se requiriera y así lo hiciste, a la altura de las circunstancias. Lidiaste con la frente en alto y los puños bien apretados, todos y cada uno de los avatares que aquella marchita e intrincada década te puso por delante.
Época que además te alejó de los tuyos, cuestión que nadie quisiera. Cuántos quebrantos se suponen por tus seres queridos, tu madre, hermanos, los conocidos. De todos los que murieron y que ni siquiera alcanzaste a rezarlos y menos una flor depositarles por su recuerdo. Qué hubieras dado por la posibilidad de reencontrarlos muy cerca de tu regazo y seguir entregándote por entero a sus cuidados, los mimos o al menos un beso tierno en sus mejillas de colorada familiaridad.
De eso, siento, nunca te recuperaste y quizás hoy, en silencio, lloras la amargura ingrata que tropezó altanera en tus deseos y en el derecho legítimo, pisoteado por el desprecio de los malditos y viles salvadores de la patria, arrebatado, de cuajo, de los tuyos, con la ausencia y distancia obligada, nunca presupuestada, y que este miserable terreno abonó sin decir nada.
Eso sí, pobre aquella tierra que vio tus primeros pasos y cerró los ojos hostilmente ante la distancia lejana impuesta arbitrariamente, y que nos impuso también al resto, sin deberla ni temerla. Aquel impulso de tratar de olvidarla bien, para enseñarle lo mal e ingrata que quiso ser, con todas las vergüenzas que nos expuso, quizás es lo más aleccionador en este momento. Porque esa, madre, no es tierra generosa, por que no cuida, y no es tierra generosa, porque ni siquiera es chamanto que cobija.
Menos cálida y acogedora, menos materna y progenitora de las crías, por que ni siquiera se viste presurosa en pos de sus hijos abandonados, atropellados, violentados, y ni siquiera verla mal latir embarga, porque los descalces territoriales, sociales y el afecto que quita, no la hacen merecedora de ningún recuerdo positivo y menos que nuestro corazón desarraigado llore una lágrima por ella...
CARTA ESCRITA EN UN PONCHOo cómo arropar las ausencias
Te embarcaste, entonces, lejos de tu tierra, fuera de su alcance, una madrugada de esos años, aquellos a los que algún día bautizamos como eternamente oscuros, infinitamente siniestros. Tantos ya, que ni siquiera la lucha diaria, esa incesante guerra por la sobrevivencia, permiten que se olvide, mucho menos suponerles añoranzas. Están ahí como reflejo de lo que somos y, sobre todo, de lo que nos falta por ser.
Llevabas a cuestas no solamente tu noble oficio de madre, sino que, además, todas tus historias, tus emociones, los deseos. Y si bien ciertos temores absorbían ese instante, plácida cargabas, en aquel guacal sencillo y modesto que tu memoria y cuerpo contenían, todo lo significativo de tu existencia, todo lo que la vida te había compartido, incluso las crías.
Dejabas tan solo un llanto desprotegido, un gesto genuino de felicidad truncado por la amargura hacia los tuyos, aquellos que se alejaban sin ningún deseo por abandonarlos, ninguna intención de olvidarlos. Convirtiendo en distancia los cariños, insinuando una breve silueta, una mínima sombra, que se esfumaba, desconsolada, para enfrentar los muchos años nubosos que se venían.
Te llevabas acaso la posibilidad concreta de no volver nunca más y de no aparecerte aunque ésta tierra lo rogara. Portabas al igual que la Adelita, ¿te acuerdas?, por mar, por tierra, como fuese, todos tus quereres. Y deseabas a toda costa protegerlos, con la vida incluso, y así acurrucar, en puerto seguro, encallar certera, pese al cansado paso, tu identitario baúl, tu extenso kardex humano.
Con tu asustadiza prole infantil bien embalada en aquel seguro contenedor construido al paso de los años, protegiéndoles la vida, dándoles calorcito de madre, alimentando el instante, dirigiendo la muda geográfica, ansiando enrumbarlo hacia un norte satisfactorio, con aquella brújula que siempre orienta tu paso y que no se equivoca a la hora de ubicarnos en el terreno que siembras y abonas, que riegas y cosechas, con rumbo incierto, si se quiere, pero más seguro.
Confiabas, sin dejar espacio a las angustiosas dudas por lo que este desplazamiento de desarraigo y destierro te ofrecía, en tus cualidades de conductora. Dando la tranquilidad necesaria a la taquicárdica ansiedad nuestra. Y todo, que menos, en busca del compañero ausente, ése que esperaba muy a la distancia, golpeado y expulsado por el puño cobarde y artero. Ibas en busca de lo más hermoso para quién ama y porfía en hacerlo, que requiere y anhela, en definitiva, lo que nos hace más humanos, menos mecánicos.
Allí y después de tanto, nuevamente la cobertura de ustedes se unió en pos de la prole, el frío quedó atrás. El sureño calor de hogar, se trasladó al norte del continente, haciéndose grande, haciéndose nuestro; la gran cobija de la unión y el cariño (¿cuánto habría que remendar y remediarles?), se aprestaba para acoger a su sangre, a los suyos, uno por uno, y entibiar nuevamente la fría carencia, la entumida desprotección, la hipotérmica ausencia.
Fue recomponer aquel tren averiado y llevarlo a sus vías originales, al terminal de accidentados pasajeros, si se quiere, violentados en el recorrido. No importa. Eso bastaba, eran nuestras decisiones, eso se imponía; eran nuestras urgentes necesidades, sin más, porque esas eran las tuyas. Y confieso; quizás de allí en adelante, palpitas más grande, lates más aleccionadora, retumbas más contundente, menos frágil si no te importa.
Fue el momento para curar heridas, resanar tanto las físicas como aquellas psíquicas, por lo acontecido, por la debacle del alma supongo, por las fisuras corporales y cuanto deseo trunco. Por la distancia infinita que propone el destierro, por los límites que sugiere y por sobre todo acusar recibo de, este viaje de valles, este cruzar montes y laderas, países y fronteras, es el peor obsequio que una patria insensible otorga a su hijos, a los huérfanos de su territorio, que si bien nos vió parir, ya luego expulsó al tacho de los desechos.
Heridas corporales y territoriales, que ni hoy adquieren su condición de cicatrices, que ni siquiera con los puntos bien remendados otorgan cercanía, el halo del otro. Huellas que no se han borrado pese al paso, lejano ya, de aquellos años, que vuelven cada tanto, como un recordatorio, para exigirnos toda la fuerza, todas las energías en pos de superarlos. Ejercicio contradicto, porque ni zamarrearlos para olvidarlos, con todo el ímpetu, seríamos capaces. Sencilla y por suerte la memoria, que no es olvidadiza, los impone.
Sin duda la distancia hacia el territorio “malamadre” fue la yaga más abierta de todas. Éste les negaba por completo, debido a la injusta medida que por ley espuria se decretaba, toda posibilidad de acercamiento entre trozos y fragmentos de un cuerpo resentido, con los restos de humanidad extraviadas en aquel país de origen, en aquel paraje que se transformaría, con el tiempo, en una mala copia que negaríamos profusamente.
Territorio que no solo limitó, cobardemente, el acceso para muchos como ustedes, que por siempre no cejaron en buscarlo afanoso, porque también les negó su pertenencia. Su identidad inclusive, aquella que, por decreto y bando dictatorial, pensaron aniquilar bastardos e hijos de puta, identificados con el garrote omnímodo, apropiados de un país malherido, indefenso y triste.
Pese a todo, allí volvimos a resarcir la ausencia de nuestro padre, que un día de aquel aciago y oscuro septiembre, (en nada parecido a este instante de letras, donde se funde la calidez tuya junto a la mía, pese a todo), fue detenido, flagelado y también derrotado por la banda cuatrera que asolaba sin contrapeso en este nuevo cuartel del ocaso, en esta penitenciaría de ciudadanos rematados, portadores de esa especie de cadena perpetua que va engrillando la existencia.
Al paso lento de los años entendimos que no importa el lugar de partida, en este caso prohibido para ustedes y sus hijos, si aquel lugar que te acoge se permite brindar todo lo que esté a su alcance, más cuando intenta suplir, fielmente, todas las eternas carencias que se enfrentaron, todas las dificultades obsequiadas. Y es ése el más codiciado y recordado regalo de la expatriación para todo individuo.
Y es esa la fortaleza nuestra, nuestra alegría; un núcleo que aperraba parejo y sin desgano en aquel hacinado nido reconstruido a fuerza de deseos comunes y de mucho amor en cada uno de los pájaros errantes allí convocados, aquellos que transformaron la precaria subsistencia, las inmensas dificultades que a veces se imponían, en cuna cálida, en un abrazo de ganas, en energéticas y auspiciosas proyecciones y por sobre todo alegrías.
Allí y después de tanto, volaron libres y sin ataduras de ningún tipo, nuestro entusiasmo, cuanto deseo, en pos de alcanzar la cumbre de los sueños, el encanto de seguir viviendo, la dicha de estar juntos, sin temor alguno a las malditas aves de rapiña que cual pájaros de mal agüero, intentaron, por todos los medios, destripar a estas crías y a sus respectivos progenitores...
CARTA ESCRITA EN UN HUIPILo cómo reconocerse en el espejo roto
Ya luego de calmar aquel torrente de necesidades por el reencuentro paterno, vino aquel gran ejercicio de adentrarse, de lleno, al espacio nuevo. Ubicado en el ombligo del mundo fue viéndonos crecer con su sabiduría de pueblo antiguo (con un caudal infinito de acontecimientos, con historia de tierra monumental, de mucha y antigua memoria), y a ti, principalmente, te devolvió a la senda maravillosa de la integridad requerida por siempre, entre ellas, de inculcarnos las responsabilidades y desafíos que nuestra corta edad requerían.
Sigo pensando, además, que te diste por entero en la tarea de ser mujer integral, lejana al fetiche que culturalmente se nos impone respecto a ustedes, en cuanto a los sencillos roles que debieran tener y más cuando tus deseos, de desenvolverte íntegra e integradora en un medio de hostilidad hacia el género, se palpitan y sienten.
Allí te hice mi primer regalo que consistió, cómo olvidarlo, en un sartén y ollas a destajo, creyendo fehacientemente que este obsequio era lo máximo para celebrar a una madre. Rápidamente corregiste mi error y de allí mi cualidad y posterior transformación en el excelente cocinero, lavandero, zurcidor de ropas que soy, y de cuanta urgencia del aprendizaje por revertir aquella excelente reprimenda.
Hasta el día de hoy, por suerte (la memoria nunca quiso ser de teflón), no sólo disfruto de recibir nuevas recetas y trucos de las delicadezas del arte de comer si no que también, te confieso, hasta tiempo me dejo y apropio, en pos de ser más integral y autogestionable en toda mi cotidianeidad.
Supe de verte trabajar, sin demora, para conseguir lo básico cuando las vacas flacas mostraban el hueso duro de roer de la necesidad. Y allí junto a tu compañero de viaje, multiplicabas esfuerzos y sumabas la independencia económica que hasta el día de hoy son tu mejor herramienta para vivir en forma decorosa y digna. Independencia económica menguada por el préstamo, que de vez en vez, eternos más bien, amortizan los escuálidos bolsillos de la cesantía o de los malos negocios libremercadistas que acostumbramos tu descendencia, tan a la baja en ocasiones.
Sufrimos contigo y sentimos las fracturas de la vida, en la época aquella, cuando la espalda tuya, te canjeaba dolores y te cobraba la cuenta. Factura que nunca pagaste con algún descanso mínimo para tu cuerpo siquiera. Por primera vez sentí de cerca la fragilidad humana al ver tu estructura debilitada en ese ir y venir maltrecho al cual estuviste expuesta desde niña.
El desaliento cubrió todos los rostros allí presentes y el desgano paralizó nuestro tórrido tranco y estabilidad. Caías presa de la enferma postura de cargar el bulto de las responsabilidades y no diste cuenta de ella, o no quisiste mencionarlo, hasta que la electricidad infernal del dolor comía tu interior.
Desfallecida y todo, supiste alimentar nuestras escasas esperanzas una vez más. Supiste del periodo hospitalario, las intervenciones quirúrgicas y, pese a ellas, no sucumbías jamás. Ya supongo, te ganaban las ganas por estar de pie y así fue. Años tal vez, permitieron tu anhelada recuperación y si bien no en forma completa, recuperaste toda la dicha de la movilidad, de la extensión animada que al cortar el nudo umbilical se hace acreedora la humanidad, que se permite, pese a la adversidad, seguir el tranco necesario, aquel de ganarle a las dificultades sin temor y aspavientos y menos, quejido alguno.
Empinada cuesta que al final supiste dominar gracias a esa fuerza inagotable que nace por toda tu piel y estructura. Que logró enchinar y agitó nuestra dermis ante la bendita sorpresa de ver nuevamente tu cara alegre, la que siempre portas, en señal de buenas nuevas ante la maravilla de equilibrarte toda por entera y seguir enderezándonos. Que manera de insistir la tuya, el camino que baja a la tierra y nos aterriza en el mundo pleno, el que siempre anhelamos construir, pese al sin fin de dificultades que a diario se deben ir arando, en esta ortopédica e impuesta realidad, a la espera de revertir por completo todas aquellas desagradables situaciones.
Luego de la tempestad se vino arrebatada la calma. La celebración de nuestros días importantes por ejemplo, las fechas póstumas. Los olvidados, a veces, cumpleaños o algún logro de carácter personal, se transformaron, sin darnos cuenta siquiera, en un motor que revolucionaba aquel destierro ingrato y nos servía además, para aprehenderse, cual muéganos, de todos los elementos que la cotidianeidad nos obsequiaba sin costo alguno y cual esponja, absorbíamos en aras de la armonía necesaria.
Cada uno, ahí, creó la conciencia necesaria respecto a la importancia de los usos y costumbres de esa gran patria multiétnica. De sus intensos modos que en definitiva se transformaron en la mejor forma para ir vaciando cada uno de los ausentes recuerdos de la tierra de origen, que no cesaba en gritarnos las prohibiciones y el penar de pensar en los seres queridos. Pensar en ese quiebre, era llorar amargo, y desear el retorno a cualquier precio, era una dolorosa mueca que se multiplicaba convertida en calvario...
CARTA ESCRITA EN UN CHAMANTOo cómo colorear la desteñida existencia
Así, contra todo, un dejo de mexicaneidad que no solamente invadió para siempre nuestras vidas, si no que, además, permitió darnos cuenta de la enorme brecha de aislamiento que produce el extremoso sur del continente.
Todas las tradiciones culturales mexicas, que se fueron impregnando en la práctica rica de ese norte que, sin remilgos, posibilitó apropiarnos de cada una de sus pertenencias cívicas, valóricas, culturales, usos y costumbres, como si se tratara de un hijo más para ella, como un extraño menos, como un conocido igual.
En definitiva, era sentir una especie de calorcito pleno, acogedor, parecido a ese que tú nos transmites, y que para la ocasión se transplantaba, sin mayor problema, como un gran y cobijador reboso extendido, una enorme manta que se abría, sin complicaciones, sin prejuicios, en la patria azteca. Y abusamos conscientemente de ella y sin piedad, incluso, nos adentrábamos a cada una de sus manifestaciones, haciéndolas todos los días más nuestras; recordar el dulce atole mañanero, los tamales de tomate verde, el pan de muerto que revivía la tradiciones, la morena tortilla que sustituyó definitivamente al pan blanco, la empalagosa fiesta de reyes que acentuó nuestra incredulidad y ateo pasar, el cántico de patria prestada, sin egoísmos, y loas a los héroes que la hicieron, también, nuestra.
Recordar por ejemplo aquellas maravillosas fiestas en casa, en donde los anfitriones más solicitados del condado, eran ustedes. Una especie de chiles verdes, picantes pero sabrosones, llenos de bendita bienvenida para cada unos de los convocados, quienes se asomaban curiosos a esa extraña añoranza de extrema tierra sureña, por parte de estos australes sudamericanos. Travestidos ya en charros huasos con olor a vino y maguey, como también alborotados turistas permanentes y expertos en la preparación de los exquisitos platos precolombino-criollos, con la condición particular de matricularlos en la mixtura de sabores de la ancestral tierra maya y la lejana araucana. Sin egoísmo alguno y del modo más natural posible estas matrices se fundieron al encontrarse, friccionarse y definitivamente mezclarse. Allí entendimos que, para nada, nos servía la una sin la otra.
Y así, también, funcionó nuestro núcleo. Recuerdo tu convocatoria cada fin de semana a la reunión informal, didáctica y fraterna con la que inauguramos la fórmula mágica, durante muchos años, para decirnos todo lo que se necesita decir entre hermanos, padres, amigos. En ellas, cada uno de los integrantes previamente informados, asaltaban aquel espacio con sus necesidades, inquietudes, conflictos, deseos, broncas, con el único fin de saldar heridas, sanar el cuerpo, revitalizar la neurona pensante.
En definitiva crear conciencia de lo maravilloso de comunicarse y de la enseñanza de quererse cada día más. De ese ejercicio por siempre estaré agradecido, por que sin dudarlo siquiera, hoy lo traslado sin dificultad a mi novel espacio también nucleado y ¡Qué manera de comunicar tu enseñanza!
Recordarás la facilidad para acoger, sin dramas y objeciones, a un significativo número de damnificados del mundo quienes clamaban un gesto de afecto y un poco de nuestra gran frazada de esperanzadora humanidad; aquellos hermanos salvadoreños huérfanos y mutilados de tanta guerra, generosos combatientes por la humanidad que nos enseñaron su historia a base de puros corridos y canciones de la tierra. Esos otros chapines guatemaltecos quienes colmaron de camaradería nuestro hacinado hogar, donde las costumbres Mayas y la Náhuatl identidad escurrían cotidianas, sin egoísmos de ninguna naturaleza. O esos otros, connacionales, que huían de la desgarradora mano corvada y tirana que se sucedía en Chile, y de quienes extraíamos el caudal necesario de informaciones y recuerdos.
Allí te vi resolver los intrincados problemas que las visitas portaban y te noté generosa en pos del abastecimiento básico para cada uno de ellos. Confieso que, supiste ser grande en esos frentes sin tener demasiada necesidad de embarcarte en cada una de esas luchas. Y tengo la certeza que nunca, esperaste agradecimientos al respecto. Y la ingratitud de muchos de ellos, los menos, que tan sólo utilizaron la buena disposición y gentil amistad por nosotros otorgada, no tendrá nunca cabida en nuestros recuerdos, y menos contarán con la capacidad moral y decencia, como tampoco la dicha y agrado de ser alguna vez igual o tal, como tú acostumbras.
Pero tampoco se trata de buscar, en otros, ciertos aires o semejanzas contigo. La verdad es que de eso también nos enseñaste. Nunca siquiera presupuestar proyecciones, menos hacer del otro un reflejo de uno mismo. Hasta las novias, que en ese entonces se transformaron en asiduas visitantes a este hogar de puertas generosamente abiertas, con habidos hijos de dientes afilados, quienes consideraban tu presencia y actuar, en algo así como la antitesis de lo que ellas suponían. Acaso nunca esperaron que fueras lo menos madre y sí la amiga.
En ese sentido tus atentas reflexiones y certeros comentarios, iban permitiendo no tan solo las buenas relaciones, sino que además, y gracias a tu experiencia en esas cuitas, nos permitía tener las consideraciones y reservas necesarias para preservar y no meter el colmillo y de paso las patas, con cuanta bella doncella dispuesta a los sacrificios y a los placeres. Confieso que hasta el día de hoy no existe registro alguno de hijos regados por el mundo en forma irresponsable, y menos algún reclamo de índole legal por pensiones alimenticias.
Y es que esa bella capacidad que tuviste, de encarar cada una de las dificultades y preocupaciones que nos asaltaban en el día a día, de crear las confianzas necesarias para expresarnos y de transparentar nuestras inquietudes, sin duda que se transformaron en la mejor fortaleza para desarrollarnos plenos, alegres, llenos de vida.
De eso doy testimonio fehaciente y de ello sabré expresar, por siempre, sin titubeo alguno, toda mi alegría. Por que así fue y así considero debieran ser las relaciones de padre e hijos, sin discursos capciosos, nada de ocultar innecesariamente los deseos, nada de prohibir las bondades de la vida, menos entonces, apagar las confianzas que se prenden, iluminan y titilan durante la existencia.
Y es que hablar de deseos, entre ellos, los sinceros del retorno a la patria ausente, cada día más desconocida y separada de nuestra realidad, pese a las constantes charlas cargadas de añoranza por parte de ustedes; se fueron haciendo presentes cada año que se sucedía provocando un raro latido del cuerpo por aquel frío país por ustedes ofrecido. Que nunca quedó claro si correspondían a una taquicardia de gustos o a una ansiosa arritmia de angustias…
CARTA ESCRITA EN UN HUACALo cómo rearmar y embalar las historias
Recuerdo cuántas veces desarmar lo habilitado, llenar la maleta de la ropa gruesa y vaciar el ropaje de la eterna primavera que México nos donaba. Obsequiar todo el closet exiliado con historias propias y transformarlo, tan solo, en un pequeño baúl etiquetado con el sello de las particulares huellas de migratoria identidad e iniciales, confusas, de sentirse apátrida.
Y esa fue la mecánica durante todos esos años, y era, además, la única incesante inquietud; vender el objeto que se atesoraba junto al pasaporte viejo y rojo, en constante tránsito estático, y que a la postre siempre ocuparía el mismo espacio original y la misma insatisfacción gatillada por la suma de rechazos en aquellas listas del destierro, publicadas y firmadas por la misma mano que asesinaba, a balazo artero, en esta patria chilena.
Y esa fue la tónica, vivir a viajar la vuelta sin vueltas, sin destino conocido y menos boletos que, de una vez por todas, estacionaran este ir y venir constante. Cuántas cosas, quizás, quedaron pendientes en aquel prohibido deseo apasionado, pero aprisionado incluso, de volver y volver, que diera lugar a la solución definitiva de establecerse, de una vez por todas, en esa aldea primaria, junto a la tribu de raíz y dar vuelta la página mal rayada y accidentada que se fue arranchando al paso de los años.
Tanto penar por un pedazo de tierra que al final de cuentas no hacía más que enterrar a los familiares y truncar cada sueño de ustedes. Una vez más te vi triste cuando te fue imposible ver, por última vez, a tu madre. De darle un beso a tu historia personal y tocar la mano justa que permitiera consolar aquel cariño que se desvanecía, un día cualquiera, en esa patria cualquiera y que mataba de tanto esperarla. De ver tus puños cerrados y tu rostro desencajado, ante la negativa humillante de las prohibiciones. De los temores por la integridad física, por viajar a ese funeral de vida, obsequiado tanto en la pobreza del dinero, al no contar con los recursos necesarios que lo permitieran, como, también, a la prisa que los decesos acostumbran.
Allí se fue un huipil más, uno de los más importantes, hermoso déjame agregar. Quisiste volver a esos brazos tan llenos de maternidad, de estar junto a ese vientre que te dio la vida pero que aquella vez moría. Que dejaba una estela que solamente el recuerdo registraría, provocando que la memoria, que por ningún motivo ausentaremos, se hiciera cargo de esa historia, tu historia de vida.
Y te hiciste una promesa, eso recuerdo, el olvido nunca tendría cabida, menos permitir que éste, juzgara nuestra ausencia, menos que cuestionara la falta física y territorial, por ese amor, por esa añoranza nuestra, por quienes no miramos una última vez siquiera, debido a ese alejarse obligado que la vida y circunstancias nos propuso. Un ejercicio del sinónimo antónimo de la muerte; tan cercana que se presenta a veces y tan distante y elocuente con su fuga.
Luces y sombras que volvían para imponer, nuevamente, la prestancia, la gallarda estrategia de la jovialidad, de cómo enfrentar las falencias y carencias que va surtiendo la vida. Desprendiéndose a veces de ese cuerpo que lo soporta todo, inclusive, con la intencionalidad de fortalecerlo.
De llevarlo al límite natural que permita no solamente armonizar su estructura, sino que, además, ejercitarlo con las cosas buenas que busca incansablemente quien las porta, en señal exclusiva de agradecimiento por velar en sus cuidados, pese a la fuerza y patadas de sufrimientos que tocan resistir.
Y así el tuyo, tu cuerpo, que se niega siquiera a quebrarse aunque los dolores y achaques se asuman y sumen al paso de los años, sin importar lo mucho y necesario de mantenerlos anestesiados. ¿Qué quizás hacer para no sentir el repentino calambre que quebranta la existencia y debilita el cuerpo histórico que uno porta y que quisiera verlo inmaculado, sin achaques, permanentemente?
¿Cómo entonces salvaguardar de la intolerancia sintomática que, a un tiempo de vida, irradia cada uno de los poros en certera señal que, la vida, por más que se quiera, se va agotando desenfrenadamente, y no hay santo remedio que la asista? ¿Cómo agotar, definitivamente, ese cansancio que infatigable nos acecha y, de qué manera, dime cómo, si yo pudiera resolverlo, ayudarte?
¿Cuál sería entonces la fórmula, si es que existe, de tenerte como quisiera tenerte, que te tengas como quieres mirarte y sentirte, así de tranquila, sin demoras? Que tu respiración ni siquiera alcance esa agitación que te descubra indefensa, menos a la deriva, y es por eso que con estas letras, créeme, vengo a buscarte también, a cobijarte si quieres.
Porque quieras o no, yo estaré y trataré mujer, aunque no me alcance la voz, como bien dice el poeta, ese que descubro para hablarte mi amor, sin dejar de evocarte por siempre, sin siquiera procurarte una mala carraspera o un aliento contrario, en el instante justo que lo demandes y en cuánta situación precise mi presencia.
Porque es mucho lo que yo te quiero y es poco el tiempo que la escritura permite expresarlo. Porque su tiempo, tan solo, es un gesto que se articula de la linealidad que nos da el pensamiento, más cuando, éste, se ventila al mundo expresando el cariño que te tengo. Y también, por qué no, para volver a besarte, como siempre ha sido, con todas las palabras que entrego, y las enérgicas ganas que me permito para esta ocasión y cada vez que pensar en ti se hace urgente...
CARTA ESCRITA EN UNA FRAZADA o cómo despulgar el cariño que te tengo
Y luego vino el tiempo de volver al terruño. Este que ingestaba sin cesar todas nuestras actividades y concentraciones. El mismo que, permanente, enfriaba toda calidez mexicana. El sitio de interés único le llamaron ustedes, del cual y en cierto modo, para el resto de la prole, era tan solo un ejercicio inacabable de lugares comunes, un territorio ya inexistente en la personal memoria y, por supuesto, de nuestro quéhacer inmediato.
Se trataba de volver sin medir ninguna consecuencia. Fue sencillamente el gesto, que también es responsable y que a cualquier precio se antepuso para cerrar el ciclo abierto tantos años antes. De cerrarlo con el apremio urgente de los pagos y los quereres. De congelar todo pasado de sitios e individuos propios que, si bien la memoria proveía, no alcanzaban y no eran plenos para sentirse agraciados, de sentirse satisfechos, con la vuelta que se venía.
Sin duda que cuando la tierra llama, la respuesta del cuerpo no la deja en espera y menos aletarga cuanto deseo ella requiere. Insospechadamente se transforma en un tic que, por constante, tiende a mirar para atrás, a reconstruir el recorrido completo, sus vueltas, los ires y venires, sus dimes y diretes. De aprehender el sitio exacto del punto de partida y de ese modo volverlo a sentir con la confianza necesaria pese al tremendo boquete que la lluvia melancólica y tristezas obsequiaban.
Y su llamado se transformó en incesante grito a partir del primer día de su abandono, por allá en esos convulsionados setenta. Fue sencillamente tejerse en la enredadera del patio propio que ustedes construían y que, honesto, nos requería para seguir viéndose crecer, sin demoras, de vernos florecer hermosos y transparentes, en esa inmensidad transcurrida, que se regó a base de cariños, afectos y con la pureza de todas las aguas que nos debíamos. Fueron quizás las raíces de aquellos cítricos árboles frondosos, que algún día se regaron tristes, los que en silencio insistían por nuestra presencia; extrañaban el cariño, la presencia necesaria que todos los pequeños jardines salpicados de sueños truncos requieren, y que, esa vez, despertaban para reclamar su florecer, la asistencia necesaria.
Se trataba tal vez de las mismas flores que vigilaron a sus hijos crecer entre el frío clima y el barro otoñal; tallos fuertes que reclamaban en voz muy baja, cual escarcha que cruje en aquella artesa anegada, por el transcurso del tiempo y el desuso de lavarnos, para que las miráramos, que no las dejáramos estar, tan a la deriva, tan secas, ahogadas.
Tal vez se trataba de hurgar aquellas pequeñas calles que hoy lucen desoladas de mall y de olvido, y que también reclamaban a sus paseantes, a ustedes, que fueron las responsables en algún tiempo remoto de sus huellas profundas de enamorados. Quizás reclamaban su celestino destino, aquel de unirlos, de verlos crecer plenos, de caminar sus pasos.
Y fue volver al sitio del suceso, el lugar exacto del crimen histórico que obligo a tantos a marcharse y que a miles enterraba en el intertanto. Aquel en donde la bala cuatrera, el garrote soberbio y la impune violencia, dejó huellas imborrables, que a cada paso redibujan a este raro pueblo, diagnosticado con la enfermedad de la desconfianza, el síndrome del individualismo, el sálvese quién pueda, peor aún, con el mazo dando a dios invocando.
Allí también fue posible mirarnos, compararnos con quienes, después de casi dos décadas, permanecieron al interior de esta estrecha franja de tierra. Seguramente y al igual que a mí, no dejó de sorprenderte el daño tanto físico, económico y social en sus habitantes. Cada una de esas taras se reflejaron desde el mismo día que pisamos este suelo, ustedes antes, yo después.
Allí pudimos observar la uniformidad del traje, la vestimenta laboral como un signo verdadero de reglas estrictas que impone este sistema de vida, este país de la muerte con mortaja de insatisfacciones, más cercano al laboratorio y los conejillos de india que a cualquier otra cosa. Uniforme que todo lo amarga en desmedro de vestir el cuerpo con algo más que tolerancia y respeto.
Recuerdo que no dejó de llamarnos la atención la cantidad de ciudadanos camuflados en el corte milico que, de paso, significó darnos cuenta, sencillamente, que nuestra visita o retorno no era a una casita enclavada cerca de los bordes cordilleranos, bañada por un estero, se trataba de ingresar al reclutamiento forzado, a una especie de regimiento civil, en donde todo marchaba al compás de la imposición milica próxima a esas alturas, según ustedes, a hacer abandono del poder ejercido con manopla abusadora durante tantos años.
Qué decir de la inmensa masa humana con claros signos de sufrir algún deterioro, perfectamente visible, y que sugerían el grave daño psicológico causado, según mi modo de ver, por el frío antártico que congela aquella neurona de la alegría y también por el encierro geográfico, que limita mentalmente al individuo dentro de un territorio que tanta imposición propone.
Tan sencillo como imaginarse la desprotección y depresión social y laboral a la que fueron sometidos quienes se emplearon en cualquier cosa, si es que esa cosa lo permitía, con la única intención de paliar el sustento, de a veces sobrevivir siquiera un poco.
Y esa lógica de país claramente tuvo y tiene responsables. Dicha barbarie recae en aquellos que hacen el negocio redondo en aras del progreso; según los tratados del mercado que ellos mismos consolidan, gracias al costillar, pulmón y seso del desempleo y otras tantas facetas amparadas en la impunidad del libre mercado, siempre santificado por las instituciones que lo imponen, a partir de la incertidumbre, inestabilidad y el miedo para el sujeto incompleto que, en definitiva, el sistema va modelando.
Porque además se encarga de dejar bien moldeado asuntos que se han transformado en piedra angular en la vida común y silvestre de sus hijos; y llama la atención, tal vez, al igual que a ti de seguro, el arribismo y la competencia salvaje encarnadas en toda faceta ciudadana, y de allí que, hoy por ejemplo, el mall no tan solo representa el mal llamado desarrollo, si no que además es la cuna que cotidianamente arrulla a los hijos del consumo, con anteojeras si se puede, por comprar y llevar todo cuanto esté a su alcance, por que el mundo se puede acabar o sencillamente por que de ese modo, nuestro vecino más próximo, sentirá el rigor de no ser igualito al resto...
CARTA ESCRITA EN UN MAKUNo cómo resarcir la oriunda tierra
Y llegaste entonces a este país de los caminos estrechos, forrados de terraplenes y parches por doquier. Llegabas, con la mínima sensación del re encuentro y con la inseguridad que la vida local imponía para los hijos desterrados y tan machucados por las circunstancias. Todo un envión de fuerzas concentradas en un objetivo único a pesar de los pesares.
Y es que por un lado te reflejabas contenta con el impulso y determinación que ustedes padre y madre se ofrecían en pos de lograr la meta anhelada, de volver definitivamente y rehacer el tiempo externo que si no perdido, significó muchos sufrimientos y demasiados conflictos, dejando entrever todo el desánimo que dejar México significaba.
Se quedaban allá, en esa entrañable maraña humana, sobrepoblada y convulsionada urbe azteca, algunos escuincles hijos, muchas amistades sinceras, demasiado fraternas cabría agregar, y cuántas historias, quizás leyendas por nuestro paso sencillo y por nuestra caminata sin aspavientos y mucho menos pretensiosa.
Un modo de vida que si bien fue precario, con tanto altibajo que no hacían más que subir el ánimo y bajar las decepciones, se transformó en exclusivo y único. Por que aquella pertenencia impuesta, sin duda, fue también, parte de lo mejor que hubiera pasado a nuestras vidas. Y eso se confiesa, se agradece infinitamente. Contenta y a la vez triste con la mitad de tu prole que no resignaba el paso que ustedes demarcaban. Por que claro, crecer también confisca el cordón umbilical y hace autonomía. Y desde luego supimos ejercerla responsables.
Por una parte se trataba de consolidar nuestro precario y escaso paso terrenal, de adolescentes desordenados pero con clara conciencia de seguir en la senda de madurar nuestras vidas, a transformarnos en adultos jóvenes en donde las labores cada día se hacían indispensables con claras muestras de echar a hervir cada una de las enseñanzas que a lo largo de los años nos procuraste.
Y también se trataba de cuidarlos y protegerlos (ustedes también eran merecedores de nuestro cuidado, recuerda) a la distancia, como una especie de reserva atenta, ante cualquier dificultad que presentaran o sencillamente para evitar los descuidos que la patria primaria procurara contra ustedes, en donde cualquier cosa lamentable podría deparar.
La lógica, según lo planificado, en aquel instante de despedidas y parabienes, consistía tan solo estar atentos y desconfiar con toda la credulidad posible la bienvenida que pudiera ofrecerles esta patria embustera llena de crímenes, y confiar, por sobre todo, en la capacidad de sobrevivencia, que para nuestro clan era parte de una rutina mas.
Así y todo reclamabas tu tierra en aquel suelo patrio ensangrentado y tantas veces humillado. Seguramente la fijación de la pertenencia atraía tus deseos y alguna tarde, a finales de la década ochentera, vi partir su cuerpo en dos, al dejar una parte de ustedes y a un resto de hijos en las tierras al norte del continente y desplazar el otro tanto al sur polar.
Allí viajaban nuestros sueños y quizás tocar el cielo en esta nueva fase, eran el norte de la familia que por segunda vez sufría con la pesadilla de verse atomizaba, en este caso, por causas necesarias y que fueron siendo evaluadas, a lo largo de los años, dispersando cada duda y temores que el retorno significaba, especialmente para quienes ya no lograban comprender y menos entender el por qué de volver a un territorio sin pertenecía y por ende desconocido, tan solo inaugurado en vernos nacer y sin ninguna necesidad de suponerle alguna motivación importante.
Y qué importancia podría jugar en quienes la distancia, la edad y la desmemoria visual, lo apartaron definitivamente como referente de vida, transformándolo tan solo en una vieja postal con remitente desconocido y que a la letra otorgaba un cariño muy lejano, perfectamente ambiguo y afectos demasiado fríos por más que las demoras lo entibiaran. Una estampilla de copihues sin valor emocional siquiera y que al paso de los años se fue marchitando sin dolor alguno.
Por que así también se secaron algunas vidas, las familiares, la de cuánto amigo se quedara. Y es que sin duda la distancia canta aquella balada del olvido pese al coro que se esfuerza en reconstruir la memoria. Y cada uno de los palimsestos que el tiempo construye y re convierte constantemente, ni siquiera con la borradura de la amnesia, intentan destacarse, más cuando la cotidiana rutina y el incierto retorno tan solo se inscriben en el deseo de intentarlo pese a la continua mecánica del rechazo a hacerlo...
CARTA ESCRITA EN UN CHALo cómo ponerle el hombro y el cuello al destino
Después de todo, un día se hizo realidad este cuento de volver y de volver con todo. De dejar que la añoranza se encargara de velar nuestro pasado, de todo aquel historial patiperro que en aquel instante comenzaba a dejar de ladrarnos, transformándose tan solo en un quiltro pasado lleno de cosas maravillosas, que supimos enfrentar con toda la belleza heredada de ustedes y que hasta el día de hoy no solo tienen la categoría de importantes, si no que, además, son el referente inmediato al cual tenemos acceso sin demoras, por que sencillamente, México es y será por siempre, por muchas generaciones, nuestro pan o tortilla de cada día.
Así entonces, casi con el cuerpo hacia atrás, de tanto echarle para delante, de ansiedad incluso por pisar raudos el territorio mezquino, fue posible verlos contentos y reflejar todo el tiempo sin país, expulsados, off side, en diversas manifestaciones de fraternidad, cobijo, cariño y demasiados llantos por el re encuentro con los suyos. Conservo algunas fotos del aterrizaje con cuanta maleta, bolsa y utensilios que el tiempo se encargó de acumular y que también supieron en ese instante, por decir algo, suplir la automática pérdida o cambio de un país por otro.
Forzados y friccionados abrazos familiares y de amigos hacia quienes por más de quince años no pudieron doblarle la mano al exilio, fracturando definitivamente la cotidiana existencia, manifestando duro y parejo su disgusto por la prolongada ausencia. Cuántos de ellos, quizás, fueron fruto de practicas y ejercicios en espera del día indicado. Cuántos otros se negaban y se volvían a intentar aquél día de jubileo y de brindis con la parentela tan extensa y diversa que en algún sitio pre determinado, se mostraba transparente y deseosa de mirarles la cara limpia y digna que ustedes aún portan orgullosos.
Allí me contabas el recibimiento apoteósico que urgente se vino. Mirarse y sentirse plenos. Acogerse en el relato, en explicar la infinidad de acontecimientos de toda una vida en el transcurso de unas horas. De transformar el sencillo cuéntame de ti o el relátame otros tiempos, en una necesidad imperiosa tanto de ustedes como por parte de quienes los recibían después de tantos años.
Allí están, en aquellas fotos tristes de tintura, alegres por el retorno. En donde convergen no solo las miradas que un tanto más viejas rejuvenecían los rostros, si no que también descansan en la risa fresca, en la jovialidad inmensa que ustedes portaban. Tantos rostros que por muchos años se tensaron de esperas, de humillaciones y de cuánto apremio, en esta oportunidad elongaban satisfacción plena al mirarse en el otro, en aquel rostro de viajeros obligado, en aquellos otros que se habían quedado.
Cuánto relato se ocurren de aquel momento, cuántos de ellos fue necesario resumirlos para seguirlos contando en el tiempo. En ese nuevo tiempo que recepcionaba y que no se agotaría en el tiempo, por que de hacerlo, traería olvidos y ese, por más que quiera convocarse, siempre sabremos combatirlo con tanto recuerdo y memoriosos momentos.
Por que además, cada uno de esos instantes, de aquellos bellos pasajes grabados y tatuados en nuestra piel suave, se atesoraron definitivamente en aquella maleta que todos los días portamos, pese al peso de cargarla y pese al desvalije que algunas veces nos procura producto del tiempo que insoslayable no se detiene y que apura nuestro tranco diario.
Y ya me imagino el posterior despertar y mirar el nuevo día y los muchos que desde ahora en adelante se ofrecían. El potente panorama de reinventar la nueva marcha, que no estaría exenta de tropiezos y desde luego, con el tiempo, la pérdida insospechada de nuestro padre. De memorizar los hábitos perdidos y re encontrarlos en la cotidianeidad.
De mirar o intentar buscar en algún horizonte cercano a esa cordillera anhelada que tan lejos recordaban y que seguramente también se emocionó hasta las frías lágrimas por procurar en ustedes una cálida acogida en esta espesa ciudad con olor a muerte y a extrañas sensaciones de miedo y que temeroso se presentaba frente a ustedes.
Ese era el Chile que aterrizaba vuestros sueños. Ése era el país chiquito que arrastraba el gran manto oscuro adornado con charreteras cobardes y que se aprestaba a retomar la senda democrática aunque solo se tratase de la finta eterna que el gran mercado y la iglesia del laboratorio neoliberal ofrecía a sus hijos ilusos en ese instante, y que alegres para la ocasión electoral, que se presentaba, irradiaban banderitas multicolores con todo el arcoiris del oportunismo criollo, y fácilmente en algunas de ellas era posible distinguir a los traidores vende comarcas que años antes, solicitaban gustosos el esfuerzo gorila para salvar a la patria del comunismo ateo y de gente como ustedes.
Era la contradicción viva, por que en ese instante estábamos convencidos que Chile necesitaba de una salida más justa e incluso un poco más digna y no la servil payasada negociada en los oscuros templos del aparato del poder y que a la letra negociaba las cuotas embusteras de la propiedad privada, el capital, el poder armado, los negocios de unos pocos y la miseria de los otros y todo, bajo el beneplácito mirón del poder del norte y otro tanto del poder del cielo y sus cardenales que bendecían la paz interna desde el acomodado sillón despótico y los trucos pecadores de la pedofilia y otras hiervas sanguijuelas.
Y dime si no era ese el re encuentro con la patria chilena, que en cierto instante incluso, obligó a pensar en lo innecesario que era habitarla, por que sí bien los temores se generalizaban, era casi imposible sentir un alivio a los mismos.
Me habrás contado cuántas veces los desvelos de ustedes, ante el posible acoso que retornar a los sitios cotidianos significaba. La impunidad gánsteril de los servicios secretos del dictador, quien jugaba su papel de llamado a proteger la patria sin descanso y mantener el orden interno a cualquier precio, y dime si no, a cuántos habrán despertado en la zozobra nocturna, con la clara intención de intimidar y de paso asesinar todos los sueños de algunos como ustedes y no dejarlos construir alguna vez un futuro de armonías.
Por que convengamos que ese era tu norte, tu derrotero, también el nuestro. Afianzar de una vez por todas cuánto camino roto o resanar cuánto sufrimiento de vida que este sendero nos deparaba en el tiempo. Allí una vez más te hiciste fuerte, demostrando tu capacidad junto a nuestro padre, nuestros líderes, convencidos que pese a los infortunios, un mundo mejor, uno más justo, era posible. Y qué importaba si las largas noches o esos eternos días de sobresaltos se hicieran presentes.
Aquí nuestro destino se jugaba sencillamente en un campo minado sin flores y era tarea de nosotros, urgente, como siempre lo ha sido, resolverlo. Nuestro campo de Marte, para efectos de defender nuestra existencia, se limitaba a nuestra táctica de querernos y a la estrategia sencilla de procurarnos...
CARTA ESCRITA EN UN REBOSOo cómo volver a tus brazos otra vez
Ya establecidos y con una dinámica que deparaba iniciativas por concretar, se dio la oportunidad, después de dos años de ausencia - debido a aquella ocurrencia de estar lejos por si se demandaba alguna necesidad, según mi opinión importante en la medida de salvaguardar en algo las espaldas de ustedes - de volver a mirarlos y sonreír gustosos por el encuentro. De insistir en la necesidad de estar juntos, pero no revueltos, y construir nuestro propio destino y nuestras propias parcelas con hijos incluidos, posteriormente.
Allí recuerdo vuestro esmero de hermanos y de ustedes en pos de recibir a la visita quién venía a estacionar sus huesos a esta patria deshuesadero del individuo, sin más, atraído por las historias y recuerdos de aquella postal ciega, que no hicieron más que estimular el deseo de reconocer algo escasamente recordado y extrañamente aprendido, en esas largas jornadas de conversaciones de chilenidad, por allá en tierras aztecas.
De esos años, mis recuerdos más apreciados al ver al conjunto de avanzada que previamente aterrizó en tierra patria aún compacto y dispuesto a enfrentar todos los reveses y amenazas que se presentaran. De verlos a ustedes con las mismas capacidades intactas y fortalecidas por emprender nuevas variantes que permitieran estabilizar las arcas familiares y de poner todo el empeño en que estas iniciativas lograran los frutos imaginados.
Y es que Chile ya era otro, y tantos años afuera, consignaron y consiguieron tan solo idealizarlo y no dar cuenta de su practica diaria que a veces ofensiva y otras tantas avasalladoramente egoísta, establecía los términos reales de relaciones humanas que de ahora en adelante debíamos considerar. Más aún, cuando se trata de lidiar en el día a día con un individualismo desenfrenado, sin atisbo siquiera de sentirlo cercanamente comprensivo, salvo los casos de siempre y que en cierto modo, se irradiaron con todo el cuerpo y alma por parte de los seres queridos, los amigos de toda una vida y quizás de algunos despistados que se alinearon generosos en nuestra nueva vida.
Vaya también entonces todo nuestro más profundo aprecio para quienes sin importar siquiera las dificultades, fueron y son aliados únicos e indivisibles con nuestro clan. Que cada uno de ellos sepa algún día de nuestra admiración y compromiso transparente y que no habrá instante profundo, ni sitio memorioso que habitemos en la tierra, que olvide su contundente y desinteresada capacidad de querernos y nosotros de apreciarlos.
Se dio inicio entonces a una nueva etapa que entre ensayos y acercamientos, sacar la cuenta correcta, resolver financiamientos, en definitiva parar una estructura de máquinas y echar mano a los escasos conocimientos de un rubro específico, así le llaman, y que junto a un equipo humano totalmente idóneo, permitieron darle vida a ese proyecto modesto y que sencillo, año tras año, ha ido consolidando la estadía y dando el margen necesario para la subsistencia.
Por primera vez pude percibir la tranquilidad necesaria pese al nerviosismo que esta empresa deparaba. Allí otra foto, en donde aparecen ustedes ofertando el pan de cada día y que calentito nacía a este nuevo mundo, desperdigando su aroma casero y deleitando a quienes lo recibían.
Sin duda esa entereza y digamos dedicación, que con el tiempo amasamos, han demostrado que los frutos del empeño, aquellos que la vida de sacrificios y esperanzas volcaron en esta oportunidad, consolidaron este pequeño taller artesano con la imagen y semejanza de tu esfuerzo.
De allí una alegría inmensa congestionó nuestros sentidos, quizás se trataba, sencillamente, de una especie de consuelo a lo que se avecinaba ya, al poco tiempo. Era otra herida que se abría y que necesariamente distraía a todos de sus labores y deberes. La preocupación se hizo evidente. Quizás de tanto conocernos, solíamos entender nuestros gestos, el volumen y el tiempo de la voz, el sonido de las palabras que en ese instante anunciaban la penosa enfermedad de uno de los nuestros.
CARTA ESCRITA EN UNA MORTAJAo cómo tratar de no olvidarlos
A nuestro padre y querido amigo. Aquel individuo que tuvo la fortaleza para no demostrarnos su dolor constante pese a lo profundo de sus heridas. De guardar silencio estratégico en aras del resto y no quejar nunca su cuerpo. Simplemente, a la distancia, quizás ese gesto hacia el resto, lo hacen acreedor de mi más profunda admiración, que de seguro ustedes comparten.
Al final de cuentas, eso creo, venía con la misión única y personal de morir en su pedazo de tierra. Y que si bien le fue arrebatada en aquellos años setenta a punta de torturas y vejámenes, hoy conquistaba y se adueñaba, de ella, sin más pretensión y deseos que ése, de apropiársela definitivamente en el día de su muerte. De la muerte aquella que tanto cuesta entender y que demasiada bronca nos provoca.
Muerte que manda todo al carajo y trunca el sueño de quienes luchan por la vida, los ideales, por todo. De aquellos nobles seres que son capaces de darla sin ningún atisbo de temor y menos negociarla por cuotas de vida. Individuos que cargan con todo el historial de vida sin vergüenza alguna, en donde la decencia se encarga de menospreciar todas las debilidades y si fuese necesario, acallar la muerte incluso después de la muerte.
Ese fue nuestro padre, un individuo que sin deberla ni temerla y menos negociarla, decía, fue capaz de transformarse en un animal planetario y un ser al cual por lo menos siento, le debemos también todo lo que somos. Por que fue inteligente con sus críos, al entregarle todas las herramientas a su alcance y con ellas, verlos construir su propia estatura, su individual identidad, su personal visión de mundo.
Y no se quejaba. Nunca lo vi desmerecer lo que había enfrentado y todo lo que había vivido. Aquí es necesario detenerse y poder citar aquello que tan bien lo desnuda; y cito a Bennedeti: en cuanto a que nunca añoró su pasado y menos se avergonzó alguna vez haber sido lo que fue. Y ya con eso, esté en donde esté y si es que está en donde está, recordarle que cada gesto, cada aspaviento o singular mirada en cada uno de nosotros, es una extensión necesaria que nos procuramos de su historia y genes y curiosamente, al paso de los años, reafirmamos.
Y allí queda la huella de sus últimos días, de sus últimas horas, en donde todos sus deseos se volcaban en su familia. En solucionar nuestros problemas. Dificultades que muchas veces eran simples y vagas, ante las cuales no faltaba su potente y misterioso comentario u opinión rica de experiencias para dar la pauta exacta y así, revertirlas y zanjarlas.
Por que allí emergía toda la sabiduría de los hombres viejos, sabios de consejos, y que muchas veces cualquiera quisiera tenerlos presente. Al final de cuentas, se trató del individuo, que al igual que tu, nos vio crecer sin demoras y que a punta de buenos consejos y a veces tirones de oreja, estructuró lo que en definitiva hoy somos a espera de nuestro triunfo más grande, aquel que sencillamente se define en una sola palabra, integrales.
Por que basta echar a rodar el tiempo y mirarnos en la misma calle, aquella al sur de la ciudad de México, en la hoy ya gastada y comercial calzada de la Viga, aquella que nos acogió temporadas enteras en caminatas diurnas, a cualquier hora, y de ese modo transformarse en nuestra íntima compañía y en agitadora recurrente para entusiasmarnos de la posibilidad de contarnos, relatarnos, de decirnos nuestros planes. Los sueños que a futuro demandarían nuestras fortalezas y con ellas, enfrentar cara a cara con lo incierto y que, seguramente, algún día, nos encontraría nuevamente.
Allí incluso, hablamos de algunos planes para nuestros finales. Aquellos que siempre, en son de broma, se transformaban en serias conjeturas. Las suyas sobre todo. Me atrevo a afirmar que tenía claro todos sus dolores y que a simple vista, estos, se ocultaban en señal de fortaleza pero que indescriptibles asechaban su joven existencia, a partir de la ingrata experiencia que su cuerpo soportó en difíciles días, en innumerables jornadas de cautiverio.
Y llegó aquel desagradable día de su muerte toda, y fui yo entonces el encargado de envolver ese cuerpo desnudo y herido de cincuenta y tres años en aquellas ropas y cobijas obtenidas de la maleta errante que portaba. Repleta, además, de aquellos símbolos que dieron porte a su vida y de otros que invocaban su desgaste emocional. De aquellas cosas que hablaban de sus alegrías y tristezas y que para la ocasión, lo acompañarían definitivamente a esa nada que mal dibuja la vida.
Recuerdo muy bien esa frazada deshilada, de hilachentos colores gastados y olor a tiempo. Su compañera en esos años de encierro y calabozo forzado y que quiso conservar en señal de la importancia que significó cubrir aquellas necesidades primarias, como el frío, que mata en este austral territorio, al encargarse de conservar tu precaria salud, tu asediada existencia y, sin duda, revitalizar tus energías, en aquellos sitios de mórbida humedad y deshumanizado trato como también de la importancia de no olvidar nunca jamas lo acontecido a un pueblo y sus hijos en aquel duro y oscuro periodo fascista.
Pese al dolor e impacto que la escena producía, me convertí en su panteonero oficial y encargado de entregarle una digna sepultura pese a las carencias de entonces y por sobre todo, contemplando siempre la idea que, quienes se mueren, pese a dejar una estela amarga y de dolor, deben ser bien tratados, protegidos y lavados, más cuando en vida, la ignominia que presenciaste y el maltrato que recibiste, fueron la condición en ese momento final.
Deja entonces, querida madre, en esta oportunidad, rendirle todas mis emociones, procurarle todas mis palabras y si acaso un minuto de silencio me dejan, espero que éste se alargue en el tiempo y extienda su manto generoso, por todo el cariño que yo pudiera entregarle, hasta que se acabe la vida en la tierra y si es que existe otra, lo llene de halagos eternamente.
Y te confieso. Jamás he visitado el cementerio que lo acoge después de tantos años. Aquel sitio que tan bien procuró para su partida y desde luego ausencia. Jamás una flor o un rezo ante su tumba. Porque prometí siempre, sencillamente incorporarlo por entero y valga decirlo, siempre está y estará presente, todos los días de mi existencia.
Y es que cada instante nos pertenece a ambos. Porque me permite ir construyendo codo a codo, con sus mañas, sus tic y taras el camino justo que yo quiero. Porque hasta el remedo de su humor y hasta el sencillo andar, se incorporaron definitivamente en mi actuar y andar respectivos.
Y su ausencia terrena, deja decirlo, no me importa, porque cada día está más vivo y cada día se transforma en homenaje permanente que seguramente él sabrá compensar en un alegre abrazo, a la distancia, todo instante que me toca recordarlo y toda ocasión propicia en donde es citado a rabiar y con ganas.
El tiempo se encargará de establecerlo como un fiel, junto a ti, fundador del clan que los sucede. Personalmente espero, algún día, terminar ese texto que le debo, como el que hoy te escribo y que tan solo se traduce, en todo el cariño que hoy se vuelca hacia ti, mi querida vieja. Por que confieso que, buscar los rastros de mi vida, son lo que hoy necesito y no demoro en encontrarlos gracias a estas letras.
CARTA ESCRITA CON SALIVAo cómo ventilar el germen que aplaca y desboca la pasión
Y la boca hace lo suyo en aras de agarrar por el pescuezo al gallito de la pasión, aquel que se pasea, atorado, en el gaznate iracundo, a espera de su tiempo para cacarear el amor gracias al lengüeteo labial que nace cada cuanto es interpelada por otras bembas de urgidos orales, de necesidades pasionales.
También se ufana de su mueca maestra, cada vez que, antojadiza, roba secretos de aquellos que le permiten saciarse en el toque arrebatado y que suele ser el primer contacto entre dos. Y es generoso mirarle su paseo de movimientos que dan sabor a la risa, a la ansiedad de tenerla, incluso. Por que allí pareciera se dan las indicaciones que hacen hervir el descerebrado deseo por tanta angina óscula que ni la laringe, menos la dentadura, logran controlar.
Allí se ve entonces el distal molar, arengando al resto de huestes bucales, con la sabía intención de que el colectivo funcione como un equipo afiatado. Esa es su misión, dicen, por que, además, es el responsable de mantener alineado al descuadrado, a veces, plantel titular y de ir resolviendo el tema de gérmenes, olor a dientes de ajo, toses, caries y cuánta otra situación emergente lo requiera, y todo, muchas veces, gracias a la sabia misión del ratoncito generoso que, año tras año, recibe la factura sin preguntar siquiera por el descuido en nuestras esmirriadas dentaduras.
No faltan los que se quejan ante la imposición de un guía, y se quejan de purititos llenos. Son aquellos que por atrás se amontonan y achoclonan, cual jauría, para satisfacer, en ocasiones, la gula de tanta comida acumulada en la carencia del cepillo de dientes o de aquel famoso hilo de cera dental que carcome y roza por entre medio las piezas incisivas que reclaman, insistentes, por un poco de más participación en aquellos asuntos relacionados con el beso.
Harto colmillo tienen y es que la experiencia les sobra en eso de masticar cariñosamente la lengua que se acerca melosa al interior del espacio que les toca de aquel recinto y de otros que de tanto en tanto, se prestan para esta orquesta que todo lo saborea o en el peor de los casos, todo mordisquea.
Su experiencia es tan brusca a veces, que han llegado a lastimar la carne de bellos labios y sus exquisitas carnosidades, ocasionando con ello, algún grito que escapa de la laringe y más de algún desencuentro entre las partes involucradas en el afaire del deseo o intento de darle placer a la rutinaria mecánica de la vida.
Y claro, para la buena retención de dos bocas, el esfuerzo se intensifica. Y allí está el dream team en su función de hacer gancho y no frenillos, entre una y otra boca. Es el nivelador original conocido como la famosa curva de spee, experta en delinear un recorrido de la estructura ósea involucrada y, también en permitir que tanto las bocas y lenguas expuestas para tan notable ocasión, calcen y se chupen exactas.
Por que allí los premolares, especie de chiquillos escolares, educados y ordenados, algo perezosos y dejados ellos, se nutren de una dieta salivaria a modo de ir aprehendiendo y aprendiendo su propio silabario de ruiditos balbuceados y primarios. También, de los asuntos de la pareja y así evitar la precocidad, al tratarse, tan solo, de seres de leche, porque son además los encargados de equilibrar los movimientos, digamos, pélvicos de la inclinación mesial, distal, vestibular, lingual, y son, en definitiva, los que lubrican la mecánica del ósculo hermoso.
En el fondo, se paletean para darle la bienvenida a la otra boca y junto a los caninos que no cesan de aullar el placer de ser anfitriones, permitida en su libertad meramente localista, muerden tiernamente a modo de saludo primario que sirve para ubicar en el plano oclusal a todo los invitados a este encuentro entre dos, y lograr, si es que se puede, la confianza necesaria en ambas partes, gracias a la risa y el fair play de los conejitos delanteros, vanguardia clásica para la conquista, y que brincan entusiastas ante tan bella visita.
Por que además se encargan de ser los primeros anfitriones en destemplar el frío y otras veces aplacar los nervios del nuevo y extraño cuerpo carnoso a punto de morder y que se descuelga excitado pese a las empaladas piezas y partes que lo acompañan, ante la ansiedad del encuentro crepuscular que se avecina.
En el fondo entibiar a las visitas es su misión y, ante la buena pinta que se gastan, son capaces de impresionar benditamente, incluso desde lejos. Es allí en donde se funda y aparece el arco palatino, porque en su expansión de risa nerviosa, va incorporando la confianza de la bucalidad local y por supuesto de la cordialmente invitada.
Digamos que los nervios si bien no se operan, tienden a comer a quién los porta pareciera, como una rara enfermedad se dice, como un virus que no escatima en trabar, incluso, la lengua que enmudece hasta los murmullos, y se ha dado el caso, que hasta las mandíbulas expuestas dejan de obsturar sus poses sabelotodo para tan solo terminar crujiendo de espásmicos temblores.
Todos estos movimientos antes mencionados, guardan una estrecha relación entre el objetivo y el fin mismo de lo que se quiere alcanzar; es decir, crear periodos largos de placer, unido a los movimientos pasivos que van administrando la dicha del beso al provocarse una presión que origina la contracción sanguínea tisular, de tal magnitud, que allí las dos partes, sienten, incluso, hasta pelos en los dientes.
En definitiva es la endodoncia de los sentidos que puestos en juego lúdico, logran el plano de relajación adecuado para la dicha. De ahí, tan solo levantar un monumento o en su defecto una buena placa que rinda honores al acto mismo y conmemore el grato momento, que anestesie por un periodo extenso o un instante realmente placentero los deseos y de paso, solemnice, si se quiere, aquel rito en donde el ingrato despliegue ortodencista, matizado gracias al clavo de olor que penetra hidalgo y los alicates esterilizados, dispuestos a entregar su existencia en aras del placer del ósculo nervioso, estratégica y celestinamente se repliegan en pos de no estorbar y terminar tocando el violín, típico de los invitados de piedra confeccionadas de durísimo yeso dental, avergonzando a los con-bocantes convocados.
Eso sí, ojalá este monolito no tenga un grosor excesivo, ya que pareciera que dificulta la palabra a las partes enfrentadas, para cuando es necesario concluir ese bello jadeo bucal, con algún gemido o suspirito limeño y que normalmente funciona, estratégicamente, como una dichosa tapadura limada con cariño para seguir incursionando en nuevos desafíos y quiera el destino, poder echar mano de un bozal dúplex que por ningún motivo permita separar aquel sustancioso instante, antes que la vida pase y terminemos con los dientes en el velador, estilo antiguo, entibiados con la lámpara geriátrica y sumergidos en un cristalino y fluorizado vasito con agua añeja.
En todo caso y a propósito, recordar que un día 9 de Junio de 1921 la Oficina Internacional del Trabajo (OIT) adopta la lengua española como tercer idioma oficial. De allí en adelante, se inaugura por primera vez aquel oficio digno del lengüeteo oscular en toda América latina y de paso, del besuqueo plácido en sus incontinentes y boquiabiertos alrededores.
CARTA ESCRITA EN UN SUEÑOo cómo sacudir la flojera al verte
Allí estaré sin prisas lluviosa tierra mía. Modorro ante tus gestos, apurado, incierto. Pasado de frío, masticando el hielo que ofreces eterno. Te buscaré como siempre lo hago terruño flojo y desabrigado, mudo e ingrato, para decirte hoy, mañana, cuando quieras, y sobre todo cuando te dejes, lo que causas a quién se acerca ufano, en su caudal sencillo, honesto, intentando arrinconar tu soterrada ruta, despertándola con el acoso de buen y despierto caminante.
Como un conquistador intrépido de aldeas y pueblos si se quiere. Un soñador que va descuartizando pesadillas en aras de un armónico tranco. Tratando de atrapar con los brazos limpios y extendidos tú historia. Tus pequeños asuntos de esa identidad que portas, con la que gigante te arrogas el desprecio hacia quién necesita abuenarse, de una buena vez, de todas tus reiteradas faltas y, sobre todo, acalambradas ausencias.
Nunca tan igual al villano Cortés y su jauría de rufianes que, a propósito, ya supimos, financiaba Isabelita la católica en aras de llevar a otros paisajes su odiosa casta identidad y cuanto envenenado ideal de causas injustas, gracias al ronquido filibustero del machete y arcabuz por ella donados, o de esos otros, que hoy se arrogan el derecho de pasarnos por arriba sin que nada ni nadie los detenga. Sencillamente, en mi caso, un regalador de sueños e implacable cultor de buenos y atentos deseos.
Y si de semejanzas menos semejantes se trata, con un perfil quizás más parecido al del prócer Sucre, liberador innato de conquistas e imposiciones, que por todos los medios, también, soñó en alguna ocasión, al igual que otros, hacer del barrio sudamericano el lugar ideal para la vida y perfectible territorio liberado para sus hijos e hijas nobles, aquí me tienes.Tratando, además, de humedecer con mi caminar y actuares, aunque sea un poquitito, tu árida y sintética villa seca, a estas alturas, ya colmada de moles de cemento y de casi ningún particular respeto por el otro. En suma, un colgajo de muros alineados que detienen y segregan a los más, tan solo por tener menos, a los menos tan solo por ser menos y en menos medida a todos quienes te quisieran más distinta.
Y no me hables de patria, pequeña aldea de cemento, menos me propongas una matria justa, porque mientras tanto no resuelvas tu camino injusto, tan lleno de piedras importadas y adoquines globalizados, de aquel mercado mezquino que tu arribista seso prefiere, seguirás siendo tierra que desarraiga al que más te insiste, al que más te porfía. Porque ese pareciera ser el propósito impuesto en el devenir del hombre y la mujer contemporáneos, almacenados ya, en tu frigorífico tianguis de ofertas, en el orgulloso almacén de barrio que detentas. Abarrotado de adornos de barro, anegado por tanta agua que corre ahogada en los escasos ríos que aún no congelas y vendes, en tu sueño de libre pesadilla de mercado eterno, auspiciado de forma abnegada por aquella neurona que privatizaste definitivamente y que tan solo, alguna vez, se encargó de velar por tu cultura y demases.
Porque son ellos y, deja incluirme arrebatado, los que vemos cada día más lejana la posibilidad de contemplar el tierral con arbustos y flores que promedien y balanceen nuestra existencia, al intentar tu, canjearla por la insoportable calidad de vida donada en el mortal crédito que nos toca, calzado a la fuerza, bien ajustado de agobios y sin sentidos, gracias al intocable modelito que cual tufo nauseabundo nos respiras.
Entonces y junto a mí sed de ir a tu encuentro, querida y siempre escala técnica franja de camino, de escasa tierra, húmeda, por lo demás, querrás acaso que lleve algo más que mis huesos, para abonarlos en cuotas en tu mercado inhumano plagado de gusanos, o tan solo llevo, solita, mi alma, para no darle el gusto a los roedores y antropófagos que te pueblan sin soñarte siquiera justa.
Cuéntame algún día si es posible mi oferta. Mientras tanto y mientras pueda, seguiré mi ruta desterrada, sin egoísmos, solidario, sin culpas y solitario. Porque, deja confesarlo, no veo para cuando desistas en tu porfía de llamarte patria o tierra fértil, al ser tu, no más que un terreno resbaladizo e incómodo.
Tembloriento por lo demás, para quienes te buscan con el único afán de parar su bella humanidad, portada sin aspavientos, te decía, sobre tu frágil cimiento, otorgado por la maquinaria pesada que hoy te construye, sin contrapeso, en grandes porciones de cemento de desprecio por la vida. De cadenas de hierro que oxidan al individuo y lo peor, que los incrusta, por entero, al muro de los lamentos que tú, solita, gustas revestir y estucar sin que nadie te autorice.
Así entonces, deja curar mi sueño, aquel que en largas jornadas de desvelos me impusiste alguna vez, a partir de aquellas exiliadas siestas adolescentes, en donde te incluía presuroso, y hoy tan solo, ya más viejo, nunca tan dócil y lento, te aparto sin nostalgias, acomodando mi cabeza, pelona peluda, en la ligera almohada que espero me libere de tu duro insomnio, gracias a las plumas de pájaro libre que acicalan, suave, mis tiernos sueños.
CARTA ESCRITA A MI MUSAo cómo dominar lo sublime y terminar con la inspiración
Para muchos la inspiración es algo cercano a lo divino. En lo que a mí respecta, la verdad es que poco atesoro aquello de creer en ella. De sentir que, en el gesto maravilloso de cerrar los ojos y contraer el seso y el esfínter, de invocar con el pescuezo torcido al altísimo y su corte, se aparezca, lo dudo.
Eso sí, a veces incrédulo, más bien con recelo, miro de reojo, porque pareciera me busca. Como que apenas se asoma en el halo radiante o estela de luces, difíciles de explicar, que arrastra eterna por los siglos de los siglos e inmediatamente se esconde, con algo de pudor, yo creo, con algo de misterio se nota, en su intensión de procurarme ideas celestiales en desmedro de mi maléfico acento.
Y la noto apresurada, como que su alma suspira con agitada pena por este cuerpo valeroso, por esta alma insosiega y desteñida de lauros y deidades y que, nunca cobarde, insiste en la bella porfía de darle con ganas a todo lo que flote enfrente, sobre todo en aquella zona áurea que, dicen, el ser humano domina, y en todas aquellas otras donde, también dicen, osa colarse la, digamos, santurrona y constipada inspiración.
Ya sabrás musa, es a ti a quién le doy mis créditos y trasnoches, a ninguna otra. Sabrás también que soy más alma que cuerpo, harto frágil por lo demás y seguramente por ello, hechizada y embrujada te andas conmigo. Porque y aunque no pienses mucho en decirlo, se nota que quisieras ser mis ojos ¡Tan lindos ellos!, mi cabeza calva y mis extremos dedos, que son, en definitiva, los que arman mis historias, mis enredos textuales y otras veces, mis líos visuales.
Y es que así ando, tratando de hacer magia divina, malabarismo intelectual o la mal llamada magia negra en pos de tus encantos. Te confieso que a estas extrañas costumbres, digamos, paganas cotidianeidades, les creo un tanto más, y todo, en la rica sensación de arrejuntarme contigo o en el peor de los casos, tan solo, te hagan prender la vela, aquella de las buenas vibras, con aroma si se puede, para mantener mi fuego encendido y coleando, pese a la simple y pragmática opinión que derramo respecto a esas materias casi chamánicas.
De allí a veces tu lejanía, el desencanto, tu mirarme a huevo. Quizás temor te provoca mi halo, y hasta el tufillo nacarado por tanto cigarret alejan esos deseos tuyos de pescarme volando bajo, para subirme a lo más alto de esa nube que andabas y a esa humareda de aquel cielo eterno, que dices existe, lleno de cosas extrañas, divinas y poco llanas, y que yo, tan solo, alcanzo a distinguir en mi calidad de materialista de modesta dialéctica y filosofía terrena, gracias al smog, el efecto invernadero, la mediocre capa de ozono, el calentamiento global y ¡Vaya uno a saber cuántos desastres más se estén incubando!
Deja decirte que de esos temas inspiradores se conversaba mucho por allá en el medioevo, el ombligo de la vida. Época primaria del cambio de folio, para la razón, eso cuenta la historia. De los primeros estertores de la cuasi iluminación del seso, declaraban otros más envalentonados y bien intencionados, sabios por lo demás, incluso a cualquier costo, entre ellos el de perder su propia vida.
De bajar a la tierra y alejarse un tanto de dios, vociferaban entre tiernos y asustadizos, quienes la historiaban y empecinados la repasaban, que no es lo mismo que persignados o resignados reso-bando escapularios, en que el mundo debía cambiar y seguir girando pese a los dictados de la religiosidad, la culpa y cuanta otra reprimenda se le ocurriera al estancado, eternamente, poder religioso o más aún, al papa tubérculo de turno.
Y digamos que en dicha edad, especie de edad demasiado reproductora de la especie, pese a cuanta enfermedad merodeaba y cuantas intrigas se planeaban, existieron individuos que se apartaban del mundo, en alguna parcela de agrado bien resguardada de la fe, del poder omnímodo, el de dios, con el único fin de no ser perseguidos por sus distorsionadas y novedosas ideas y que para la ocasión, no bajaban de ser diabólicas y subidas de tono.
Si. Ellos vivían enclaustrados en el pensamiento, quemándose las pestañas en busca del conocimiento y de ese modo, salvaguardar su integridad a toda costa y a todo ritmo, del cocimiento en la hoguera maldita de la inquisición y que afuera los esperaba, demandando linchamientos y castigo eterno, junto a quienes, por dentro, se carcomían en la envidia y cobardes se aprovechaban del otro, al no ser los elegidos para tan brutal sacrificio, demandado por algún miserable cura bastardillo, en nombre del lumbrera dios todopoderoso a todo terreno.
Además que, era de temer andar haciendo alusiones a lo nuevo o discursos revolucionarios algo pasados para la punta. Ya sabrás musa, cuando había temas interesantes, el soplete de la inquisidora quemaba todo pensamiento e incluso incineraba, de paso, al hocicón de los mismos, con todo el gas natural y artificial que te puedas imaginar, sin restricciones y cortes. Cuánta boca quemada te imaginarás en la historia humana. Cuánto órgano achicharrado en aquella musiquilla pirómana del pensamiento renacentista.
Desde luego la etapa de braceros y asadores no fue quemada definitivamente. Eso creo yo, semejante resentido. Porque aquello de resignar toda la magia de la vida y el desarrollo de la misma para transformarla en un sentimiento de culpa, persecución, estancamiento del mate, curiosamente se extiende en el tiempo y ya ves, necesariamente siguen existiendo lumbreras que la instigan, con la caja de fósforos camuflada pero dispuesta, y que, bueno, persisten en quemar a seres de carne y hueso como si se tratase de velas de parroquia.
Y hablando de tentaciones, deja decirte musa, noto que el individuo no se satisface casi nada, porque nada, pareciera para muchos, es casi todo, porque las pecadoras tentaciones, esas que le dan sentido a la vida, que dicho sea de paso se vive tan solo una vez, no conllevan ningún interés gracias a la autoritaria decisión de jugar con el miedo del individuo y de paso, apodarlo pecador.
No debiera y ni siquiera podría ser un tema en el cual detenerse demasiado, sencillamente acalambra el ejercicio natural del hombre que consiste, simplemente, en vivir, antes de morir definitivamente. Eso creo. Y de verdad sorprende escuchar tanto sentimiento de culpa hoy en día. Tengo la leve impresión, te lo musito, que no avanzamos mucho por más que nos ganen las ganas de intentarlo todo.
Así entonces y semi encarrerado - que no es lo mismo que andar con el semen apurado - en pos de algo más sustancioso, expresar mi rechazo al dicho ese de, como pecas pagas, por que a pesar de las pecas en mi espalda y el escaso rédito económico que escribir y hacer lo que hago me depara, en ningún instante me pasa por la mente andar cargando la culpa cristiana eterna, y menos pensarla como cualidad humana, por que en definitiva lo único que hace, es provocar el desencanto con los sentimientos más fecundos de la especie, según el Darwin ese.
Porque hasta los deseos o cuánta cosa esté en el camino de los sin casa religiosa o algo parecido, se sostienen en aras de sentir con todo el cuerpo y el seso incluido, sin avergonzase y menos sentir pudor alguno, menos ante las leyes divinas, que ya sabrás, funcionan como una especie de torniquete que tortura sin descanso a los hijos blandengues, tan llenos de reprimidas buenas costumbres, en la viña del señor, que por suerte divina yo no habito.
Y menos me pongo el hábito de la creencia impuesta pese a que no sintonizar con ellas, según la enseñanza medioeva y bien actual, por cierto, se corrige a punta de santos garrotazos y ya luego, el infierno en llamas para la carne humana de quienes no se traguen el cuentito divino. ¡Herejes!.
Religiosidad pura pues, de la buena y santurrona que se nutre en la vieja técnica de insacular la maculada carne por más que uno quiera seguir ensuciándola y gastándola pareja. Si al final, para eso estamos, creo. Y allí andamos, a escondidas pareciera, soterrados, cargando pesares, me excluyo. Muchas veces disfrazando las máculas con algún pretextillo de otro orden. Ahí entonces todo se nubla, todo se justifica y terminamos pagando justos por pecadores. ¡Que injusticia terrenal más grande, óigame!.
Y yo me pregunto, para finalizar, para acabar, desde el claustro mismo en donde escribo. Eso sí, callado, no vaya a ser que la santa sede, que no es ni santa y nunca sede y menos da la pasada, me excomulgue, ¿a quién acaso culpar por decir lo que se quiere decir y hacer lo que se quiere hacer?. Mientras averiguo o me entero de algo, sin pecado concebido me retraigo y sigo en sacrílego rumbo.
En todo caso, me alegro que, por lo menos lo escrito, te divierta querida musa. Quizás soy una especie de bufón para una reina y tal vez allí esté la gracia. Así me hago el chistocito y de paso curo algunas penas del alma en quienes las andan mostrando. Mucho más de la mitad del mundo supongo.
Creo que divertir, es también desvestir al otro, y aunque nos llame a la confusión dicho termino, sencillamente se trata de desnudar al otro, al vecino, quiera dios a la vecina y permitirle que ventile sus intimidades, que nos muestre su expresión. Su rostro, sin maquillajes. Y en eso me desvelo y arrebato.
En ese sentido, yo por lo menos, paso en pelotas todo el santo día. Con una mano por delante y la otra por atrás, elongando las extremidades a modo de no llamar a la confusión, de paso a la tentación por tan ridículo. De simular algún parecido lejano con Tarzán y su liana, si se quiere, no así con la mona chita pese al cúmulo de “vello” pelo que me gasto. Y a propósito de extremidades, miembros y herramientas y supuestas inspiraciones, permíteme este texto que no es más que seguir divirtiendo los dedos y de paso mi vida.
Deja vaciar lo que pienso una vez más, y de extender mi herramienta filuda de letras sobre los huecos de tu pantalla aunque sea, y con ellas, quizás, desbordar los pocos márgenes que este tiempo permiten. Eso sí, siempre y cuando tú, estimada musa lo permitas. Espero se pueda.
Y bueno musa, aquí me sigo, terminando ya, con faltas a la ortografía y todo, en aras de procurarme tranquilidad de la buena y claro, esperando impaciente para que luego me musites al oído, alguna novedad o cosita entretenida que quieras teclee en estos días. Yo, ya sabes, encantado y dispuesto.
CARTA ESCRITA EN MAPUDUNGUNo cómo originar un diálogo con otras ricas lenguas
Aquel recorrido que a diario nos conmina la escuela de hijos y las respectivas obligaciones estudiantiles para adelas y mailenes, depara sorpresas y bellos encuentros. Mañanas frías de congeladas muecas de saludo, abrigos y kilos de ropa que no hacen más que enpelotarnos por tanta insistencia climatérica y que ya tiene al borde, en el colapso neumónico mismo y bronquial típico, a cuanto crónico ciudadano de esta inverna patria, definitivamente refrigerado ya, en el depresivo hielo eterno que, cálido, este polo, tan al sur del norte, dice obsequiar.
Allí vi venir al personaje de este relato. Ataviado él, con cuanta manta y accesorios, oriundos del sur, y que apenas dejaban posibilidad de movimientos en su modesta pero gigante estatura, de líder innato, claro, y ninguna de entrever su pequeña cara. Ya luego, comentó sobre la imposibilidad de andar a rostro descubierto, y es que, pareciera, nadie está ajeno a ser reprimido, más cuando existe alguna simpatía con las coordinadoras que luchan por allá en el sur, contra la voraz antropofágia de los grupos económicos y abusos de poder por parte de la carnicera autoridad.
Un poco contrariado y norteado por lo demás, informaba que no le fue posible divisar y menos encontrar el cerro huelen en su sitio, al parecer, nos contaba, con un dejo de amargura e impotencia, éste ya no se distingue por tanta cagadita que contamina el medio ambiente y por que, además, al parecer, ya fue vendido, en módico precio, al desprecio por la memoria, la identidad y orígenes de nuestras aldeas que habitaron, alguna vez, estas tierras.
No quedó ningún manto, más bien ningún poncho de dudas, que se trataba de alguien con sabia intensión ancestral, de esa heredada y forjada en años, siglos más bien, de violentada vida, de marginación y extremada segregación identitaria, que, en un acto generoso de su parte, venía a mostrarnos y acercarnos, diría un poco, a los usos y costumbres de los pueblos originarios, de la gente de la tierra y por sobre todo, de lo que debiéramos ser, antes que nos sobrepase el olvido y la amnesia del arqueológico presente.
Con una manta bellamente hilada por allá en Quilako, según contaba, costureada y decorada por el director de un colegio rural de alguna comunidad huilliche, aclaró, con nombre de cuentista chileno famoso, avecindado en las europas y que, suele, de vez en cuando, denunciar el abandono y las miserias de aquellas regiones, saludó a los allí presentes, que si bien no eran muchos, atentos escuchábamos sus abrigados relatos y tinos ideológicos.
Dijo venir de allá, cerquitas del lago, del poco que queda más bien, lago Maihue, cerca del actual desértico y electrificado Bio-bio, transformado ya en desagradable propiedad privada y buen negocio, que seguirá repletando la cuenta corriente de la infamia huinca, decía, otorgada en la bonanza del vencedor libre mercado, encargado de obsequiar y entregar las riquezas naturales a plazo fijo al mejor postor, para seguir escribiendo, en el mamotreto de la historia oficial cobarde, la versión de los vencidos y desarrapados, sin vergüenza alguna y con hartos intereses de por medio.
Continuamos nuestro dialogo, no sin antes invocar a las deidades, con la modesta y sabia intensión de rogar, a no sé quién, ¡Que manera de ignorantear el tema por la chucha! para que, a esas horas, calentara nuestros entumidos huesos, y de paso, que sus dichos traspasaran la neurona huacha y flácida de teta originaria que portamos, aquella supuestamente encargada de la tierra que nos cobija, y en una de esas, calar nuestra escasa conciencia en temas relacionados con la pachamama y otros y que, al final de cuentas, nos urgía, son importantes tener en claro para las chuchocas que se avecinan.
Después de esta breve y combativa lección de vida, y en pose de realismo socialista, mirando, pareciera, hacia Malloco o Pomaire tal vez, desanudó sus armas ancestrales que, dijo, no solo son capaces de acercarnos a nuestros orígenes, si no que, también, procuran alejarnos de la maldad humana y de los espíritus que envenenan la armonía. Porque son, además, portadoras de las buenas vibras necesarias, hoy más que nunca, para sentir que es posible darle un giro a nuestras asfixiadas vidas. Cuestión que dio motivos de sobra para felicitarlo y acompañarlo en esta especie de ritual callejero.
El kultrúm que quiso retumbar desde Brown norte al sur y hasta la plaza Ñuñoa incluso, por cierto, si llegasen a encontrar algún canelo, aquel mágico y fantástico arbolito ceremonial y deidad de estos pueblos arrasados, me avisan, inmediatamente los nombro lonkos, por decreto municipal si se quiere, y de pasadita les regalo un queltehue, un tetué o hasta un loro argentino. Yo invito, ¡Me cae que sí!. Lamentablemente este ancestral instrumento, fue acallado en el mundanal ruido ambiente, por la maquinaria construye edificios cinco estrellas y que hoy azota el barrio, en desmedro de la esmirriada calidad de vida y, por qué no, de nuestros castos y otíticos oídos.
A propósito, seguramente dichos mamotretos, que enmurallan la visual, llevarán por nombre fantasiosos intentos de modernidad tardía y más de algún rebuscado y ridículo apodo, tales como milenium, centuris o cuanto escupidero en lengua anglosajona se ocurra, y más de alguno será sacramentado, en la antigüedad y tradición, ¡ah que no!, con nobles nombres de pila de monseñores, curas y frailes, que ya sabemos, ruegan meter la puntita en aras del desarrollo.
La trutruka fue la encargada, a fin de cuentas, de acompañar rítmicamente nuestra meditación y rogativa por tiempos un poco mejores. Alarde, por lo menos, que intentaba contrarrestar la retroexcavadora de la conquista edificada al mejor postor, con todos los sonidos e historias de nuestros pueblos originarios. Allí nuestra visita viajera, hizo gala de cuanta succión y emboquillamiento exista, y de apretar bien el poto y la guata, cual chancho en continencia, en aras de proyectar al viento con olor a guano, por tanto mierdal que nos toca, todas las buenas vibras para los contertulios allí presentes y ,de paso, avisarle a los bostas cobardes del poder de turno que, los pueblos originarios, pese a todo, seguirán siendo indómitos y valientes.
De allí, cual lonko ante sus guerreros, confesó entre avergonzado y cohibido y con ciertas palabras extrañas, como en otra lengua y dialecto, en lengua milenaria, hoy desconocida y con certeza mutilada, la necesidad de mantener vivito el mapudungun, y después de insistir en la importancia de la enseñanza de la misma, a nuestros hijos y a los nietos que ya prontito se vienen, se atrevió a comentar, que, ese día, ese merito día y según el calendario mapuche, o sea, según el we xipantu que no es más que la celebración del año nuevo, su persona, el mismo, celebraba un nuevo cumpleaños, su salida de sol, profundizó, pese al aguacero que nos rociaba profusamente.
Grande fue nuestra sorpresa, los abrazos generosos, de esos que la amistad nos regala, no cesaron hasta que el asunto comenzó a tener un cariz más de acoso y características de atraque. Allí ya más serios y compuestos de la refriega, algo ruborizados por el ajetreo, al preguntarle de cuántos años hablábamos, confesó que su corta edad era larga y milenaria, de paso, y con un dejo de resentimiento, algo de desconfianza tal vez, reconoció generosamente que, nosotros, estos vagos de la mañana escolar y responsables tutores de la crianza al toque de la campana colegial, éramos los primeros huincas que lo saludaban de forma tan hermanable, afectiva, sincera.
No quedó más que agradecer dicho comentario y sugerirle paciencia y que, durante el transcurso del día depararía nuevas manifestaciones de cariño hacia su persona y allí comenzarían las fiestas y supongo los machitunes de celebración por sus años anteriores, incluso. Aquel comentario no bastó, la explicación contenía demasiadas palabras de buena familia y tan solo pidió, casi un ruego, que buscara para estos días alguna ruca grande, con patio ojalá, y que nadie se escondiera en el anonimato citadino, al tener la certeza de que, ningún huinca amigo negaría la posibilidad del festejo y más de un guillatún en su honor.
Sentenció por último que, el calendario ancestral, ese que tan feliz lo pone, al final de cuentas es un mero pretexto para el disfrute, el cariño y compartir la amistad. Para que esta perdure y se riegue, bien regadita, cual araucaria y copihues en peligro de extinción, continuó, gracias al desarraigo que este tipo de sociedades nos impone, sin contrapeso, en desmedro de la vida y de la naturaleza de poseernos, inclusive.
Dijo que no está de más, para la fiesta, que desde ya lo alegra, llevar algunos trocitos de carne, longanizas o plumíferos sazonados. Porotos y charquicán propuso en algún instante, comenté lo incómodo de comer estos asuntos por la noche pese a que, el tema de los gases naturales, lo apasionan e inflaman constantemente. Insistió en el tema de los cochayuyos, ensaladas de ulte y otras hierbas enconchadas del mar, afortunadamente ya no hubo margen alguno para su hostigamiento y gula culinaria, asintió finalmente, reconociendo que lo importante era darle espacio, cabida más bien, a la amistad por sobre todo.
Concluimos que lo mejor era alguna comida virilizada, de esas ideales para la fertilidad gracias al jugoso huachalomo asado, algunos choripanes y ensaladitas surtidas y como siempre, algún néctar que hidrate la sed y calme nuestro pulso bebedor y ansiedad por el encuentro. Nada de vino caliente se apuró en aclarar, lo termina de excitar demasiado, dice, y siempre se va frío a su morada, para acabar durmiendo con la mona en solitario y hasta sus patitas heladas, a veces, dejan caer algún moco triste por tanta soledad acumulada.
Eso si, sentenció, un poco de mudai no sería malo para la ocasión, ese maíz tostado con agua y alguna maldad etílica a modo de, según el, conservar la tradición y rejuvenecer sus valores, y en un tono, casi chichero impostado, de rebelde guerrero universal, agregó que se trataba de sus luchitas morales para según el, no terminar cual Caupolicán, el guerrero, sentado frente al mar obviamente y con la caña inmensa incrustada en quién sabe qué sitio.
Palabras mágicas que permitieron, rápidamente, descubrir de quién se trataba finalmente, y no era otro que él mismísimo ex presidente de apoderados en la diáspora, el peñi lucho morales. Quien ya, sin poder alguno, recordemos que la comunidad a su cargo lo dejó, tan solo, ocupado en asuntos de sabiduría y consejos cual decano de las tierras y de otras labores menores siempre más cercanas a los jolgorios y vituperios.
Modesto y atinado, como siempre, ofreció su intervención para convenir el festejo en casa de la musical peñi beatriz pichi mailen un día de estos. Quiera eso sí, que la probable anfitriona no se vaya por la tangente y ofenda al festejado y, en un acto psicológico mental valiente, pueda, resignarse por esta vez, a recibir a cuanto hermano(a) desarraigado de sus orígenes caiga de sopetón ese día.
En todo caso, en aras del buen guateque, solicitó a los presentes al jaraneo, un meneado y apretadito purún, algo así como una suerte de aperrar con las cabras que asistan y que por sobre todo, los pololos de estas, no sientan que en estas luchas corporales, con el colmillo afilado incluso y con la sed del deseo de un pasito para acá y otro para allá, a ritmo de gingle cumbianchero o alguna chuchoca similar, sea motivo de ofensa y termine el asunto a charchazos y mal entendidos.
Eso si, pidió que estuviéramos al aguaite y a espera de aquel contertulio, que durante estos días anda por allá en el sur, en la punta del continente más bien, cual misionero jesuita, llevando la palabra y letra occidental a módicos precios en alguna feria de libros y que, también, pronto, festeja su onomástico junto a aquella machi de la medicina que, si no va, al asunto del rukatun, es porque anda de turno o en el supermercado. Así entonces, quedamos pendientes, tan solo murmurando el marimari che weu que, a decir verdad, fortalece y anima el cuerpo, picaneando y encendiendo la existencia pese a nuestra sobrada y a veces letrada ignorancia a flor de piel y que pareciera, el invierno, se encarga de escribir en nuestro escarchado cuerpo día a día.
CARTA ESCRITA CON BELLAS PALABRASo cómo tratar de conquistarte, belleza
Sí. Quizás lo más grato es hacer de los sueños una realidad y tal vez allí, en ese intento de zamarrear el modorro instante, entre que movemos la almohada, tironeamos la cobija cálida, en señal de continuar sedados en ese jardín hermoso insinuante de caminos, concentramos todas nuestras enérgicas ganas, bellos deseos y otros tantos exabruptos deliciosos y exquisitos para la existencia.
Y bueno, tus deseos son órdenes belleza. Por ello, como siempre, escribo e intento acosarte con la letra suave y algo clara que acostumbro, nunca presurosa, ni acaso mal intencionada, menos sobreactuada, porque sencilla aclara acercarme a ti hermosa y, desde la distancia oscura que pretendes y te arrogas y que nunca cuestiono, procurarte algún poco mi buena bellamoza.
Es que soñar tus letras, una por una, son mi estímulo y demasiado. Porque ordenarlas me sugieren el caos que yo quiero, el anhelado. Y no son más que las ganas increíbles de sostenerte, de aprender a descifrarte y, con esa fuerza que me nace, dejarlas caer en ti siempre y así, alejar los molestos ruidos que la vida depara a este deseosorio personaje que quisiera tenerte. Conversemos un ratito sin ratio entonces, un sólido ritual si quieres, para que por lo menos mis deseosas vocales evaporen ese instante eterno y pueda derretir mis desvelados escritos y en ti derramarme. Convengamos que algún cálido soplo de disonancias hagan realidad el acento y permita, deja ser incrédulo, ese ejercicio de conjugarte verbos, de entretener hablarlos, y reconocer en silencio y ya sordo de escucharlos, que es todo lo que deseo mientras tanto.
De mover lúdica mi lengua escrita y penetrar con palabras claras. La sencillez si se quiere, nada especial que congoje, menos que dejes de tartamudear con sus roces. Así se agita el cuerpo, de ese modo se tranquiliza el goce. Deja entonces encontrar la palabra justa que mi voz extraiga y sin temor a borrar sus encantos, introducirla en tus humores, que perfume tus olores y por siempre se encaje en tu arreboce.
Ya luego, acompañar ese instante con un vasito justo de vitales esdrújulas, nada de erratas limonadas y así evitar la resequedad por tanta mecánica del blabla que se atora cuando la glándula, aquella que dice cosas bonitas, ubicada en nuestros cuellos (el tuyo me falta por que me sobran las ganas de tenerlo y si no, decapito la vida) no cesa de atragantarse en aras de conquistar, incluso, tus temores.
Y es eso belleza lo que quiero. Permíteme entonces hacer esta escritura, sin errores al referirte y tratar de no afear el léxico con aspavientos. Algo así como una proclama a la luz, al viento, a la tierra, a lo que siempre quisiera. Una gramática desperfecta si me alcanza, nada de poética por que esa es la que más me falta y demasiadas veces me ataranta.
De no ocultar mi alegría de hacerlo. De evitar ensalzarte y que tan solo fluya el intento de una palabra exacta, que si no te mira te enaltezca, en ese espejo cual reflejo que quisiera todo lo que anhelo, generoso sin recelo. Y que, si ese reflejo quiere, nos abstraiga sin demora y, si quiere, se tarde en borrar tu figura bella sin necesidad de alguna excusa y menos se justifique escaso. Tampoco se si es bueno estar así, hablando en abstracto, inventando un diálogo para la belleza, esa que en todas partes se posa y que por siempre quisiéramos nos pertenezca. Entonces quizás el ejercicio de deletrearte, permite descubrirte por entero si te dejas. Porque en definitiva, lo que procuras, es inscribirte en lo que necesito y escribir este raro verso, que ni siquiera alcanza a ser intrépido, me despierta y aliviana. Porque pensándote me fortaleces y desmoronando las lógicas al saborearte, de vez en cuando, dialéctica me enriqueces.Y son los deseos de más, hermosa. Porque desde hace rato ya, tu no eres un sueño, eres sencilla y afortunas un deseo maravilloso que, oportuno, se cuela con su cómplice presencia, zamarreando la existencia ante tu cálido perfume dichosa.
Arrúllame entonces para que te busque y te encuentre, méseme y aunque no me cobijes tan solo olerte, y es por esa sencilla razón que no razono y me proclamo presuroso, procurando fresco soñarte, correr e inventarte y acelerar mis pasos por olfatearte.
Y por eso quiero más y qué menos sentirte, y que ante todo, no seas secreto quimera, porque ocultarte, sencillamente desnudaría mi manifiesto soñarte. Y cierro mis ojos y te llevo presente y así te miro y allí apenas te tengo, apenas te alcanzo mi grácil bella poseedora de existencias, y me alcanza para tararear tu ser y hasta para deletrearte, por entero, no me falta.
Palabras sencillas entonces son las que requiero y que a veces me dificultan dibujarte. Un trazo y gesto simple e inacabado que concluya en las ganas del bosquejo, y me quejo y desgano al no terminarte. Aprisionarte con cuidado para que no vuelvas a liberarte sin acompañar mi paso, y transformarnos en guías de infinito tranco para soñar el cómo la vida al despertarnos.
Y no es mucho te diré lo que basta, me sobra con tan solo mirarte para luego insinuarte, tan rápido como las bocanadas de humo, que nunca se acaban, cualquier cosa que provoque trémulos y cosquillee tu cuerpo en rictus y, ya sabrás, con eso, satisfechos descansen mis huesos, músculos, nervios y anexos cartílagos, tan duros de roer ellos, y que noche tras noche se quiebran, amontonan e inflaman ante tu infaltable presencia, ante tan angustiosa ausencia.
Y yo quisiera una foto mi bella que nos retrate el gozo de tenernos, en donde el paisaje que se funde y a veces distorsiona el rostro, aclare y ponga nítido nuestros deseos y que estos se escriban de color perpetuo, en aras de ilustrar lo maravilloso de la vida, la felicidad del frágil instante que nos toca como protagonistas de la misma, como un regalo de la naturaleza sin artificiales gestos y, bueno, este intento bella dama, ni siquiera estético, confieso me cuesta, porque no eres más que utopía que si no la tengo, me entierro sin demoras y sigo mi destierro.
CARTA ESCRITA CON DESEOSo cómo evacuar los instintos, belleza
Déjame entonces recorrerte por entero exquisita que más vale que zozobre a que me faltes. Que hoy tus letras se desvistan sin prejuicio y ante mi se escriban desvergonzadas. Que poseerte no tan solo se grabe en la memoria, a fuego lento y bien pausado, que además, no lo borre ni desnude el desgano, menos el entumido olvido y sus abyectos rubores.
Como si se tratara de abstraer y desdoblar el cuerpo y desde bien adentro de aquel baúl maravilloso de lo intangible y abstracto que portamos, extraer cuantos placeres soñados. De imaginar tesoros conquistados en la magia de pensarte y en el infinito tiempo, si es que existiese un modo de palparlo, medirlo y aprisionarlo, apenas sobreseerte.
Y te sigo escribiendo belleza y no me cansas. Porque tenerte no es más que utopía que libera y desencadena esperanzas. Hoy me insiste que sin preámbulos te imagine y a ti me entregue placentero. Porque hacerlo reitera los sueños y es génesis perfecta y necesaria de lo que quiero. Como un deseo de osada flor silvestre para que guíe nuestros intrépidos besares y pausos acariciares.
Y el que tu pelo alise y anteponga su variado rumbo entre nuestros hasta hoy desconocidos rostros, y que juegue a su tierno juego de pulirse bello, no es más que la dicha de portarlo y de no dejarlo que se extravíe sedoso en esa orfandad infeliz de nunca poseerlo, porque definitivamente se encarga de suavizar los deseos y acicalarnos el rumbo al tenernos.
Por que además es el primer anfitrión y lisa y llana cortesía de soltarnos por entero y evitar los enredos propios de la ansiosa torpeza. Por que a partir de eso, se encarga, también, de interpelar la confianza y el clima de mirarnos, para dejar ver la suave quietud que tus ojos de niña hermosa transmiten. De ojear nuestras ojeras y darnos cuenta que ellas, por suerte panda, son manchitas que crecen producto de tanto mirar para afuera y hoy agradecen la fortuna de mirar hacia dentro.
Quiero de memoria, entonces, y en un arrebato o suerte clarividente, imaginar la extensa y dulce postura que luces con la intensidad rica que significa recordarla. De conocer el arco iris de colores tuyos, aquellos que portas en tu humanidad entera, y en esa mental suerte de retina gitana decir que son ellos, nuestros ojos, los tuyos primero, los que entreabren su propia y multiplicada dicha.
Son los que además no se cierran ante la belleza expuesta y pasan de meros e intensos observadores a importantes y urgentes interlocutores. Por que allí, en donde empieza la dicha, ellos van sumando gestos, marcando rictus, enamorando aquel instante tan solo para proclamar la alegórica grandeza de besar al otro con la mirada.
Y aprovecho el descuido y me pongo ante tus labios ya enmudecidos en la humedad de los míos. Que se muerden y se aprietan, que me buscan y me besan. Que resecan mi garganta, rescatando los sentidos y agigantando el latido. Son los que me gustan y he querido, porque son simple marcapasos que regulan la carne, la piel y membrana que los guarda, pulsando los sentidos en su recorrido por la línea rítmica y fértil de nuestras andanzas.
Deja tocarlos y acariciarlos, que se sepan míos si acaso, por un instante, muerdo fuerte y sano despacio. De entibiarlos hasta el hartazgo y de apropiarlos sin demora y si me demoro expropia aquel instante, porque son tus labios mujer y tu boca, los que desmoronan mis fortalezas, créeme, desmoronan mis fortalezas.
Quiero perderme en tu cuello largo y sólido, ¡Que ricura!. En donde la belleza que inspira no cesa de llamar mi acuosa lengua para buscarlo, para toparlo y apropiarlo y si puedo, corroerlo hasta secarlo como si fuera yo la bestia y él, apenas, la presa indefensa dispuesta a saciar el hambre de este sujeto, mitad hombre, mitad topo.
Y tan rico es sentirlo y aprisionarlo, que ni siquiera el bello pañuelo de rojas formas que lo adorna y abriga esta noche deseosa, es impedimento para dominar el éxtasis de sus coquetos gestos que estrujan la existencia, desafiando los sentidos y, así, penetrar el mordisco exacto en la yugular de la tentadora pasión que sugiere. Y repito, si no existiera tu cuello belleza, decapito la vida.
De ahí a tus lóbulos, de ida y vuelta. En aquellas orejas que arden en la mueca de verse mordisqueadas, sutilmente acariciadas, tiernamente apropiadas y que atractivas posan el aro primitivo, el de aldeas, que las emocionan de verse tatuadas y admiradas, pareciera, sobre tu piel cartílago como si nada. Un pliegue de comisuras que se entregan en la ondulada paz, aquella de escuchar mi armónico suspiro, que acreciento sin sosiego, en aras de decir sin decir nada, en voz baja, muy baja.
Por que si de placer y primor se trata, mamarte concavidades me mata. Y son tus pechos los que se agitan ante cada envestida procurada, erizando mi piel como a ti sin decir nada. Y son lo justo que hasta mi boca, incluso, atragantan y a mis manos agrandan, al tratarse de los senos que no solamente pueden alimentar la vida, porque son crepúsculo que mata y parapetados ante mí, me agonizan.
Y en ese dulce abrazo que cobija el extraño frío que nos envuelve, yo te siento, te requiero y es por eso que te aprisiono sin desgano, con el único empeño de encontrarte, sin ningún motivo que te niegue. Es hacerte mía, sin pedir nada, sin decirte nada, de poseerte exquisita, apropiarme de ti por entero, certero. Y allí tus huesos todos, esos te confieso, me quiebran. Porque se incrustan justo en donde quiero. Por que son los que dislocan este viaje. Transformándose en finas agarraderas, cinceladas a mano, justas para mis equilibrados halagos y de paso, para torcer por entero y, a pedazos, fracturar todas mis partes.
Y el decálogo de tus piernas, que se estiran y encogen en el calor y humedad de arrimarse por todas mis noches. De estrangular sin dolores, de aprisionar la pertenencia, como si se tratara de nunca separar nuestra existencia y, tan solo, hacerlas un diccionario que abrevie nuestros cuerpos en reposo, desde tus anchas caderas hasta tus zigzageantes posaderas y que hoy apropio y me desvelan, salpicando toda pose, todo magnífico roce.
Y no me desprendo. Me das vueltas e inquietas. Es tu bajo vientre, tu mitad del mundo que me llama, que me divide y junta deseosas ganas por explorarte. Un Prometeo cualquiera en busca de las brazas que vas desprendiendo y depositas en mis fauces. Cual antropólogo de la arqueología del presente si se quiere. Que se introduce y devora, y solo se aquieta al contacto con las raíces, las identidades. Y eso eres, identidades para mi maravilloso desarraigo.
Desde hoy eres mía belleza y, como acostumbro, así ha sido, seguiré siendo una mera herramienta de nuestros placeres, bellamoza. Un medio con la única finalidad de comenzar por entero y nunca acabarte. Una llave que no cesa en buscar la cerradura, para abrirla e incorporar mis pasos, mis huellas, aquellas que pretenden la dicha perfecta.
Dicho de otro modo, tan solo un instrumento para que tú, bella dama, me obnibules y te obnibules al tenernos un instante, justo ahora, junto a esta nube de palabras injustas (créeme merecer más) que me chorrean de la cabeza, del seso, del cuerpo. En este precario instante en donde muchas veces me faltas para escribir la dicha exacta de los recuerdos, de la precisa memoria que hoy portamos y por sobre todo, la felicidad que mañana evacuaremos, como siempre acostumbramos, deseosos y puntualmente.
CARTA ESCRITA CON CIERTO CÁLCULOo cómo no llorar sobre la leche derramada
¡Claro!, si al final estas cartas son un mero pretexto para repasar nuestra existencia, una herramienta eficaz, si se quiere, para destornillar asuntos personales y tratar que ningún tornillo se nos pierda, y si se pierden, pos bueno, ya ni modo. De martillar hasta el cansancio nuestras molestias y clavar en el inconsciente, si es posible, alguna idea importante. Hasta para incluso cortar, en lonjas gruesas y delgadas, todo nuestro ser a modo de reconocernos y presentarnos ante el resto. Y lo que hago, sencillamente, en un primer instante es disfrutarlas y regalonearme con ellas y hartarme de corregirlas y amononarlas, harto que me cuesta. Ya luego, las obsequio como si se tratara de un caramelo, con marca propia, que tiene por misión, única y expresa, endulzar y alegrar nuestra existencia, algo de nuestras vidas, que muchas veces se apenan y marchitan por la agria acidez acumulada y que carcome el intestino de nuestras delgadas almas tantas veces en pena.
Por último, enviárselas a mi público lector, ese manojo de flores diversas que he cautivado y que, dice, ¡Me admira!. ¡Que me reclama!, corresponde, exigiendo respuestas y altura de miras y que en la practica tan solo se traducen en magros y ciegos análisis y una que otra pachotada de mi parte. Que confabula con las mismas dudas que yo porto y complota con las mismas inquietudes de la existencia que acarreamos. Pues bien, ése es el objetivo, nunca otro.
Con ello, cierro la cadena o ciclo de envíos, puntuales o casi, cada semana y cuya misión se resume en una especie de arrebato sesudo y estomacal que emana constante y sin prejuicios, tan solo para reiterar que seguimos vivos y que me mata saber de las rutinas y su legado de formalidades y por sobre todo, me asesina desde las neuronas hasta las articulaciones tanta mecánica e imposiciones a las que la vida suele encadenarnos.
Y aquí me-ando (literalmente) por la vida. Estos últimos días han sido de mucha refriega física y de sintomáticos achaques, no en vano y si bien, después de los cuarenta, eso dicen, la vida es un valuarte y conquista humana, donde priman los deseos y las ganas de aventurarse con lo mejor que tenemos a cuestas, por lo menos es mi caso, no podemos olvidar que se trata de nuestra segunda mitad con tiempos extras incluidos que requiere de mayores cuidados y una que otra friega, de vez en cuando, con nuestra identidad encapsulada en el registro civil, encargada de recordarnos, en un tono irónico pareciera, que los años no pasan en vano, si no que, sencillamente y más bien, llegan tan solo para quedarse estacionados, como lapa incluso, en nuestro esmirriado estacionamiento corporal.
Resulta que me vino el cálculo renal que cada tantos años se ausenta y que no tenía programado me visitara, mucho menos calculado soportar. Allí me tuvo con dolor intenso todo un fin de semana, malestar que de algún modo, fue anestesiado en la magia del constante baño de tina caliente (terminé arrugadito por cierto), en los litros de cáscara de la calenturienta y afrodisiaca piña que, colada, se ingiere amarga con el consiguiente resultado de un hocico inflamado y deshilachado de la calore y fiebres estomacales que sensual ofrece.
Apenas en estos días, he ido recuperando el semblante blanquizco que porto y que maravilloso suelo gastarme (si no lo digo yo, quién ah). Por suerte el metabolismo (nótese el manejo de términos), aquel que tan solo pretende armonía y buenas relaciones con el medio ambiente y habitantes de mi corpórea humanidad, se encargó de darle duro y parejo, pareciera, y de orinarlo hasta el hartazgo, y todo, en pos de disolverlo por completo, para por lo menos mientras se pueda, no vuelva a complotar contra mi escuálida integridad e hincharme la escareada vejiga y las dignas pelotas.
De ese modo ahorré los escasos morlacos (nunca son muchos salvo los que me obsequia hoy el afamado fondo del libro) en consabidas operaciones, tajos y huellas, y por sobre todo, permitió que mi bolsillo lumpen proletario y marginal (la puritita verdad) no se resintiera, pese a que suele ser un resentido social permanente. Y se alegrara, ¡Cómo no! de no quedar con un boquete de deudas y esas cosas que se estilan en los asuntos de la salud de esta patria carnicera y su planificado auge de particulares clínicas, encargadas de ofrecer el oro y las estrellas con tal de sacar la fea piedrita de mis adentros interiores, siempre y cuando, eso sí, el cheque de garantía cumpla con los requisitos que el mercado ordena. ¡Calculen ustedes!
Y a propósito de salud, comprenderán la cantidad de cerveza que me tragué en pos de diuretizarlos al máximo. Allí no escatimé en gastos. ¡No señores! Nunca tanto tampoco. Por suerte las borracheras fueron suavecitas y todo, claro, en aras de la hidratación renal y de sus anexos melosos que son los sentenciados a sufrir, por siempre, mi troglodita pasado e historial lechero, eso he investigado últimamente, y que al final, me pasó la cuenta por tanto descuido lácteo. En todo caso, aclaro, tan mala leche nunca he sido. Eso dicen.
Todo lo anterior me hace sospechar y calcular de paso que, quizás, soy hijo de algún lechero, de esos que antes pasaban a dejar y pareciera evacuar, entre otras cosas, su botellita rellena del producto ese, a la casa materna ¡Vaya uno a saber! y del cual recibí, como si se tratara de una méndiga pensión alimenticia, la herencia única de producir calcificaciones, natas sólidas y cristalinas supongo, en desmedro de mis resecos y escuálidos órganos. No todos, cabe aclarar.
Efectivamente soy, más bien fui, un condenado mamón de lácteos toda mi vida. Ya sabrán de eso los mamones de la teta materna y de otros pezones tiernos que uno normalmente porta bajo la manga. De allí quizás mi interés de mamar todo lo que se pueda mamar antes que el mundo se vaya a acabar y de paso, acabe conmigo, (aclarar que no somos muchos pero somos machos). Aprovecho el párrafo, su apéndice, su final, espero no ser muy mamila, según los mexicanos (insoportable), para decir que, mamar concavidades me mata.
Y sigo, ya luego, un chupachupetes empedernido que ni las mamaderas daban abasto. Confieso que chupé biberones hasta bastante tarde. Y bueno, pareciera que en la época de la upé, flor de edad para mi crianza, más leche tomaba. Una especie de rómulo o remulo insaciable e implacable con los chupones y las mamas. Teta que se atravesase en mi camino de infante gladiador era teta substanciosamente succionada sin importar, en lo más mínimo, burlas y risas de aquellos deslechados y prematuros de La Purita, amigos de la niñez. Puritita envidia supongo.
Se acordarán ustedes que uno de los beneficios más importantes en ese periodo, entre otros podríamos mencionar la nacionalización del cobre, que por cierto, hoy ya no se vende en barras, si no que en barriles repletos del sustancioso líquido, acondicionados como mamaderas sin fondo, y que se regalan al mejor postor por parte de los esbirros que hacen crema y nata y que nacionalizaron el egoísmo, la soberbia, privatizando definitivamente la dignidad de un país zurcido ya en la teta neoliberal. Bueno, el asunto es que otro de los legados importantes consistía precisamente en que cada niño chileno tenía acceso a un litro de leche todos los días. No sé por qué se me hace y me tinca que la ración a mí otorgada era doble. Nepotismo tal vez.
Al parecer y seguramente por las influencias políticas de mi padre, aclaro que no eran muchas en todo caso, primera autoridad comunal en aquel entonces, quizás hasta tres o más litros le eran otorgados para éste su tierno ternero primogénito y secuaces hermanos. Por tanto, sospecho, es purita sospecha, que desde ahí saltan a la vista los desaguisados, en este caso contra mi persona, de las políticas publicas y planificaciones sociales de aquel esmerado gobierno que, cabe recordar, no escatimó vacas y esfuerzos, de extracción, pese al mercado negro y las intrigas posteriores, en aras de sus hijos, entre ellos quién hoy sufre del cálculo renal insoportable que cual piedra pome, come, raspa y desgasta, sin miramiento alguno, mis consecuentes y revolucionarias partes.
Por cierto, durante estos días, hasta me alcanzó tiempo para ser un buen padre, creo serlo, y hasta tiempo para que las crías, sobre mi lecho de enfermo, me hicieran un cariñito hermoso en el lomo herido especialmente. Más todavía, para compartir los sagrados litros de leche que demandan y acostumbran como buenas hijas, y estas sí que son hijas chupeteras, de un padre grandioso con olor a calcio, yeso, magnesia y por sobre todo de cebada enlatada.
Dicen que a las niñitas, hay que darles mucho calcio en forma de leche para que crezcan sanitas y sean buenas madres, eso según la convención macha que tanto se estila en esta especie de matriarcal y patriarcal establo, y ante tal y semejante fin, soy capaz de sacarles el vaso con leche de la boca, el pan incluso, en pos de procurarles un futuro menos esplendoroso que aquel de llenarse de hijos, pero con la tranquilidad y seguridad de verlas crecer sin osteoporosis.
A propósito, el médico calculista, por ponerle un nombre, encargado de pasar la maquinilla, esa que funciona como radar anatómico junto al gel que en ese momento de parto y aborto pareciera, al mismo tiempo que escurría sensual por mi vientre en busca de alguna otra novedad renal, recetó mucho cariño y bastante sobajeo en el sitio agredido por la piedrecilla maricona. Una cosa por otra pareciera, dije yo, entre más piedras en el camino, más cariño se requiere, musitó.
Un cosa poca solamente, se atrevió a insistir, no fuera yo a entusiasmarme demasiado con el asunto de los cariñitos, dijo ella, la buena y moza auscultadora de la riñonada, mientras, según yo, no ocultaba sus deseos y placeres, más oscuros, de mirar mis otras presas, con la intensión profesional y sabia, quiero pensar, de darse un banquete un poco más lechoso con mis genes, ¡Nada de geles y esas tonteras!, gracias al néctar de los dioses que uno suele portar en sus interiores reproductivos de la especie. Todo lo anterior, mientras la jeringa endovenosa, grandota por cierto, aplacaba mis instintos y quejidos de semental compungido, demasiado obstruido ya y en franco letargo, debido a tanta inflamación y presión que aquel vía crucis, que arranca en el riñón con meta en la vejiga, depara.
De allí mi esmero en cumplir con las indicaciones de la facultativa en cuestión al pie de la letra, y por ello me atrevo a comentar que ando en busca de quién se ofrezca a sobarme y retozarme de afectos toda mi bella epidermis expuesta durante estas jornadas, a tan canijos dolores. Espero dilucidar, más bien diluir este asunto lo más pronto posible. Digo, antes que se me corte la leche pues. Eso estoy calculando durante estos días y en eso me-ando últimamente, previo a que, por alguna razón o circunstancia, se venga el asunto de la próstata. Esa es otra historia. Leche en polvo de otro costal. De ahí les cuento. CARTA ESCRITA A FUEGO LENTOo cómo prender el motor de nuestro amor
Gracias por el fuego se llama el libro, escrito hace muchos años atrás, por Mario Benedetti a quien, a estas alturas, de tanto leerlo, sigo leyendo. Es una escritura de la imitación del subconsciente colectivo, por lo menos eso me han soplado cálidamente quienes de algún modo se han interesado en el tema. Esas cosas raras comprenderán ustedes y que muchas veces no logramos tener claras hasta demasiado tarde, incluso un poquito antes que el fuego eterno del satanás ese, yo cacho, nos consuma.
Confesión de partes sin lugar a dudas. De la soledad del hombre a veces en la multitud. De la desvalorización de la palabra en el autoritarismo social. De paso, contribuir con unas cuantas raspadas de cacho a lo que somos, ¡El que no esté de acuerdo conmigo que tire el primer vocablo!. En el fondo, una retórica de cuestionar al individuo, ayer postmoderno hoy tan solo precoz sobreviviente del siglo pasado.
A partir de esa idea me confieso un oportunista de aquella premisa, de la queja reflexiva si se quiere, no así un oportunista de mierda con un discurso quejumbroso. Por sobre todo, alguien que no pretende aislarse y menos caer en la tentación del abismo, dicho sea de paso, del socavón preparado y acondicionado para botar cual deshecho, nuestros sueños y de enterrar, definitivamente, nuestros anhelos y deseos. Sépanselo.
Sencillamente un recolector y hurgueteador de lo que diariamente se habla y a veces callamos. Un ardiente orejero popular de las lenguas de fuego pese al desgaste propio del tímpano sordo y helado que portamos y que, además, suele escuchar tan solo lo conveniente. Y aunque suene demagógico, reitero, un recogedor de opiniones a partir de lo que se escucha y por sobre todo lo que se mira. Es por eso que allí me ven desmenuzando cada una de las palabras que gentilmente me obsequio y escribo. Un ejercicio para quemarse las pestañas y ganarse unos cuantos ardores en el lomo curcuncho de tanto calcular la mala postura y la pésima pose de escritor joven y novato, de escasa trayectoria e impacto social según lo estipulado por la institución ubuesca del arte, en este caso, chileno. En definitiva un acto para dar rienda suelta a reflexionarnos desde nuestra particular estructura de seres humanos y animales del siglo XXI, de carne y hueso por lo demás, más hueso que carne por lo menos en mi caso.
Con ellas construyo un ardiente ideario de imágenes tal vez, de especulaciones del contexto que me toca. De ironizarlo y divertirme. De atragantarme en los falsetes que sugiere. De encabronarme por lo cálidamente bondadoso y soterrado que se muestra indistintamente. Pillarlo en la trampa y desnudar sus manipulaciones incluidas las ideológicas. En definitiva ese es mi asunto, nada personal con nadie, menos pensar en la ofensa.
Usted señor lector, lamentablemente, si quiere, está justo ahí en donde yo escribo. Espero de ahí no se mueva. Y lo está, afortunadamente, tal vez por que ya es parte de ese recorrido. Una musa, y perdone la calentona comparación, que estimula mis desatinados y a veces asertivos, según yo, mamotretos escritos. Porque usted se encarga de aprobarlos y hasta a veces cuestionarlos como corresponde, nada de andar ocultando sus deseos, nada de mostrar la hilacha. Eso espero.
Y está justo también porque me atrae escribirle. ¡Si para qué andamos con cosas! recolectar vuestros correos ha sido una tarea de poner mi cuerpo frente al de ustedes y solicitar agradecido la facilidad de la entrega por completo. Confieso que por este medio he logrado lo que pretendo, que no es más que transmitir a rostro descubierto lo importante que ha sido descubrir el oficio de escribir y desnudarlo por completo al leerlo.
Una especie de dedicación autodidacta sin más pretensiones que rayar la hoja y de borronearla cuantas veces sea necesario en pos de satisfacer mi escuálido ego y mis gigantescas pretensiones manuscritas que se traducen, como ya dije antes, en poner mis propios puntos y acentos en temas sin importancia para algunos, indescriptibles para otros y todo un descubrimiento en mi caso.
Porque además creo en el cuento de este precario oficio. Y citando a Galeano, quien nos dice que, la palabra es un arma y puede ser usada para bien o para mal; la culpa del crimen nunca es del cuchillo y es por eso que, sigo la cita, somos lo que hacemos, y sobre todo lo que hacemos para cambiar lo que somos. Por eso la revelación de lo que somos implica la denuncia de lo que nos impide ser.
Y vaya, entonces y a propósito, mi justo homenaje, no se me ocurre otro, para el personaje que cada fin de semana en mi mexicana adolescencia, aquellas de avidez y de vivo interés por aprender algo, aunque fuese lo más insignificante, jornada tras jornada, proceso tras proceso, llenaba de sarcástico entusiasmo reflexivo nuestras vidas, apenas nóveles para ese entonces en el oficio vago de conocerla y apropiársela, con la caricatura de nosotros mismos y el dibujo inacabado de nuestra existencia trazada día a día.
Con barriles de kerosene incluidos, con turbios pirómanos y mórbidos personajes. De cuántas aguadas y desaguisadas sentencias para la humanidad en los relatos del sabandija mercenario con chapa Boogie el Aceitoso quién, en un proceso natural nuestro, lleno de pudores y prejuicios en su contra, nos permitió reflexionar y quemar con todo el aguarrás a la mano cada uno de sus miserables ejemplos, en aras, con el tiempo, de crecer con cierto tino, con cierta decencia me atrevo a insinuar, con algo de lucidez y esas cosas que se valoran, al transformar cada tira cómica leída en el peor de los ejemplos de vida. ¡Gracias por tanto fuego Fontanarrosa!
Y retomando, esto que ahora revelaré, aun que no debiera hacerlo, era mi secreto, todo escritor se jacta de ello, un regalo privado si se quiere y porque tampoco quisiera terminar la magia de mis envíos, sin embargo me queman las manos y las ansias por decirlo, y lo hago ante la demanda o dudas que puedan existir respecto a la finalidad de mi modesta labor. Tan solo confesarles que lo mío es mucho más sencillo y practico. De ahí les cuento.
Aclarar que no se trata de aquella misión denominada superior que se instala en el limbo de los iluminados, esa del estado de creador omnímodo, dicen algunos, sensible e inspirado. Tocado por la varita divina de la creatividad, comentan otros, y que, por todos los medios, eso quieren que crea, se niegue a bajar a la faz de la tierra sin dudar incluso, portando una especie de congelada pose de intelectual maldito, para entibiar el medio ambiente con discursos elevados que ni siquiera sean legibles para uno mismo. Sencillamente el asunto es otro.
Me explico. Con ustedes llevo una relación de más de trescientas páginas entre crónicas y cartas, el resto, los borradores y otros, yacen ya en la pira, más bien en el horno que sazona la sabiduría. Que si bien no alcanzan para libro, nunca tanta pretensión aunque la idea no es mala, serán desclasificados o descalificados en su justo momento, permiten sentir que nuestro diálogo por lo menos desde mi modesta óptica, que incluye a mis raídos y gastados lentes, nos invita a saborear lo que somos y empalagarnos con lo que queremos.
De decirnos nuestros anhelos. Y en esa jugada trato, aunque eso signifique el purgatorio, quemarme en vida, sobre todo mamarme la rara, curiosa e iracunda envidia y también desprecio de las castas complacientes, de enamorarlos de mis amores y encantos. Una especie de fanfarronería con gusto a farsante gesto que no es más que la dicha de proponerme y soñar de verdad, hasta despierto si se puede, lo importante de comunicarnos la existencia y de machacar, pese al desgaste que este ejercicio provoca, lo importante de vivirla para contarla. Del largo camino que se nos viene, de lo inmortales que podemos y debiéramos ser en la medida justa de sabernos y reconocernos en el otro. Una suerte perra de estar vivitos y coleando en aras de ser mejores. Nunca exitistas, menos de la elite, tan solo los mejores con nosotros mismos y si nos dejan, hay veces que es posible maravillarse, incluso con aquel de al lado.
Déjenme entonces modestamente agradecerles por el fuego. También a quienes hoy nombro. Porque al final de cuentas, tanto ustedes como ellos, son pilares y pretexto importante para sentirse bien y complacido de mí, digamos (nótese el tono grave) ardorosa labor. Sepan además que arrebatarles un segundo de su llamita de tiempo (bendito mail), tan solo pretende mantener flameando y bien parada la vela que nos orienta y su esperma frágil que, pese a todo, también ilumina el caprichoso destino. Porque en donde fuego hubo, cenizas para qué las quiero.
CARTA ESCRITA EN UN INSOMNIOo cómo trasnochar los calentones sueños, belleza
Y allí perfecta late la escritura remansa que a rabiar portamos. Un pálpito nervioso que se desparrama simple en aquellos nunca ordenados papelitos servilleteros de la mesa tabernera que hoy recibe mis pasos y toda clase de absurdas poéticas hilarantes antepuestas entre la suave cama que se esfuma por un instante y este cuerpo vivo que anhela escribirlas.
Andanza nochera que sacude cuanto sueño inacabado y que de tanto dormitar inapetente ni siquiera los golosos años la entienden y menos acostumbrarse a ella pretenden. Caminar de raros y generosos estímulos que sin tropiezo alguno, concilian otros sueños, los imperfectos, aquellos apropiados en un cerrar y abrir de ojos, sin más, en los deseos más hermosos y que apenas, en esta desvelada y fría noche, iluminan mi gozo.
A ti te hablo belleza. Espanta sueños que no sosiegas la arritmia hermosa y que de tanto cosquillear iracunda relajada te posas. A ti quisiera contarte, susurrarte me atrevo, en esta media calle que nos acerca, con la voz más baja si puedo, mi insistente deseo, bajo la luna de Julio que cobija nuestro caminar descalzo de indumentaria y que tan solo abriga la vida que me basta, porque tan solo me faltas para verme pleno, si puedo, sin que siquiera me cohiba tal anhelo.
Nada de andar acabando entonces si acaso nuestro nocturno asunto apenas empieza. Nada de despertar siquiera en una especie de insensatez diurna por querer alargar y amanecer aquel tiempo que consagra el desgano, si tan solo con tu aparecer sensato haces perder, incluso, hasta el dudoso halo, deteniendo la apática galbana y echando a andar, de cuajo, las cuantas ganas que desde hace mucho me ganan.
Porque entre más avanza el calendario de cumpleaños portados, ese que no cesa de anunciarnos más alegres los tiempos de vida al fin y al cabo, más energético el soplido de velas que me avivan, más empeño el encomendado, que incluso alcanzan y se desbordan hasta para otros días menos claros, aquellos más apagados.
Quizás somos lo que en definitiva ansiamos, porque sin importar a veces el cansancio o un poco más de holgura en el reloj cronológico que, vaya uno a saber por qué razón, insiste en lavarnos la cara un poco más temprano, en agitarnos y fiel acompañarnos de la mano, cual sombra del imperioso desvelo que se antepone y se agiganta en silencio permitiendo toda suerte de cavilaciones, entre ellas las de esta noche, que a ti obsequio ojerosa belleza noctámbula de amores.
Porque sentir que dormir rápido, casi apurado, no es más que una especie de trueque y pacto leal contigo y con los años que vagan conmigo. Quizás ansiedad de apropiarme lentamente de mis tantos días festejados y de tus tantos y despiertos encantos generosamente entregados. Un canje que permite vaciar por entero mi desvelo sobre ese velo que bello adorna los más claros deseos que anhelamos en este oscuro instante que iluminamos, sin mucho menos importar el cansancio que tanto portamos.
Y en este cronológico contar de sueños, decirte bellamoza que no es mi estilo entonces apurar el tranco en aras de corretear los deseos, porque pretenderlo no es más que un impulso incendiario que esconde y aplaca, que todo apaga y arrebata. Y no son los impulsos los que condonan nacimientos y menos escupen al cielo traicionando sus gestos, porque tan solo se encargan de dar cobertura para este instante cálido con su acogedor arrebato pleno.
Se trata simplemente de mostrar nuestras hilachas, de conocernos en la arteria generosa de venas que para la ocasión visten más que lujuriosas, de palparnos en esta oferta abierta de ofrecernos y ya hinchados de gloria, recíprocos sabernos. Es el ejercicio que nos dice el galeno uruguayo, curandero del insomnio y doctor de los sueños, que perturba y me encanto al leerlo, justo hoy de precario cerrar de ojos, justo a esta hora del escaso dormite. “Arránqueme, señora, las ropas y las dudas. Desnúdeme, desdúdeme”.
Y si bien aquella prenda exacta que ufana desconcierta y que cubre tu íntima identidad, al igual que aquellos velos que ocultan musulmanas, no ceja de insinuar prendernos del encanto maravilloso de plenos poseernos. Es a ti vibrante a quien quisiera besar, porque sencillamente, a estas horas, encareces mis deseos por volverte a comenzar, abonando tantos besos que te debo y suplicando crédito por otros.
Nada de vaciarse entonces si lo recíproco nos llena, colma el deseo y de paso congestiona el instinto tan vacuo que portamos en la vida como si nada. Déjame entonces, en este sorbo de la vida, egoísta de mi parte si tu quieres, acumular tus llenos, tus sobrantes, cuanto encanto me dispones y de ese modo zozobrar y anegarme al palparlos, ya luego, conforme, recordarlos.
Puritita envidia quizás para quienes la precocidad es un arma que descarga solo vientos de frivolidad y desparramados soplos incontinentes, como casi un artificio apresurado para condonar la vida. Una práctica rutinaria de llenar los vacíos por llenarlos, de tapar sus huecos en aras tan solo de herirnos y deshumanizarnos, y por sobre todo, nada más que encementar, incluso, hasta las erectas poses que se sugieren esta noche.
Quizás es ese pisco alimonado, que juega desnudo su incapacidad e inhibe de paso la capacidad plena ¡qué se yo!, el encargado de aminorar tanta intensión y dicha de tenerte, de adormecer todo nuestro ser, de emborracharnos galantes. Venga la cruda mañana entonces para olvidar las ganosas ganas de mi parte, porque tan solo imaginarte derrite mis partes.
Acabo entonces, escribiendo lo de siempre, justo en el bar al paso que encamina mis pasos hoy nocturnos y frioleros. En liquidar de escribir lo que voy pensando y hasta saldando, y salvo la banda simplereed – corrija mi english señora- que suena barato en el dividí bolichero, junto a la parafernalia de minas ricas del vídeo clip a la vista, quienes contorsionan la cadera a ritmo pop cabaretero, tan solo declarar y confesarme admirador de ningún hueso, por semejantes que quieran o pretendan, que no sean los tuyos, acaso esta noche, míos por un instante.
Y allí te cobijo e incrusto belleza, y ahí reposas sumergida junto a la precaria vela que derrite su esperma iluminando la noche, en señal satisfecha e inmensa, insisto acaso, en no extraviar pormenores, concentrando toda la solitaria memoria que alcanza para recordarte y de no olvidar ningún instante. Menos escurrir los húmedos pensamientos atesorados y que hoy se graban en cada servilleta garabateada, en esta especie de despedida satisfecha sin ocultar el ritual alegre que mis ojos, apenas abiertos ya, emanan.
Y sigue el disco de moda sonando en la vitrola hilarante y me apresuro en acabar, en pagar y apagar la cuenta pendiente, por un rato también tus fuegos, para encaminar otra vez mi pequeñez corporal, el más chico del curso decían, pensando en arrebozarme alguna vez más en ti, yo ruego, gracias a esta estratégica, bella y agotadora trasnochada, de la cual fui presa fácil y que va bordando cierta identidad nocturna en espera de otra ocasión en tu lecho de ricas leches.
Y ya con algo de acumulado cabeceo, trasnochado sueño y un vaso para el estribo caliente, bien caliente, obsequio de aquel fuego desbordado, de allí nos vemos otro día, mejor dicho, de ahí me avisas qué año próximo más te acomoda verme o cuando por lo menos procures más tiempo que el que tú crees. Mientras, seguiré sintiendo las cosquillas naturales y ansiosas de no verte y, por sobre todo de no ser, pareciera, el afortunado de tu dicha y por sobre todo demasiado astuto en atinarle, como dicen debiera y yo me opongo, a esas cosas de resignar los deseos y la vida.
Y ya para terminar, la última y nos vamos, acaso me pregunto ¿era yo lo que esperabas?. Por lo que a mi respecta, efectivamente de ti se trataba. Pareciera entonces que, con eso sosiego mi desvelo, junto a nuestros oscuros pasos que justo esta noche coincidieron, allí sencillos, fuimos plenos. Y ahora sí deja acabar, no sin antes y también, con besos plenos. Perdona la letra, deseaba mandarlo tal cual anoche lo escribía.
CARTA ESCRITA EN TRIPLICADOo cómo fotocopiar el silabario de la vida
El único sueño de Rosa Ilwenray Pichipil consistía en poner su firma en el documento con tres copias y que la haría beneficiaria del permiso municipal necesario para instalar el changarro vende dulces y obesidades por tanto tiempo anhelado. Estrategia de autogestión, con ruedas de carreta, que algún miserable iluminado de los números estadísticos y macroeconómicos vislumbró como panacea y rauda solución en aras de disminuir el índice de cesantía.
Igualdad de oportunidades según las supracionales que ordenan el mundo y que también se encargan de contar a los pobres, bien contados ojalá, y de ese modo mantenerlos en el desfiladero que corresponde gracias a la mutación y alineación a la que son sometidos. Al filo de la injusta subsistencia si es preciso, con aquel raro amor altruista acostumbrado, pleno de caridad y beneficencia, de la compasión tierna que da el peso de la inequidad monetaria según los intereses del monopolio y de los cuantos comejenes a su servicio a lo largo y ancho del planeta.
Ya se imaginaba ella con su carrito chatarrero repleto de maní recocido, aquel que confita y garapiña la dieta tercermundista, atiborrado también de sopaipillas pasadas de aceite colesteroso (el camino más corto a la obesidad mórbida), de tantas cajitas con chicle que ordenaditos van masticando la poca aireada ansiedad acumulada casi como gas natural en uno. De los refrescos light en lata y su soberana forma de eructar la deshidratada calidad de vida que hace tragar este rápido y goloso mercado a sus inflamados y globalizados hijos, a estas alturas, sistémico-sintéticos.
Sin embargo, sus pretensiones adquirían otros desafíos; se trataba, en su caso, de una persona incapacitada en las artes de leer y de escribir, por ende, no apta para llevar a cabo el trámite correspondiente según el manual requerido por la ley y que la analfabeta burocracia estimula sin sospechar siquiera los alcances absurdos que dichos oficios leguleyos, por lo demás, acarrean para quienes la pime se transforma en la -gran solución gran- para palear el desempleo y de paso pelar el ajo cesante.
Oriunda de la región de los lagos, al sur, por allá en la zona reconquistada por las hidroeléctricas españolas y desvalijada a más no poder ¡joder!, a finales del siglo pasado, cual Carmela de San Rosendo, decide emigrar a la capital junto a sus dos hermanos menores y su vieja madre (como la canción esa que, sepa quién inventó) en busca de la oportunidad ofertada en el boom económico y su arrebato arribista de promover el desarraigo y de paso, incitar a los desarrapados y maltratados hijos rurales en pos de la pesadilla urbana, de la ilusión del futuro esplendor que la trampa neoliberal tiene preparada para quien pise el palito con sus bondades.
Así, años malos y otros peores fueron su nueva dinámica citadina con la consecuencia obvia de transformarla en perpetua errante y limosnera de la chance laboral. Sus diversos empleos que con honestidad ejercía de nada sirvieron. Nunca le permitieron la mínima subsistencia y menos pensar en cierta estabilidad y armonía, cuestión que, al final de cuentas, la encauzaron por otros caminos más pedregosos, aquellos trazados, pareciera, ya casi como un bien nacional, en la desesperanza, angustia y un sin fin de bondades encajadas ya, por este puro chile, a sus maculados y ya estropeados habitantes.
De un día para otro su vida cambió radicalmente, se transformó en una más de los tantos que muerden el polvo de la desventura social y a quienes el chorreo y la migaja poderosa no alcanzan ni siquiera a tocar. Paria y delincuente, porque según la estadística, aquella de los números pletóricos y alcancías repletas, los pobres son pobres por obra y gracia del espíritu santo y porque, fíjense ustedes, se les ocurre injustamente nacer a borbotones, como verborrea, en un país en donde a nadie le importan que existan salvo que, diría Galeano, si la mierda tuviera algún valor, los pobres no tendrían culo.
La drogadicción, el alcoholismo, la atorrancia y otras pastas vagaron por muchos años su vida, en el conducto regular de los desposeídos que a la deriva navegan por los ductos del desecho en la cañería santiaguina, provocando su desconsuelo y antipatía por aquello que los doctos suelen llamar vida útil. Los signos en su cara, delataban cuanto desgaste en su precaria salud ante la poca, escasa más bien, preocupación social de los regímenes que se han sucedido y que se precian de velar por los más necesitados siempre y cuando éstos, se moldeen en la razón de la humillación, clasismo, racismo y que la generosa oferta del mercado goza proponer para luego ordenar.
Desamparada y todo, sacando fuerzas de quién sabe dónde, se propuso revertir, según su reducida semántica, de escasas e iletradas palabras, el asqueroso mundo que jugaba en su contra, y que algún día no muy lejano imaginó tenerlo a sus maltratados pies gracias a la publicitada piedad que el sistema chorrea a sus desiguales pobres en su ingreso a la escuálida escuela de las oportunidades y que, de cuando en cuando, chuta de puntete, por no decir que patea por el culo, en el orificio social de los más necesitados, cuando éstos no son los más aptos y aplicados en cumplir con la receta ortográfica oficial.
De allí, también, su temeroso acercamiento con la casa de acogida, aquella que coge el dolor y la inflamación desposeída, y que un grupo de pobladores, agrupados en alguna fundación con fines de lucro y financiada por el interesado y electoral municipio que la acoge, y ya cansados de tanta penuria que el día a día procura y que de noche no deja dormir, inauguraron en el barrio en donde esta santa Rosa, espina que hiere, canelo marchito pero hermoso, quién nunca ha gozado con nada y todo ha sido un suplicio, solía dormir la mona y alucinar con elefantes rosados.
Su misión entonces consistía, a esas alturas, un milagro de elevar solicitudes rogativas parecía, primero que nada dejar de beber tanta cicuta en caja tetrapac ya acumuladas vacías por su oficio de cartonera de la subsistencia y que le permitían, por lo demás, combatir, el desprecio, humillaciones, y por sobre todo el hambre vinolento acumulado en su barriga por tantas jornadas de ayuno, de abandono y maltrato huinca-social.
Tantas pocas y tintas oportunidades que la vida depara en este país de arrugado cartón social, herencia del basurero político y económico neoliberal, y que sus acartonados defensores a ultranza, borrachos de poder, embriagados de gobernar, ebrios de las bondades, devoradores por lo demás, chupa huesos del prójimo, juran defender hasta que el hígado les alcance y se pueda y si no se puede, hasta que el páncreas de sus hijos y nietos se lo permitan.
Aprender a leer era su segundo cometido, su sueño, y es que históricamente y si bien muchos han contado con la posibilidad de hacerlo, el lastre que los desamparados cargan, es más confuso que estudiar en Harvard. La metodología de Paulo Freire, especie de gurú de los setenta, reciclado en los ochentas y en cuanta generación lo requiera como digna receta de ilustración mínima, fue el método propuesto por la o-ene-ge involucrada y que sueña con cambiarle el rumbo a la tradición y a la realidad neófita que se cultiva hoy como si se tratara de chépica que crece en cualquier parte.
Con tal que aquella avezada estudiante exprés lograra el objetivo primario y que terminara, por último, leyendo bestsellers onda paulo coelho, mentor espiritual de acaudalados y pulcra literatura para ricos y famosos, mesías por lo demás, de aquellos individuos doctorados de necesidad por acunarse en autoayudas, con eso bastaba, pareciera. Como una especie de práctica para educar en libertad y acuñar, en alguna toga arrumbada junto a los pendientes sociales, si es que la tinta y la plata alcanzan, aquello de alfabetizar es liberar el alma y el pensamiento en pos de la millonada y la riqueza (¡ojalá!), como eslogan que se vende cual pan amasado con chicharrones locales, en este caso, a cuanto iluso dispuesto a adaptarse al sistemita este, a las nuevas condiciones de sometimiento, con uslero y garrote incluido.
Allí, esperanzada y ansiosa se vio a la rosita, quién pese al pulso tembloroso de sus pupitres necesidades y también a la tinta etílica que cual acervo acumuló en su sangre durante lustros, aperrando entusiasta por revertir sus carencias y de insistir a rabiar con el dominio absoluto del lápiz de pasta en muchas jornadas de tendinítis y es que, tanto aprisionar el instrumento apto que salpica la letra exacta y por el placer de verlas escritas y que con el tiempo se transformarían en su varita mágica consoladora, consolidando definitivamente su acceso al placer de saberse entendida y comprendida, era por lo menos su más preciado deseo o al menos, ese sería su precario objetivo.
Hasta los vecinos de aquel campamento, enclavado por allá en el desfiladero de la miseria, celebraban tanta concentración de la novel pupila y ya, incluso algunos, borrachos por la sabiduría, pasaron a formar parte de la lista de beneficiarios dispuestos a terminar con la resaca de la sapiencia y entregar la vida, algo de ella aunque fuese, en aras de leer y escribir alguna vez su nombre o tan solo resignar la suerte a ojear algún miserable diario de circulación nacional que ya sabemos, suelen mantener en la farandulera ignorancia y de paso, con la pauta necesaria requerida, seguir dominando a sus deportivos y frágiles lectores.
En su nervio y aflicción para el día ese del convenio municipal que, como ya decíamos, la haría acreedora de los sueños empresariales que este bendito país regala o promueve a sus habitantes, en su libre mercado de la igualdad de oportunidades (libre albedrío generoso de poder hacer cuanto se nos ocurra le llaman), confabularon en su contra provocando la angustia y tristeza que nunca imaginó y que no esperaba sucediera.
Ella, en su afán caligráfico de amononar la letra escripta que aquel curso rápido de los acontecimientos y que la integración requiere le habían obsequiado, fue incapaz de posar su uniforme y agotador aprendizaje. Justo al momento en que el formulario que la ocasión imponía, que ansiaba saber de su precario anonimato, se abría de par en par en busca de mayúsculas y minúsculas, las mal educadas tensión y ansiedad actuaron contra ella. Las venas y neuronas de aquel hemisferio a cargo de abecedarios, sílabas y consonantes, el poder ortográfico pues, ese que comunica y tararea el gesto preciso a los dedos, a esas horas engarrotados, desordenó caóticas sus letras.
En ese preciso instante, para ella más largo que cola de burro, y más allá de la tensión que impone la ceremonia de firmas, se hizo acreedora de las muecas y desprecios que por costumbre la educada funcionaria a cargo otorga. La escuela de la palanca, el pituto y el nepotismo son su misión en esta hora de contracciones de locuaz servidora pública y no permitiría pérdida de tiempo alguno. En un arranque inesperado de torpe generosidad propuso a la desmotivada, a estas alturas muda vocabularia afectada, que tuviera paciencia, calma chicha y pusiera atención en su oferta (para eso estamos, dijo). ¡Hagámosla cortita! dijo la astuta y a veces bondadosa oficinista, por lo demás, burócrata municipal que sin siquiera dar cuenta de su torpeza y menos sospechar del daño que provocaría (los trámites no se piensan, se cumplen) siguió en su presurosa labor de zanjar las dificultades. Y es que, todo esfuerzo rehabilitador, de alfabetizar siquiera, no sirvió de nada. Algo tensa tan solo atinó a solicitar, de buena manera ¡faltaba más!, que la futura microempresaria, estampara su menospreciada identidad tan solo grabando la huella de su pulgar derecho y una anónima equis en las tres copias expuestas.
El original descansa en paz en las manos gastadas y ya limpias de la tierra de origen y que vio nacer algún día a R.I.P. De las dos restantes, una para guardarla, junto a los usos y costumbres originarios, en la urna del desprecio, y con la última, copia feliz del edén para este campo de flores bordado en donde tanto rosas, copihues y cuanta flor ya no importan, jactarse de la modernidad y por sobre todo de la oportunidad laboral otorgada para quién lo solicite, siempre y cuando, eso sí, se llenen los formularios correspondientes, impresos en alguna instancia internacional, con la tinta que el antropofágico capital impone.
CARTA ESCRITA CON UN ESGUINCEo cómo enfriar al derecho y calentar el revés
Convengamos que uno es dueño de hacer con sus extremidades corporales, ideológicas, naturales y hasta artificiales lo que quiera, hasta faulearselas si se dejan. Digamos también que estas son una especie de prótesis de vida, hechas a imagen y semejanza de quien las porte, no importando mucho para qué semejante asunto se utilicen, siempre y cuando esto no signifique dejar parapléjico, incluso, el seso del otro.
Al menos eso es lo que uno siempre cree y también espera. Lo contrario, sencillamente es meterse en el derecho ajeno y allí ni el respeto y menos las buenas palabras salvan de algún revés inoportuno y hasta alevoso. Y bueno, mezclar a estas alturas, en esta arena apta de la sinrazón, gimnasia con magnesia y vendas con yeso, suele causar estragos y una que otra cojera, hasta en los nudillos, por tanto boxeo de la razón y el empecinamiento al ripeo de las mentiras y el respectivo menoscabo de la verdad.
Y pensaba que en ese ejercicio de pasarse por el aro del desprecio al otro, en este reino terrícola del sí y del no, de lo bueno con lo malo, del sinónimo antónimo, más aún, cuando la dialéctica es escasa, y que esto signifique imponer, a punta de aletazos, con la punta del empeine y cuantos trucos se pueda, criterios para corregir rutas que uno ha decidido seguir, no es más que el sin sentido y debacle, por cierto, de toda capacidad del individuo y del tipo de sociedad que lo acoge, se lo recoge y hasta cuántas veces se lo vuelve a recoger.
Entonces, y ante tanto silencio que aúlla desde este lado, del lado que más acomoda al poder neoliberal, en esta especie de cuadrilátero que ni siquiera elegimos en la urna de nuestras poco electoreras conciencias, ni siquiera con el voto de nuestros frágiles deseos, es preferible, que no es lo mismo que resignarse, ir dominando, con una especie de compresas tibias que vayan desinflamando el frío pensamiento, y hacer del educado chanfle ideológico, ese adquirido en aquella escuela del pelotazo y el faul artero a la sensible canilla, flaca de amores y escuálida de deseos, nuestra tibia e idónea gambeta callejera para ir driblando de a poco, cojeando incluso, esta galopada vida que nos quieren imponer.
Más extremista aún, a dos manos si se puede y de ese modo ir enfilándose, penetrando de a poquito en el agujero histórico que vacuo nos pintan día a día, y a punta, en este caso, de sutiles y sublimes rimas, sencillas por lo demás, con el lápiz consecuente bien afilado, gracias al sacapuntas de la decencia, otorgarle unos cuantos garabatos y refinadas sacadas de madre a cuanto hijo de la chingada lo requiera.
Con la defensa bien parapetada eso sí, en pos de evitar opercot, golpes bajos y hasta las mórbidas mordidas de oreja que a diario se deben soportar en este ring, especie de coliseo romano-latinoamericano, maliciosamente acomodado, para tan solo acomodar el gancho perfecto de trenzarnos en la lucha de ideas con quién ose ser nuestro contrincante. Al final de cuentas, todo se traduce en elongar un discurso, una idea, sin siquiera pretender animarla de coherencia pero, por último, como una forma de enfrentar dignamente los diversos ámbitos que nos competen ante tanta andanada antropofágica que a diario nos arremete.
Y habrá que creer en algo tal vez, dice aquel cantautor que no se resigna a tocar la guitarra por tocarla. Para ello, a veces, es necesario rasguear sus cuerdas con todo el cuerpo si es preciso para descubrir el imaginario que nos transporte, en definitiva, a la dulce melodía que anuncie la armonía perfecta, a nuestro ideal más profundo, si es que alcanza la nota, y por sobre todo si el ritmo otorgado por el diapasón coronario que portamos nos da más vida.
Y qué importa imaginarla aunque se trate de un sueño, si la única intensión es aclarar el rumbo que se requiere, con la modesta inquietud de que nos traslade, sin importar el dolor que las posturas exigen, hacia el destino anhelado, aunque este paraíso imaginario tan solo se encuentre aún a leguas de distancia, en la utopía o sueños que esperamos se lleven a cabo, pese a los trancazos, esguinces, fracturas y quebraduras que aún nos faltan por esquivar, más cuando las tarjetas rojas siguen escaseando de verdad y las amarillas, son de a mentis, es decir, una verdadera mentira saquera.
CARTA ESCRITA JUNTO A UN PROCERo que manera de parecerse el bulto al héroe
-¡Ya pues Pacheco, no se distraiga!-Vaya y aplane bien, allá, el cemento del prócer-¡Con cuidado oiga! y enderécele bien el adorno -¡el pañito lucho! pásele el pañito por la cara al héroe
- Si pues señor periodista, es que a puras carreras trabajamos para dejar bonita la estatua, la plazoleta y sus alrededores. El lunes se nos vienen encima las autoridades y estamos dándole los últimos toques al hemiciclo éste, que más parece, si se fija, cancha de rayuela, mire usted que la lluvia nos tiene embarrados a toda la cuadrilla a mi cargo y yo, se imaginará, con el tejo pasado a frío -.
El cortejo, los claros clarines, la espada que anuncia la algarabía de camarógrafos y fotógrafos. En cada Plaza al final o al principio de las grandes avenidas, acechando en las carreteras y en los parques, los próceres se yerguen, broncíneos, pétreos, en sus mares de cemento.
- Es nuestro padre de la patria señor periodista quién nos desvela en estas horas obreras, y créame oiga, que lo hacemos con cariño pese al cansancio, con hartas ganas además. Es como que la patria nos exige mantener los ojitos bien abiertos y cuidar que don Bernardo se vea bonito, lástima que no podemos peinarlo un poquitito más, pero bueno, el inspirado artista a cargo propuso ese luc y ya sabe usted, el talento escultórico para mandarse un bustito como este no todos lo tenemos, incluso he llegado a pensar que para ser un artista sencillamente hay que tener pasta de héroe, entonces, yo digo, benditos los chascones y greñudos que captan la pose exacta del finado y que desenfadados y en rictus intelectual, con el sobaco bien i-lustrado inclusive, nos deleitan con su magia creativa pese al escaso espíritu de crítica que portan -.
Bustos, estatuas, hemiciclos, conjuntos escultóricos, caudillos a galope, presidentes de la República aislados en el nirvana de sus años de gobierno. Héroes cuyo público anterior fue un pelotón de fusilamiento, estadista alojados en la meditación, fundadores de las instituciones, titanes de la burocracia, defensores de la pacificación en tiempos de paz. La patria agradece a...
Por que sabrá usted que en él, también nos vemos reflejados toditos nosotros, guachos al igual y eso créame, por lo menos a mi, me representa como el que más y entre más lo veo, más héroe lo siento y a propósito, en estos días me siento más liberador que, incluso, hasta las patillas y el bigote que luzco, tienen cierto aspecto de patriota chileno, y si me pusieran un fusil en la mano tenga por seguro que comandaría en la arenga guerrera a mis peones, el luchito, pacheco y al cara de fierro, hasta la lucha final si fuese necesario y si no, ni les pago la quincena -.
En la escultura cívica intervienen simultáneamente la revancha contra el enemigo vencido, la evocación suntuosa, el desafío político, la intimidación, el catálogo de logros históricos, la alabanza al poder que – de manera implícita – proclama la sensibilidad del patrocinador de esta obra y, a ojos vistas, admite su inocencia cultural.
- Además que debe quedar todo bien bonito oiga, bien presentado por lo menos en el primer cuadrante de la alcaldía. Piense que hasta las calles estarán cerradas, ni falta que hace, ya ve que las micros brillan, tanto como el bronce del héroe, por su reiterada ausencia. Y es que se dejan caer todas las autoridades civiles, militares, religiosas que usted se pueda imaginar, incluso justo aquí el cura bendecirá con el agua bendita, que incluye esta que cae del cielo a chuzos, como si la tiraran en balde al busto brilloso que usted está viendo. Así de seguro no habrá quién se oponga a la presencia diaria del prócer que nos dio en alguna ocasión patria, ya ve que no faltan los incrédulos y los opositores a estos hermosos monumentos y no en balde, eso me decía el contratista de la obra, habrá un policía cuidándolo durante todo el santo día. Un héroe no merece menos que eso cuando el mal lo acecha, orden y patria digamos, que se ejerce, incluso, con los infaltables civiles no identificados que, si se fija, ya inspeccionan el sitio desde hace unos días para acá -.
No hay pueblos sin estatuas, no hay estatuas sin mensaje adjunto, y no hay pueblo que tenga presente el mensaje más de un día al año (cuando mucho). Sin embargo, la estatuaria cívica es para unos, los irónicos, catástrofe entrañable, y para otros, los escépticos, terrorismo visual. Y, sin aceptarlo, escépticos e irónicos afianzan una estética de la necesidad: vamos a sacarle provecho a esto que vemos, porque, en el mejor de los casos, nos sobrevivirá. Imposible quitarse de encima a los adefesios y las agresiones colosales a la intimidad de los paisajes y, por eso, es más sensato averiguar si, en efecto, desencadenan un gusto opuesto a las intenciones de sus creadores, cualquiera que éstas hayan sido, o si es posible salir indemne de la contaminación óptica.
- Y como le decía, parece que hasta la heroína presidenta viene al jolgorio municipal y requetecontento se ve la primera autoridad edilicia, ya ve que ella no es del mismo partido del patricio y pétreo señor alcalde, pero al final de cuentas, son como hermanos mellizos y normalmente beben de la misma copa y brindan al unísono, como un brindis monolítico pareciera, por las coincidencias que borrachas portan y el sistemita, que es como su especie de padre y madre a la vez, aprueba y consciente sin chistar siquiera. Lastima que no existen aún esfinges siamesas -.
Los héroes, signos del poder y de sus deliberaciones, aislados en plazas o rincones como divinidades de la Isla de Pascua, reafirman la unidad profunda: gracias a ellos todas las épocas son una sola, y la epopeya por excelencia es el acatamiento de la autoridad. Y a los demás nos toca complementar la información, vocear el sitio de los convidados de piedra y bronce en la formación escolar, ratificar el desempeño estético y social de los monumentos. Lo oficial se individualiza, lo horrendo termina por naturalizarse a la vista de todos.
- Hasta diputados y senadores a destajo, usted señor periodista, podrá ver en la ceremonia cívica que se nos viene ya, ya ve que no faltan a la foto oficial que de algún modo los proyecta, al igual que si se tratara de un prócer de bronce cualquiera al electorado que mantienen cautivos y tan estáticos, como estas piedras que sostienen a nuestro mártir el Don Bernardo este. Y queda la sensación picaresca del glamour que portan, porque sepa usted amigo, que también sueñan ellos y se proyectan incluso, y ya los veo, fijos, se lo doy por firmado, en un par de lustros supongo, cuando por suerte ya no estén en vida, colgados, por decir algo, en alguna plaza como esta, sobre una piedra supongo más cara que estas, con pose de estadistas y claro, bañaditos en bronce, cagados en su extinta humanidad por guerrilleras palomas y sobre saturados de arreglos florales que su nacimiento nos recuerden -.
Claridad y confusión: ¿a quién le interesan las estatuas al margen de su significado, y quienes sólo derivan placer de la prédica de bulto? La urbanización destruye la pedagogía directa, y nos deja librados a lo obvio, la estética de la consolación en la desolación, que combina mártires subyugados ante el progreso que engendraron, y mitos de la cultura grecolatina, y que delata la vanagloria (o la desinformación) del gobernante que contrató al escultor o compró las piezas en un saldo del almacén afrancesado.
- Entonces y como le decía, hasta a nosotros nos ha tocado conflictiva esta labor, con decirle que ayer mismo, varios ya vinieron a cuestionar los ensayos de la banda de guerra quienes entonaban y fusionaban apasionados la marcha-cueca de la lily marlen, ¡Si pues! la favorita del tirano general, y no contentos y a modo de protesta, creo yo, se dedicaron a ensuciar nuestro lindo monumento y bella ornamentación a la plaza y zonas aledañas, entre que el monolito se llenó de vasos y botellas vacías, ¡que manera de tomar los chiquillos del barrio! no faltó aquel que orinó largo al prócer aquí expuesto. Malditos vagos comprenderá usted que hasta la fuerza pública, ya sabe que para reprimir no faltan, debimos solicitar en aras de mantener, en cierto modo, inmaculado, pese al olor de cirrótica orina, al líder patrio -.
Una estatua es las luchas que asume y las que cancela, el régimen que le lleva guardias florales y la facción que intentó oponérsele. Por eso, de la destrucción del ídolo de Baal al día de hoy, casi el primer acto de liberación de un pueblo es el arrasamiento de monumentos a “héroes y caudillos” que, de un segundo a otro, adquieren una connotación antiestatuaria: son, y por eso se erigieron, emblemas de la dictadura, y su calificación queda a cargo de la piqueta, la dinamita, las cuerdas.
- Así que las jornadas han sido extensas señor periodista, fíjese usted que igual el salario es remalo, poco ético y estético me atrevo a decir, incluso queremos plegarnos a las demandas y al paro que en estos días los trabajadores realizarán, espero por favorcito no ponga eso en su nota, ya sabe, luego nos tratan como si fuéramos apátridas y más de alguno pasaría por la guillotina cesante. Y con la cara larga andaríamos, al igual que el prócer éste que, por cierto, y si se da cuenta, acérquese un poquito más, si puede, para que aprecie mejor, tiene las facciones demasiada europeas para mi modesto gusto pero, ya ve, cuando de ilustres se trata, da como lo mismo el gesto y la comisura de la boca -.
Da igual el afán de los artistas. La familiaridad despoja de cualquier contenido artístico a estatuas, bustos, conjuntos escultóricos. Queda, al final, sólo una encomienda: el criterio de perdurabilidad, que se aplica lo mismo a un ídolo del espectáculo, un Presidente de la República en funciones, o un político cuya moda es no pasar de moda.
- Si hasta los fines de semana nos ha tocado pulir la piedra y el rostro de finado prócer, somos una especie de héroes desconocidos pero no importa, y como le decía hasta hace un ratito atrás, si por mi fuera le hago el aseo hasta a unos tres próceres más que supongo ya tienen contemplado a futuro y hasta unas cuantas guardias de honor al padre de la patria aquí presente, por lo menos a su alma me imagino, junto a mis achichincles el lucho, pachequito y claro, el más empeñoso de todos, como un héroe forzado a la fuerza diría yo, el cara de fierro reforjado. -¡ya pues cara de fierro! retóquele con el pañito la nariz a la razón de la estatua -.
Las cursivas generosas de “los rituales del caos” de Carlos Monsiváis
CARTA ESCRITA A UNA ANDANTEo cómo arrimar, al calorcito, el cariño
Un obsequio lo que te escribo que va más allá de los afectos que por ti siento y que a pesar del distanciamiento que este ejercicio de exiliados nos impuso son sinceros. Honestos, déjame agregar, porque ni siquiera se trata de llenarte de artefactos y efectos suntuosos esta tarde de despedidas del núcleo familiar que te acoge (con calientes empanadas e intentos refritos como canapés del adiós) en este territorio que se dice también pertenencia y que a lo mucho solo ofrece, responsablemente eso sí, voladores de luces y si luego te quejas, un natural y buen garrotazo oriundo de Lumaco.
Porque aunque existiera algún incentivo que regalarte, y dime si no existen acaso las guitarreras de Pomaire, los copihues y cordilleras dibujados sobre el generoso (con algunos) cobre, el infaltable indio pícaro que zangolotea su corpulenta y dicharachera humanidad en cuanta casa exiliada me recuerde, por ningún motivo trataría de dártelos, como si se tratara de incentivar cual canje los sentimientos, de una forma antojadiza inclusive por coimear el aprecio, sencillamente prefiero, en este instante, desenrollar el afecto a mi manera, decirte lo importante de tu visita, de la alegría de sentirnos queridos y claro, un dejo de tristeza ante tu próxima partida.
Además que, imagínate, difícil sería transportar un sinnúmero de cachureos cuando la petaca se llena de la tierra y que junto a las tantas escalas técnicas que debes soportar (hurgueteo aduanero antiterrorista incluido), de la inacabable distancia geográfica que recorrer y por sobre todo de tanto afecto que te llevas de esta esquina apagada, húmeda, tan fría y que durante algunos días iluminaste generosa, acaloraste armoniosa, en aras de re-encontrarte con tus históricamente despeinadas raíces, con aquel ropaje de arraigo escaso y que a cuenta gotas intentas recuperar en un lapsus de tres semanas ¿¡ a quién se le ocurre venir de tan lejos de su historia y por tantos días además !?.
Y todo más bien, con la única finalidad de llegar lo más pronto que se pueda a tu almohada europea junto a tu familia (también nuestra) de ingleses y españoles que haz ido adquiriendo en vuestro tiempo errante (nótese mi ibérico hablar), y descansar tranquila, es posible creo, hasta tu próxima visita identitaria para remojarte una vez más de la distancia con los cochayuyos, ulte y un cuanto hay de estimulantes expuestos en esta cotidiana, rutinaria y mecánica nación para el viajero, en tu caso, doméstico.
Con el propósito de llevar a cabo, también, el valiente come back a tu vida valenciana, definitivamente ya implantada como tu natal de origen y sitio que elegiste para establecer el desarraigo, quizás con el ánimo justo de no acercarte mucho a este distraído, embustero y soterrado confín de casitas lindas y chiquitas, enclavadas (con estacas y cemento) en el fragüe de la desigualdad, el oportunismo y la mentira.
Allí te vi en estos días coqueteando con el pañuelo de la cueca que seguramente por allá bailas sola. Empuñando la nacionalidad o algo parecido supongo, y que durante tres minutos, entre el aro-aro de los cantantes elegidos, te pedía la vuelta insistentemente, como si tratara de convencerte que con zamacuecas la vida, por estos rumbos, es más sabrosa. Por suerte tu paso danzarín poco doméstico de chilenidad zapateaba con una serie de ritmos de otras variadas aldeas, no dándole el menor gusto a su casi cursi anhelo de apropiarse de tu bella libertad de Fallera mayor.
Y eso también me ocurre a veces, desisto del sedentarismo territorial que flamea en el mástil chilenísimo de himnos y de bailes extrañamente inhibidos, y cual nómade me enfrasco en la aventura de volver a mis pasos azteca-performático- dancísticos una y otra vez. El de aquellos lugares que me vieron crecer a ritmo de juan charrasqueado, uno que otro danzón, mambo, chachachá y que se tatúan, quiérase o no, imborrables en la piel mitad guajolote de las cumbres del Ajusco y mitad cóndor de los Andes, y sobre todo, por el urgido seso del desarraigo que ese asilo contra lo opresión desbordó en nosotros, que lo sigue haciendo calladito por lo demás, que no se note mucho, en contra de cuánto hijo huacho pulula en la diáspora, en rauda desbandada de la patria que lo vio nacer en busca de un futuro esplendor o por lo menos un poco mejor.
Y es que los afectos que se vuelcan en esta ocasión de tu visita, nos ponen atentos en la eterna e incesante búsqueda de lo que somos o fuimos, transformándonos en una especie de arqueólogos que escarban el pedazo de tierra cercado por las huinchas del descubrimiento de cierta identidad que se apronta, con la única misión de darle sentido y cierto orden al cultural hallazgo, en este simple caso, para reflexionar el porqué terminamos siendo cercanos desconocidos o lejanos conocidos.
La suerte patiperra se atreve a comentar aquel amigo poseedor de varios intentos (de fuga) por volver a su terruño y que ya tiene diseminadas, en varias latitudes del mundo, a una diversidad de ex señoras, de hijos que aún no termina por conocer y reconocer como tales. Y me explica - es la precocidad de no detenernos tan solo en ese asunto de la pertenencia de nacionalidades y territorios demarcados como límites para nuestro acento, que siempre se miden o aceptan pareciera por el color de piel, por los rasgos económicos, por el perfil social y no por lo que realmente debe ser-.
Gesto oportunista –nos dice- que a veces imponen tanto las fronteras como sus habitantes y que miden el valor de las personas por la cantidad y calidad de cajas adornadas con guirnaldas y flores plásticas o suntuosos regalitos que se llevan en la maleta viajera, que más parecen pasaportes de interés y visas de aprovechamiento y no así de aprecio, tan lejanos incluso, a la idea concebida por aquel gran hombre quién dijo alguna vez y siempre nos recuerda que, si otros pueblos demandaran el concurso de sus modestos esfuerzos, allí él estaría-.
Y eso, te cuento, un backgraound si se quiere (corrija mi inglish señora) se aprende muy bien de memoria en aquellas lecciones que supimos en la niñez, en cuánta calle nos habremos parado en alguna ocasión de vida exília, en la diversidad que se consigna en esos constantes entrares y salires de la orfandad territorial que portamos (sin desgano incluso) y que nos hace acreedores de todas las sensibilidades de la experiencia acumulada en este ir y venir por los sitios en los que hemos topado, convergido, en este caso contigo y con otros ambulantes territoriales.
Son estas reflexiones, créeme, un pedacito de mi historial de vida que por más, cada día, se construye con entusiasmo pese a las dificultades y a la extraña costumbre que porto por darle valor a las personas sin darle mucha importancia a sus naciones, usos y costumbres o de sus fachas, sino y más bien, poner atención en su consistencia y coherencia en el simple contacto, en desmedro de la ridícula jactancia económica que demasiados lucen y gustan imponer mediocremente en este singular mapa de la riqueza.
Hasta te cuento que hace unos días atrás un cura descubrió, desde el púlpito áureo (dorado de diezmos), el asunto de la desigualdad y esas cosas de la pobreza. Ni tardos ni perezosos ¡faltaba menos! quienes tutelan y comparten el modelo neoliberal (gobierno y oposición unidas) como conejos listos para el fornique, precoces instauraron una comisión y todo quedó entre amigos. ¡Qué manera de comisionarse los unos a los otros!. ¡Quién tuviera el poder de la palabra y con ellas hacer milagros! decía yo, el ateo. En fin.
Quisiera entonces compartir contigo este breve homenaje para que a la distancia, esa distancia que algún día se hizo inmensa y que hoy nos acerca, no nos olvide de la memoria y por sobre todo que ésta, se conserve para recordarnos, a lo lejos, que lo importante de la existencia nuestra se mide en el cúmulo de cariños que nos brindemos, si se puede tan solo, en aquel instante en que mutuamente nos recordemos.
Y ya para terminar. Y si bien la queja es una constante para referirnos a esta extraña tierra (es mi caso), créeme que son el remedio casero con el que intentamos mejorarnos de la patria chilena, tan lejana a veces y tan cercana que porfía. Quizás de darnos cuenta, incluso, que ya no le pertenecemos y contradictoriamente aquí nos tiene, zurciendo el abrigo que nos facilita, insistiéndole, procurando fraternizarla.
Es el devenir de nosotros, aquellos que alguna vez posamos nuestro paso muy lejos de ella, a contrapelo pareciera, porque ni siquiera lo pedimos. Que supimos revertir dificultades y sostenernos para construir nuestra existencia en otras latitudes (a contrapaso y pasodobles) para de vez en cuando volverla a sentir como la que más. Y hoy le digo, a coro contigo si me permites, qué importa de donde somos en definitiva, si al final de cuentas, en donde estemos y si todo marcha bien donde pisemos, de allá seremos.
Buen viaje y como siempre (eso aprendimos) hasta pronto. I see you tomorrow misses Daekers.
CARTA ESCRITA EN LA COCINAo cómo reafirmar, por si acaso, la virilidad
Hasta para pelar la papa y cocinarla a gusto no hay mejor asunto que concentrarse con ganas en su almidonada y a veces bella figura. En su densidad de fruto tierno que espera ansioso por manos trémulas que absorban su energética identidad tubércula a partir del sobajeo diestro en el torrente que las lava, baña y ya luego, desnuda, delicadamente sugiere, sin más, la dicha.
Al convencerla de nuestros intentos por degustarla como la que más. Allí ni tardos ni perezosos ya vislumbramos el apero de ollas, fuegos lentos, uno que otro litro de cebada (esa tan solo para masticar el instante), y por supuesto, las consabidas especias de olores penetrantes, aquellas del paquetito de supermercado, ideales para quién, la cocina, es tanto como deseos incontrolables por los placeres que insinúa. ¡¿Quién acaso se negaría a experimentar la dicha del comistrajo?!
Suma de artilugios necesarios y artefactos adminiculados en el historial cocinero tan solo para concebir, quizás, el caldo aperitivo y como plato de fondo para fondear los jugos gástricos que reclaman cuando la particular panza, encargada de degustar el abundante calor de refritos, y que lucha por aplicarse el guiso cual candado estomacal, con la gastronómica intensión de calmar los crujidos de tripa flaca, ansiosa, tan solo requiere de un buen platacho lleno de cariñosos hervores.
Es el oficio hermoso y placentero que se viene sin reclamos y sin demoras porque definitivamente, la cocina, es otra cosa. Es allí donde no solo se planifica la alacena barata que nos toca en la subsistencia sino que, además, es el sitio de la economía de recursos para que la precariedad individual se diluya en aras del interés que más anhelamos, aquel de colectivizar aromas y sabores gracias a los jugos y sazones que de allí emanan.
Y en una suerte de extraña soledad, gracias a la gentil ausencia del resto (la soledad a veces es un lleno multicolor ensacado) y a la inquietante dicha que confiere el vacío de la cocina, del hueco en el nivel digestivo social, se transforma en el espacio presuroso y adecuado para adentrarse en la suspicacia tal vez, en el desorden del mate que hierve en ideas y hasta para especular (también alcanza) en el torrente de emociones que uno porfía y que porta sin fatigas.
Desde ahí ya somos otros, una parte de la receta y organizadores del modus operandi y quizás operadores, con destrezas, de la necesidad básica de alimentarse. Ejercicio de vaciar y echar a pelear todos los ácidos almacenados en esta despensa abdominal que se niega a la inanición y que apuesta a la sobrevivencia e incluso a la reproducción de la especie, a partir de la misión de satisfacerse con el arte sencillo del plato casero, en este caso con la papa, que basta para la magia trofológica de combinar y equilibrar lo simple, y que permite, de paso, una salud impecable y una excelente calidad de vida. Por lo menos eso anhelamos.
Y cierta buena impresión debemos portar para dicho evento. No todos la tienen. Si al final, es un deber reconocer que habemos pocos afortunados en el asunto este. Porque, sobre todo, se debe notar la destreza culinaria que tantos y tantos intentos, sacrificios y más de una olla quemada los años han reportado, haciéndonos acreedores de la gestualidad necesaria, el toque y óptimas condiciones para jactarnos, inflamando el pecho gordo inclusive, de lo necesario que somos, por lo menos, en el doméstico pelar e incluso dócil rayar de la papa.
Allí empieza, entonces, la cúspide de satisfacciones que estas horas sosiegas permiten contener en aras del aperitivo (nótese la característica de lúmpen pequeño burgués), ese del bonchazo chelero que precalienta el cuerpo expuesto al placer de sancocharse de ramitas verdes, aliñosos condimentos, vinagres, limones a destajo (¡Vivan los limones!), de aceites que van penetrando, de a poquito, en la nasal insensible e históricamente intoxicada, por tanto café, rones, frituras acumuladas, y por último, a la lengua traposa de cigarros y alguno que otro sinsabor y amarguras acumulados previamente.
Damos comienzo a esta especie de faje unilateral, empoderamiento de la presa, que permitirá concebir ciertos placeres que, con el tiempo, con los años pareciera, nos hacen más reflexivos. Y tanto la añoranza como un poco de estadística, que es algo así como andar con un saco de papas en la espalda, seguramente en el transcurso de nuestras vidas, lo más probable es que ya llevamos a cuestas más de tres hectáreas de papas chilotas en el cuerpo.
Decíamos, ansiosas actitudes, poses, ceños erguidos, manos limpias, cuchillos al ristre, el delantal adecuado, como un picle virginal expuesto al matadero, evidenciando que, no tenemos ninguna intención de perder la oportunidad rica de conseguir nuestro objetivo comestible y de paso dejar en claro, por si acaso, que la virilidad portada, esa que uno recoge en el afrechadero de la vida, en ningún momento se pone en entredicho.
Porque es aquí, en este sitio culturalmente negado al macho, al proveedor, al reproductor, al recolector, donde se confabulan los mejores bocados que el intestino reclama. Porque insistirle a los placeres que propondrá la sencillez y la escasez de pertrechos, pareciera, son la receta perfecta que las circunstancias nos ponen por delante y reclaman de la sabiduría culinaria. Y es que, entre menos logística de en-seres, fiambres y verduras, mayor capacidad se desdobla para entender el arte de cucharear y aliñar el alimento.
Y allí saltan al ruedo, a este campo de Marte si se quiere, desorganizado por lo demás, las bellas de carne azul más conocidas como papas Cacho, que según el mito chilote, son las más necesarias para la fertilidad de los afortunados en degustarlas (Allí está la papa dicen). Esas otras Corahilas, que en su pulpa blanca rosácea dejan de manifiesto la dulzura y tierno porte pélvico para el plato exquisito, porque, de perfil, son carne tierna. Las comunes rojas o blancas que se entregan por entero (como que se fragmentan al primer hervor) y se someten a las necesidades del chef afortunado en cuestión que puede transformarlas hasta en duquesas.
Porque no hay mejor cosa que agarrar a este sencillo tubérculo e ir conversándole de sus placeres y divinos alcances, de irlo convenciendo, platicándole de a poquito, de charchicanearle (papas, zanahorias con carne) sus innumerables cualidades, de expresarle, si se quiere, nuestra conciencia por el arrojo y esfuerzo de su existencia. Por su noble y callada misión de terminar ensartada y degustada por el que más, y sin chistar siquiera, resignarse a terminar saboreada en cuanto sitio le toque como final.
Así, entre que la mimo para desvestirla, con cuidado, con suavidad, tratando que no se enrede o se perturbe en sus excitantes sensaciones y que sienta, de a deveras, que también me comprometo en la proeza de deshilacharla, de arrancarle la piel y el alma si es que esta existiese y fuese necesario, por que además es a mi a quien más atrae ese breve juego de prendas que se desprenden convencidas, por sobre todo, de la entrega plena.
La huelo por que sus olores al igual que otros frutos carnosos ( en el inconsciente siempre serán algo así como prohibidos) son aroma que se incrusta en mi nasal cariño y apretuja el sexual sentido, digamos, medio animalezco que uno porta. De ese modo conservo sus particulares concentrados y flujos por que ellos también trasladan a la magia de la pertenencia del otro sin más razón que esa.
Y es mi lengua la que apretuja y busca, se contrae y expande urgente en busca de su tersa textura, porque allí, las glándulas salivales, segregan inmediatamente la ptialina linda, que cual néctar de las diosas (tan ricas si existiesen) más excitantes, nos confiere el don y el poder de trajinar y adentrarnos por entero en este cuerpo-objeto en reposo, por completo ávido de las sensaciones y desde luego de los placeres de verse devorado.
La mastico en sus partes más blanditas, sin sospecha siquiera, sino más bien con la sabia intención de puntearla con el sello propio, el personal, una suerte de posesionarla, de marcarle el territorio, porque mis dientes también desean el gozo y porque la crudeza natural que porta, abstrae y sugiere que también palpita y se encabrita, se excita, y esa calentura que es sinónimo de aceptación absoluta, también colma, arrebata. Y cuánto quisiera detener ese instante tan solo de aprisionarla, de no dejarla, pese al deber de continuarla, en el deseo de terminarla, acabarla, de cavarla, porque aún se sabe insatisfecha.
De allí se posa, se entrega, sugiere y propone, es la apertura natural y no forzada en donde todos sus poros y cavidades nos pertenecen. Justo en el instante en donde mas se sabe gozada, porque ella se siente penetrada, no solo con la tiesa mirada que hierve de su grato reposo, porque de verse cotejada y muy bien aprisionada, ella más se estremece. Y justo en ese instante que nos proclama, acaba, para terminar de hervir plena y rebozada en aquel recipiente de agua todavía agitada.
Es allí en donde el cocinero de las destrezas para con esta rica presa, afiebrado de tanto ligue, de cachondeo libidinoso, del pololeo deseoso, se ríe pleno. Y calladito si se quiere, con la risa nerviosa que solo los placeres provocan, tan solo acabar sumergido en el humo de los placeres y sueños hermosos. En el cigarro que, si se fijan, anuncia que todo ha terminado. Porque sabrán que para después de un rico y sabroso taco, sin duda lo mejor sigue siendo y se antoja, un buen y contundente tabaco.
Y bueno, así con la cebolla y otros vegetales para luego, más adelante. Para cuando el período retráctil aliviane las inflamaciones y que junto a una cocina generosa (un campo de lucha tibio, tirando a caliente, como una verdadera tierra del fuego, de goces apasionados, con todo y cenizas), lo permitan e imaginen nuevamente. Si al final el asunto es re papa. Verle el ojo a la papa debiera ser tarea sencilla porque además, y si de placeres se trata, apapacharte y masticarte por entera rica boni-a-ta, éstos me matan.
CARTA ESCRITA EN UN BILLETEo cómo demostrar solvencia a la hora de la verdad
- ¡Aquí no ha pasado nada señores!. - ¡Continúen, por favor, continúen!. - ¡Dejen que trabajen los rescatistas!-. ¡Vamos desalojando o pido el carné!. ¡Ese de la edad!. - ¡A usted le digo oiga, circulando...circulando… o me lo llevo rapidito!.
Allí se detuvo nuestro paso por un instante y una vida más se diluía literalmente hacia el interior de la alcantarilla oxidada. Socavón abierto de la calle (a estas alturas apestosa zancadilla para la malapata) que abona y oferta, en cómodos pagos este accidentado suelo patrio, patrocinador del torpe tropiezo de aquel cuerpo lleno de vejez y vaya uno a saber cuántos efectivos achaques portados en su esmirriada y poco auspiciosa humanidad.
Y ese era la solicitud ciertamente desenfadada del individuo uniformado, autoritaria por lo demás, quien no dejaba ninguna posibilidad de saber de las desgracias de don Anacleto (no confundir con el angelito ese, uno de los tantos dueños de nostro país) quién tapado ya, con la sábana difunta (esa que oculta el rictus de la miseria y abriga la desesperanza), era trasladado de mala gana a la morgue más cercana (dime cómo pagas y te abono mi cariño) y ser depositado, en efectivo, en la plancha fiambrera apta para los exámenes correspondientes, aquellos que finiquita los saldos a favor y en contra, con la autopsia gratuita, del miserable difunto.
Hasta ahí todo marcha normal, al final la muerte es cotidiana y carga en toda circunstancia contra el que se encuentre más a la mano sin importar siquiera su condición, menos entonces suponerle predilecciones. Pero está claro que, como en cualquier orden de cosas, hay muertos de primera y de los otros, el resto, quiénes mueren en la desigualdad y en el chorreo otorgado por la fluctuación de clase y que el mercado, el mercado de la urgente salud, bien se encarga de administrar (¿con boleta o factura?) desde luego, faltaba más, para sus machucados clientes.
Y es que de nada sirvieron los desahuciados ruegos, previos a esta muerte pública, por salvar la existencia del occiso. -¡Aunque sea en cómodas cuotas pero llévenselo!- exclamaba un triste transeúnte y quizás desconsolado experto en la jerga del negocio sanatorio, quién insistía en la necesidad del traslado inmediato hacia alguna clínica (un poco más exclusiva que la cuneta), de aquellas que suelen dar un saludable crédito siempre y cuando, a la vista, los cheques en blanco se agiten poderosos y con buena fisonomía, previa averiguación (obvio) en la oficina del boletín comercial (negocio redondo). No vaya a tratarse de cuenta corrientistas con electrificadas deudas pendientes.
Y para que así sea, el sistema requiere y hasta se desvela en el cuidado y atenciones (estamos para ser-vi-r-les), sobre todo cuando se trata de atender y entender, a los esmerados ciudadanos de este mercado inhumano, en el auge y plenitud de producción justa para la explotación (ya luego nos preocuparemos de su salud), no importando mucho incluso, el de dónde provenga el efectivo y la morralla que portan y menos andar mostrando la hilacha y preguntar absurdamente por la dolencia que lo aqueja.
El asunto es ir evitando (así dice el contrato y pagaré oficial), cuanto más rápido mejor, el dancing o baile con los que sobran, con las hordas lacras de la sociedad y dejar que hagan de su desigualdad lo que les plazca, siempre y cuando no molesten el bienestar del negocio con su condición de parias no afectos al suntuoso negocio médico, salvo que estos, se inyecten al igual que los poderosos, en la nalga derecha si se puede, el ya casi vencido antibiótico neoliberal.
Y es que un flaco favor hacen estos bellacos pobres a la patria pujante de éxitos que, gracias al dinero fácil, los equilibrios macroeconómicos de tanto oportunista esfuerzo, negociante sudor, luchas de poder y todas las cantinelas de la justificación posibles y que no saben, ni consideran, el costo de las transacciones y concesiones del arcoírico y alegre sistema. Lúmpenes al final de cuentas que, a cualquier costo, a veces, insisten en comer de la torta que unos pocos afortunados degustan y bien tragan y que ni siquiera con la pellejería se conforman. ¡Malagradecidos inconformes de sus miserias!
Quizás impresionado por la muerte pobre (a la vista) de aquel escuálido ciudadano arroyado al pié de la vorágine egoísta, deudor por lo demás de la individual tarjeta que obsequia el capital en comparsa con su fiel guardián vestido de jaguar (todo sea por los buenos negocios y tratados de libre comercio que se avecinan, manchados de populosa hipocresía, masiva soberbia y un dejo de ampuloso altruismo), allí me vi reflejado, yo mismito, por un instante.
De darme cuenta que todavía es posible morir anónimo pese al efectivo recién regalado por el fondo concursable y a mi denostada tarjeta de salud para víctimas de la represión y que, sacando cuentas, en ese miserable cuaderno que calcula mis ingresos (una especie de negocio a futuro decía yo), salvo me otorgaran un premio nacional, allí apenas pareciera podría descansar en paz mi, espero, agitada vejez en algún campo santoateo o de pérdiz (que es casi lo mismo que anhelar y tener harta cueva) ver mis escasas y poco rentables cenizas esparcidas sobre el miserable caudal que fluye en el poco plusválico río Mapocho.
Y de allí surgió una segunda reflexión y preguntona especulación en voz alta, idea insana por lo demás, de preguntarme a propósito de Septiembre, ¡¿En dónde mierdas estará el pueblo unido que la canción del neofolclor anunciaba décadas atrás?!, ¡digo!, como para ir cobrando en conjunto (como si se tratara de una especie de oficina de confianzas, sin fines de lucro) las deudas pendientes e impagas a todos estos usureros y buitres mercachifles que nos gobiernan a base de zanahorias y garrote cuatrero.
Ni tarda ni perezosa llegó la respuesta a mis vacuos reclamos. A mi cartera vencida de insistencias. Como un recordatorio a mí desfalcado, por lo demás, percápita estadístico de reducir las demandas, las necesidades sociales que tanto penan, deudas internas y que nadie externaliza y menos las grita por algo siquiera más decente, por ir rompiendo o quebrando lo, hasta ahora, imposible.
Justo en su último aliento de vida, justo cuando más se moría, don Anacleto se atrevió a expresar con dificultad, con cierto pesar inclusive su premonición ante mis dudas. - No se preocupe caballero. – Al pueblo unido, a estas horas, o lo tienen viendo la excelente teleserie en el canal de todos los chilenos (lamentándose de paso no poder ver el final de tal importante asunto) - O lo preparan para el largo feriado de fiestas patrias que se avecina. -Ya sabe, ¡A gozar que el mundo se va a acabar!. - O en su defecto, (sentenció ya desfallecido, asido de la mano del cronos mortuorio) ese pueblo que no reclama y que usted reclama, anda de indigente, pasando la fría noche, creo que por allá, en el acondicionado y a estas alturas recinto estratégico para eso de hacerse los gueones con la pobreza, estadio Víctor Jara-.
CARTA ESCRITA CON MIS CUECASo cómo menear la inflamada vela
Deja hablarte bonito ingrata, como hacen los piratas si de secuestrar sirenas se trata. Y a ver si así, con eso, reflotas mi balsa que a la deriva se haya y solícita te busca, de eso se trata. Y es que así ando en estos días, ya son varios los que acumulo, zozobrando el nao en la ausencia de tus aguas. Recordando que hasta los piratas se bañan y a veces hasta se empapan.
Como barba roja o ese con garfio, el del ojo tapado, enfadado que hasta el plumaje del loro me encabrita. Al que ni siquiera el oropel de cofres, con tesoros conquistados, ilumina su carita. Menos le devuelve los tuertos mirares por que son demasiadas las ganitas, de estas manos sobre todo, por posarse en tus gemitas.
Además que cojeando la pata de palo me hallo. Y más pirata parezco. Pareciera que el fútbol y sus patadas, aquel de pelotudos dispuestos, no sirve a los navegantes sin puerto, tampoco a los piratas. Menos cuando se trata, de que lograran, por último, pisarlo tus demasiadas patas.
Algo hiciste en mi timón brujulero, aquel que ordena la dirección y rumbo necesario, y sin ser embustero, hoy la brújula mía más anda en cualquier parte, menos en donde corresponde anclarce. Más cuando te pierdes en tu inacabado apartado, más cuando ni siquiera pelotas das a mis interminables desenfados. Me gustas cuando trato de verte, me inquieta no saberte. Y aquí me tienes a la suerte en espera de lo que quieras. Preguntándome ¡qué mierdas pasa!, ¡qué chuchas me queda!, ¡qué suerte suceda! si al final se trata que te agarres de mi vela, esa que si tu quisieras, de pura dicha, entera navega y navega.
Será posible acaso que se trate del borrón y cuenta nueva. De aquel que se ufana este país chileno. Será que en esta ocasión no sea de mentiras y la puritita verdad ahogues lo que siento. Estrangulando el pensamiento. Ahorcando los sentimientos. Cortándome los remos, previo al hundimiento.
Cual Simbad el marino esperaré entonces, que orientes mi navegado camino. Mientras, me sigo preguntando, qué fue o cómo sucedió todo. Me refiero a este navegado mareo balsero y de paso, con el ron me entono, para declararte que ando solo.
Porque créeme, hasta los tiburones ya se preparan. En aquel rito de faenar toda mi carne expuesta a tanto deseo tuyo. Y porque también me gusta recordar y de eso me jacto y me ufano, señora mía, oso pandero, como buen navegante de las aguas turbulentas color verde claro, de todo lo tuyo que, si no estás, hasta si quieres muerto me declaro.
CARTA ESCRITA EN UNA BALDOSAo cómo pulir el fracaso y sacarle brillo a la estética
Campo de Marte para el arreglin de juegos florales, de reinas y luchadoras concursantes, ataviadas con la agudeza de coreógrafos y modistos en general que, sin miedo y medio en serio, combinan la comedia jolibudense, al mejor estilo singin in the rain (dios quiera interpretada por sinatra), con alguna suerte de criollo estilo de pérgola de las flores y que para desgracia de nuestro chovinismo, ese que se afianza en la cotidianeidad de la intelectual ignorancia, el mal gusto más omnipresente no es nativo, sino oriundo de la importación, gracias a la mirada experta del ojeo de lectura veloz a la revista exclusiva o a la puesta en escena, un símil acalambrado, de algún programilla del dial televisivo onda high school miusic.
Aquí la morfología de los que suponen estar a la altura de las circunstancias y los que se esmeran en alcanzarla, quienes revisan hasta el cansancio la moda en cuestión, el último grito, lo sensacional, en donde la cerámica y la zoología fantástica de patos, osos, lagartijas, palomas y arañas peludas, se desdoblan en pos del bien común, es decir, el de la patinadora doncella que entrega sus gracias al despliegue en el piso, al olimpo de árbitros saqueros, y de orgullosos padres (la madre también), quienes hacen nerviosos malabares y piruetas, para proyectar su esmirriada carencia escénica y por sobre todo, juntar morlacos para que no se note pobreza en el cuadro performático de la cría expuesta.
Aquí el souvenirs y postales humanas (en rodaje), que ilustran en vivo, en directo, un idílico y caluroso caribe, con una inacabada decoración de palmeras, mangos, guayabas, combinadas generosamente con algarrobos, araucarias, canelos y especialmente parras y que van dando el borracho matiz de globalización y emperifollado espectáculo con humor a nacionalismo de patria pobre, añoroza de alguna rica indentidad perdida (¿hubo acaso alguna?) en, quizás, un sueño cultural ya muerto, como los cisnes.Florcitas, águilas y gusanos bordados en chaquiras, dijes, brillitos y que se admiran, maravillan, deslumbran como si se tratara de las figuras de porcelana, imitación china, que ni los terremotos harían quebradizas. Películas de artes marciales, como si de presenciar un concurso de exorcismo y sortilegios, en busca de la cita perfecta para representar el verso adecuado, la oda exacta y si se puede, el vestido de pagoda china-japonesa o algo cercano a una bruja si se pudiese, y que resarcen aquí, a su manera, las limitaciones educativas y desde luego las adquisitivas.
Carencia de formación artística, achaplinadas conjeturas y teorías, riqueza que estimula la tara por lo Bello, lo Bonito, lo Ágil, lo Vistoso, lo Deslumbrante en la forma, lo entrete-nido. Escenas de antigüedad clásica y parafernalia novedosa que copan las pretensiones del concurso o campeonato en rigor. Malabarismo objetual que alcanza la cúspide cuando estas cleopatras, en cuatro ruedas, giran la vista al cielo, en señal casi mística, para solo terminar rodando cuesta abajo en la rodada y que las aterriza, de cuatro patas, de vez en cuando, en el duro piso de la realidad, y que ayuda (una especie de anti inflamatorio a la resignación) a tomar conciencia de no ser las más favorecidas para el deslizamiento al limbo de las grandes deportistas-vedetes.
Seguramente terminarán, sus días, animando el baile del vientre de sus predecesoras camadas, a quienes ya imaginan, en unos años más, instaladas en lo más alto del podium técnico-artístico, cuando los patines suplan su labor y planchen la ropa, o substituyan alguna carestía, y se vendan en cómodas y resignadas cuotas. Al muerto las coronas y medallas, a-dios, que te vaya bien, con ángel y escorpión para no ser del montón, mucho menos un perdedor.
Musiquilla pegajosa que se multiplica generosa en porciones del gingle de supermercado a destajo y similares a la del cabaret rumbero o del night club más cercano. Coros cuyo vigor resucitarían a nefertiti al instalarse en la coja y neófita sordera portada, a ritmo de cualquier cosa y también al compás, especie de convulsión milagrosa, una mágica pátina o trompo, por revivir el hit parade de décadas pasadas, el exitazo de épocas doradas y si se puede, el último grito (o aullido) que las discotecas obsequian gentilmente.
Suma de recursos de la imaginación básica tan propios a la hora de adentrarse en el conocimiento inacabado de la decoración abigarrada, de blusas floreadas que necesitan de urgencia una pista exclusiva y por sobre todo el perdón de la playa más cercana. Toquis y gorritos, repletos de frutas, que aspiran al primer lugar de obras maestras en la frutería y verdulería del barrio, para soñar un sitio en el vestuario de cierta época tardía, en la historia de la arqueología y si se puede, para dedicar un párrafo, a reglón seguido, al ramo de diseño-modista-remedo-remendón en alguna escuela del rubro.
Un cuerpo de jurados que se suman al delito (¿inconsciente?) a ritmo de teletón, regatón, y un nubarrón más de discapacitadas posibilidades dispuestas y disfrazadas para la ocasión. Ojo experto a cargo de reproducir la creación de nuestros propios ídolos o de enterrarlos definitivamente junto al medallero escuálido de la autoestima que portamos y, de paso, sabio consejo para aportillar el crecimiento sano, a lo lúdico que es el desarrollo de los niños, sin pretensiones, desenfadados a los acentos de divosidad y que, para cada torneo, se empequeñecen por tanta presión al logro híbrido de ver proyectada toda pobreza humana, en la riqueza del trofeo de oropeles que allí se otorga.
Como sea, producto de la importación o de la sustitución de importaciones, el gusto indescriptible es la escuela de los sentidos y los sentimientos en la que casi todos, por una razón y otra, nos inscribimos, por una módica suma, a la proeza metafórica, a la monumentalidad del capricho al mal gusto, al ruido visual, al artificio fallido, a la estética haragana y prosaica, al núcleo de relajo en la resignación, a la flojera del conocimiento universal, a destajo.
A la vulgaridad de la baratura y al fracaso de la estética, para hoy estridente, que irrita y provoca tirria de sobrado paternalismo ilustrado, de la edición por identidad de lo hecho en serie con la intención de ser tomado en serio, del despropósito y chacota, a que todo se enfila, a partir de un simple esquema de patinaje, planificado y medotizado, para que al final de la ruta, a la meta inculta, prime, tan solo, una especie de estética facilita y ramplona.
Así estos guerrero(a)s que regresan victoriosos (o no) del escampado de las Vegas y montañas del madison square garden (Talagante con amor) venga usted, no se tarde. Horda de vencidos que se disfrazan de generales después de la derrota para ocultar sus vergüenzas bélicas. Tropel de ganadores que lucen la guirnalda y condecoraciones por haber descifrado y atinado a las consideraciones estéticas del respetable allí presente y a la de emperadores romanos de la venia (vida o muerte) y que pasean implacables e impecables su vestuario de chanel del tercer mundo, antes de la hora de almuerzo, para efectos de atemorizar, con su intelectual dominio escénico y capacidad, en esta extraña justa deportiva. Ave césares, que más se asemejan, estéticamente hablando, al infaltable sanwich de ave palta, recargado, casi barroco o churrigueresco, con salsa picante, mayonesa y ketchup.
(-¡Oígame!, véndame un hot dog para palear la pena que hoy me ronda (o rueda), vendada y llena de accesorios, montada en patines, en ruedas de carreta-)
CARTA ESCRITA SIN PELOS EN LA LENGUAo qué puedo yo contarte, greñudo comandante
Te escribo estas letras, desde la distancia que dan los años y una que otra cana, que ya luzco, como si de condecoraciones se tratara, en mi ya raleada melena llena de calvas. Por suerte siempre llena de ideas, eso creo, llena de convicciones y por sobre todo, arrebatada de deseos y en donde, pese a la carencia cabelluda, no se asoma o cuelga ningún pelo con tonteras.
Y te escribo, desde el anonimato cuarentón que llevo a cuestas, sin aspavientos, pretensiones u otras calamidades, con la intensión de saludarte y contarte de las tantas liendres que revolotean el mechón del pensamiento que porto, como si tratase de una charretera llena de hormiguitas, que pican la existencia, molestando e inquietando, y que no cejan en su comezónico afán de hacerse presentes en pos de tironear los sueños, despertar ideales y un sinfín de trasnochadas necesidades.
Una especie de urticaria que quisiera compartir contigo y con quienes, también, a veces, suelen rascarse la cabeza, la barba, con bronca y preocupación. Se me ocurre que es por tan compleja existencia, por tanta inquietud y zozobra acumulada. Como si fuese una caspa espesa, que ni tratándola logra aplacarse, y es por eso, en definitiva, por lo que hoy te escribo: mucha grasa y resequedad acumulada a partir de tu muerte, de tu asesinato, por allá en aquellos inhóspitos y húmedos senderos bolivianos, en La Higuera que quiso sepultar tu gran fruto de vida y, desde luego, tus ideales y esperanzas.
Y qué tendría que escribirte, podrás preguntarte, si al igual que muchos, y otros que ya no tanto, fuimos mudos testigos del sueño hermoso que forjaste en tu sien revolucionaria, caracterizada tan a menudo por la impronta melenuda inmortalizada en aquellos fetiches tipo póster e instantáneas del mercado dizque revolucionario. En calvos pasaportes que permitieron tu vuelo universal para soñar tiempos mejores. De gorras aladas para saludar tus victorias africanas y el intento permanente por afianzar otras. Y que hoy, tan solo, con una o mil boinas combatientes de ésas, podríamos lograr tal objetivo y, desde luego, seguir la senda que tú trazaste.
Y aprehendernos de cuántas compartimentaciones y ejercicios del rizo, la chasquilla, el mostacho, con la inequívoca sabiduría de camuflar el pensamiento para así pelarnos o evadir el casquete corto, el rape ideológico (al cero) del poderoso, y que porta aquella milicia mercenaria que sigue tus pasos en busca del aniquilamiento perpetuo a tu figura, a tu obra, a tu vida.
Y que aún siguen, te cuento, disfrazándose de rángeres, trenzados en el poder, en pos de afianzar la tutelada democracia autoritaria de panóptico mirar, escondiendo la guadaña y garra sucia, con la malévola intensión de rasurar, incluso, hasta tu mirada. De arrasar, con el cuchillo que portan los cobardes, tu pelo frondoso, de paso, toda tu existencia y, también, la nuestra.
Porque deja decirte que, pese a toda parafernalia por matarte bien muerto, tu huella e historia se pasean inmortales por este irregular y largo sendero de ánimas y embustes. Y es que fuiste un David gigante guerrillero heroico, y ese ejemplo no se empequeñece, comandante, ni con el paso del tiempo y menos con el tango cambalache, en donde asistimos, dime si no, al desgreñado encuentro del oportunismo y el lameculósculo ejercicio del acomodo.
Y tu ánimo a contrapelo no ceja de estar latente en cada uno de aquellos incesantes luchadores que siguen tu rumbo, desde Rosario (tus raíces) a Santa Clara; de Santiago hasta donde se nos de la gana, a pesar de las mismas o menores complejidades que tuviste. Y es eso, Ché amigo, lo que trasciende. Por ello puedes estar tranquilo y por sobre todo atento. ¿Las dificultades?, decirte que son, tan solo, un pelo en la sopa, un cabello de ángel cuando se trata del hambre por revertir lo que nos toca.
Quiero, entonces, contarte que seguimos siendo unos mechudos cabezadura pese a que hoy tan solo peinamos los pocos pelos ideológicos que nos van quedando intactos, pero siempre lavados con el shampú de la intransigencia. Conscientes que cada uno de ellos son dignos, auténticos, al igual que los tuyos o al menos, aparentemente.
Ser menos viejo, más nuevo hoy día es mi bálsamo y proclama, gracias a la poderosa intensión de continuar en aquella senda que tanto tú como otros melenudos supieron proponer al mundo, sin más afán que imaginárselo irreverente y más cerquita de nosotros, menos lejano para los que se nos vienen. Menos oblicuo, menos inclinado.
Te escribo con letra grande, entonces, desde la intimidad de mis días, esos que se alisan a partir del asunto cotidiano. Con la sencillez del moño de ideas que he ido atesorando. Para ir desenredando la hermosura que la vida nos propone. Trenzado en el debate con mis despiertas y despeinadas hijas, (con ellas me peino, porque son ellas las que me lucen), que crecen con todos los errores y en menor medida aciertos que la enseñanza permite.
Deja decirte que, además, comen como pelonas de hospicio y, desde la mismita trinchera de la cotidianeidad y la objetividad de los actos, aquellos que no se transan y que permiten estar atentos al ejercicio del pensamiento, vamos procurándonos para tratar de fallarle por un pelito menos a tanta precariedad que la sociedad nos propone.
Procurando, por lo demás, que, estas piojas cariñosas, sean más grandes y consecuentes que uno mismo, que no se llamen al engaño, a la soberbia, a la mentira, a la apatía o el embuste. Que preserven el puñado de ideas grandes que acicalamos con ternura, con pasión, con el amor que la sinceridad nos otorga, porque al mismo tiempo que las vamos desmadejando con fuerza, implacables, responsables antes que nos gane la muerte, las vamos viviendo, afeitando y desmenuzando de a poquito, con vital ternura, con visual hermosura.
Y mi tesis es que puedan peinarse sabias y miren al mundo con la óptica más sensata y humana que exista. Con la finalidad única de verse plenas. De amarrarse el moño de la existencia con todas sus fortalezas y en mayor medida, eso espero, sepan cuestionar y superar todas las debilidades que van aconteciendo a punta de agarrar con pinches, coletas y pasadores a la mano, toda riqueza de la sencillez, toda honestidad posible, que para eso existe y cuentan con mi desvelo, con mi lomo de padre sensato y claro, con el tomo, siempre al cinto y dispuesto, de tu libro verde.
Y te escribo con la tranquilidad que nunca tuviste guerrillero, desde este escritorio, que acumula, a lo más, polvo y desorden, y lo hago con el arrebato necesario para deslizar alguna indestructible idea, ya sabés, cada cabeza es un mundo. Como queriendo que éste cambie de tanto en tanto y nos permita algún día verlo, más transparente, más contento, más humano, menos triste, menos desigual, menos porfiado. Más redondo incluso.
Y lo hago amononándome hasta el copete, rascándome la barba. Con un dejo de desespero incluso, porque no se me ocurre nada como para remediar tanta maldita mecánica y escaso entusiasmo de estas pobladas que hoy pelean y se enfrascan por conquistar la última moda, enfrentando su excitismo contra el rival económico de más plusvalía que tengan frente suyo, librando la urgente batalla por adquirir bienes, lidiando de lo lindo por ser fieles al mercado, incendiando el discurso con otras tantas macanas como el egoísmo, la riqueza acumulada por sobre la pobreza del hombre, y nada, por sobre todo nada, de poesía humana.
Y me encabrona darme cuenta que mucho por cambiarlo no hacemos, porque pareciera que quisieran tomarnos el pelo con la cantaleta de las bondades del sistemita éste. Hoy mientras escribo, en la calle, los enfrentamientos son fuertes; dos barras bravas se agarran del moño por el honor y la convicción de sus equipos futboleros favoritos. Observo un país casi al borde de la guerra civil; el término de la telenovela favorita los tiene profundamente convulsionados y divididos. La policía, que no escasea, haciendo de las suyas; operaciones peinetas y de rastrillo en busca de salvarnos de ideas subversivas, y con toda suerte de cabelluda crin de caballos desaforados, intentan que, por un pelo, o una cabeza, nos salvemos de ellas.
Deja decirte rebelde que, fieles a tu cometido, siempre atentos estaremos. Y, querido melenudo, deja preguntarte, y ya que andas siempre por ahí con tu pelo al viento, peinando sabiduría, acicalando esperanzas, desenredando convicciones, chasconeando emociones, ¿tendrás tiempo para peinar algunas dificultades que nos tocan con aquella maquinita apta de ideas, que rasura el engaño, y que tú, maestro peluquero de espeldrum abultado y educado estilista social, siempre portas en tu cartuchera presta junto a tu diario de vida?
Porque deja decirte que, pese a tu asmática ausencia, otros pueblos seguirán demandando, cada tanto, el concurso de tu modesto aliento, tu honesto discurso y sobre todo el desinteresado y permanente ejemplo maestro. Y que junto al peine hermoso que acicala tu presencia, desde esa histórica y rural Sierra Maestra hasta el asalto definitivo de la contemporánea y esmirriada urbanidad que nos toca, nos hará lucir más bellos.
Eso, por lo menos, para mi, querido y siempre recordado comandante, sin duda, ¡estaría de pelos! Porque, además, ¿qué importa de dónde seas o en dónde te poses heroico Guevara?, si mientras estés en nuestra amplia frente, en esa en donde el cuero cabelludo sujeta, con fuerza, la memoria, sencillamente allí siempre estarás presente, incluso, hasta después de nuestra propia muerte.